"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

viernes, 27 de diciembre de 2013

“Una pelea cubana contra el subdesarrollo”: Entrevista a Juan Triana


Mónica Rivero Cabrera
Economía y negocios,

El recién terminado periodo de sesiones del Parlamento cubano concedió a la economía un espacio privilegiado. Se dieron a conocer los resultados económicos en 2013 y la propuesta para el año entrante; además de la Ley del Presupuesto del Estado a partir de 2014 y un dictamen de la Comisión de Asuntos Económicos.

En el contexto de la aspiración a un modelo económico que actualice y cree, ¿de qué se está hablando cuando se habla de crecimiento económico y en especial, qué representa en relación con el desarrollo? ¿Cuál es el camino trazado hacia el desarrollo en Cuba? ¿A qué sectores de la economía hay que apostar?¿Qué está pendiente y qué está en riesgo?

Estas y otras interrogantes condujeron a OnCuba a un intercambio con el Doctor en Ciencias Económicas Juan Triana Cordoví.


Mónica Rivero (MR): ¿Qué es crecimiento y qué es desarrollo?

Juan Triana (JT): Se trata de una vieja historia en el pensamiento económico. Yo diría que el desarrollo es una de las materias más nuevas en Economía, es de las primeras décadas del siglo pasado, después se convierte en un tema propio entre los años cuarenta y cincuenta y se ha ido expandiendo y enriqueciendo hasta la actualidad, donde es muy difícil hablar de desarrollo a secas. En general se habla de desarrollo económico, desarrollo social…; lo cual nos dice que hoy el desarrollo como tal es una materia o un hecho multidimensional, que toca prácticamente todos los sectores de la vida de un país y de una persona.

Lo que más se generaliza y más se conoce es esa idea básica de desarrollo sostenible o sustentable, que no es más que el conjunto de lo social, lo medioambiental y lo económico.

Es un concepto que implica no solo que las economías crezcan, sino que la gente mejore en su condición de vida. El PNUD tiene un concepto para medir esto, que lo ha llamado Bienestar Percibido. O sea, no es solo que las economías crezcan, sino que las personas mejoren su condición de vida y que lo perciban; que es difícil de medir, y que es un concepto que tiene que ser muy flexible, porque la percepción del bienestar es muy distinta en dependencia de los países e incluso dentro de un mismo país.

Definitivamente es parte de una realidad que no se puede negar: los países buscan el desarrollo, hay diferentes formas de entenderlo y diferentes formas de medirlo.

La diferencia entre crecimiento y desarrollo es vieja. Desde los años cuarenta, por ejemplo, en el caso de Raúl Prebisch, que fue el primer secretario ejecutivo de la CEPAL, se encargó de hacer esa diferencia diciendo que desarrollarse era más que crecer porque significaba además el mejoramiento de los niveles de vida de las amplias masas de la población. En el caso de Cuba, Carlos Rafael Rodríguez en los años cincuenta hizo mucho énfasis en diferenciar desarrollo económico y crecimiento económico.

En la historia de la humanidad se han dado casos en que los países han crecido, pero no se han desarrollado. Por tanto, se puede decir que el crecimiento económico es una condición necesaria para que los países se desarrollen, pero no suficiente.

En Cuba también durante un tiempo, entre los ochenta y los noventa, se esparció la idea de que era posible desarrollarse sin crecer, y eso en cierta medida puede decirse que es posible pero bajo determinados límites, porque en realidad es muy difícil que un país pueda desarrollarse sin crecer sistemáticamente; porque para desarrollarse hace falta además cambios en la tecnología, mejoramiento en los niveles de vida de la gente, en la calidad de vida de las personas, y para eso hace falta tener con qué hacerlo. No puedes mejorar a partir de la nada.

El tema al final es ético: cómo lograr que ese crecimiento se transmita hacia toda la población, cómo lograr que mejore las condiciones de vida de todo el país. Eso depende de los gobiernos, de los Estados, de su base socioeconómica, de la filosofía que practiquen…

MR: ¿Cómo se comporta esa percepción del bienestar en Cuba?

JT: Cuba es un caso muy especial y a veces es muy –voy a usar el término– gracioso. En realidad es algo paradójico porque cuando se examina un grupo de indicadores asociados al bienestar y al desarrollo humano de Cuba en relación a otros países, puede sorprender.

Por ejemplo, Cuba en el índice de desarrollo humano está conceptuado entre los países del grupo Alto (por encima de ese grupo hay otro que es el de Más alto desarrollo, donde están Suecia, Suiza, Alemania…). Eso se dice y el cubano promedio se sorprende porque para nosotros esa percepción del bienestar es muy rara; entre otras cosas, porque una parte de ese bienestar la tenemos incorporada, es casi genético.

Si uno se plantea la búsqueda de un indicador cualquiera de desarrollo humano, notará que en Cuba hay cosas que la Revolución resolvió hace cuarenta años. Entonces lo que para otros países pudiera ser un gran logro en términos de bienestar, ya en Cuba es una ventaja adquirida por todos los cubanos.

Es paradójico porque por otro lado los cubanos consideramos que estamos viviendo muy mal. No percibimos esa mejoría, no la entendemos. Sin embargo, se comparan los indicadores y es totalmente diferente. A veces no nos damos cuenta de que, si bien es cierto que pasamos mucho trabajo en muchas cosas, en otras no pasamos ninguno. Eso es medio macondiano. Decimos por un lado “Qué mala está la vivienda en Cuba”, pero increíblemente en Cuba el 80 por ciento de la población es propietaria de su vivienda. Es uno de los pocos países que puede exhibir un índice así. Entonces eso es impresionante, y es parte de ese bienestar percibido que nosotros no percibimos, porque ya lo tenemos “genéticamente incluido”.

La educación gratuita, la salud gratuita, son verdades que a veces a la gente no le gusta ni siquiera oír y solo se dan cuenta de ellas cuando empiezan a padecer de una educación o una salud no gratuita; porque son cosas que se notan no por su existencia, sino por su ausencia.

Nos pasa en Cuba muchas veces, porque además no tenemos un sistema que permita demostrarle al ciudadano cuán importante es eso. Hay otros países donde la salud es gratuita, pero vas a un hospital y te hacen una factura honoraria donde dice cuánto costó la operación. En Cuba nadie sabe cuánto cuesta una radiografía ni cuánto cuesta una operación. También es cierto que no todo el mundo va a los hospitales todos los días, pero es una garantía que tienen de por vida y que cuesta mantenerla. Para que alguien pueda ir un día, hay que mantenerla todos los días.

Lo mismo sucede con la educación. De pronto los cubanos nos dimos cuenta de cuán importante era la educación cuando nuestro sistema de educación comenzó a sufrir por problemas de calidad, pero mientras funcionó bien nadie se ocupó. Nadie pensó nunca que el Estado tenía que dedicar mucho dinero a mantener el sistema de educación, que lo pagamos todos los cubanos. Una parte de nuestro salario va a esos fondos sociales que pagan la educación; pero nadie pensó en eso hasta que comenzó a fallar y hoy es uno de los problemas en los que estamos enrolados todos. Nadie pensó en el maestro de primaria ni en cuán poco gana hasta que de pronto nuestros estudiantes empezaron a sufrir el déficit en la calidad de la educación.

Los cubanos en temas de desarrollo humano tenemos una varilla muy alta. Es muy difícil a partir de ahí mejorar porque la mejora significa un costo marginal muy alto; es como cuando se está en la cima de una gran montaña y subir un metro más cuesta mucho. Hay países que están muy bajo y es muy fácil mejorar, pero hay un grupo de países como Cuba en que ya hay asuntos que están garantizados y por tanto lograr que la mejora se perciba cuesta mucho. Es uno de los grandes problemas que tenemos con esto del desarrollo, de la percepción del bienestar…

Hay quizás interpretaciones muy maniqueas sobre este asunto. Hay además una especie de cultura o de subcultura popular de que el bienestar para muchos es vivir como se vive en el primer mundo o como se vive en las telenovelas, pensando que todo el mundo puede vivir así; sin darse cuenta de que en cierta medida hay una gran diferencia entre riqueza absoluta entre un país y otro, o una especie de ficción tremenda en transmitir determinadas construcciones ideográficas en la gente.

Hoy por suerte hay otras ideas, por ejemplo el presidente Correa en Ecuador habla del buen vivir, que no es exactamente reproducir la cultura del consumo. Pero el cubano por lo general no lo percibe así, lamentablemente. Tiene que ver con esa práctica de lo cotidiano que es nuestra vida.

MR: También pasa que se tiende a comparar con lo que se puede ser, partiendo de la realidad objetiva…

JT: Puede ser. Hay espacio siempre para tomar mejores decisiones y siempre han existido malas decisiones. Compararse con lo que potencialmente uno puede ser creo que también es válido; pero también hay que entender que este es un país pequeño, pobre, subdesarrollado y bloqueado.

Muchas veces esa comparación la hacemos de manera mecánica, casi como un ejercicio de especulación. Yo no sé realmente hasta dónde algo así pueda ser verdad.

De todas maneras creo que es bueno compararse con el potencial. Creo que estamos en un proceso que, entre otras cosas, está intentando recuperar eso y permitirle a la gente que use lo más posible ese potencial, y que está creando condiciones para exigirle a la gente que lo haga; pero es un proceso. Estamos caminando hacia eso.

MR: ¿Este proceso sería la llamada actualización?

JT: Ese proceso tiene que ver con estas grandes transformaciones que se están haciendo para actualizar y para crear cosas nuevas. Está abriendo realmente espacios a esas potencialidades de la gente, poco a poco, paso a paso. Hoy como nunca el ciudadano cubano tiene mejores oportunidades de aplicar ese potencial por decisión propia. Eso no era así hace unos años.

A veces yo me sonrío porque mucha gente dice: “Es que el Estado me paga muy poco”. Y creo que eso es real: todavía hoy los salarios en sectores estatales son muy bajos; sin embargo, la gente tiene otra opción, que es la de desarrollar –incluso sin dejar de ser trabajador estatal– una actividad de trabajo cooperativa o por cuenta propia y mejorar sus ingresos. Y mucha gente no lo hace pudiéndolo hacer.

MR: Usted se ha referido en varias oportunidades a la “debilidad estructural de las bases” del crecimiento en Cuba y a que las potencialidades de la economía nacional no son “suficientemente aprovechadas”. ¿Cómo estarían suficientemente aprovechadas? ¿Qué podría hacerse y no se hace?

JT: Partimos de una situación casi siempre de decisiones en el sub óptimo, por el bloqueo. Eso nos hace muchas veces decidirnos por opciones que puede que no sean el óptimo. Dejando eso establecido, realmente tenemos una debilidad estructural para el crecimiento económico que está asociada, primero que todo, a quetenemos un sistema productivo muy débil con grandes deficiencias en temas tecnológicos. Hay una distancia grande entre nuestra industria y nuestra agricultura con relación a la punta tecnológica mundial. Déficit en eficiencia, productividad y organización del trabajo y en incentivos de todo tipo. Eso pasa en casi todos los sectores, lamentablemente.

Venimos de una cultura muy igualitarista. Se han hecho intentos por romper con ella, o por ir cambiándola, pero va a costar tiempo porque, entre otras cosas, la igualdad es cómoda.

Mejorar en estas cosas e ir cambiando las condiciones que hacen que tengamos problemas estructurales en términos de crecimiento tiene que ver con esa combinación de factores; no es solo un tema macroeconómico, que pudiera ser solo de tasas de cambio o solo de políticas industriales. Es mucho más abarcador.

A veces los cubanos, por una deformación histórica, estamos acostumbrados a buscar la solución, pero en estos temas no hay la solución: hay un conjunto de soluciones que, combinadas, permiten mejorar. Una de ellas por sí sola no resuelve el problema. Eso lo hace mucho más complejo.

Hay que tomar medidas estructurales, coyunturales, sociales, hay que crear instituciones. No hay una varita mágica. Toma tiempo porque son cosas que hay que construir, no solo actualizar, e implican la manera de pensar y de conducirse de las personas. Esa frase de cambiar la mente, que ya se ha hecho tan manida, habla de algo que es lo más difícil de todo. Hay gente que no va a cambiar nunca, que ya no puede cambiar, a la que ya le pasó el tiempo para cambiar. También porque no quiere cambiar; se ha adecuado a una manera de vivir y no entiende que para seguir viviendo hay que cambiar.

MR: ¿En qué puede apostar Cuba su desarrollo?

JT: Cuba debe apostarle a lo que ha sido el producto más importante: al cubano, a una población instruida, altamente calificada. A la capacidad que tenemos de formar gente, cosas que otros países no tienen. A los valores establecidos ya como parte de la vida de las familias: que sus hijos estudien, por ejemplo. Nuestras familias todas tienen como un valor establecido que sus hijos van a la escuela. Y cuando terminen la escuela, es que hay que pensar en que trabajen. En otros muchos mundos no es así, no solo subdesarrollados, sino desarrollados también.

Es el recurso más abundante que hay en Cuba, es el más importante de todos, es el más flexible. Hay que apostarle a esa gente calificada que tenemos y a partir de ahí desarrollar sectores. ¿Cuáles? Todos aquellos en los que podamos engancharnos en las tendencias mundiales, desde el turismo hasta los servicios médicos. Todos, para mí ninguno es excluyente. Sigo creyendo que el azúcar para Cuba es un gran recurso y un gran sector, la industria de la caña de azúcar, pero igual creo que la industria biotecnológica puede ser una gran oportunidad, como la telefonía, como la industria del software o como la producción de baldosas hidráulicas para no importar.

Hay un potencial enorme que hay que cultivar, hay que darle apoyo y opciones, y que puede llenar vacíos que hoy las empresas estatales no pueden cubrir. Yo le apostaría a eso. Creo que es un error en este mundo tan dinámico, tan cambiante, tan globalizado, “casarse” con un sector.

Sí me caso con el cubano calificado, ese está en todos los sectores, es capaz de armar desde una empresa turística hasta construir maquinaria para hacer baldosas hidráulicas. Esa es una gran posibilidad que tiene el país, verdad que no la aprovechamos directamente, nos falta abrir más espacio. Pero estamos en ese camino y se está aprendiendo.


MR: ¿Qué hay de los tiempos? Se ha dicho que no debe emplearse un periodo excesivamente largo, por el costo que tiene la espera en términos políticos y sociales para la credibilidad y sostenibilidad.

JT: Sin lugar a dudas. En realidad el desarrollo es una meta que debemos alcanzar en el menor tiempo posible. Cuba ha venido experimentando durante cincuenta años –para parafrasear el título de una película–, una pelea cubana contra el subdesarrollo. Todavía estamos en esa pelea. Lo que ocurre es que también el desarrollo tiene una expresión en las generaciones y han sido muchas generaciones en esa batalla. Por eso yo creo que los tiempos son importantes y que poder alcanzar el desarrollo en un tiempo adecuado es importante, en un tiempo que no signifique tres o cuatro generaciones. Por eso también la relación entre desarrollo y crecimiento es importante, porque para poder desarrollarnos necesitamos crecer a determinadas tasas y no a otras.

Todavía hoy estamos creciendo a tasas muy bajas para las aspiraciones de desarrollo que tiene Cuba, para las mejoras que tenemos que lograr, y para el gasto marginal que debemos hacer.

Por ejemplo, tenemos el índice de mortalidad infantil más bajo de nuestra historia. El gasto que el país tiene que hacer para bajar una décima es gigantesco si lo comparas con el gasto que tuvo que hacer para bajar de 60 a 50, para bajar un punto porcentual; porque ya bajar una décima significa garantizar condiciones muy especiales en los hospitales y fuera de los hospitales y eso cuesta mucho. Igual pasa con la mejora de salud en general, con la mejora de un grupo de servicios.

Esas son las metas tremendas del desarrollo en un país que ya ha logrado muchos altos índices de mejoramiento en las condiciones de vida de las personas.

Otro ejemplo: nuestros niños todos llegan a 6to grado, y casi todos llegan a 12 grado o la enseñanza técnica. Eso supone un esfuerzo tremendo. En Cuba hemos gastado para poner tres profesores para dos niños, hay escuelas que tienen 6 estudiantes y tienen movilizada a una fuerza grande. La pregunta es: ¿Económicamente eso es sostenible? Muy difícil si todo lo enfocas de forma económica, pero es parte del bienestar de la gente, entonces gastar en el bienestar de esa gente, esas familias, es una inversión muy alta y lo hace un país muy pobre que además está bloqueado. A veces no nos damos cuenta de eso porque estamos inmersos en esta cotidianidad.

MR: Es posible que tenga que ver con que se ha repetido mucho y mal…

JT: Quizás, quizás sacan que el Estado nos está regalando cosas, cuando en realidad el Estado somos todos, porque todos contribuimos a regalarnos cosas: una parte de nuestro salario no lo ganamos sino que pasa a los fondos sociales de consumo y se distribuye en esas cosas. A veces el enfoque es muy verticalista, lamentablemente muy estatista desde una concepción de este asunto, yo diría, pasada de moda.

Si abres las cuentas y les dices a los cubanos: “De tu salario nada más que te toca el 40 por ciento, porque hay un 60 por ciento que lo dedicamos a la educación gratuita y se lo pones delante y le dices estos son los impuestos que tú pagas para que la educación en Cuba sea gratis, para que tus nietos, tus hijos vayan a la escuela de manera gratuita”, creo que la inmensa mayoría estaría de acuerdo. Lamentablemente no lo decimos nunca, nosotros no sabemos qué parte de nuestros salarios va a la educación, qué parte va a la salud, qué parte va a mantener ancianos. Es algo que en algún momento deberíamos también actualizar. Nos lo dicen de otra manera: “El Estado le da…”, pero en definitiva el Estado nada produce, lo producimos nosotros, lo produce este pueblo que es el dueño de los medios de producción y todos contribuimos a eso. Es la mejor aplicación de la frase de Napoleón: L´État c´est moi, el Estado soy yo, el Estado somos todos.

Eso a veces tampoco lo comprendemos porque no logramos que la gente identifique cuál es la parte de sí con la que contribuye al Estado y con qué parte no contribuye. No logramos que la gente identifique en qué parte es acreedora y en qué deudora del Estado. Con otras cuentas quizás pudiéramos lograr eso: que cada cual se vea identificado en su contribución individual al Estado y se vea identificado en su mejora individual desde el Estado, que es de todos nosotros. Esto también es participación.

MR: Según usted, en Cuba hasta hace pocos años los problemas de distribución de la riqueza no constituían un obstáculo significativo al crecimiento; sin embargo, dadas las transformaciones realizadas en los últimos años, estos problemas deberán tenerse en cuenta. ¿Qué riesgos entraña esto para la política social?

JT: El riesgo está en no reconocer y no actuar consecuentemente con que en Cuba hay una estratificación de los ingresos. Esto va a seguir ocurriendo. Cuando abres espacio a diferentes actores, habrá exitosos y otros no. Es injusto que el trabajador exitoso no sea retribuido en función de su éxito, como es injusto dejar a la mano de Dios al que no está en la empresa exitosa. El Estado debe cuidar esas fallas en la justicia social, que debe ser más activa, más dirigida. Esto es ineludible.

Tenemos que lograr que nuestros jubilados vivan mejor de lo que están viviendo, pero para eso tenemos que lograr una política en que aquellos que no necesitan ese apoyo no lo tengan. Pasa por la libreta, por el servicio de electricidad, pasa por el transporte… Es una acción muy compleja, e implementarlo es mucho más difícil todavía. Eso no hay que actualizarlo: eso hay que hacerlo nuevo. Hay que crear los apoyos suficientes para un país que ha cambiado. Hay que crear reglas del juego, instituciones, normas. El peligro está en desconocer eso.

Creo que hoy realmente hay muchas personas dentro de los niveles de decisión política que lo saben y han venido haciendo pequeñas cosas. Hay que lograr tener una política completa sobre eso.

MR: ¿Quiénes están definiendo la política económica en Cuba?

JT: Como en todos los países hay decisores, a quienes les toca, están escogidos, ahí está el Estado, el gobierno, el partido, los poderes locales. Son de los decisores importantes, es la manera en que la inmensa mayoría de las personas quieren participar de una u otra forma. Es la manera que esta instituida en Cuba para participar. Tienen que mejorar, porque el país está cambiando.

Creo que en este proceso que se centró mucho en los Lineamientos hubo una participación real de la gente. Ese documento varió por la participación de la gente. Hay que avanzar en la participación a nivel de los barrios.

La academia participa, estudia, investiga, produce, discute, hace propuestas. Existe el Consejo de ciencia y tecnología en la Comisión de implementación, donde participan profesores de manera constante. Como nunca antes la academia está participando en estas cosas.

MR: ¿Alguna vez se hizo política económica que contradijera principios económicos?

JT: Nuestras aspiraciones siempre han estado por encima de la realidad de nuestros números. Eso no es malo. Lo malo es confundir las aspiraciones con la realidad.

Durante mucho tiempo el país vivió en condiciones especiales, inserto en un campo socialista y con una relación muy especial con la Unión Soviética. Eso permitió tener aspiraciones por encima de las capacidades propias que el país tenía para mantenerlas. El saldo positivo es que logramos tener la población que tenemos hoy, le hemos mejorado la vida de la manera en que se ha hecho.

La otra parte de este asunto es que las aspiraciones económicas son muy altas. Nuestra realidad económica no alcanza a satisfacer esas necesidades; pero tampoco es malo porque al final nos obliga a ser mejores en economía. Es algo que nos hala.

MR: ¿Cómo concibe la economía la posibilidad de un modelo socialista próspero y sostenible?

JT: Pienso que sí es posible, además es una frase que nos permite armar una visión de país. Sintetiza las aspiraciones de la población cubana: ser próspera, seguir siendo socialista y que se pueda sostener en el tiempo. Yo soy de los que piensan que la mayoría de la población cubana se sigue identificando con lo que ha conocido como socialismo, en ese aspecto social, y no quiere renunciar a ello.

No creo que ser prósperos sea una meta inalcanzable, en todo caso es dura, difícil, alta. Pero es alcanzable. También requiere hacer muchas cosas y cambiar muchas otras. Pienso que se está haciendo una parte.Estamos llegando a una etapa mucho más difícil y sensible donde los espacios de maniobra son más chiquitos y donde los peligros de cometer un error estratégico tendrían un costo muy alto. Hemos ido avanzando desde las cosas más evidentes y elementales, hacia transformaciones que cada vez más requieren de una mayor sintonía fina, por esos mismos costos, por la profundidad que implican esas transformaciones.

Socialista, próspera y sostenible: cuando uno camina hacia dentro hay muchas cosas que decodificar, tanto pensando en qué es el socialismo cubano y qué debe ser, qué es ser sostenible, qué es ser próspero en Cuba y qué debe ser, cómo garantizar que sea sostenible. Hay mucho que trabajar ahí, pero sin duda es una magnífica construcción de una visión de país.


MR: ¿En algún momento se pensó que la prosperidad contradecía al socialismo?

JT: Sí, hubo momentos en que cosas así se esparcieron como parte de una filosofía que hemos ido transformando.

La prosperidad como país, como familia, como personas, es un valor que debemos difundir y lograr que la gente vea como parte de sus metas tanto en lo individual como en las metas colectivas.

MR: ¿Cuáles serían algunas de esas transformaciones profundas?

JT: Diría que hay varias, se anunció una: la unificación monetaria y cambiaria. Es una medida profundísima, quetendrá ventajas y costos. La transformación del sistema empresarial cubano sería otra: lograr que nuestras empresas sean realmente empresas. Es una cultura que no tenemos. Pero hay que hacerlo si queremos ser buenos, si queremos competir con el mundo y tener nuestro propio espacio en el mundo.

MR: Con perdón de la palabra, si pudiera extirpar algo de la economía cubana, ¿qué sería?

JT: No en economía, sino en general de la sociedad cubana: Extirparía la tendencia a la unanimidad, la tendencia a la simulación y la tendencia al conformismo. Esas tres son un gran lastre para Cuba.


MR: ¿Qué obstáculos tiene Cuba de cara al desarrollo?

JT: Primero: nuestra propia deformación estructural; segundo: el bloqueo norteamericano; tercero: nuestra aversión al riesgo en general. Además de esas tres tendencias que te dije.

Ya en términos económicos: distorsiones macroeconómicas como la dualidad cambiaria y monetaria; debilidad en los incentivos positivos; bajo ahorro nacional; baja tasa de acumulación y de inversión… Lógicamente, esa distancia tecnológica que nos separa de las tendencias que marcan la punta en el mundo.

Cuba tiene muchísimas oportunidades y lógicamente tiene tremendos retos. Pero en general estamos viviendo una etapa de cambios importantes. Mi visión es positiva sobre todo porque hay muchas oportunidades abiertas para mejorar, para que el país avance. Eso va desde las potencialidades que tiene nuestro país, con una población altamente calificada –no totalmente aprovechada– hasta el hecho de que Cuba sigue siendo un país virgen en muchas cosas, que pueden ser desarrolladas tanto por las empresas y los cubanos como por el capital extranjero.

Foto: Roberto Meriño

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