Por: Paul Krugman
La rebaja de tipos por parte del Banco Central Europeo (BCE) ha ocasionado tremendas tensiones, con el Comité Ejecutivo dividido y numerosos economistas alemanes protestando. Como es habitual, gran parte de la polémica gira en torno a la percepción de que a esos vagos del sur de Europa la fiesta les está saliendo gratis.
Según un artículo publicado recientemente en Financial Times, “un comentario del redactor jefe de Economía del semanario económico WirtschaftsWoche calificó la decisión de decreto de una nueva Banca d’Italia con sede en Fráncfort”.
¿Por qué razón los italianos y demás no pueden ponerse manos a la obra igual que hicieron los alemanes?
Parece que los alemanes –tanto los economistas como la ciudadanía en general– siguen sin entender hasta qué punto el que Alemania lograse salir con éxito de su estancamiento de finales de los años noventa dependió de un cierto auge inflacionario en el sur de Europa. Y por eso tampoco se dan cuenta del alcance del daño que está causando su país al negarse a consentir niveles de inflación más altos en la zona euro.
Tras la creación del euro, Alemania se encontraba en condiciones de lograr un fuerte incremento de su competitividad sin deflación gracias a que España y otros países estuvieron dispuestos a aceptar una inflación muy por encima del 2%. Pero en la actualidad la zona euro tiene una tasa de inflación subyacente general inferior al 1%, lo que significa que en España la devaluación interna solo es posible a costa de una deflación devastadora.
En otras palabras, los alemanes no están pidiendo a los europeos del sur que los imiten. Les están exigiendo que lleven a cabo una proeza a la que Alemania jamás se tuvo que enfrentar y que difícilmente alguien ha logrado nunca.
Mario y los defensores de la austeridad
Solo una reflexión obvia que no sé si se ha hecho suficiente gente: la rebaja por sorpresa de los tipos de interés del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en la práctica es un rechazo del triunfalismo incipiente de los partidarios europeos de la austeridad a ultranza.
Los que siguen estos temas probablemente se hayan dado cuenta de que hace solo unas semanas, los partidarios de la austeridad –en particular el comisario europeo Olli Rehn, pero también otros muchos– acogían con entusiasmo los indicios de crecimiento económico minúsculo de este trimestre como una ratificación de sus políticas de los últimos cuatro años. Sí, fue una estupidez. Quiero decir que si me golpease a mi mismo en la cabeza una y otra vez y luego aflojase el ritmo del castigo, empezaría a sentirme mejor. ¿Significaría eso que golpearme la cabeza era bueno para mí?
Y sin embargo, así fue. Pero entonces el BCE dirigió su atención a otros indicadores más relevantes: el desempleo, que seguía en aumento, y la inflación subyacente, que estaba cayendo por debajo del 1% (Japón, aquí venimos).
Y las autoridades bancarias empezaron a preocuparse en serio.
Digámoslo así: el BCE no estaría recortando los tipos si pensase que Europa ya había doblado la esquina.
‘Keynesianismo’ armado, versión histórica
Hace poco escribí acerca de cómo en este momento Europa lo está haciendo peor – al menos en términos de producción industrial, y probablemente de producción en general – que durante la Gran Depresión. Mucha gente respondió que entonces las cosas eran diferentes, porque Europa se estaba rearmando. Vaya. ¿Y qué quieren decir con eso?
El gasto militar no tiene nada especial que lo convierta en un estímulo mejor que otros tipos de gasto. De hecho, ocurre lo contrario, ya que gastar en cosas útiles puede reforzar el potencial de la economía a largo plazo y darle un impulso a corto plazo. Así que cuando se atribuye la recuperación europea de los años treinta al gasto militar se está afirmando que lo que entonces necesitaba la economía era una política fiscal expansionista, y que la necesitaba tan desesperadamente que incluso el gasto destructivo tuvo un efecto positivo.
Esta vez, las buenas noticias son que tenemos paz; las malas, que los líderes europeos, a falta de incentivos para reforzar a sus ejércitos, han prestado oídos a los profetas de la austeridad y han recortado el gasto cuando debería estar aumentando. Y el resultado es una depresión en camino de ir a peor que la de los años treinta.
© 2013 The New York Times
Traducción de News Clips.
La rebaja de tipos por parte del Banco Central Europeo (BCE) ha ocasionado tremendas tensiones, con el Comité Ejecutivo dividido y numerosos economistas alemanes protestando. Como es habitual, gran parte de la polémica gira en torno a la percepción de que a esos vagos del sur de Europa la fiesta les está saliendo gratis.
Según un artículo publicado recientemente en Financial Times, “un comentario del redactor jefe de Economía del semanario económico WirtschaftsWoche calificó la decisión de decreto de una nueva Banca d’Italia con sede en Fráncfort”.
¿Por qué razón los italianos y demás no pueden ponerse manos a la obra igual que hicieron los alemanes?
Parece que los alemanes –tanto los economistas como la ciudadanía en general– siguen sin entender hasta qué punto el que Alemania lograse salir con éxito de su estancamiento de finales de los años noventa dependió de un cierto auge inflacionario en el sur de Europa. Y por eso tampoco se dan cuenta del alcance del daño que está causando su país al negarse a consentir niveles de inflación más altos en la zona euro.
Tras la creación del euro, Alemania se encontraba en condiciones de lograr un fuerte incremento de su competitividad sin deflación gracias a que España y otros países estuvieron dispuestos a aceptar una inflación muy por encima del 2%. Pero en la actualidad la zona euro tiene una tasa de inflación subyacente general inferior al 1%, lo que significa que en España la devaluación interna solo es posible a costa de una deflación devastadora.
En otras palabras, los alemanes no están pidiendo a los europeos del sur que los imiten. Les están exigiendo que lleven a cabo una proeza a la que Alemania jamás se tuvo que enfrentar y que difícilmente alguien ha logrado nunca.
Mario y los defensores de la austeridad
Solo una reflexión obvia que no sé si se ha hecho suficiente gente: la rebaja por sorpresa de los tipos de interés del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en la práctica es un rechazo del triunfalismo incipiente de los partidarios europeos de la austeridad a ultranza.
Los que siguen estos temas probablemente se hayan dado cuenta de que hace solo unas semanas, los partidarios de la austeridad –en particular el comisario europeo Olli Rehn, pero también otros muchos– acogían con entusiasmo los indicios de crecimiento económico minúsculo de este trimestre como una ratificación de sus políticas de los últimos cuatro años. Sí, fue una estupidez. Quiero decir que si me golpease a mi mismo en la cabeza una y otra vez y luego aflojase el ritmo del castigo, empezaría a sentirme mejor. ¿Significaría eso que golpearme la cabeza era bueno para mí?
Y sin embargo, así fue. Pero entonces el BCE dirigió su atención a otros indicadores más relevantes: el desempleo, que seguía en aumento, y la inflación subyacente, que estaba cayendo por debajo del 1% (Japón, aquí venimos).
Y las autoridades bancarias empezaron a preocuparse en serio.
Digámoslo así: el BCE no estaría recortando los tipos si pensase que Europa ya había doblado la esquina.
‘Keynesianismo’ armado, versión histórica
Hace poco escribí acerca de cómo en este momento Europa lo está haciendo peor – al menos en términos de producción industrial, y probablemente de producción en general – que durante la Gran Depresión. Mucha gente respondió que entonces las cosas eran diferentes, porque Europa se estaba rearmando. Vaya. ¿Y qué quieren decir con eso?
El gasto militar no tiene nada especial que lo convierta en un estímulo mejor que otros tipos de gasto. De hecho, ocurre lo contrario, ya que gastar en cosas útiles puede reforzar el potencial de la economía a largo plazo y darle un impulso a corto plazo. Así que cuando se atribuye la recuperación europea de los años treinta al gasto militar se está afirmando que lo que entonces necesitaba la economía era una política fiscal expansionista, y que la necesitaba tan desesperadamente que incluso el gasto destructivo tuvo un efecto positivo.
Esta vez, las buenas noticias son que tenemos paz; las malas, que los líderes europeos, a falta de incentivos para reforzar a sus ejércitos, han prestado oídos a los profetas de la austeridad y han recortado el gasto cuando debería estar aumentando. Y el resultado es una depresión en camino de ir a peor que la de los años treinta.
© 2013 The New York Times
Traducción de News Clips.
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