Enrique Ubieta Gómez, investigador, periodista y ensayista cubano, conversó con Cubasí sobre Cultura, lo que él considera el «arma secreta» de todo sistema.
Cuba se ha vuelto polémica por estos días. Las actualizaciones económicas, las prisas y las pausas, las críticas y defensas que los recientes cambios provocan, son temas recurrentes en las calles de la isla.
Ubieta, autor de varios libros como “Cuba: ¿revolución o reforma?”, “Venezuela Rebelde. Solidaridad Vs. Dinero”, “Utopía rearmada” y director de la revista mensual “La calle del medio”, considera necesaria la nueva política económica iniciada en Cuba, pero nos advierte sobre la importancia de profundizar en una cultura del ser como única alternativa al capitalismo global dominante.
Para disipar posibles confusiones en la izquierda y la derecha sobre la Cuba de hoy, el también filósofo y bloguero cubano, concedió esta entrevista en exclusiva para CubaSi.
—En medio del proceso de actualización económica en el que estamos inmersos, usted propone en su libro Cuba: ¿revolución o reforma? cambios desde la cultura. ¿Es ese el verdadero campo de batalla?
—No se puede construir una cultura alternativa a la capitalista sin una base material que la respalde. Eso es lo que nos hace dependientes, en estos momentos, de la cultura global. En tanto el modo de producción que impere en el mundo sea el capitalista, la cultura que predominará será la del capitalismo, la cultura del tener, no la del ser, la cultura del consumismo y no la del consumo.
Cuba forma parte del mundo, por lo tanto, la cultura universal nos invade y penetra por muchas vías diferentes. Ahora, ¿cómo empezar a construir una cultura alternativa?, ello solo es posible desde la contracultura que el propio capitalismo genera y desde la cultura tradicional popular que viene acumulándose a lo largo de los siglos en cada pueblo. Ambas actúan como formas de contracultura o de cultura alternativa, pero todavía de manera incipiente. Hay que desarrollar y construir una cultura del ser, pero esta necesita a su vez de una base material en la que sustentarse.
Creo que la cultura es lo más importante, porque el triunfo del socialismo sobre el capitalismo, o es un triunfo cultural, o no es. O triunfa desde la cultura, e impone una manera diferente de entender la felicidad individual, las relaciones entre las personas, la solidaridad, o sencillamente, fracasa. No basta con que los medios fundamentales de producción sean del pueblo para que esa cultura se genere.
—¿Por qué prefiere referirse a la cultura y no a la ideología?
—Bueno, primero porque creo que el concepto de cultura es mucho más abarcador e incluye otras dimensiones. Hay diversas interpretaciones del concepto de ideología, algunas muy peyorativas. Marx la usó en un momento determinado como falsa conciencia, pero aun usándola en otros sentidos, creo que de lo que se trata es de algo que incluye y trasciende el concepto mismo de ideología y de política. Es decir, no se trata solo de la toma del poder, no es solo el tema de una doctrina, que puede ser el marxismo, por ejemplo, que impere en la sociedad, o de una doctrina materialista, es mucho más que eso: es una concepción nueva de la vida, que es lo que a mi modo de ver el Che trataba de señalar cuando se refería al hombre nuevo, él no hablaba de una persona concreta, sino de una cultura nueva, que debe y puede identificar al socialismo.
—Usted suele repetir que la sociedad socialista ideal es en la que el ser signifique más que el tener. ¿Qué representa el «ser»? ¿Cuán lejos estamos de lograr esa meta?
—No quiero construir la imagen de un ser inalcanzable para todos, no se trata de que seas una gran médico, una gran profesional, una gran escritora, o una gran deportista, no se trata de eso. Tampoco de que sea malo tener un buen carro o dinero, sobre todo si es resultado de tu trabajo, de tu esfuerzo o de tu talento –ojo: la acumulación originaria del capital, que es más que tener dinero, siempre está asociada a la explotación del hombre por el hombre–, todo lo contrario; pero que esas cosas no determinen el valor social de una persona. Me refiero simplemente a que la sociedad reconozca en primer lugar tus valores más sencillos, más humanos. Eso es lo que yo llamo cultura del ser. Porque la cultura del tener no se interesa por el origen de lo que acumulas.
La humanidad está lejos todavía de lograr esa meta, pero no es imposible; dentro de esta sociedad en la que ahora mismo vivimos, se producen ya relaciones de ese tipo, esas formas de vida; no son sueños, no es una hipótesis de ciencia-ficción. Pero para que eso adquiera permanencia, para que se instale como identidad colectiva, tiene que existir una base material que la respalde, y ahí es donde viene el tema de qué es lo primero, si lo económico o lo cultural: sin lo económico no puede existir esa cultura, pero sin la cultura no triunfa el socialismo, no existe el socialismo.
—En el artículo «*Cultura, contracultura y poder», usted subrayó: «Tenemos que aprender a divertirnos, incorporar la dosis de frivolidad que toda vida humana requiere, sin renunciar a la razón». Según esta tesis, ¿el socialismo es aburrido?
—El socialismo ha sido aburrido a veces. Este sistema necesita del saber, requiere analizarlo todo, porque se construye conscientemente. Eso hace que a veces se torne o parezca más aburrido.
El capitalismo es lo contrario, necesita que pienses lo menos posible, que cedas tu derecho a valorar las cosas y te concentres en tu ascenso individual-material. Te puede llevar a que por las mañanas leas el periódico o veas el discurso de un político en la televisión y de una manera muy ingenua aceptes lo que se te diga. Es muy fácil para el capitalismo enamorar desde las imágenes, desde la posibilidad, en la práctica nunca satisfecha, pero mantenida como ilusión, de que alguna vez puedas convertirte en millonaria e incluirte en el estrellato social “de los que tienen”. El mito capitalista de Cenicienta. La propaganda contra Cuba y la propaganda que intenta desviar a los jóvenes del socialismo, hace un énfasis especial en esa posibilidad. Quieren convencer a los jóvenes, por ejemplo, de que los años 50 fueron años de fiesta en Cuba, de diversión, y “traducen” de manera literal la frase de la canción de Carlos Puebla –que posee un significado diferente, lo sabemos– para definir la década siguiente: «llegó el Comandante y mandó a parar, se acabó la diversión», para sugerir que a partir de entonces, todo fue muy aburrido. Algo que es absolutamente falso, porque la generación de jóvenes que vivió los años 60 fue probablemente la más alegre y feliz de la historia de Cuba.
—¿Qué diferencia existe entre cambio, actualización y reforma?
—Suelen hablar de los Lineamientos como de una actualización del modelo económico, y no de una reforma. Creo que se emplea la palabra actualización por dos razones importantes: primero, para enfatizar que la esencia sigue siendo la misma, que sigue existiendo la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción, que sigue existiendo el socialismo como base del sistema, y que se actualiza en el sentido de que se buscan otras formas de participación individual que posibiliten que el Estado pueda cumplir de una manera más eficaz con sus responsabilidades sociales, en el contexto de una economía y de una política globales especialmente hostiles.
Otra manera de entenderlo es que se evita hablar de reforma porque ese concepto tiende erróneamente a asociarse al de reformismo, pero yo quiero insistir en que los revolucionarios podemos hacer reformas, de hecho, en los años de mayor fervor revolucionario, implementamos dos Reformas Agrarias y una Reforma Urbana, por ejemplo, y ello no significó que fuésemos reformistas. El reformismo es una manera de entender y de enfrentar la realidad absolutamente opuesta a la del revolucionario, porque expresa una relación de desconfianza hacia las masas y a la capacidad de saltar a formas superiores de vida o de organización social, tiende a aceptar los consensos actuales y las realidades inmediatas como las únicas posibles. Martí decía que el reformismo «insecteaba por lo concreto» y que el revolucionario tenía que saltar sobre lo imposible. Es la frase que quedó grabada en una pared del París de 1968: «seamos realistas, hagamos lo imposible», eso significa ser revolucionario. Un revolucionario tiene que tener fe en las masas y en la posibilidad del salto, tiene que sentir como propia la injusticia, no importa el lugar del mundo donde ocurra y luchar por su erradicación, y es alguien que se esfuerza por solucionar los problemas desde la raíz y no se conforma con podar las hojas del árbol.
—La llamada «cultura occidental» impone sus héroes de efectos especiales sobre los de carne y hueso. ¿Por qué muchos de los grandes hombres del continente permanecen bajo la sombra de Batman y Supermán?
—Bueno, porque la industria del entretenimiento tiene una Meca. Cuando hablo de la industria del entretenimiento, me estoy refiriendo al departamento ideológico del capitalismo, encargado de reproducir sus valores. Para los Estados Unidos es vital, fíjate que ellos han hecho mucho énfasis en la cultura del entretenimiento. Cuando se habla del “sueño americano”, se habla del sueño del capitalismo. Hollywood representa eso.
Ellos no operan con héroes de carne y hueso, porque son siempre muy problemáticos si están vivos, y pueden exigir justicia y asumir sus liderazgos. Eso pasó, por cierto, con los bomberos del 11 de septiembre, que se convirtieron en héroes, pero de pronto hicieron una huelga por mejoras salariales y entonces tuvieron que sacarlos de la televisión, y desaparecerlos como referentes sociales.
Ahora, ¿con qué operan?, con superhéroes con dos características esenciales. Una, no son imitables. Nadie puede decir: yo quiero ser como Superman; puede decir, eso sí, yo quiero ser como el Che, seré como el Che, pero no como Superman, porque no tiene sentido.
Dos, no son revolucionarios, son reformistas. Los superhéroes no salen al mundo para transformar la sociedad, sino para mantener el orden; para asesinar el problema, no para sanar su raíz.
En nuestro país podemos hacer muchas cosas, escoger mejor, por ejemplo, lo que exhibimos en la televisión, se puede tratar de hacer, con el poco dinero que tenemos –porque no somos Brasil–, de hacer más seriales para la televisión o películas, las películas que necesitamos nosotros y no las películas que necesita el inversor extranjero, que promueve cierto cine en Cuba que en lugar de defendernos, nos destruye. Pero lo fundamental que debemos hacer es crear una cultura crítica en la población que la capacite para que pueda discernir los diferentes mensajes ocultos.
—En sus viajes por Centroamérica, Venezuela presenció el trabajo de los médicos internacionalistas, y dejó plasmadas sus impresiones en su libro "Venezuela Rebelde. Solidaridad Vs. Dinero". ¿Cómo explica que en nuestro país se proyecten seriales estadounidenses, como Grey´s Anatomy, Dr. House, Prácticas privadas, entre otros, y ninguna producción nacional sobre los galenos cubanos?
—Primero hay que reconocer de forma autocrítica que no hemos sabido generar ese tipo de teleserie. Hay dos maneras de enfrentar el problema de lo que se trasmite en la pantalla y es lo que te decía en mi respuesta anterior: una es institucional. Deberíamos trasmitir lo mejor que se produce en el mundo, que a su vez representa y reproduce los valores del capitalismo, y al mismo tiempo tratar de hacer obras que nos reflejen en lo que somos y en lo que queremos ser. Sin embargo, muchas veces las producciones nacionales también trasmiten esos valores ajenos, porque reproducen los patrones de las televisoras extranjeras. La televisión debería ser un lugar sagrado donde se proteja y respete lo mejor del audiovisual, sin que por ello pierda su carácter de entretenimiento. La televisión debiera ser así, pero no siempre cumple con ese presupuesto.
Ahora, el problema es que estamos viviendo en una época en la que prohibir resulta ya inoperante, las nuevas tecnologías no permiten que se prohíba nada, puede ser que usted no exhiba un material en la televisión y de todas maneras la gente lo vea. Por ejemplo, he preguntado en muchos lugares a los jóvenes si han visto el video-clip Ellas son locas, de Yakarta y El Chacal, y prácticamente todos lo han visto y sin embargo, no se trasmitió en la televisión. Ante esta realidad, tenemos que crear en los jóvenes la conciencia crítica suficiente para que vean cualquier tipo de programas y sean capaces de discernir lo positivo y lo negativo de estos. El Dr. House no es el peor referente. Debemos crear una sociedad donde la gente tenga una mirada crítica hacia todo lo que ve, y eso se logra únicamente en el debate.
—Me he enterado de que tienes entre manos un guión centrado en la realidad de los médicos en «misión» internacionalista. ¿Podrías adelantarnos la trama? ¿Por dónde van los preparativos del proyecto?
—Ese es un sueño que quizás logre y quizás no. Realmente viví un año completo en Centroamérica con los médicos cubanos, que se extendió después a Haití, y en otro momento viví otro período similar con los médicos en Venezuela. De esas experiencias guardo muchas anécdotas y situaciones especiales. Hay una en específico que me marcó por su riqueza, y es una especie de reescritura en la vida real de la novela Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier. Vamos, para no serte demasiado explícito en la trama, piensa en un médico con una preparación profesional, casado, que llega a la selva, va pasando como el personaje de Carpentier, supuestamente de los estadios superiores a los inferiores del desarrollo humano; eso no es tan exacto, Carpentier mismo se da cuenta, no es que haya uno arriba, otro abajo, pero hay una especie de tránsito de épocas, aunque hoy todas han sido refuncionalizadas y asimiladas por el capitalismo. Y sabemos además que hay una sabiduría, una comprensión más profunda de la felicidad que los pueblos originarios identifican como “buen vivir”.
Este personaje atraviesa todos esos pueblos y ciudades hasta que llega a una comunidad indígena y se enamora de una indígena, empieza a construir una vida con ella, es feliz, y de repente los médicos son expulsados del país y tiene que decidir en cuestión de horas; el personaje de Carpentier debe decidir en minutos, porque el helicóptero no puede esperar, en este caso la decisión debe tomarse en apenas dos o tres horas: se queda o se va, vuelve a su vida en Cuba con su esposa, también médico, a sus labores científicas o se queda a vivir una vida sencilla, pero solidaria, marcada por el amor. Aquí hay un añadido, que es la responsabilidad política que tiene el médico cubano, que no tiene cualquier ciudadano del mundo y el hecho de que en su país también puede ser útil y solidario. Existen tramas y personajes anexos en ese posible guión, allí vive un cura fuera de serie, que asume los presupuestos de la teología de liberación. Hay además un periodista que llega…, bueno, que soy yo, y que en la biblioteca del cura encuentra el libro Los pasos perdidos de Carpentier, y le sugiere al médico que lo relea, y entonces…
Con esa idea se podría hacer una película que rescate lo que los médicos cubanos hacen en estos momentos en el mundo, sin que se convierta en un teque. Sería un filme de amor, de aventura, y con un matiz filosófico que podría ser interesante. Hay un director, amigo mío, que está interesado en la idea, pero está todo hablado muy someramente.
—¿Algún libro nuevo?
En los próximos días debe entrar en imprenta un nuevo libro, complemento del anterior (Cuba: ¿revolución o reforma?, 2012). En él recojo notas, artículos y ensayos breves que aparecieron en mi blog desde su inicio en 2008; también algunos artículos y ensayos que, desde el 2001, he publicado en La Jiribilla y en otros medios nacionales. Son muy diversos por sus asuntos, siguen la lógica de un diario, pero vuelven una y otra vez sobre la disyuntiva de ser o tener (y parecer). El libro, nuevamente, es una apuesta a favor del debate de ideas; no solo incluye opiniones polémicas, también discusiones sostenidas con intelectuales cubanos que viven y trabajan en el país, a los que respeto por su obra. El debate es hoy más necesario que nunca. Espero que sea útil.
—¿Cuál debe ser el papel de los intelectuales en la Cuba de hoy?
—Participar, no desde un observatorio que califique todo lo que se hace, que lo critique todo, no como juez supremo de la realidad; que participe poniendo el pellejo al lado de la gente en la vida cotidiana. Yo creo que hay dos dimensiones que nutren a un intelectual, una es la de los libros, por lo general asociada al gabinete, al reposo, y la otra es la de las vivencias de cada día. El intelectual revolucionario, que es al que me estoy refiriendo, debe alimentarse de las dos. ¿Cuál es el papel de los intelectuales? Participar, como cualquier ciudadano. Lo único que puede alejarnos de la historia es la falta de fe, la falta de confianza en la gente, en las posibilidades del cambio. La peor de todas las enfermedades que puede contraer una persona (obviamente, también un intelectual), es la del escepticismo, que acaba llevándonos al cinismo, exactamente lo opuesto a la condición revolucionaria.
—Hay quienes afirman que los jóvenes cubanos se sienten desvinculados, apáticos ante el sistema. En caso de ser cierto este criterio, ¿cuáles han sido los factores que han quebrado el vínculo? ¿Existe una generación perdida de la Revolución?
—Yo creo en los jóvenes y en la vanguardia de los jóvenes, en esa vanguardia que quizás no se parezca tanto a sus padres, pero que se parece a la vanguardia de todas las épocas, incluida la actual, esos jóvenes que se parecen al “viejo” Fidel, al “viejo” Che, al “viejo” Mella, que se parecen al “viejo” José Martí, no porque se comporten igual o hagan lo mismo que aquellos hicieron, sino porque comparten similares preocupaciones éticas y principios, la confianza en el pueblo, la capacidad de acción. Definitivamente, sí creo en los jóvenes y pienso que son los responsables del futuro del país, aunque a veces no lo sepan del todo. El hecho de que crea en ellos no significa que me acueste cada día tranquilo, porque sin dudas hay una guerra en torno a ellos, una guerra entre las imágenes y las ilusiones que el capitalismo promociona y las ideas y las razones que el socialismo no siempre trasmite de modo eficaz.
Siempre hay dos opciones de vida: la que propone la felicidad como realización del ser, la opción de que te conviertas en protagonista de tu tiempo histórico y de tu propia vida, la que te permita encontrarte a ti misma en el camino de tu vida, la de tu realización personal como profesional y como ser humano; y hay otra manera también de entender la vida, la felicidad, como acumulación de objetos materiales, aunque cedas a otros la posibilidad de participar en tu época. Todos los jóvenes enfrentan esa disyuntiva. Ya tu mamá, tu papá y yo escogimos. Tú la enfrentas ahora, y tendrás que escoger entre tratar de hacerte rica, de tener o no tener, de acumular objetos o no, de pasar por la cabeza de los otros, y de no importarte la injusticia en el mundo, o la de cultivar una sensibilidad que te haga comprometerte con todo, con tu época, con tus coetáneos, con tu mundo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar