Por LILY POUPÉE
Cuando Martín Cooper hizo la primera llamada desde un teléfono inalámbrico en público, el 3 de abril de 1973, estaba lejos de imaginar el particular modo en que su invento modificaría la vida de muchas personas. Está claro que en el mundo se utilizan cada vez más esos modernos aparatos en sustitución de los teléfonos fijos.
Vemos en películas, seriales, programas publicitarios y otros soportes audiovisuales, cómo los protagonistas conversan, discuten, llegan a acuerdos comerciales, se reconcilian, se amenazan, se enamoran y hasta salvan la vida utilizando un aparatico que cada vez es más pequeño y se puede llevar en un bolsillo, en la cartera, o incluso dentro de la oreja.
Y que, además de permitir diálogos, en la actualidad, gracias a la cuarta generación de equipos o 4G, funciona como muchas otras cosas a la vez: es cámara digital para fotos, para filmar, para recibir señales televisivas; es capaz de grabar y reproducir música, de avisar que ha llegado un mensaje vía Internet desde otro equipo que está lejísimo de allí, y al instante se puede responder y, en fin, todo un universo de facilidades se ha abierto con este tipo de comunicación social.
En algunos lugares le llaman “telefonino”, en otros “celular” y nosotros, que aunque formamos parte del mismo planeta somos algo diferentes al resto de los demás, les llamamos móviles. Pero los usamos de distinta manera. Hasta en eso nos distinguimos.
El altísimo costo de los teléfonos móviles en Cuba explica que todavía la mayoría no disponga de ellos. No sólo el equipo es caro, sino también la llamada tarjeta sim o “línea”, a lo que se agrega la recarga que debe depositarse cada cierto tiempo, so pena de perderlo todo. Esto explica que continuemos dependiendo de los teléfonos que se diseñaron originalmente a partir del gran invento de Graham Bell (o más bien del italiano Meucci).
Es cierto que ya no usamos los discos perforados que daban vueltas según los números que deseáramos. No, hemos avanzado. Ahora tenemos aparatos con teclas. Y la posibilidad de marcar “redial” para no volver a apretar los mismos circulitos abultados.
Aunque algunos usuarios (somos considerados así por la compañía telefónica) dispongan de aditamentos que permitan mayores avances aun, como el identificador de llamada, la charla entre tres, la espera de otro timbrazo entrante y el contestador automático, el cual, por cierto siempre responde con una misma voz excesivamente catalana que nos dice siempre lo mismo. La inmensa mayoría de nosotros se ha quedado varada en el tiempo en cuanto a la tecnología telefónica.
No entraré en el detalle de unos cables llamados “pares” que se necesitan anclados a un poste de madera para instalar un equipo tradicional, porque nos alejaría del tema. Lo cierto es que nosotros usamos los móviles no precisamente para lo que fueron inventados, sino más bien como localizadores.
Si recibimos una llamada proveniente de alguien que conocemos, apagamos inmediatamente el equipo y corremos tras la búsqueda y captura de un teléfono fijo. Somos así de apegados a las antiguas costumbres. Nos gusta lo clásico. Marcamos el número de la persona que nos llamó, y le decimos: ¿qué pasa?
Pero si vemos en la pantallita de nuestro móvil un número desconocido, ahí mismo murió la flor de la posibilidad de hacer nuevas amistades. Porque no se puede gastar sin saber quién llama ni qué quiere. Es un equivocado, pensamos, y seguimos tan campantes.
A pesar de que algunas modalidades ahorrativas se han implantado, como el mecanismo por el cual “el que llama, paga”, nosotros solemos ser mitad incrédulos y mitad lentos para el aprendizaje de los adelantos. Y continuamos con la idea de que cada minuto de conversación representa una bandeja de picadillo o dos paquetes de papel sanitario, sin importar de dónde procede el reclamo de atención que nos llega, ni a quién se le está agrietando el bolsillo. Nuestros móviles, más que teléfonos para conversar, son beepers.
La forma en que guardamos a los considerados “contactos”, que no son más que los nombres y los números que nos interesan, merece comentario aparte. Como también el espacio es limitado, no es posible que esta moderna libreta de teléfonos contenga datos esclarecedores como Adelina de las Mercedes la que hace panetelas, o Agustín Salustiano el que consigue lámparas de luz fría ni mucho menos Marcelina la repasadora de química, ni Jean Paul el que antes se llamaba Bernardino y ahora se cambió para Jean Paul y vende croquetas de jurel. No.
Nuestros contactos parecen escritos en Morse. Es la guía telefónica minimalista del mercado subterráneo, del mundo underground a lo Western Union. Por ejemplo: Chicho Puerco, Ernesto Queso, María Historia, José Langosta, Cary Uñas, etc.
La mensajería también es peculiar. Porque cada letra cuesta. Y aprendemos un nuevo código con la ayuda de nuestros hijos, verdaderos innovadores del lenguaje. Ya no bastan las reducciones de OK, T spero, bs en lugar de Está bien, te espero y te mando besos. También se colocan de lado o de cabeza símbolos como dos puntos, coma y puntos suspensivos de forma que dibujan caritas que expresan alegría, sorpresa o tristeza.
A veces demoramos más en decodificar esos mensajes gráficos que el tiempo que consumiríamos en una llamada real, pero como nos cuesta menos dinero se lleva a cabo el esfuerzo.
Otro detalle nos hace peculiares en el uso de la telefonía moderna. Los menores de 18 años no pueden ser los dueños oficiales de los móviles que usan. Resulta un hecho curioso, porque es precisamente para ellos que hacemos el sacrificio de comprar dichos aparatos, en aras de tenerlos más o menos localizados.
A los padres nos da cierta tranquilidad escuchar la voz o recibir el mensaje de nuestros adolescentes a las 3 de la madrugada, diciéndonos por ejemplo Stoy G, con lo cual inferimos que la están pasando bien, no han sido víctimas de ningún robo y se encuentran en la calle G o Avenida de los Presidentes, aunque en realidad estén detrás de un matorral en Canasí o llegando a la Villa Panamericana. No hay forma de saber si mienten o no, pero nos quedamos en paz.
Al no permitírseles inscribir con sus nombres el móvil que les hemos comprado, se hace necesario recurrir a los nuestros, y si se tienen más de dos hijos, o sea, si ya se ha utilizado el nombre de la mamá y del papá, entonces hay que echar mano a otro adulto que se preste a la maniobra de registrar como propio el móvil que usarán los jóvenes de la familia. De tal suerte, sucede que se confunde quién es el propietario legal de cada móvil.
Esto carecería de importancia porque, después de todo, en las familias casi nadie recuerda a nombre de quién está el ventilador de la sala, ni dónde se guarda la propiedad del último fogón que se compró, pero en el momento en que vamos a depositar dinero para mantener el uso de los móviles de los muchachos, la operadora de turno, antes de aceptar la recarga monetaria al número que le indicamos, nos mira inquisitorialmente y nos pregunta ¿A nombre de quién está este teléfono?
Es cuando nos percatamos del descuido de no llevar anotado, por ejemplo: abuelo Raimundo es el dueño del móvil de Yurisleidy, tía Mercedes es la que aparece como propietaria del de Usmail, el móvil de Yhasmani fue inscrito con el nombre de Madrina, y otras variantes por el estilo.
A saber qué importa ese dato si estamos engrosando las arcas del país, y contribuyendo a la recaudación del dinero circulante. Preguntas que no hacemos, porque la operadora sería incapaz de responder.
Tampoco entendemos del todo las ofertas que anuncia ETECSA a cada rato y de forma insistente. Consisten en que si se depositan en el móvil 20 CUCs o más, de tal fecha a tal otra, se recibe el doble de la cantidad. Sabemos las causas que explican que esta medida sea para estimular la recarga desde el exterior del país. Es obvio que el dinero sería en ese caso constante y sonante, dinero respaldado y de verdad.
El esfuerzo que realizamos los cubanos de acá en enamorar a los cubanos de allá para que realicen dicha operación no lo imagina ni el Dios de las comunicaciones.
Un mes le pedimos a la amiga de la secundaria que emigró, el favor de que nos haga la recarga porque tío Pancracio está enfermo en Cuatro Palmas y necesitamos saber de él con frecuencia. Dos meses más tarde le pedimos lo mismo a ese novio del Pre que dice que no nos olvida. Más adelante a una prima. Luego al sobrino que ayudamos a criar. Al próximo mes le toca al hijo de un conocido que una vez ofreció ayuda. Y al cabo de un semestre, cuando vuelve el momento de la oferta, comenzamos la rotación de los mismos nombres.
Debemos memorizar la lista de cooperadores y variar las razones del pedido, porque ni Pancracio será eterno, ni a los demás puede importarles tanto su enfermedad.
Lo que no entiendo del todo es por qué no se promueve ese tipo de recarga doble desde el interior del país, desde el corazón mismo de nuestra compañía telefónica.
No tendría el mismo valor económico, ya se sabe, porque el depósito sería en esa moneda híbrida entre lo que vale muy poco y no vale nada, pero igual ayudaría a recaudar fondos para el país y, a la vez que nos estimule, nos ahorraría la conquista de uno de afuera, reduciría la frecuencia de la rotación de nombres y motivos ya explicados.
Ese día llegará. No puede ser que las siglas de nuestra compañía telefónica signifiquen de veras lo que dicta el choteador cubano, según el cual ETECSA quiere decir Estamos Tratando de Establecer Comunicaciones Sin Apuro. No, es una falta de respeto semejante chiste. En realidad, ellos nos están facilitando la existencia, ¿verdad que sí?
Cuando Martín Cooper hizo la primera llamada desde un teléfono inalámbrico en público, el 3 de abril de 1973, estaba lejos de imaginar el particular modo en que su invento modificaría la vida de muchas personas. Está claro que en el mundo se utilizan cada vez más esos modernos aparatos en sustitución de los teléfonos fijos.
Vemos en películas, seriales, programas publicitarios y otros soportes audiovisuales, cómo los protagonistas conversan, discuten, llegan a acuerdos comerciales, se reconcilian, se amenazan, se enamoran y hasta salvan la vida utilizando un aparatico que cada vez es más pequeño y se puede llevar en un bolsillo, en la cartera, o incluso dentro de la oreja.
Y que, además de permitir diálogos, en la actualidad, gracias a la cuarta generación de equipos o 4G, funciona como muchas otras cosas a la vez: es cámara digital para fotos, para filmar, para recibir señales televisivas; es capaz de grabar y reproducir música, de avisar que ha llegado un mensaje vía Internet desde otro equipo que está lejísimo de allí, y al instante se puede responder y, en fin, todo un universo de facilidades se ha abierto con este tipo de comunicación social.
En algunos lugares le llaman “telefonino”, en otros “celular” y nosotros, que aunque formamos parte del mismo planeta somos algo diferentes al resto de los demás, les llamamos móviles. Pero los usamos de distinta manera. Hasta en eso nos distinguimos.
El altísimo costo de los teléfonos móviles en Cuba explica que todavía la mayoría no disponga de ellos. No sólo el equipo es caro, sino también la llamada tarjeta sim o “línea”, a lo que se agrega la recarga que debe depositarse cada cierto tiempo, so pena de perderlo todo. Esto explica que continuemos dependiendo de los teléfonos que se diseñaron originalmente a partir del gran invento de Graham Bell (o más bien del italiano Meucci).
Es cierto que ya no usamos los discos perforados que daban vueltas según los números que deseáramos. No, hemos avanzado. Ahora tenemos aparatos con teclas. Y la posibilidad de marcar “redial” para no volver a apretar los mismos circulitos abultados.
Aunque algunos usuarios (somos considerados así por la compañía telefónica) dispongan de aditamentos que permitan mayores avances aun, como el identificador de llamada, la charla entre tres, la espera de otro timbrazo entrante y el contestador automático, el cual, por cierto siempre responde con una misma voz excesivamente catalana que nos dice siempre lo mismo. La inmensa mayoría de nosotros se ha quedado varada en el tiempo en cuanto a la tecnología telefónica.
No entraré en el detalle de unos cables llamados “pares” que se necesitan anclados a un poste de madera para instalar un equipo tradicional, porque nos alejaría del tema. Lo cierto es que nosotros usamos los móviles no precisamente para lo que fueron inventados, sino más bien como localizadores.
Si recibimos una llamada proveniente de alguien que conocemos, apagamos inmediatamente el equipo y corremos tras la búsqueda y captura de un teléfono fijo. Somos así de apegados a las antiguas costumbres. Nos gusta lo clásico. Marcamos el número de la persona que nos llamó, y le decimos: ¿qué pasa?
Pero si vemos en la pantallita de nuestro móvil un número desconocido, ahí mismo murió la flor de la posibilidad de hacer nuevas amistades. Porque no se puede gastar sin saber quién llama ni qué quiere. Es un equivocado, pensamos, y seguimos tan campantes.
A pesar de que algunas modalidades ahorrativas se han implantado, como el mecanismo por el cual “el que llama, paga”, nosotros solemos ser mitad incrédulos y mitad lentos para el aprendizaje de los adelantos. Y continuamos con la idea de que cada minuto de conversación representa una bandeja de picadillo o dos paquetes de papel sanitario, sin importar de dónde procede el reclamo de atención que nos llega, ni a quién se le está agrietando el bolsillo. Nuestros móviles, más que teléfonos para conversar, son beepers.
La forma en que guardamos a los considerados “contactos”, que no son más que los nombres y los números que nos interesan, merece comentario aparte. Como también el espacio es limitado, no es posible que esta moderna libreta de teléfonos contenga datos esclarecedores como Adelina de las Mercedes la que hace panetelas, o Agustín Salustiano el que consigue lámparas de luz fría ni mucho menos Marcelina la repasadora de química, ni Jean Paul el que antes se llamaba Bernardino y ahora se cambió para Jean Paul y vende croquetas de jurel. No.
Nuestros contactos parecen escritos en Morse. Es la guía telefónica minimalista del mercado subterráneo, del mundo underground a lo Western Union. Por ejemplo: Chicho Puerco, Ernesto Queso, María Historia, José Langosta, Cary Uñas, etc.
La mensajería también es peculiar. Porque cada letra cuesta. Y aprendemos un nuevo código con la ayuda de nuestros hijos, verdaderos innovadores del lenguaje. Ya no bastan las reducciones de OK, T spero, bs en lugar de Está bien, te espero y te mando besos. También se colocan de lado o de cabeza símbolos como dos puntos, coma y puntos suspensivos de forma que dibujan caritas que expresan alegría, sorpresa o tristeza.
A veces demoramos más en decodificar esos mensajes gráficos que el tiempo que consumiríamos en una llamada real, pero como nos cuesta menos dinero se lleva a cabo el esfuerzo.
Otro detalle nos hace peculiares en el uso de la telefonía moderna. Los menores de 18 años no pueden ser los dueños oficiales de los móviles que usan. Resulta un hecho curioso, porque es precisamente para ellos que hacemos el sacrificio de comprar dichos aparatos, en aras de tenerlos más o menos localizados.
A los padres nos da cierta tranquilidad escuchar la voz o recibir el mensaje de nuestros adolescentes a las 3 de la madrugada, diciéndonos por ejemplo Stoy G, con lo cual inferimos que la están pasando bien, no han sido víctimas de ningún robo y se encuentran en la calle G o Avenida de los Presidentes, aunque en realidad estén detrás de un matorral en Canasí o llegando a la Villa Panamericana. No hay forma de saber si mienten o no, pero nos quedamos en paz.
Al no permitírseles inscribir con sus nombres el móvil que les hemos comprado, se hace necesario recurrir a los nuestros, y si se tienen más de dos hijos, o sea, si ya se ha utilizado el nombre de la mamá y del papá, entonces hay que echar mano a otro adulto que se preste a la maniobra de registrar como propio el móvil que usarán los jóvenes de la familia. De tal suerte, sucede que se confunde quién es el propietario legal de cada móvil.
Esto carecería de importancia porque, después de todo, en las familias casi nadie recuerda a nombre de quién está el ventilador de la sala, ni dónde se guarda la propiedad del último fogón que se compró, pero en el momento en que vamos a depositar dinero para mantener el uso de los móviles de los muchachos, la operadora de turno, antes de aceptar la recarga monetaria al número que le indicamos, nos mira inquisitorialmente y nos pregunta ¿A nombre de quién está este teléfono?
Es cuando nos percatamos del descuido de no llevar anotado, por ejemplo: abuelo Raimundo es el dueño del móvil de Yurisleidy, tía Mercedes es la que aparece como propietaria del de Usmail, el móvil de Yhasmani fue inscrito con el nombre de Madrina, y otras variantes por el estilo.
A saber qué importa ese dato si estamos engrosando las arcas del país, y contribuyendo a la recaudación del dinero circulante. Preguntas que no hacemos, porque la operadora sería incapaz de responder.
Tampoco entendemos del todo las ofertas que anuncia ETECSA a cada rato y de forma insistente. Consisten en que si se depositan en el móvil 20 CUCs o más, de tal fecha a tal otra, se recibe el doble de la cantidad. Sabemos las causas que explican que esta medida sea para estimular la recarga desde el exterior del país. Es obvio que el dinero sería en ese caso constante y sonante, dinero respaldado y de verdad.
El esfuerzo que realizamos los cubanos de acá en enamorar a los cubanos de allá para que realicen dicha operación no lo imagina ni el Dios de las comunicaciones.
Un mes le pedimos a la amiga de la secundaria que emigró, el favor de que nos haga la recarga porque tío Pancracio está enfermo en Cuatro Palmas y necesitamos saber de él con frecuencia. Dos meses más tarde le pedimos lo mismo a ese novio del Pre que dice que no nos olvida. Más adelante a una prima. Luego al sobrino que ayudamos a criar. Al próximo mes le toca al hijo de un conocido que una vez ofreció ayuda. Y al cabo de un semestre, cuando vuelve el momento de la oferta, comenzamos la rotación de los mismos nombres.
Debemos memorizar la lista de cooperadores y variar las razones del pedido, porque ni Pancracio será eterno, ni a los demás puede importarles tanto su enfermedad.
Lo que no entiendo del todo es por qué no se promueve ese tipo de recarga doble desde el interior del país, desde el corazón mismo de nuestra compañía telefónica.
No tendría el mismo valor económico, ya se sabe, porque el depósito sería en esa moneda híbrida entre lo que vale muy poco y no vale nada, pero igual ayudaría a recaudar fondos para el país y, a la vez que nos estimule, nos ahorraría la conquista de uno de afuera, reduciría la frecuencia de la rotación de nombres y motivos ya explicados.
Ese día llegará. No puede ser que las siglas de nuestra compañía telefónica signifiquen de veras lo que dicta el choteador cubano, según el cual ETECSA quiere decir Estamos Tratando de Establecer Comunicaciones Sin Apuro. No, es una falta de respeto semejante chiste. En realidad, ellos nos están facilitando la existencia, ¿verdad que sí?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar