"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

sábado, 21 de diciembre de 2013

Otra economía para otra civilización.


Por Alberto Acosta 
Economista. Profesor e investigador. FLACSO-Ecuador. 

Cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza lo es también a la razón, y cualquier cosa que sea contraria a la razón es absurda. 
Baruch de Spinoza (1632-1677) 

Dejemos sentado desde el inicio que no hay alternativa alguna dentro del capitalismo. Son inviables opciones dignas en una civilización en esencia depredadora y explotadora que «vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida».1 La Humanidad, entonces, tiene que superar tal civilización, que además está en crisis. Y no se puede esperar que esta abra la puerta a los cambios; ellos deben ser construidos e impulsados como parte de una acción política preconcebida que se aproveche de la crisis del capitalismo. 
En ese sentido, es muy importante estar atentos a aquellos elementos que configuran la esencia civilizatoria de ese sistema, para no insistir en ellos y dar paso, dentro de él, a la construcción de una alternativa. La salida del capitalismo se cristalizará incluso arrastrando, inicialmente, algunas de sus taras propias. 
Pero eso no es suficiente. Hay que transitar del actual antropocentrismo al sociobiocentrismo. Lo anterior exige un proceso de mutación sostenido y plural, como requisito fundamental para llevar a cabo una gran transformación civilizatoria. La tarea es organizar la sociedad y la economía asegurando la integridad de los procesos de la naturaleza, garantizando los diversos flujos de energía y de otros materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad del planeta. 
Por lo tanto, no se trata de continuar por la senda del tradicional progreso en su deriva productivista y del desarrollo como dirección única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, en sus múltiples sinónimos.2 Es necesario plantear caminos diferentes, mucho más ricos en contenidos y, por cierto, más complejos y concretos. 
En la actualidad existen muchos proyectos que se sustentan en principios distintos a los que norman el capitalismo. Hay prácticas, vivencias, experiencias reales sobre las que se puede edificar otra economía. Es indispensable, desde esta perspectiva, buscar y diseñar salidas específicas que se multipliquen hasta tener la fuerza y el contenido de un torrente de cambios civilizatorios. Y allí surgirán gran parte de los sujetos políticos colectivos que impulsarán esas transformaciones.3 Pero, para ello hay que tener claro qué se quiere construir. En el mundo andino-amazónico se sintetiza la visión utópica del futuro al hablar del Buen Vivir o sumak kawsay, como alternativa al desarrollo (no alternativa de desarrollo).4 

Elementos de una economía solidaria y sustentable 

Cuando se acepta que una economía debe sustentarse en la solidaridad y en la sustentabilidad, se busca la construcción de otro tipo de relaciones de producción, intercambio, cooperación y también de acumulación del capital y de distribución del ingreso y la riqueza. 
En el ámbito económico se requiere incorporar criterios de suficiencia antes que sostener la lógica de la eficiencia entendida como la acumulación material cada vez más acelerada. De ello se desprende una indispensable crítica al fetiche del crecimiento económico, que es apenas un medio, no un fin. Esto plantea también, como meta utópica, la construcción de relaciones armoniosas de la colectividad, y del individuo con la naturaleza. 
El objetivo final es establecer un sistema económico sobre bases comunitarias y orientadas hacia la reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda externa y sin que se produzca una escasez crítica de los recursos. 
Para lograr este objetivo múltiple será preciso dejar atrás paulatinamente las lógicas de devastación social y ambiental dominantes. El mayor desafío de las transiciones5 se encuentra en superar aquellos patrones culturales asumidos por la mayoría de la población que apuntan hacia una permanente y mayor acumulación de bienes materiales; una situación que no asegura necesariamente un creciente bienestar de todos los individuos y las colectividades. 
No solo hay que consumir mejor y en algunos casos menos, sino que se debe obtener mejores resultados con menos, en términos de mejorar la calidad de vida. Es imprescindible construir otra lógica económica, que no radique en la ampliación constante del consumo en función de la acumulación de capital. En consecuencia, esta nueva propuesta tiene que consolidarse superando el consumismo, e inclusive el productivismo, sobre bases de creciente autodependencia comunitaria en todos los ámbitos. No se trata de minimizar la importancia que tiene el Estado, pero sí de ubicarlo en su verdadera dimensión, es decir, asumir sus limitaciones y repensarlo desde lo comunitario.6 
Subordinar el Estado al mercado implica supeditar la sociedad a las relaciones mercantiles y al individualismo ególatra. Si bien el mercado total no es la solución, tampoco lo es el Estado por sí solo. Debe tenerse presente, como un aspecto medular, que no todos los actores de la economía actúan movidos por el lucro. Y que tampoco la burocracia estatal puede suplantar las expresiones de las comunidades, en la medida en que ella no garantiza la participación popular en la toma de decisiones, ni el control democrático. 
Eso lleva a comprender que en una economía solidaria, como parte de una sociedad plenamente democrática, no puede haber formas de propiedad capitalista monopólica u oligopólica, y tampoco puede la empresa pública o estatal totalizar la economía, al ser considerada la forma de propiedad principal y dominante. Existen modos distintos de propiedad y organización: cooperativas de ahorro y crédito, de producción, de consumo, de vivienda y de servicios, así como mutuales de diverso tipo, asociaciones de productores y comercializadores, organizaciones comunitarias, unidades económicas populares y empresas autogestionarias. En este universo habrá que incorporar una gran multiplicidad de organizaciones de la sociedad civil, que pueden acompañar una transformación que no se improvisa, e incluso ser su base. 
Tal economía parte de una marcada heterogeneidad de formas de propiedad y de producción. Desde donde se deberán ir construyendo otras relaciones de producción y de control de la economía. El Estado y el mercado tendrán un importante papel; este último podría ser repensado desde la visión de una economía socialista de mercado. 
El objetivo, ya desde la fase de transición, será impulsar la satisfacción de las necesidades actuales sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras. No se trata solamente de defender la fuerza de trabajo y de oponerse a su explotación. Está en juego la defensa de la vida misma. Así, los objetivos económicos, subordinados a las leyes de funcionamiento de los sistemas naturales, deben conciliarse con el respeto a la dignidad humana y la mejoría de la calidad de vida de las personas, las familias y las comunidades. No puede sacrificarse la naturaleza y su diversidad; el ser humano forma parte de ella y no tiene derecho a dominarla, mercantilizarla, privatizarla, destruirla.7 

El autocentramiento en la base de las transiciones 

Las transiciones, entendidas como rutas hacia una nueva civilización, deben ser pensadas sobre todo desde las nociones de autocentramiento. En esta aproximación las dimensiones locales quedan muy bien situadas, lo que supone una estrategia de organización de la política y de la economía construida desde abajo y desde dentro, desde lo comunitario y solidario; donde, por ejemplo, cobran fuerza las propuestas productivas resultantes de los barrios y las comunidades. 
Adoptar esas nociones implica tomar decisiones políticas colectivas, para lo cual debe seguirse un camino gradual que vaya desde lo regional a lo nacional, y luego al mercado mundial. Este empeño será mucho más fácil si se cuenta con el respaldo del gobierno central y si hay una estrategia de integración regional autónoma, es decir, que no esté normada por las demandas del capital transnacional.8 
El fundamento básico de la vía autocentrada es el desarrollo de las fuerzas productivas endógenas, que incluye capacidades humanas y recursos productivos locales y el correspondiente control de la acumulación y centramiento de los patrones de consumo. Todo esto debe venir acompañado por un proceso político de participación plena, de manera tal que (sobre todo en los países donde el gobierno no está sintonizado con esta visión) se construyan «contrapoderes» (económico y político) que puedan impulsar paulatinamente las transformaciones a nivel nacional. 
Esto implica ir gestando, desde las localidades, espacios de poder real en lo político, lo económico y lo cultural. A partir de ellos se podrán forjar los embriones de una nueva institucionalidad estatal, así como diseñar y construir una renovada lógica de mercado, en el marco de una nueva convivencia social. Estos núcleos de acción servirán de base para la estrategia colectiva que dé lugar a un proyecto de vida en común, el cual no podrá ser una visión abstracta que descuide los sujetos y las relaciones presentes al reconocerlos tal como son y no como se quiere que sean. 
Una propuesta de transición desde el autocentramiento —en lo económico— prioriza el mercado interno. Esto no significa volver al modelo de «sustitución de importaciones» que procuró beneficiar, y de hecho favoreció, a los capitalistas locales, con la expectativa de fomentar o fortalecer una inexistente «burguesía nacional». En este nuevo contexto, mercado interno quiere decir mercados heterogéneos y diversos, así como de masas. En el último predominará el «vivir con lo nuestro y para los nuestros», al vincular el campo con la ciudad, lo rural y lo urbano, para desde allí evaluar las posibilidades de reinsertarse en la economía mundial. 
No es posible desarrollar proyectos económicos sin involucrar activamente a la población en su diseño y gestión. Es necesario fomentar a la vez la creación y el fortalecimiento de unidades de producción autogestionarias, asociativas, cooperativas o comunitarias (desde las familias, pasando por las «microempresas» a nivel local, hasta llegar a los proyectos regionales). Tal propuesta exige de modo imperioso el fortalecimiento de dichos espacios comunitarios. Así, por ejemplo, los productores agrícolas deberían formar asociaciones que les permitan manejar temas claves de manera conjunta, como el acceso a mercados, créditos, tecnologías, capacitación, etcétera. 
Hay que crear, por igual, las condiciones para propiciar la producción de (nuevos) bienes y servicios, sobre la base de tecnologías adaptadas y autóctonas. Esta política debe favorecer a empresas colectivas, familiares o incluso individuales, pero sin dar paso al surgimiento y consolidación de estructuras oligopólicas y menos aún monopólicas. Tales bienes y servicios deben estar acordes con las necesidades axiológicas y existenciales9 de los propios actores del cambio, a fin de estimular el aprendizaje directo, la difusión y el uso pleno de las habilidades, la motivación para la comprensión de los fenómenos y para la creación autónoma. 
En lo social la transición propone la revalorización de las identidades culturales y el criterio autónomo de las poblaciones locales, la interacción e integración entre movimientos populares y la incorporación económica y social de los ciudadanos en general. Estos deben dejar su papel pasivo en el uso de bienes y servicios colectivos y convertirse en propulsores autónomos de los servicios de salud, educación, transporte, entre otros, impulsados coordinada y consensuadamente desde la escala local-regional. 
Por último, en lo político, tales procesos contribuirían a la conformación y fortalecimiento de instituciones representativas y al desarrollo de una cultura democrática y de participación, para lo cual habrá que fortalecer los de tipo asambleario, propios de los espacios comunitarios. 
Estos procesos demandan el cambio de los patrones tecnológicos para recuperar e incentivar alternativas locales, sin negar los valiosos aportes que pueden provenir del exterior, sobre todo de las llamadas tecnologías intermedias y «limpias». Hay que entender que gran parte de las capacidades y conocimientos locales están en manos de comunidades y pueblos que por decisión, tradición o marginación, se han mantenido fuera del patrón occidental. En dichos segmentos del aparato productivo se utilizan e inventan opciones para facilitar el trabajo y el consumo de productos locales, artesanales y orgánicos. 
Numerosas prácticas tradicionales tienen tal grado de solidez que el paso del tiempo parecería solo afectarlas en lo accesorio y no en lo profundo. Además, si se observa con detenimiento hay respuestas productivas, como las de la agricultura orgánica, con mejores rendimientos económicos en términos amplios que las promocionadas actividades convencionales. La construcción de un nuevo patrón tecnológico implica rescatar, desarrollar, o adaptar viejas y novedosas tecnologías, que, para ser liberadoras, no deberán generar nuevos modelos de dependencia (a través de los transgénicos, por ejemplo), tendrían que ser de libre circulación y de bajo consumo energético, así como emitir CO2 en reducidas cantidades, muy poco contaminantes, al tiempo que aseguran la creación de abundantes puestos de trabajo de calidad. 
Ahora bien, hay que tener presente que un proyecto de organización social y productiva, sustentado en la dignidad y la armonía, como propuesta emancipadora, requiere una revisión del estilo de vida vigente, sobre todo a nivel de las élites, que sirve de marco orientador (inalcanzable) para la mayoría de la población en el planeta. Igualmente habrá que procesar, sobre cimientos de equidades reales, la reducción del tiempo de trabajo y su redistribución, así como la redefinición colectiva de las necesidades axiológicas y existenciales del ser humano en función de satisfactores singulares y sinérgicos, ajustados a las disponibilidades de la economía y la naturaleza.10 

Las limitaciones del extractivismo desbocado 

Esta transición económica debería hacerse extensiva a aquellas formas de producción, como la extractivista, que sostienen las bases materiales del capitalismo y que ponen en riesgo la vida misma. Los países productores y exportadores de materias primas, es decir, de naturaleza, son funcionales al sistema de acumulación capitalista global y son también, indirecta o directamente, causantes de los problemas ambientales mundiales. 
Aunque pueda resultar contradictorio, la actual crisis múltiple y mutante del capitalismo y el manejo que se le ha dado, fundamentado en multimillonarias inyecciones de recursos financieros para salvar la banca, mantienen elevados —vía especulación— los precios de muchas materias primas, como el petróleo y los minerales, e incluso de muchos alimentos; situación que ya estuvo presente en los años anteriores a la crisis como parte de la lógica especulativa del capital ficticio.11 Así estos recursos ya no solo están destinados a atender la demanda energética o productiva o alimenticia, sino que se han transformado en activos financieros en medio de una economía mundial dominada por fuerzas y tendencias especulativas. 
Por lo tanto, caminar hacia el socialismo, como reza el discurso oficial de algunos gobiernos «progresistas», alimentando las necesidades —incluyendo las demandas especulativas— del capitalismo global, a través de la expansión del extractivismo,12 es una incoherencia. El extractivismo no es compatible con una economía solidaria y sustentable porque depreda la naturaleza y devasta comunidades, al mantener estructuras laborales explotadoras de la mano de obra, que no aseguran un empleo adecuado. 
En países en los que aquel prima, la dinámica económica se caracteriza por prácticas «rentistas». Su estructura y vivencia social está dominada por las lógicas clientelares. Mientras que la voracidad y el autoritarismo caracterizan la vida política. Esto explica la contradicción de países ricos en materias primas donde, en la práctica, la masa de la población está empobrecida. Parece que somos pobres porque somos ricos en recursos naturales.13 

El ser humano en el centro de la otra economía 

Aquí él debe ser el centro de la atención y su factor fundamental, siempre como parte de la naturaleza. Si este es el eje de dicha economía, el trabajo es su sostén. Lo anterior plantea el reconocimiento en igualdad de condiciones de todas las formas de trabajo, productivo y reproductivo. La economía solidaria es entendida también como «la economía del trabajo».14 Así este es un derecho y un deber social. Por lo tanto, ninguna forma de desempleo o subempleo puede ser tolerada. No solo se trata de producir más, sino de hacerlo para vivir bien, que el trabajo contribuya a la dignificación de la persona. Habrá que asumirlo como espacio de libertad y de goce. Y en este contexto habrá incluso que pensar en distribuirlo de otra manera, pues cada vez es más escaso, proceso que vendrá atado con una nueva forma de organizar la economía y la sociedad. 
A su vez, tendrían que fortalecerse los esquemas de auto y cogestión en todo tipo de empresas, para que los trabajadores y las trabajadoras decidan en la conducción de sus unidades productivas. 

Al rescate de algunas lógicas económicas 

Para empezar una acción transformadora hay que reconocer que en el capitalismo lo popular y solidario convive y compite con la economía capitalista y con la pública. 
El sector de la economía social y solidaria está compuesto por el conjunto de formas de organización económica-social en las que sus integrantes, colectiva o individualmente, desarrollan procesos de producción, intercambio, comercialización, financiamiento y consumo de bienes y servicios. Tales formas de organización solidaria incluyen en el sector productivo y comercial cooperativas, asociaciones y organizaciones comunitarias, así como diversos tipos de unidades económicas populares. A estas se suman las organizaciones del sector financiero popular y solidario, que tienen en las cooperativas de ahorro y crédito, en las cajas solidarias y de ahorro y en los bancos comunales sus pilares. Inclusive habría que rescatar valiosas experiencias con dinero alternativo, controlado por las comunidades, que han servido no solo para resolver problemas en épocas de crisis agudas, sino que han sido de enorme utilidad para descubrir y potenciar las capacidades locales existentes. 
Organizaciones como estas casi siempre sustentan sus actividades en relaciones de solidaridad, cooperación y reciprocidad y ubican al ser humano como sujeto y fin de toda actividad económica, por encima del lucro, la competencia y la acumulación de capital. Desde esa lógica es necesario romper con las expresiones de paternalismo, asistencialismo o clientelismo, por un lado; y por otro, con toda forma de concentración y acaparamiento; prácticas que han dominado la historia de la región. 
El Estado tiene mucho que hacer en este campo. Por ejemplo, invertir en infraestructura y generar las condiciones que dinamicen a los pequeños y medianos productores, los cuales, con una pequeña inversión, sacan mucho más rédito a la unidad monetaria invertida que a la que invierten los grandes grupos de capital. Su problema es que no poseen capacidad de acumular. Ganan muy poco y viven en condiciones de inmediatez económica, subordinados muchas veces al gran capital. Tampoco tienen, mayoritariamente, una adecuada preparación profesional y técnica, dado que el Estado no se ha preocupado en ofrecer capacitación para la apropiada gestión de este sector productivo. 
Igualmente, hay que favorecer la cooperación entre estas empresas de propiedad social, en lo que se denominan «distritos industriales populares». Al respecto, existen numerosas experiencias. Lo que toca es profundizar y ampliar este tipo de prácticas, para que sean más las empresas que compartan costos fijos (maquinaria, edificios, tecnologías, entre otros) y aprovechen así economías de escala, lo que les aseguraría una mayor productividad. 
Por ello se vuelve impostergable una reconversión de la matriz productiva. Esta decisión exige el ejercicio soberano sobre la economía, la desprimarización de su estructura, fomentar —e invertir en ella— la innovación científico-tecnológica estrechamente vinculada con el nuevo aparato productivo (y no en guetos de sabios); también demanda la inclusión social, la capacitación laboral y la generación de empleo abundante y bien remunerado. Este último punto es crucial para evitar el subempleo, la desigual distribución del ingreso, el desangre demográfico que representa la migración, entre otras patologías inherentes al actual modelo primario-exportador de acumulación. 
Las estrategias de transición tendrán que ser necesariamente plurales. Teniendo como horizonte la vocación utópica de futuro hay que desplegar acciones concretas para resolver problemas concretos. Y en ese empeño, rescatar y potenciar las prácticas y los saberes ancestrales, así como todas aquellas visiones y vivencias sintonizadas con la praxis de la vida armónica y en plenitud, que apunten en dicha dirección. 
Otro aspecto fundamental es reconocer que esta nueva economía no puede circunscribirse al mundo rural o a los sectores populares urbanos marginados. Uno de los mayores desafíos radica en repensar las ciudades, rediseñarlas y reorganizarlas, al tiempo que se construyen otras relaciones con el mundo rural, pensar formas diferentes de organizar la vida para y desde las ciudades. 

Construcción paciente vs. improvisación irresponsable 

La civilización capitalista ha favorecido el individualismo, el consumismo y la acumulación agresiva de bienes materiales, lo que ha exacerbado la competitividad entre iguales. Científicamente se ha demostrado la tendencia natural dominante de los humanos a la cooperación y la asistencia mutua. Es necesario recuperar y fortalecer esos valores y aquellas instituciones sustentadas en la reciprocidad y la solidaridad. 
Hay que valorizar los postulados feministas de una economía orientada al cuidado de la vida, basada en las virtudes antes mencionadas. La soberanía debe aflorar con fuerza en varios ámbitos, como el monetario, el financiero, el energético o el alimentario. Por ejemplo, en este último, será un pilar fundamental de otra economía, que se sustentará en el derecho que tienen los agricultores a controlar la tierra y los consumidores su alimentación. Esta debe entenderse como un derecho humano. Y ello empieza por erradicar el hambre a través de una verdadera revolución agraria. 
Es imprescindible el acceso democrático a la tierra, que constituye un bien público. Dicha estrategia demanda respuestas participativas, descentralización efectiva, reconocimiento de tecnologías propias y ancestrales. Los campesinos y sus familias serán los protagonistas de este proceso, sobre todo a través de asociaciones de productores, comercializadores y procesadores de alimentos. 
El Estado —tanto el gobierno central como los descentralizados— debe establecer las políticas adecuadas para fomentar el cultivo ético de la tierra, desprivatizar el agua y asegurar la gestión social del riego, implementar adecuados mecanismos de crédito, impulsar tecnologías apropiadas para el entorno, fomentar los sistemas de transporte y los mercados justos, promover la refores¬tación y cuidar las cuencas hidrográficas, apoyar los procesos de capacitación de los campesinos, alentar el establecimiento de indus¬trias locales para procesar los productos agrícolas. 
Lo anterior requiere una política de aprovechamiento de los recursos naturales orientada a «transformar antes que transportar», tanto para artículos tradicionales de exporta¬ción como para la producción de consumo interno. 
Es fundamental proteger el patrimonio genético e impedir el ingreso de semillas y cultivos transgénicos. Ello evitará la pérdida de diversidad genética en la agricultura, la contaminación de variedades tradicionales y la aparición de superplagas y malezas. Y por supuesto resulta intolerable la producción de bio o agrocombustibles. 
Las finanzas deben apoyar el aparato productivo y dejar de ser simples instrumentos de acumulación y concentración de la riqueza, realidad que alienta la especulación financiera. De ahí que sea preciso construir una nueva arquitectura en este campo, en la que los servicios financieros sean de orden público. En ella, las finanzas populares, por ejemplo las cooperativas de ahorro y crédito, deberán asumir un papel cada vez más preponderante como promotoras del desarrollo, en paralelo con una banca pública de fomento, que aglutine el ahorro interno e impulse las economías productivas de características más solidarias. Las instituciones financieras privadas deberán dejar su espacio de predominio a favor de ese otro tipo de estructura. 
Esta nueva economía consolida el principio del monopolio público sobre los recursos estratégicos, pero, a la vez, establece una dinámica de uso y aprovechamiento de ellos desde una óptica sustentable. Asimismo, son necesarios mecanismos de regulación y control en la prestación de los servicios públicos. La propiedad privada, comunitaria, pública o estatal deberá cumplir su función social y ambiental. 
Los planteamientos expuestos marcan un derrotero para una nueva forma de organización y de economía. Quizás convenga rescatar el postulado de Carlos Marx en su Crítica al Programa de Gotha, en 1875: «de cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades». Y todo esto aceptando que los seres humanos formamos parte de la naturaleza. 
Estas palabras pueden parecer una utopía. De eso se trata; hay que escribir todos los borradores posibles de una utopía por construir, una que implique la crítica de la realidad desde los principios plasmados en la filosofía de la vida plena. Una utopía que, al ser un proyecto de vida solidario y sustentable, constituya una opción alternativa colectivamente imaginada, políticamente conquistada y construida, para ser ejecutada por acciones democráticas. 


Notas 

1. Bolívar Echeverría, Modernidad y blanquitud, Editorial ERA, México, DF, 2010. 
2. Debemos aceptar que ningún proceso económico puede ser sustentable al margen de los límites que tienen los ecosistemas y que la economía es parte de un sistema mayor y finito que es la biosfera. De ahí que el crecimiento económico permanente sea imposible. Véase, al respecto, Enrique Leff, «Decrecimiento o deconstrucción de la economía», Peripecias, n. 117, 8 de octubre de 2008; Imaginarios sociales y sustentabilidad, (mimeo), 2010. 
3. Véase José Luis Coraggio, «Economía social y solidaria. El trabajo antes que el capital», en Alberto Acosta y Esperanza Martínez, eds., La Naturaleza con derechos. De la filosofía a la política, Serie Debate Constituyente, Abya-Yala, Quito, 2011. 
4. Véanse Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), Propuesta de la CONAIE frente a la Asamblea Constituyente. Principios y lineamientos para la nueva Constitución del Ecuador, por un Estado Plurinacional, Unitario, Soberano, Incluyente, Equitativo y Laico, Quito, 2007; Fernando Huanacuni Mamani, Vivir Bien / Buen Vivir, Convenio A. Bello, Instituto Internacional de Investigación y CAOI, La Paz, 2010; Eduardo Gudynas, «El mandato ecológico. Derechos de la naturaleza y políticas ambientales en la nueva Constitución», en Alberto Acosta y Esperanza Martínez, Derechos de la Naturaleza. El futuro es ahora, Serie Debate Constituyente, Abya Yala, Quito, 2009; Boaventura de Souza Santos, «Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología del Sur», en Alberto Acosta y Esperanza Martínez, eds., Soberanías, Abya Yala, Quito, 2010; David Cortez, «Genealogía del “buen vivir” en la nueva constitución ecuatoriana», en Raúl Fornet-Betancourt, ed., Gutes Leben als humanisiertes Leben. Vorstellungen vom guten Leben in den Kulturen und ihre Bedeutung für Politik und Gesellschaft heute. Dokumentation des VIII. Internationalen Kongresses für Interkulturelle Philosophie, Wissenschaftsverlag Main, Aachen, 2010; Arturo Escobar, Una minga para el postdesarrollo. Lugar, medio ambiente y movimientos sociales en las transformaciones globales, Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 2010; René Ramírez, «Socialismo del sumak kawsay o bio-socialismo republicano», en Los nuevos retos de América Latina. Socialismo y sumak kawsay, SENPLADES, Quito, 2010; Aníbal Quijano, «¿Bien vivir?: entre el “desarrollo” y la descolonialidad del poder», Ecuador Debate, n. 84, Quito, 2011; Atawallpa Oviedo Freire, Qué es el suma kawsay. Más allá del socialismo y capitalismo, s/e, Quito, 2011; CODENPE, Sumak Kawsay - Buen Vivir, Serie Diálogo de Saberes, Quito, 2011; José María Tortosa, «Mal desarrollo y mal vivir. Pobreza y violencia a escala mundial», en Alberto Acosta y Esperanza Martínez, La Naturaleza con derechos. De la filosofía a la política, Serie Debate Constituyente, Abya Yala, Quito, 2011; François Houtart y Birgit Daiber, comps., Un paradigma postcapitalista: El bien común de la Humanidad, Ruth Casa Editorial, Panamá, 2012; Koldo Unceta, «Crecimiento, decrecimiento y Buen Vivir», en Construyendo el Buen Vivir, PYDLOS, Cuenca, 2012; Raúl Prada Alcoreza, «Horizontes del vivir bien», ponencia presentada en Congreso de LASA 2012 (mimeo), 2012; Alberto Acosta, Buen Vivir-Sumak Kawsay. Una oportunidad para imaginar otro mundo, Icaria, Barcelona, 2012. 
5. En la actualidad hay muchos proyectos empeñados en impulsar estas transiciones. Destaco la tarea emprendida por el Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo de la Fundación Rosa Luxemburgo, que ya ha publicado dos libros: Más allá del desarrollo (2011) y Alternativas al capitalismo y colonialismo del siglo XXI (2013). Véase también Alejandra Alayza y Eduardo Gudynas, eds., Transiciones, postextractivismo y alternativas al extractivismo en el Perú, Fundación Rosa Luxemburgo, Quito, 2011. 
6. En el mundo andino-amazónico se plantea la construcción de un Estado plurinacional e intercultural, que tendrá que ser, ante todo, comunitario. 
7. En la Constitución ecuatoriana de 2008 se concedió, por primera vez en la historia de la humanidad, derechos a la naturaleza, paso de gran transcendencia para la transformación civilizatoria. Disponible en www.asambleanacional.gov.ec/documentos/constitucion_de_bolsillo.pdf. 
8. Como sucede con los ejes multimodales previstos por la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA), que constituye un proyecto para vincular aún más la región a las demandas de acumulación del capitalismo global. 
9. Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martín Hopenhayn («Desarrollo a escala humana. Una opción para el futuro», Development Dialogue, número especial, CEPAUR y Fundación Dag Hammarskjold, 1986) nos recuerdan que las necesidades no son infinitas y relativas, sino finitas y universales. Proponen una matriz que abarca nueve necesidades humanas básicas axiológicas: subsistencia, protección, afecto, comprensión, participación, creación, recreo, identidad y libertad; y, cuatro columnas con las necesidades existenciales: ser, tener, hacer y estar. 
10. Véase Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martin Hopenhayn, ob. cit. 
11. «Todo lo que facilita el negocio, facilita la especulación, los dos en muchos casos están tan interrelacionados, que es difícil decir, dónde termina el negocio y empieza la especulación». James W. Gilbart (The History and Principles of Banking, 1834), en Carlos Marx, El Capital, cap. 25, t. III, Editorial Cartago, Buenos Aires. 
12. «Se utiliza el rótulo de extractivismo en sentido amplio para las actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales, que no son procesados (o que lo son limitadamente), y pasan a ser exportados». Eduardo Gudynas, ob. cit. 
13. Jürgen Schuldt, ¿Somos pobres porque somos ricos? Recursos naturales, tecnología y globalización, Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima, 2005. 
14. José Luis Coraggio, ob. cit.

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