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Me pregunto si, de interpretarse en el centro cinematográfico Fresa y Chocolate el pasado 27 de junio, la popular canción Timbirichi, del trovador Tony Ávila, dedicada a esos pequeños establecimientos instalados de cualquier manera y que actualmente venden “de todo” en cualquier parte, hubiera sintetizado los criterios esgrimidos allí y evitado reiteraciones o si, por el contrario, hubiera dado pie a un mayor número de críticas a la vertiente más desafortunada de los negocios privados en Cuba.
No obstante, especificó al inicio del debate el moderador, Rafael Betancourt, economista urbano y profesor del Colegio Universitario San Gerónimo, el objetivo de este Último Jueves de Temas –bajo el título de Paisajes urbanos: utilidad, necesidad y estética del sector privado- era sopesar tanto los impactos negativos como los positivos.
Para aquellos lectores con poco tiempo o paciencia, adelanto aquí algunas ideas esenciales esgrimidas durante la jornada: si bien se culpó a los cuentapropistas de afear el entorno, primó el criterio de que al improvisar ventas y servicios en áreas no adecuadas están siguiendo una práctica habitual en el sector estatal. El gobierno también es responsable de la situación por no hacer cumplir, a instituciones y a trabajadores privados, las más que suficientes regulaciones urbanísticas. Las fuerzas del orden público deben velar por ello. Mientras unos piensan que es demasiado tarde para revertir la situación, otros proponen educación ciudadana, inversiones económicas, una severa labor de aplicación y vigilancia de lo regulado, así como sancionar a los infractores y premiar a los defensores del urbanismo responsable, como medidas que, de manera conjunta, podrían revertir el actual panorama de las ciudades cubanas.
Primer round: herencia en declive, vicisitudes, desconciertos
Los panelistas comenzaron definiendo qué es el ambiente urbano construido y en qué medida la actividad económica incide sobre él. Martha Oneida Pérez, Jefa del Grupo de Investigaciones Aplicadas, del Plan Maestro de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, planteó que se trata de espacios donde el ser humano desarrolla su vida y busca satisfacer sus necesidades, a lo cual contribuye la actividad económica. Componen esos lugares las edificaciones, los sitios públicos donde compartir, recrearse; así como mobiliario y múltiples objetos esenciales para las diversas acciones que se efectúan en tales áreas. “Algunos traen ruido, contaminación, afectaciones a la accesibilidad”, comentó.
Según Yociel Marrero Báez, coordinador del Programa de medio ambiente, ciudad y consumo, de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, el entorno urbano construido “puede formar comportamientos sociales, al mismo tiempo propicia el armónico bienestar, la interrelación de las personas. Los elementos que lo conforman aportarían trabajo y valor en la medida en que la cadena socioeconómica funcione”.
Es lo mismo que ciudades, afirmó Nelson Herrera Isla, curador y crítico de arte, del Centro Wifredo Lam. Y ellas “están hechas para ubicar al individuo dentro de una estructura social”. A través de miles de años las urbes crecieron y se perfeccionaron gracias a reglamentos. Sin embargo, el orden “a veces se ha adulterado, violentado, y se ha creado un caos urbano, aunque los sujetos no estén conscientes de él. Las ciudades son reflejos fieles de la estructura social y económica; cuando no funcionan es porque hay graves problemas en la economía, la política, la sociedad. No importa si se trata de una capital o de un lugar periférico, alejado de los centros de poder”.
A partir del siglo XX surgen los planes de ordenamiento territorial y urbano que buscan organizar el uso del terreno de forma más racional, muchas veces con un carácter clasista, puntualizó Rafael Betancourt. Las actuales ciudades cubanas son “en parte la herencia de las erigidas antes de 1959” y durante cinco décadas han sufrido fuertes impactos. Los últimos veinte han sido muy agresivos, en especial con La Habana. ¿Qué complicaciones urbanas acompañan el crecimiento del sector privado?, preguntó el moderador. ¿Son adecuadas las regulaciones que tratan de ordenar ese uso del espacio?
Mientras él hablaba, en la pantalla frente al auditorio se mostraban fotografías (cortesía del arquitecto y urbanista Miguel Coyula) tomadas en plazas, bares, restaurantes, tiendas, calles, de distintas metrópolis del mundo, y de la capital de la Isla. Algunas imágenes calzaron a la perfección la siguiente respuesta de Martha Oneida Pérez: “Entre los inconvenientes está el fenómeno del comercio informal, cuando este ocupa los lugares públicos y no permite observar los elementos que componen el espacio urbano construido”. Además, dicho comercio conlleva ilegalidades, problemas de higiene, de insalubridad. Pero hay que reconocer que el sector privado contribuye a la diversificación de las ofertas y a acortar distancias entre los individuos y los productos y servicios que necesitan”, señaló la especialista.
La representante del Plan Maestro detalló las acciones de ordenamiento aplicadas por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana: “Existen regulaciones que autorizan la ubicación de ciertas actividades económicas en determinados áreas. Tenemos que evitar las aglomeraciones; por eso hay labores que se realizan en el entorno de ciertas calles y otras no. Los carretilleros tienen zonas asignadas. Otros reglamentos son válidos para toda la ciudad, no solo para el Centro Histórico; ellos indican, por ejemplo, cómo deben mantenerse las fachadas”. Si bien hay vecinos que solicitan el correspondiente permiso y orientaciones sobre las medidas que deben cumplir, muchos actúan de manera arbitraria. “Es un conflicto que todavía tenemos”, reconoció.
No hay que culpar de la “deformidad anatómica que está padeciendo La Habana” al sector privado, manifestó Yociel Marrero. Durante más de veinte años el arquitecto Mario Coyula y otros expertos han alertado sobre múltiples dificultades. El desarrollo urbano que se previó en los primeros años de la Revolución “fue un poco desplanificado; aunque siempre hubo un plan director de la ciudad, no se cumplió en su momento de manera estricta”. Por si no bastara, la ocupación de las áreas comunes ha sido una práctica desafortunada del sector estatal, sobre todo en la capital del país. A ella se sumó el privado, amparado en “la inoperancia de las regulaciones”. No por falta de leyes, sino por deficiente educación en ese sentido, insuficientes mecanismos de información, puesta en práctica y control.
El empleo incorrecto de portales, pasillos, parterres, garajes, paseos comunales, impide el llamado descanso apreciativo, o sea, poder contemplar las líneas urbanas, y provoca abigarramientos visuales. A la par, se produce “la timbirichización de la sociedad”, expresó Marrero. “Lo que más me preocupa, y ya se está sintiendo, es que se atimbiriche el comportamiento de los ciudadanos; cada vez es más difícil mantener una relación, una comunicación adecuada entre los individuos”.
De igual modo, le inquieta el impacto ambiental. Desde que se autorizaron los establecimientos privados se ha multiplicado el consumo de agua y electricidad. “Hay que educar para reorganizar el uso de los recursos naturales. Eso forma parte del comportamiento ciudadano y de no atimbiricharse”, reflexionó .
Ejemplos concretos de afectaciones a la visualidad en el ámbito urbano mencionó Nelson Herrera Isla: “Cualquier ciudad del país ha sufrido cambios, pero la capital es la más afectada. Incluso en La Habana Vieja hay una red de sombrillitas, arecas, árboles artificiales, mesas, sillas, que imposibilitan ver la arquitectura. Las del restaurante El Patio impiden hacer una buena foto de la Catedral. Cada vez es más difícil fotografiar la Plaza de Armas, debido a la venta de libros en caóticas estructuras de madera. Hay como una competencia entre el sector estatal y el privado para ver quién gana mayor cantidad de dinero y deforma más los lugares”.
Recalcó el panelista que “al abrirse las compuertas al sector privado salió un torrente que ha sobrepasado las expectativas” y actúa con extraordinaria violencia sobre la buena imagen de la urbe. Asimismo, cuestionó cómo el Estado cubano, que aparentemente controla todas las actividades de la nación, resulta incapaz de poner freno a ese desborde.
A continuación, desde el auditorio llovieron enjuiciamientos a procederes negativos y a la manera en que los organismos implicados en el tema lo han manejado. Las autoridades admiten la presencia de vendedores con ropas impropias, o casi sin ellas. Quien llenó las calles de timbiriches fue en primera instancia el sector estatal, al colocar contenedores habilitados como puntos de venta; y también que los mecanismos económicos conspiran contra la posibilidad de que los cuentapropistas intervengan en el entorno de modo más conveniente, se escuchó.
Lo que estamos viendo es la imagen de la pobreza –opinó un reconocido arquitecto-, las actividades por cuenta propia aprobadas no generan verdadera riqueza, sino la circulación del dinero existente. Tampoco las instituciones, salvo excepciones como la Oficina del Historiador, poseen recursos y personal competente. De esa manera resulta muy difícil hacer frente a carencias acumuladas durante veinticinco años, en los cuales se dejó de velar por los dilemas de las ciudades. Un conocedor de la actividad minera previno sobre la existencia en el reparto California, Lawton, Luyanó y otras barriadas habaneras, de un centenar de canteras –la mayoría abandonadas tras años de uso oficial- que son explotadas ilegalmente, por particulares vinculados de una u otra manera a la construcción; esto se ha incrementado en los últimos tiempos y entraña, amén de los daños al medioambiente y a la estética citadina, un serio peligro: el derrumbe de las viviendas erigidas en los bordes de las excavaciones.
Segundo round: mirando hacia adelante
Retomando ideas formuladas por el público, Nelson Herrera Isla comparó la Cuba de hoy con la de la colonia: “Hace 200 años se leían las ordenanzas enviadas por España y se decía: ‘se acatan pero no se cumplen’. Ahora está ocurriendo lo mismo”. El sector privado es como los niños, que presionan para ver hasta qué punto pueden hacer lo que desean. Enfrentar las problemáticas planteadas requiere aplicar las leyes, así como modelos urbanísticos de probada eficiencia en grandes capitales del orbe y que, empleados en la primera mitad del siglo pasado, hicieron progresar a La Habana, aconsejó.
Tras la solicitud de Rafael Betancourt: ¿cómo para maximizar los efectos positivos y disminuir los negativos del impacto del sector privado sobre el ámbito urbano?, Yociel Marrero propuso algunas vías. En primer lugar, los cubanos “tenemos que solidificar nuestra participación en los espacios formales como las rendiciones de cuenta de los delegados del Poder Popular. Crear y promover gremios profesionales, con éticas de trabajo y estatutos establecidos y respaldados. Ir a las pocas escuelas de oficios existentes y empezar a introducir esas éticas”. El propósito consiste en instruir a los albañiles y cultivadores de otros oficios que laboran dentro del sector privado.
“No es tarde para cambiar. En los años 20 del siglo pasado Nueva York dio un salto a partir del desarrollo socioeconómico, aunque era un gran desastre sanitario y urbano. Bogotá y otras muchas capitales igualmente lo hicieron, gracias a la combinación de fuertes inversiones financieras y la aplicación de buenas prácticas.”
En educar a la ciudadanía insistió Martha Oneida Pérez. “Las personas no dominan las reglamentaciones. Es un conocimiento que en cincuenta años no hemos tenido”. Además, apoyó a Marrero en lo relativo a la responsabilidad individual: “Cada vez que escucho debatir sobre este tema me pregunto qué ha hecho cada uno de nosotros –comienzo por incluirme-, cómo ha tratado de mover el estado de las cosas. Está bien utilizar los espacios oficiales de participación, pero también hay que actuar de manera personal. No podemos esperar a que nos llamen”.
Por su parte, Rafael Betancourt argumentó a favor de otras estrategias. Según él, disposiciones de carácter económico pueden ayudar al gobierno a incentivar el buen uso del ambiente urbano construido. Por ejemplo, reducir los impuestos a quienes contribuyan a su mejoramiento. Ya la Oficina del Historiador pensó en tal modalidad; al planificar la restauración de la Plaza del Cristo, ha previsto alquilar los espacios circundantes y que sean los empresarios los encargados de invertir en la rehabilitación de esos locales.
Ni el presente ni el futuro conocerán la prosperidad si la educación no va acompañada por el control y el castigo a los infractores de la ley, reiteraron varias personas cuando el micrófono retornó a la concurrencia. Bien lo sabe una arquitecta que lleva “treinta años haciendo regulaciones”. La prensa tiene que ser más activa y dar a conocer las dificultades. La sociedad civil puede ejercer un papel fiscalizador, pero eso implica recuperar la confianza en el poder del individuo para incidir en dificultades a las que en estos momentos no ve solución, se dijo.
Una investigadora que trabaja en la Universidad de La Habana expuso: “Puede dinamizarse la participación social si se actúa a nivel de barrios. ¿Por qué no hacer que en ellos el sector privado, además de satisfacer sus necesidades, sienta la responsabilidad social?”
Hoy existen buenos ejemplos de dueños de negocios privados interesados en vincularse a la comunidad, apoyar la gestión del Estado. Sin embargo, por lo general no saben cómo invertir en ella; de igual modo, los mecanismos existentes no lo propician, intervino Martha Oneida Pérez.
“Nada de lo que podemos discutir aquí se definirá si no se define el modelo económico de nuestro país –apuntó Nelson Herrera Isla-. No se puede avanzar con un modelo indeciso, caótico. Por otro lado, todas las propuestas hechas esta tarde me parecerían maravillosas si nuestras opiniones pudieran llegar a donde tienen que hacerlo. Ojalá reuniones como esta haya miles en el país, pero los criterios tienen que ser tomados en cuenta, porque de lo contrario los ciudadanos caen en el desestímulo y la falta de iniciativas”.
Pocas incertidumbres parece abrigar Rafael Betancourt acerca de las potencialidades de los cubanos, a juzgar por la anécdota con la que finalizó el encuentro: mientras ofrecía una conferencia a estudiantes norteamericanos, en el Colegio Universitario San Gerónimo, se fue la electricidad y a los pocos minutos tuvieron que abandonar el edificio por alarma de incendio. En ambos casos él buscó opciones que permitieran continuar impartiendo la materia. Terminaron recorriendo el centro histórico y dando la clase ante unas mesas ubicadas en la calle Aguiar, delante de una pizzería privada. Esa cuadra es hermosa, muy agradable, gracias a que vecinos y trabajadores por cuenta propia se han puesto de acuerdo para embellecerla e incorporarla a un proyecto social comunitario, denominado Santo Ángel por dentro. “Lo que no podemos es pararnos, hay que hallar alternativas. Los cubanos poseemos muchas reservas y de ellas podemos auxiliarnos”, concluyó.
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