"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 1 de marzo de 2016

Pasión y prejuicio o el drama del béisbol cubano

El último huracán del Caribe.



La edición 58 de la Serie del Caribe, celebrada en República Dominicana, ha dejado una tormenta en la mayor de las Antillas, un huracán de opiniones en torno al deporte nacional, expandido en un epílogo después de finalizado el torneo. Y si discutir de pelota siempre fue aquí una marca de identidad, ahora –en realidad desde hace mucho tiempo– esas polémicas rebasan el ámbito deportivo.

Pocos han quedado sin opinar sobre la derrota del equipo cubano, representado por Ciego de Ávila, sobre la actuación de los peloteros, las estrategias y decisiones del director, y de todos los avatares alrededor de la serie, incluyendo el último suceso: la fuga de los hermanos Gurriel.

Cabría preguntarse si hay algo diferente en la repercusión de esta nueva derrota de un conjunto cubano en lides beisboleras internacionales. La respuesta depende de hacia donde se mire, de quiénes emiten los criterios. En el sector de la prensa especializada el tono se elevó como nunca antes, pero entre los aficionados más conocedores era una jugada cantada, nada de qué alarmarse.

Como es conocido, la Serie del Caribe tuvo su arranque en el estadio del Cerro en 1949, y el club Almendares, de Cuba, obtuvo la primera corona, en disputa con Cervecería Caracas (Venezuela), Indios de Mayagüez (Puerto Rico), y Spur Cola (Panamá). Durante once años, los ganadores de la liga cubana (Cienfuegos, Marianao, Habana, o Almendares) dejaron muy escaso margen de triunfo al resto de los clubes vencedores en sus ligas porque, en ese tiempo, la jerarquía del béisbol cubano fue indiscutible en Centroamérica y El Caribe.

Tal era la pujanza de nuestro béisbol que cuando los Cubans Sugar Kings ganaron la Pequeña Serie Mundial de las Ligas Menores, en octubre de 1959, estaban “a un paso” (según la consigna) de ingresar a las Mayores.

Pero la liga profesional cubana solo sobrevivió un año: en 1961 comenzaron las series nacionales con peloteros amateurs y un gran reto que enfrentar. Como la calidad del béisbol amateur local también era elevada, la transición no fue traumática, la pelota llegó a todas las provincias, y se propició un mayor desarrollo.

En competencias fuera de casa, las selecciones cubanas fueron asentando su dominio, sobre todo a partir de los setenta, y pocos títulos se les escaparon. Solo los conjuntos de Estados Unidos (integrados por peloteros universitarios) les hacían verdadera oposición.

Dos cosas cambiarían ese panorama: la crisis de los noventa y la llegada de los peloteros profesionales a los torneos internacionales: Juegos Olímpicos, campeonatos mundiales, y otros.

La crisis de la economía cubana de los noventa no podía dejar incólume al deporte, desde la base hasta el alto rendimiento. Las carencias materiales comenzaron a abrir una brecha en el mismo. En el béisbol en particular se produjo un hecho lamentable, errático: el retiro masivo de peloteros que aún estaban en plenitud de facultades. Esa fue una herida profunda, que tuvo secuela, y se ha olvidado.

Otra consecuencia de ese panorama de carencias fue el comienzo de una diáspora que no cesa. La constante pérdida de talentos, de los mejores talentos, ha dejado prácticamente desvalidas a las últimas selecciones cubanas.

La diáspora en el deporte no es muy diferente a la de otras disciplinas (del arte, de la literatura, de la ciencia, de la tecnología): tiene una causa fundamentalmente económica (aunque no sea la única). Solo que aquí, desde su inicio temprano, el tema se politizó en extremo, y aunque a estas alturas el proceder ha cambiado bastante, en los predios deportivos no ha sido totalmente desterrado, porque no se modifica, de la noche a la mañana, una práctica de varias décadas que justamente, en ese ámbito, se instrumentó y arraigó con gran fuerza.

La ideologización del deporte no es solo visible en el tratamiento a los atletas de la diáspora, porque forma parte de un discurso que incluye acciones (los abanderamientos, las proclamas) y consignas. Toda esa práctica se revierte en estrés y presión extradeportiva. No entendemos el asombro de los comentaristas al observar ¬–y expresar– la presión con que juegan nuestros peloteros si ellos mismos han contribuido a fomentarla. Los atletas cubanos sienten sobre sí demasiado peso encima. Esa carga adicional, en lugar de inyectarles energía, merma su rendimiento.

La dirección del béisbol en la Isla sabe que tendrá que seguir lidiando con la fuga de atletas, porque, aunque con marcas locales, forma parte de una práctica global: los deportistas de mayor talento son absorbidos por las ligas más poderosas, las de mayor capital. Solo que aquí debieran revertir el enfoque: en lugar de verlo como pérdida, asimilarlo como ganancia de capital simbólico para el deporte nacional, pero también como emisores de capital financiero que igualmente son (o pueden ser). Y en un futuro –cercano o lejano, no se sabe bien, pero ocurrirá– muchos de esos peloteros integrarán la selección nacional.

Lo que está en manos de las instituciones deportivas es potenciar el desarrollo del deporte desde la base, algo que se ha descuidado bastante en el béisbol; aprovechar la sabiduría de muchos exjugadores y técnicos que se han ido olvidando; y repensar la estructura de la serie nacional, porque no hay peloteros para 16 equipos, pero tampoco directores, técnicos y árbitros, ni estadios adecuados en todas las provincias.

A estas alturas la representatividad provincial se ha desteñido bastante y conjuntos como el de Matanzas son multiprovinciales, por tanto habrá que volver al pasado, cuando eran menos conjuntos en la lid, pero sin descuidar el desarrollo de los que aún no están aptos para jugar en ese nivel.

El béisbol, en tanto deporte nacional, se merece un mayor espacio en la programación televisiva, donde enfrenta la competencia desleal del fútbol. La venidera temporada de la MLB debiera cobrar un mayor protagonismo siempre que sea posible. Eso también forma parte del aprendizaje, del desarrollo, y del disfrute. No parece lógico que en un país de béisbol, los ídolos de adolescentes y jóvenes provengan del fútbol.

La sociedad cubana está en un proceso de cambios y el deporte es parte de ese proceso, así como la interrogación ciudadana sobre la naturaleza, justicia y velocidad con que tengan lugar esos cambios. Analizarlos y dialogar sobre ellos, sin apasionamiento y prejuicio, sería lo indicado

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