Por Manuel Juan Somoza
¿Por qué esos precios de escándalo para los autos nuevos y de uso puestos en venta el viernes 3 de enero, cuando no es necesario ser entendido en economía para estar al tanto del nivel de vida y de ingresos de los cubanos?
Por oficio, no por interés de compra, recorrí ese día los expendios de automóviles y constaté el sentir de los pocos compatriotas que llegaron hasta la agencia Peugeot de Vía Blanca -donde se venden los 0 kilómetros- y de los muchos que fueron hasta Miramar, donde se exhiben los de segunda mano, desplegados, por cierto, a la intemperie, a unos 100 metros del mar y su salitre.
Anulada ya la controvertida “carta” que autorizaba estas compras, en ese lugar estaban muchos de los cubanos que esperan por comprarse un carro de segunda mano desde hace años, la mayoría, supongo, tras ahorrar centavo a centavo durante misiones oficiales.
Lo que encontré allí fue molestia y desencanto al comprobar que era cierto lo que decían los listados de precios OFICIALES, que paradójicamente circulaban por Internet desde la madrugada de ese día, obtenidos y divulgados desde fuera de la isla, con valores que multiplican por dos, tres o más los precios promedios con que antes, con la “carta”, se vendían estos vehículos.
¿Por qué?, si el vendedor es el mismo que vendía antes a más bajo precio. ¿Por qué esa decisión, cuando estas cubanas y cubanos, supongo, tienen o han cumplido un compromiso con su país? ¿Por qué vender un Peugeot hecho en serie a precios astronómicos? O, más que eso, ¿por qué después de tanta espera proponer precios equivalentes a los de marcas que son hechas casi a mano a solicitud de los clientes en las partes ricas y consumistas del planeta?
Llevo casi 40 años en la profesión y pocas veces he visto que una noticia generada en La Habana, como esta, recorriera el mundo en tan corto tiempo, con una intencionalidad muy desfavorable para el país. ¿Por qué?
¿Por qué anular de esa forma -grotesca, digo yo- la aspiración de llegar a tener un carro de esas cubanas o cubanos que han escogido vivir aquí, pese a que el salario habitual no les alcance, el transporte público siga muy por debajo de la demanda y sin solución a la vista, sabedores de que su decisión implica formar parte, con todos los riesgos inherentes, de una nación en cambio?
Es ilusorio aspirar o suponer que todos los cubanos, todos los chinos o todos los mexicanos pueden tener un automóvil, con independencia de las disponibilidades de transportación pública que tenga cada quien -metros, trenes aéreos, tranvías eléctricos, buses, trolebuses, taxis en otras partes, sólo buses y taxis en la isla-, pero ¿por qué llegar aquí a precios extremos?
La infraestructura vial cubana no soportaría una multiplicación de autos rodando en corto tiempo; ello dispararía incluso la contaminación ambiental, pero ¿por qué controlar el mercado con precios astronómicos?
¿Cuántos carros se venderán, cuánto aportarán realmente al “desarrollo del transporte público (que) es una prioridad para el beneficio de la población”, según se ha dicho?
Lamentablemente, a mi modo de ver, lo único cumplido hasta ahora es decir que en Cuba se pueden comprar autos libremente. Y pregunto, por último, ¿es ética una conclusión de ese tipo en los términos de venta planteados?
¿Por qué esos precios de escándalo para los autos nuevos y de uso puestos en venta el viernes 3 de enero, cuando no es necesario ser entendido en economía para estar al tanto del nivel de vida y de ingresos de los cubanos?
Por oficio, no por interés de compra, recorrí ese día los expendios de automóviles y constaté el sentir de los pocos compatriotas que llegaron hasta la agencia Peugeot de Vía Blanca -donde se venden los 0 kilómetros- y de los muchos que fueron hasta Miramar, donde se exhiben los de segunda mano, desplegados, por cierto, a la intemperie, a unos 100 metros del mar y su salitre.
Anulada ya la controvertida “carta” que autorizaba estas compras, en ese lugar estaban muchos de los cubanos que esperan por comprarse un carro de segunda mano desde hace años, la mayoría, supongo, tras ahorrar centavo a centavo durante misiones oficiales.
Lo que encontré allí fue molestia y desencanto al comprobar que era cierto lo que decían los listados de precios OFICIALES, que paradójicamente circulaban por Internet desde la madrugada de ese día, obtenidos y divulgados desde fuera de la isla, con valores que multiplican por dos, tres o más los precios promedios con que antes, con la “carta”, se vendían estos vehículos.
¿Por qué?, si el vendedor es el mismo que vendía antes a más bajo precio. ¿Por qué esa decisión, cuando estas cubanas y cubanos, supongo, tienen o han cumplido un compromiso con su país? ¿Por qué vender un Peugeot hecho en serie a precios astronómicos? O, más que eso, ¿por qué después de tanta espera proponer precios equivalentes a los de marcas que son hechas casi a mano a solicitud de los clientes en las partes ricas y consumistas del planeta?
Llevo casi 40 años en la profesión y pocas veces he visto que una noticia generada en La Habana, como esta, recorriera el mundo en tan corto tiempo, con una intencionalidad muy desfavorable para el país. ¿Por qué?
¿Por qué anular de esa forma -grotesca, digo yo- la aspiración de llegar a tener un carro de esas cubanas o cubanos que han escogido vivir aquí, pese a que el salario habitual no les alcance, el transporte público siga muy por debajo de la demanda y sin solución a la vista, sabedores de que su decisión implica formar parte, con todos los riesgos inherentes, de una nación en cambio?
Es ilusorio aspirar o suponer que todos los cubanos, todos los chinos o todos los mexicanos pueden tener un automóvil, con independencia de las disponibilidades de transportación pública que tenga cada quien -metros, trenes aéreos, tranvías eléctricos, buses, trolebuses, taxis en otras partes, sólo buses y taxis en la isla-, pero ¿por qué llegar aquí a precios extremos?
La infraestructura vial cubana no soportaría una multiplicación de autos rodando en corto tiempo; ello dispararía incluso la contaminación ambiental, pero ¿por qué controlar el mercado con precios astronómicos?
¿Cuántos carros se venderán, cuánto aportarán realmente al “desarrollo del transporte público (que) es una prioridad para el beneficio de la población”, según se ha dicho?
Lamentablemente, a mi modo de ver, lo único cumplido hasta ahora es decir que en Cuba se pueden comprar autos libremente. Y pregunto, por último, ¿es ética una conclusión de ese tipo en los términos de venta planteados?
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