"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

jueves, 22 de junio de 2017

Otra pieza del rompecabezas

Luego de un arduo camino, abonado con la constancia de varias personas, tanto de Cuba como de Suecia, regresó a La Habana un fusil del Lugarteniente General, que el público podrá admirar a partir del 26 de junio, en el Palacio de los Capitanes Generales


El Winchester de Maceo se encontraba guardado en un museo en Suecia. A partir del próximo 26 de junio podrá verse en el Palacio de los Capitanes Generales. Fotos: Juvenal Balán

“Lograremos traer a la Patria lo que solo a ella pertenece”. Con esa certeza escribió unos meses atrás Eusebio Leal Spengler, historiador de la Ciudad de La Habana, a Francisco Florentino Graupera, embajador de Cuba en Suecia, en uno de los tantos mensajes cruzados entre ambos desde el instante en que se supo que en una pequeña ciudad de aquel país, ubicada a 90 kilómetros de Estocolmo, se hallaba un arma que había pertenecido a Antonio Maceo Grajales.

A partir de entonces comenzaron a llover de un tirón las preguntas acerca de tan extraordinario suceso: ¿Cómo llegó el fusil a ese lejano sitio? ¿Dónde y quién lo conservó durante este tiempo? ¿Qué lazos unieron a Maceo con Suecia? ¿Cómo lo encontraron?

Ahora que el Winchester, modelo 1873, está en el Palacio de los Capitanes Generales, en la Plaza de Armas del Centro Histórico de La Habana, Leal Spengler conversa con Granma sobre el camino andado para traerlo de regreso, gracias a la gentileza y constancia de varias personas, tanto de Cuba como de Suecia, y al empuje de este entrevistado ilustre que ha hecho del rescate de nuestra historia el destino de su vida.

“Esto nos llena de orgullo y demuestra que lo que parece imposible puede ser vencido con el respeto que inspira nuestro país”. Y agrega: “el fusil de Antonio Maceo allí era una curiosidad remota, pero para nosotros era una pieza más en el rompecabezas”.

Todo empezó cuando los artistas suecos Anders Rissing y su hijo Víktor, le hablaron al Historiador sobre el arma que se encontraba guardada en el Museo Municipal de la Ciudad de Eskiltsuna, sin que nadie allí lo supiera. Las buenas relaciones tendidas entre ellos durante años y la loable labor de los dos amigos de Cuba en la búsqueda de históricos vínculos de Suecia con la Isla, no dejaban razones para dudar de la veracidad del hecho.

Para Eusebio Leal el rescate del fusil de Maceo demuestra que lo que parece imposible puede ser vencido con el respeto que inspira nuestro país.

De inmediato, comenzaron las gestiones para hallar la pertenencia de Maceo y, claro está, traerla de vuelta. Resulta que el Winchester se hallaba entre 6 000 armas y otras piezas de guerra bien almacenadas desde hacía varios años en el Museo Municipal de la ciudad sueca, donde hasta finales del 2006 radicó el único Museo de Armas de Suecia. Después de su cierre, el armamento fue embalado, su documentación archivada y el personal que podía conocer de la existencia en el sitio del mencionado fusil había sido despedido.

En una petición formal, Leal Spengler escribió al señor Nils Mossberg, director del Museo de Eskiltsuna: “He conocido que usted, dada la importancia que para el pueblo cubano tendría recuperar tan hermoso recuerdo, está en disposición de donarlo al Museo de la Ciudad de La Habana, en cuyas salas se conservan las pocas piezas u objetos que pertenecieron a aquel héroe”.

“La causa de Cuba en el siglo XX gozó de popularidad en el reino de Suecia, y uno de los más destacados artistas de aquel tiempo, el pintor Herman Norman, realizó el único retrato para el que posó el Apóstol José Martí en New York, el cual también conservamos. Anticipadamente deseo agradecer vuestro admirable desinterés”.

Pero, ¿cómo llegó hasta un lugar tan distante el fusil del Titán de Bronce? Al respecto, cuenta el Historiador que cuando Maceo se exilió en Costa Rica, a principios de la década de 1890, se hizo amigo del sueco Ake Sjogren, un ingeniero de minas que laboraba por ese tiempo en “Costa Rica Pacific Gold Mine”, sitio ubicado en las cercanías de la colonia agrícola “Nicoya”, que había sido creada por Maceo, junto a sus hermanos José y Tomás, Flor Crombet y otros patriotas, con el doble propósito de garantizar un medio de vida a las decenas de familias cubanas expatriadas y, al mismo tiempo, facilitar la preparación para la lucha en la Patria avasallada.

Cuando era necesario llevar la producción de oro hasta el Banco de Puntarenas, Ake pedía ayuda a los fornidos cubanos para que le sirvieran de escoltas durante el trayecto. Así nació el vínculo entre ellos y, cuando en marzo de 1895, Maceo sale de Costa Rica con rumbo final hacia Cuba, le regala al ingeniero el moderno fusil, como una prueba de su amistad.

Sobre ese gesto, Leal Spengler apunta: “Sabemos las dificultades para la expedición, la escasez de dinero para comprar armas, pero ese desprendimiento tiene una explicación en el propio carácter del héroe. Para el historiador José Luciano Franco, él era extremadamente dadivoso con sus cosas. Y según palabras literales de Dulce María Loynaz, hija del general Enrique Loynaz del Castillo, Maceo no sabía ahorrar en centavos, cuestión que siempre le reprocharía el general Gómez”.

La conservadora Katia Cruz Rendón calificó de hermoso ejemplar al fusil de Antonio Maceo.

También pudiera pensarse ─—acota después—─ que el fusil perteneció al ingeniero sueco, que se lo entregó al amigo para el resguardo del oro y este al salir de Costa Rica lo devolvió a su dueño. “Sin embargo, la placa de plata incrustada en la culata del Winchester con el nombre de Maceo niega esa hipótesis”.

En este punto del relato continúan quedando cabos sueltos que mi entrevistado sigue atando. “Cuando Ake regresa a Suecia a finales de esa década, llevó consigo el preciado regalo, que le fue dejado en herencia a su hijo Gunnar Sjogren, en el año 1932”.

Se supo luego que Gunnar murió en 1979, pero le había manifestado a Lady Eva Wilson, su hija, el deseo de que el arma retornara a Cuba. Fue finalmente esa honorable señora quien, con extraordinaria bondad, donó el rifle.

A ella también escribió con urgencia el Historiador para mostrarle su agradecimiento: “Sin lugar a dudas, el regreso del arma a Cuba llenará un espacio privilegiado en el Museo de la Ciudad de La Habana, a la vez que devuelve una página perdida de la historia”.

Regresando al curso de la sui géneris narración, al heredar de su padre el Win­chester, Lady Wilson vivía en Inglaterra y para evitar las complicaciones con su transportación, decidió donarlo al antiguo Museo de Armas de Eskiltsuna, sitio donde, ya se sabe, fue ubicado por Anders y Víktor Rissing.

Sin embargo, los mayores desafíos co­menzarían a partir de entonces. Primero, y como buscando una aguja en un pajar, se halló el Winchester de Maceo entre aquellas miles de armas. Para ello Susanne Nickel, especialista del Museo, se unió a sus mejores archiveros y lograron rastrearla finalmente.

Después, hubo que localizar a la dueña, que radica en la Isla de Man, en el Reino Unido, para pedirle que aprobara la donación. Y más tarde vencer los trámites correspondientes para trasladarlo.

Los tropezones iniciales surgieron cuando algunas compañías encargadas de mover paquetes por todo el mundo objetaron la solicitud por tratarse de un arma de fuego. No fue hasta la mañana del 6 de mayo que “un correo diplomático de Cuba, con la debida autorización de las autoridades suecas, salió de Suecia, con el recuerdo imborrable de nuestro Ma­ceo”. Antes, la pieza fue exhibida por última vez en el lugar donde por años estuvo bien resguardada.

El hermoso ejemplar, como lo calificara la conservadora Katia Cruz Rendón con ese amor que delata al pasar su mano sobre el fusil, podrá ser admirado por el público a partir del próximo 26 de junio, en el Palacio de los Capitanes Generales. Allí estará junto a la espada de gala obsequiada al héroe cubano por el general del Ejército costarricense Pablo Quirós Jiménez, su machete, su puñal, sus yugos, su escarapela, su tabaquera; piezas todas de un rompecabezas que, poco a poco, va devolviéndonos la figura inmensa de Maceo, el hombre legendario que, a decir de Leal Spengler, “su solo nombre, sin otro título, obliga a inclinar la cabeza”.

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