He constatado que muchos amigos que hoy peinan canas o ya no tienen casi nada que peinar, no recuerdan quien y cuando lo trató por primera vez de usted. Yo sí lo recuerdo perfectamente.
Cuando me designaron con apenas 21 años para dirigir el ICAP, tarea que sobrepasaba mi capacidad y posibilidades, Celia constituyó un apoyo inestimable para mí en todo sentido.
El Comandante en Jefe, -lo valoro así ahora,- tuvo una política muy original y directa para la formación de cuadros revolucionarios jóvenes y para impulsar las nuevas tareas que organizaba.
No recuerdo que en las primeras décadas después del triunfo revolucionario me hubiera convocado a su oficina. Lo veía con frecuencia cuando él venía al ICAP o lo acompañaba a un hotel o residencia a ver un dirigente extranjero o una delegación. También cuando se presentaba de improviso en el recorrido por alguna obra de la revolución para conversar con ellos.
En esas ocasiones “chequeaba” mi trabajo, me daba indicaciones o atendía solicitudes que le hacía así sobre la marcha.
Celia era la persona que con angelical trato venía después a controlar el cumplimiento de lo que me había indicado o a comunicarme la solución que Fidel orientaba sobre algún problema que le hubiera planteado del organismo.
La primera vez que la vi en el ICAP llegó manejando ella misma el auto. Hablaba de forma muy pausada y escuchaba con especial atención lo que le respondía o explicaba. Esa primera vez, como sabía que iba a empezar a adaptar aquella casona residencial en oficinas, vino y recorrió conmigo y los decoradores que Gustavo Mazorra había traído de la televisión, todo el edificio observando con minuciosidad el inmueble, preguntando que pensaba hacer o poner aquí o allá y haciendo observaciones atinadas. Pero generalmente cuando venía yo bajaba y conversábamos caminando por la terraza o los jardines.
Esa primera vez me dijo usted delante de todos. Hasta ese momento nadie me había llamado de ese modo. Yo la traté de tú y ella imperturbable persistía en el trato de usted.
Cuando se retiró me quedé pensando y lo que me vino a la mente era que por alguna razón quería establecer alguna barrera y causa pueril que imaginé era que no le caía bien por algún motivo.
Y fue consistente en ese trato tanto personalmente como cuando hablábamos frecuentemente por teléfono.
Muchos años después, cuando estaba de embajador en Argelia, la visité en la calle 11 pues se había empeñado en que continuara mis estudios universitarios interrumpidos y me había matriculado en el curso que ella inició en la Ñico López, enviándome por la valija las notas mecanografiadas de las clases a las que ella asistía.
Ya me había acostumbrado al trato de usted y ya yo también la trataba de ese modo. En esa ocasión le conté lo que había pensado cuando ella por primera vez me trató de usted. Se rió mucho, me explicó la influencia de su padre en la formación de esa forma de tratar a las personas a las que se les debía evidenciar respeto. Ante mis comentarios de que en esa época yo era apenas un joven me respondía que sí pero investido de autoridad que era necesario reforzar. Todo muy fraternal pero siempre siguió tratándome de usted.
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