Daniela Alulema y sus padres forman parte de los inmigrantes que llegaron sin papeles a Estados Unidos. CreditDavid Gonzalez/The New York Times
NUEVA YORK — Los timbres del edificio de ladrillos amarillos son un reflejo de la población actual de Nueva York, con sus apellidos en albano, árabe y español. En el extremo angosto y oscuro de un corredor, las notas de música en español salían de un apartamento. Daniela Alulema abrió la puerta del lugar donde viven su madre y su hermano. Había globos brillantes que rebotaban sobre una mesa impecable que anunciaba una celebración: el cumpleaños de su hermano.
“Llegó al cuarto de siglo”, dijo la madre con una sonrisa de orgullo. Caminó hacia el horno y sacó un conejo asado para la modesta fiesta. En la radio se escuchaban tríos que tocaban boleros.
La música no era la más apropiada para una ocasión feliz. Daniela y sus padres se mudaron a Estados Unidos desde Ecuador sin papeles y su historia apareció en The New York Times en 2009. Sus padres, quienes se graduaron de carreras técnicas en Ecuador, querían que sus hijos tuvieran una mejor educación.
En los 15 años desde que llegaron, mucho ha cambiado. El hermano, que nació en Estados Unidos, es arquitecto. El padre, quien presionó a sus hijos para que alcanzaran la excelencia y pensaran en grande, regresó a Ecuador. La madre subsiste como niñera para profesionales jóvenes en Wiliamsburg.
¿Y Daniela? Hace poco terminó la universidad y siguió estudiando para obtener una maestría en políticas públicas. Gracias a una decisión del gobierno de Obama, conocida como Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, obtuvo un permiso para trabajar y quedarse, y ahora trabaja para un grupo de políticas migratorias. Había comenzado a sentir que podía respirar tranquilamente.
Pero eso duró poco. Desde que Donald Trump se convirtió en presidente tras una campaña en la que los migrantes indocumentados fueron el centro de la controversia, los informes —y rumores— de arrestos en comunidades de migrantes la tienen inquieta.
“La mañana después de las elecciones estaba preparándome para el trabajo”, cuenta Daniela, de 29 años. “Rompí en llanto en el baño. Sabía que esto afectaría a mi familia y a nuestras comunidades”.
Ella y su familia, quienes hablaron con la condición de que no se identificaran sus nombres ni su vecindario, dicen que han percibido cambios entre los migrantes ecuatorianos de la ciudad. A la gente le preocupa salir y en ocasiones se alarma por los rumores infundados de requisas migratorias.
“La gente tiene miedo de las medidas que está tomando Trump”, dijo la madre con voz lenta y pausada. “Estamos en una situación en la que no sabes qué pasará. ¿Nos quedamos o hacemos nuestras maletas y nos regresamos? Hay un aire de inestabilidad. Todo el mundo está nervioso”.
Eso incluye a Daniela, cuyo futuro está en el limbo desde las elecciones. Su empleador le consiguió ayuda legal para ver si puede patrocinarla. Su madre le sugiere que se case con un ciudadano estadounidense, una propuesta que ella rechaza. En estos tiempos, no va a ponerse a hacer más planes a largo plazo, y mucho menos casarse.
Daniela aparenta confianza y calma. Usa el idioma con precisión y no se derrumba fácilmente. Como contadora ve más allá de las cifras, hacia las vidas humanas que afianzan la economía de la ciudad, donde mujeres como su madre permiten que los habitantes de clase media logren un equilibro entre la casa y la carrera.
“Mi madre está criando a los niños estadounidenses”, dijo. “Yo creo que los estadounidenses están conscientes de que los inmigrantes se encargan de recoger las cosechas, preparar los alimentos, criar a los niños y cuidar a los ancianos. Los inmigrantes hacen que esta ciudad funcione. Lo que este país está haciendo es muy hipócrita. Quieren contar con esta mano de obra barata, pero quieren mantenernos con miedo”.
La montaña rusa emocional en la que ha vivido desde que comenzó la presidencia de Trump tomó un nuevo giro recientemente, cuando el presidente dio pistas de que podría estar abierto a la implementación de un proceso de ciudadanía para los indocumentados. Aunque se le dio una gran cobertura a esa noticia, el presidente no mencionó esa posibilidad durante su discurso ante el congreso. Daniela se alarmó cuando leyó que habían arrestado a una inmigrante como ella después de expresarse abiertamente.
“No creo que nada que venga de la Casa Blanca sea confiable” dijo. “Washington está jugando con los sueños y la vida de mucha gente. Me he vuelto muy crítica y no creeré nada hasta que vea los documentos firmados. No me siento segura”.
Vive sus días sabiendo que debe estar preparada. Los abogados que ha consultado no son optimistas. Retrasó un viaje que tenía planeado para visitar a su padre en Ecuador y se ha empezado a preguntar si será el momento de regresar a este país.
“Un día me detuve a pensar en que mis padres eran incluso más jóvenes que yo cuando llegaron aquí”, dijo. “Mi madre llegó sin conocer el idioma ni ninguna otra cosa. Tomó ese riesgo, así que ¿por qué no podría yo tomar el riesgo y dejarlo todo? Tengo esa maravillosa arma que me dieron mis padres: mi educación. Uno se cansa de vivir con miedo y sentirse limitado. Tengo la bendición de una buena salud y educación. ¿Por qué no podría usarla para aprovechar todo mi potencial?”.
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