OnCuba
El anuncio de la suspensión de las funciones consulares de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, ante la imposibilidad de encontrar un banco estadounidense que le provea servicios financieros elementales, refleja la precariedad de las relaciones entre Cuba y EE.UU.
Incluso en un ambiente de relativa distensión, la existencia de imponderables asociados a las estructuras vigentes de hostilidad, como la presencia de Cuba en la lista de países terroristas del Departamento de Estado, o una crisis de salud del contratista Alan Gross prisionero en Cuba, podrían descarrilar los mínimos avances en las relaciones entre ambos países. Los decisores de política en Washington y la Habana deberían prever y evitar ese escenario.
Ninguno de los dos gobiernos quiere prescindir de las secciones de intereses creadas en 1977, durante la administración Carter. Cuba tiene en su primer consulado en Washington una entrada nada despreciable al mundo político de EE.UU. y la comunidad cubana en el exterior. A la vez, el gobierno norteamericano valora la utilidad de su oficina en Cuba. La ex Secretaria Condoleeza Rice afirmó en sus memorias que Estados Unidos quisiera replicar la experiencia de las secciones de intereses con Irán. Rice consideró que la oficina en La Habana permite a Washington informarse y tener un espacio de interacción positiva con la sociedad cubana, discutiendo asuntos de mutuo interés con el gobierno anfitrión.
Las oficinas de intereses son también misiones consulares donde ambos gobiernos otorgan visas. Es allí donde son relevantes las contradicciones de la política hacia Cuba expuestas por el reciente discurso del Secretario de Estado John Kerry ante la organización de Estados Americanos. Kerry enfatizó el compromiso norteamericano con los intercambios de viajes y remesas existentes entre los dos países. Casi que dijo que los viajes a Cuba deberían ampliarse pues los ciudadanos estadounidenses son “nuestros mejores embajadores”.
El problema es que las visitas a Cuba de esos “embajadores de nuestros ideales, valores y creencias” – tan admiradas por Kerry- están limitadas por la ley Helms-Burton. Estados Unidos ha decidido limitar su capacidad de influir en la sociedad cubana en la esperanza de que un día, carente de divisas, el gobierno cubano colapse. Ni Kerry ni el presidente Obama han dicho cómo piensan zafar el nudo que a una estrategia estadounidense de “ideales, valores y creencias”, impusieron en 1996 los reclamantes de propiedades perdidas, partidarios del acoso y el aislamiento contra Cuba.
Los defectos de esa mala política se agravan con la suspensión de servicios consulares en la oficina de Cuba en Washington. Incluso las limitadas visitas de “nuestros mejores embajadores” a Cuba podrían desaparecer debido a la negligencia de la rama ejecutiva. El departamento de Estado no acaba de sacar a Cuba de la lista de países terroristas del Departamento de Estado, a la cual no pertenece. En lugar de emplear el dinero del contribuyente en perseguir verdaderos terroristas, el departamento del Tesoro ha redoblado sanciones contra las operaciones financieras con Cuba. El resultado es la imposibilidad cubana para tener cuentas mínimas, efecto directo del pánico impuesto a los bancos por la persecución del Departamento de Tesoro, que ha llegado al absurdo de perseguir las cuentas de un congreso de iglesias evangélicas latinoamericanas en La Habana.
Con la sección de intereses de Cuba en Washington sin cuenta bancaria, el costo de oportunidad de esa política irracional hacia Cuba aumenta. Tanto el presidente Obama como el secretario Kerry han reconocido que en Cuba han ocurrido cambios importantes. Sin embargo, al limitar en la práctica los viajes a Cuba, EE.UU. perjudica al sector no estatal emergente. ¿Cómo puede Kerry pedir apoyo hemisférico para demandar cambios políticos en Cuba, cuando Washington dificulta los cambios que ya han tenido lugar?
El discurso del presidente Obama en Miami sobre la necesidad de una política “más creativa”, y su reconocimiento de que en Cuba están ocurriendo cambios va en la dirección correcta, pero no es suficiente.
Como dice un proverbio chino, “encender una luz es más importante que maldecir la oscuridad”. A la altura de un segundo mandato presidencial, Obama debería respaldar sus denuncias sobre el anacronismo de la política hacia Cuba con acciones más profundas que unas negociaciones ligeras con la Habana sobre rescate y salvamento.
La suspensión de los servicios consulares ha sido una clarinada para Miami. Ha alertado sobre las posibles consecuencias nefastas para los viajes familiares de la inclusión politiquera de Cuba en la lista de países terroristas del departamento de Estado. La clara responsabilidad de la política estadounidense en la suspensión de las funciones consulares cubanas ha puesto en segundo plano las limitaciones y excesivos costos que el gobierno cubano impone a sus emigrados que desean visitar la isla. En lugar de abrir espacio político para que esas demandas maduren, la persecución estadounidense de las transacciones financieras cubanas las desplaza del dialogo entre el gobierno de la Habana y sus ciudadanos. A diferencia de otros tiempos, en Miami han sobrado las opiniones lamentando la suspension de las gestiones consulares cubanas, incluyendo un llamado por el congresista Joe Garcia (D-Fl) a actualizar las regulaciones estadounidenses que han conducido a esta crisis.
El Departamento de Estado ha dicho que busca encontrar un banco dispuesto a lidiar con el sin sentido. Eso es mejor que nada, pero los encargados de la política de Obama tienen la oportunidad política de usar la crisis para sentar pautas más profundas. El presidente debería cortar de una vez el nudo gordiano de la crisis. Estados Unidos no ha documentado el patrocinio cubano de ningún acto terrorista en más de veinte años. El departamento de Estado debe sacar a Cuba de la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo.
Escrito por: Arturo López Levy
El anuncio de la suspensión de las funciones consulares de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, ante la imposibilidad de encontrar un banco estadounidense que le provea servicios financieros elementales, refleja la precariedad de las relaciones entre Cuba y EE.UU.
Incluso en un ambiente de relativa distensión, la existencia de imponderables asociados a las estructuras vigentes de hostilidad, como la presencia de Cuba en la lista de países terroristas del Departamento de Estado, o una crisis de salud del contratista Alan Gross prisionero en Cuba, podrían descarrilar los mínimos avances en las relaciones entre ambos países. Los decisores de política en Washington y la Habana deberían prever y evitar ese escenario.
Ninguno de los dos gobiernos quiere prescindir de las secciones de intereses creadas en 1977, durante la administración Carter. Cuba tiene en su primer consulado en Washington una entrada nada despreciable al mundo político de EE.UU. y la comunidad cubana en el exterior. A la vez, el gobierno norteamericano valora la utilidad de su oficina en Cuba. La ex Secretaria Condoleeza Rice afirmó en sus memorias que Estados Unidos quisiera replicar la experiencia de las secciones de intereses con Irán. Rice consideró que la oficina en La Habana permite a Washington informarse y tener un espacio de interacción positiva con la sociedad cubana, discutiendo asuntos de mutuo interés con el gobierno anfitrión.
Las oficinas de intereses son también misiones consulares donde ambos gobiernos otorgan visas. Es allí donde son relevantes las contradicciones de la política hacia Cuba expuestas por el reciente discurso del Secretario de Estado John Kerry ante la organización de Estados Americanos. Kerry enfatizó el compromiso norteamericano con los intercambios de viajes y remesas existentes entre los dos países. Casi que dijo que los viajes a Cuba deberían ampliarse pues los ciudadanos estadounidenses son “nuestros mejores embajadores”.
El problema es que las visitas a Cuba de esos “embajadores de nuestros ideales, valores y creencias” – tan admiradas por Kerry- están limitadas por la ley Helms-Burton. Estados Unidos ha decidido limitar su capacidad de influir en la sociedad cubana en la esperanza de que un día, carente de divisas, el gobierno cubano colapse. Ni Kerry ni el presidente Obama han dicho cómo piensan zafar el nudo que a una estrategia estadounidense de “ideales, valores y creencias”, impusieron en 1996 los reclamantes de propiedades perdidas, partidarios del acoso y el aislamiento contra Cuba.
Los defectos de esa mala política se agravan con la suspensión de servicios consulares en la oficina de Cuba en Washington. Incluso las limitadas visitas de “nuestros mejores embajadores” a Cuba podrían desaparecer debido a la negligencia de la rama ejecutiva. El departamento de Estado no acaba de sacar a Cuba de la lista de países terroristas del Departamento de Estado, a la cual no pertenece. En lugar de emplear el dinero del contribuyente en perseguir verdaderos terroristas, el departamento del Tesoro ha redoblado sanciones contra las operaciones financieras con Cuba. El resultado es la imposibilidad cubana para tener cuentas mínimas, efecto directo del pánico impuesto a los bancos por la persecución del Departamento de Tesoro, que ha llegado al absurdo de perseguir las cuentas de un congreso de iglesias evangélicas latinoamericanas en La Habana.
Con la sección de intereses de Cuba en Washington sin cuenta bancaria, el costo de oportunidad de esa política irracional hacia Cuba aumenta. Tanto el presidente Obama como el secretario Kerry han reconocido que en Cuba han ocurrido cambios importantes. Sin embargo, al limitar en la práctica los viajes a Cuba, EE.UU. perjudica al sector no estatal emergente. ¿Cómo puede Kerry pedir apoyo hemisférico para demandar cambios políticos en Cuba, cuando Washington dificulta los cambios que ya han tenido lugar?
El discurso del presidente Obama en Miami sobre la necesidad de una política “más creativa”, y su reconocimiento de que en Cuba están ocurriendo cambios va en la dirección correcta, pero no es suficiente.
Como dice un proverbio chino, “encender una luz es más importante que maldecir la oscuridad”. A la altura de un segundo mandato presidencial, Obama debería respaldar sus denuncias sobre el anacronismo de la política hacia Cuba con acciones más profundas que unas negociaciones ligeras con la Habana sobre rescate y salvamento.
La suspensión de los servicios consulares ha sido una clarinada para Miami. Ha alertado sobre las posibles consecuencias nefastas para los viajes familiares de la inclusión politiquera de Cuba en la lista de países terroristas del departamento de Estado. La clara responsabilidad de la política estadounidense en la suspensión de las funciones consulares cubanas ha puesto en segundo plano las limitaciones y excesivos costos que el gobierno cubano impone a sus emigrados que desean visitar la isla. En lugar de abrir espacio político para que esas demandas maduren, la persecución estadounidense de las transacciones financieras cubanas las desplaza del dialogo entre el gobierno de la Habana y sus ciudadanos. A diferencia de otros tiempos, en Miami han sobrado las opiniones lamentando la suspension de las gestiones consulares cubanas, incluyendo un llamado por el congresista Joe Garcia (D-Fl) a actualizar las regulaciones estadounidenses que han conducido a esta crisis.
El Departamento de Estado ha dicho que busca encontrar un banco dispuesto a lidiar con el sin sentido. Eso es mejor que nada, pero los encargados de la política de Obama tienen la oportunidad política de usar la crisis para sentar pautas más profundas. El presidente debería cortar de una vez el nudo gordiano de la crisis. Estados Unidos no ha documentado el patrocinio cubano de ningún acto terrorista en más de veinte años. El departamento de Estado debe sacar a Cuba de la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo.
Escrito por: Arturo López Levy
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