"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

jueves, 13 de febrero de 2014

CRONICAS DE MIAMI. Eso yo lo vi





En Miami no para la cantaleta sobre la jacarandosa y desarrollada Cuba de antes de la revolución. En la televisión muestran clubs nocturnos, bares con elegantes barman, escuelas privadas, casinos y mujeres y hombres bien trajeados por la calle Galeano, cruzando frente a Radiocentro. Es cierto: llamativos eran los lumínicos de El Encanto, La Época, Flogar… y también el convertible que paseaba a unas muchachas por el Malecón.

Ya una vez escribimos sobre la falsedad de querer hacer de partes de La Habana la imagen de todo el país. Cuba no era ni por asomo La Habana nocturna de los Tres Tristes Tigres de Cabrera Infante, la de Tongolele bailando rumba, la de Hemingway tomando daiquiris en el Floridita ni la de Nat King Cole en Tropicana. Cuba no era siquiera similar a La Habana proletaria, la de cuarterías con sábanas que se secaban en el pasillo.

Es cierto que en 1958 circulaban por las calles de la Isla 25 autos por cada mil habitantes. Sólo Venezuela superaba esa cifra. Había mansiones con cinco y seis automóviles. Tropicana tenía la fama del mejor cabaret del mundo. Poseíamos más televisores por cada mil habitantes que el resto de América Latina. Solo Argentina y Uruguay nos superaban en teléfonos. Mérito a nuestro ingenio fue el primer control remoto en televisión, cuando en 1954 se transmitió en vivo un juego de las Grandes Ligas desde un avión que daba vueltas sobre el estrecho de La Florida.

En muchos aspectos estábamos en los primeros lugares de América Latina, así que podremos imaginar la dramática situación de aquella América luego que veamos datos del Censo de Población y Viviendas de 1953, realizado durante la dictadura de Fulgencio Batista. No son cuentos del periódico Granma, del negro comunista Lázaro Peña ni de La Historia me Absolverá.

Según el censo, en Cuba sólo el 44% de las casas en las zonas urbanas eran de mampostería y azotea, y en las rurales el 1%. E, incluso, en las zonas urbanas, los bajareques o bohíos construidos con yagua o madera de palma real, techo de guano y piso de tierra constituían el 6% del lugar donde la gente vivía.

El agua de acueducto, por tuberías, llegaba solamente al 35 por ciento de las casas. Es decir, casi las dos terceras parte de la población cubana carecía de agua corriente.

El 43% de las casas de aquella Cuba tan ideal para algunos carecían de inodoros interiores. En el campo sólo lo tenían el 3%. Imaginen qué dicha, qué higiene: casi la mitad de las viviendas de los pueblos y ciudades sin inodoros.

¡Luz eléctrica! Incluso en las zonas urbanas el 12% de las casas se iluminaban con velas, farolas y chismosas. En el campo la cifra ascendía al 88%.

¿Y la educación? Según el censo, hecho, repito, en época del dictador Fulgencio Batista, el 44% de los niños en edad escolar, de 6 a 14 años, no asistían a la escuela. Y el 23.6% de la población era analfabeta. Es decir, casi la cuarta parte de los cubanos no sabían leer ni escribir.

Son sólo algunos datos. Pero muy elocuentes. Y hay muchos más.
Por ejemplo, la población rural entonces constituía casi la mitad de los cubanos: el 43% de los 5 millones 820 mil 29 habitantes que tenía la Isla. Sobre la feliz y bucólica vida campesina, entre susurrantes palmeras, amorosas guajiras y cantarines riachuelos, la Agrupación Católica Universitaria hizo una investigación publicada incluso por el reaccionario Diario de la Marina en 1956. Veamos algunos datos:

La talla promedio del trabajador agrícola era de 5 pies 4 pulgadas, y a causa de la desnutrición tenían 16 libras menos del peso promedio que debían tener.

Sólo un 4% del campesinado comía carne una vez a la semana. Sólo tomaba leche el 11.22%. El 14% había padecido o padecía tuberculosis. El 43% tenía parásitos. El 31% sufría de paludismo. Sólo un 8% recibía atención médica del Estado. Únicamente el 6% de sus viviendas tenían agua por cañería. El 86% trabajaba manualmente y, con aparatos mecánicos, el 4%. El 6% recibía el salario en vales y un 2.5% recibía parte de éste en comida.

Esa era la Cuba real, la que Miami oculta. Esa Habana cosmopolita y elegante de los hoteles de lujo, costosos yates, salas para jugar bingo y aristocráticas mansiones en el Vedado, era sólo una pequeña parte de Cuba. Cuba no era eso, como en Miami quieren hacer creer. Ahí está el censo, hecho en época de Batista en esa Cuba donde pululaban los niños limpiabotas, los guajiritos sin atención médica y con barrigas hinchadas por las lombrices, las viviendas de guano, yaguas y piso de tierra, las muchachas que no habían visto un cine ni una peluquería y parecían ancianas, desdentadas y con los ojos y el cabello sin una gota de brillo. Eso yo lo vi. A mí, la ultra de Miami no pude hacerme cuentos color rosa de la Cuba de antes. Les habló, para Radio Miami, Nicolás Pérez Delgado.

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