Por Leornardo Padura
Indolencia, necesidad e improvisación: la violación del urbanismo.
El complicado tema de las regulaciones urbanísticas –o más bien de sus violaciones- y de las construcciones ilegales ha vuelto a aparecer con fuerza en los medios institucionales cubanos encargados de vigilar, regular y preservar su funcionamiento. El hecho visible de que, durante demasiados años, en ciudades y pueblos de todo el país se haya tenido una actitud que va de la tolerancia a la indolencia, pesa hoy como una montaña no ya sobre la imagen física de los asentamientos urbanos, sino y muy especialmente, sobre la vida cotidiana de miles de familias que, a veces por gusto, pero muchas veces por necesidad, han deformado lo que urbanísticamente está reglamentado y hoy viven en sitios sensibles de ser catalogados como violaciones inadmisibles por los códigos existentes –y que pueden ser condenados incluso a la demolición si se aplican drásticamente los reglamentos existentes... que tantas personas e instituciones olvidaron por décadas.
Como atrás queda dicho, existen diversas razones que han provocado tal acumulación de problemas en el entorno arquitectónico y urbanístico cubano. Si bien es cierto que muchas personas han realizado obras constructivas con clara conciencia de que violaban algunos de los reglamentos existentes, lo cierto es que en la mayoría de los casos lo que hoy vemos es resultado de dos actitudes cercanas pero diferentes: de un lado la indolencia de las autoridades que en su momento dejaron que se cometiera la violación y del otro la necesidad de la mayoría de las personas de buscar soluciones a sus problemas de espacio y vivienda, según sus condiciones económicas, posibilidades para realizar la obra y hasta sus criterios estéticos.
En los casos de violaciones flagrantes como, por ejemplo, la construcción en zonas costeras protegidas, o de edificaciones de galpones y garajes rústicos en espacios ciudadanos comunes, es duro pero más justo aplicar las leyes existentes. En el de las alteraciones de las normas por razones “estéticas” (las comillas no son casuales: por lo general lo que más falta en ellas es, precisamente, la estética), realizadas ante la mirada irresponsable (o incluso con el beneplácito) de las autoridades locales encargadas de regular la estructura constructiva de un entorno determinado, la culpa repartida hace un poco más compleja la posible decisión a tomar.
Pero, ¿en el caso de necesidad extrema de encontrar espacio habitable o de salvar el ya existente con unos pocos recursos? Creo que ahí la situación adquiere otro cariz, en especial teniendo en cuenta que vivimos en un país con un gran déficit de viviendas y habitaciones en el cual, además, muchas de las construcciones habitadas están en condiciones constructivas lamentables.
Muchas de las personas que han realizado obras de “emergencia” han optado por las soluciones a su alcance –que casi nunca son las más adecuadas, solo las más factibles. Mientras en algunas zonas de la ciudad de La Habana, como el casco histórico, ha existido rigor y vigilancia, en otras con menores pero también con reales valores patrimoniales, se han ido ejecutando verdaderos engendros que han llegado a deformar de manera irreversible la fisonomía del lugar.
Muy cerca de donde vivo, el barrio de El Calvario es un ejemplo patente de tales manejos. El Calvario, en especial las edificaciones ubicadas en la arteria principal o muy cerca de ella, conservó hasta los años 1960-70 muchas de sus construcciones originales, algunas de ellas levantadas en el siglo XIX. Pero con el paso del tiempo y el deterioro de la mayoría de ellas o con la necesidad de sus moradores de ganar espacios habitables, los propietarios de muchas de estas edificaciones han realizado las más diversas modificaciones a la estructura original, quitándole el valor de su presencia histórica. El resultado: ya El Calvario no se parece a lo que fue… ni se parece a nada que pueda ser medianamente armónico ni bello.
Pero, al cabo de tantos años y de tanto esfuerzo, ¿cómo pedir a estas personas que deshagan lo que han hecho, en muchos casos con ingentes esfuerzos? ¿Para regresar a qué?... En ejemplos como este, que se observan en todo el país, la causa parece definitivamente perdida. El caos y la fealdad son allí irreversibles.
Como El Calvario (más incluso que en ese pequeño pueblito de la periferia capitalina), hacia el centro de la ciudad también se reproducen actitudes similares pero en condiciones aun peores en diversos sitios. En un reciente recorrido que realicé por las calles aledañas a la Calzada de 10 de Octubre –y por la misma avenida que atraviesa el muy populoso municipio- más que problemas de violaciones de normas urbanísticas, observé las trazas de lo insalvable. La cantidad de casas y edificios que han perdido la cubierta es alarmante, e innumerable la de los inmuebles con grietas que se exhiben como heridas fatales. En medio de eso, algunos moradores de la zona han tratado de salvar lo salvable y, con los medios a su alcance y la inventiva propia, han deformado fachadas y estructuras, dándole a la zona una imagen de ciudad sin normas ni estilos que ha alcanzado también el punto de lo irreversible. ¿Y el Cerro, Centro Habana, Luyanó? Más de lo mismo.
Algo similar ocurre en ciudades del interior que he visitado en los últimos tiempos, entre las que está el caso doloroso de Matanzas, la llamada Atenas de Cuba, quizás ahora con más razón: las ruinas acechan varios de sus barrios históricos mientras las antes amables orillas de sus ríos hoy exhiben todos los niveles posibles del abandono. ¿Ha habido en todos estos años preocupación urbanística con ese entorno histórico que hizo de Matanzas la bella ciudad por la que a principios del siglo XIX se paseaban José María Heredia y los poetas que lo sucedieron? Salvo algunos edificios específicos, el resto parecer haber sido dejado a su suerte… o su mala suerte.
En cualquier caso, mirar hacia lo ya realizado en contra de la estructura urbana de las ciudades del país y tratar de enmendarlo es una labor necesaria, aunque ingente y difícil, y que en ocasiones, como he advertido, podrá entrañar grandes injusticias y problemas sociales. A la falta de control se ha unido a la falta de posibilidades que nos ha llevado al estado actual. Pero, en cualquier caso algo hay que hacer para enmendar lo enmendable y para evitar, sobre todo, que el mal hacer urbanístico y el libertinaje “estético” sigan avanzando como una plaga que convertirá a ciudades como La Habana no ya en una ciudad dotada de la belleza del estilo de las cosas que no tienen estilo, como dijera Alejo Carpentier, sino en un amasijo de improvisaciones y violaciones de las normas, capaces de terminar de convertirla en una ciudad sin identidad arquitectónica ni continuidad urbanística. (2014).
Indolencia, necesidad e improvisación: la violación del urbanismo.
El complicado tema de las regulaciones urbanísticas –o más bien de sus violaciones- y de las construcciones ilegales ha vuelto a aparecer con fuerza en los medios institucionales cubanos encargados de vigilar, regular y preservar su funcionamiento. El hecho visible de que, durante demasiados años, en ciudades y pueblos de todo el país se haya tenido una actitud que va de la tolerancia a la indolencia, pesa hoy como una montaña no ya sobre la imagen física de los asentamientos urbanos, sino y muy especialmente, sobre la vida cotidiana de miles de familias que, a veces por gusto, pero muchas veces por necesidad, han deformado lo que urbanísticamente está reglamentado y hoy viven en sitios sensibles de ser catalogados como violaciones inadmisibles por los códigos existentes –y que pueden ser condenados incluso a la demolición si se aplican drásticamente los reglamentos existentes... que tantas personas e instituciones olvidaron por décadas.
Como atrás queda dicho, existen diversas razones que han provocado tal acumulación de problemas en el entorno arquitectónico y urbanístico cubano. Si bien es cierto que muchas personas han realizado obras constructivas con clara conciencia de que violaban algunos de los reglamentos existentes, lo cierto es que en la mayoría de los casos lo que hoy vemos es resultado de dos actitudes cercanas pero diferentes: de un lado la indolencia de las autoridades que en su momento dejaron que se cometiera la violación y del otro la necesidad de la mayoría de las personas de buscar soluciones a sus problemas de espacio y vivienda, según sus condiciones económicas, posibilidades para realizar la obra y hasta sus criterios estéticos.
En los casos de violaciones flagrantes como, por ejemplo, la construcción en zonas costeras protegidas, o de edificaciones de galpones y garajes rústicos en espacios ciudadanos comunes, es duro pero más justo aplicar las leyes existentes. En el de las alteraciones de las normas por razones “estéticas” (las comillas no son casuales: por lo general lo que más falta en ellas es, precisamente, la estética), realizadas ante la mirada irresponsable (o incluso con el beneplácito) de las autoridades locales encargadas de regular la estructura constructiva de un entorno determinado, la culpa repartida hace un poco más compleja la posible decisión a tomar.
Pero, ¿en el caso de necesidad extrema de encontrar espacio habitable o de salvar el ya existente con unos pocos recursos? Creo que ahí la situación adquiere otro cariz, en especial teniendo en cuenta que vivimos en un país con un gran déficit de viviendas y habitaciones en el cual, además, muchas de las construcciones habitadas están en condiciones constructivas lamentables.
Muchas de las personas que han realizado obras de “emergencia” han optado por las soluciones a su alcance –que casi nunca son las más adecuadas, solo las más factibles. Mientras en algunas zonas de la ciudad de La Habana, como el casco histórico, ha existido rigor y vigilancia, en otras con menores pero también con reales valores patrimoniales, se han ido ejecutando verdaderos engendros que han llegado a deformar de manera irreversible la fisonomía del lugar.
Muy cerca de donde vivo, el barrio de El Calvario es un ejemplo patente de tales manejos. El Calvario, en especial las edificaciones ubicadas en la arteria principal o muy cerca de ella, conservó hasta los años 1960-70 muchas de sus construcciones originales, algunas de ellas levantadas en el siglo XIX. Pero con el paso del tiempo y el deterioro de la mayoría de ellas o con la necesidad de sus moradores de ganar espacios habitables, los propietarios de muchas de estas edificaciones han realizado las más diversas modificaciones a la estructura original, quitándole el valor de su presencia histórica. El resultado: ya El Calvario no se parece a lo que fue… ni se parece a nada que pueda ser medianamente armónico ni bello.
Pero, al cabo de tantos años y de tanto esfuerzo, ¿cómo pedir a estas personas que deshagan lo que han hecho, en muchos casos con ingentes esfuerzos? ¿Para regresar a qué?... En ejemplos como este, que se observan en todo el país, la causa parece definitivamente perdida. El caos y la fealdad son allí irreversibles.
Como El Calvario (más incluso que en ese pequeño pueblito de la periferia capitalina), hacia el centro de la ciudad también se reproducen actitudes similares pero en condiciones aun peores en diversos sitios. En un reciente recorrido que realicé por las calles aledañas a la Calzada de 10 de Octubre –y por la misma avenida que atraviesa el muy populoso municipio- más que problemas de violaciones de normas urbanísticas, observé las trazas de lo insalvable. La cantidad de casas y edificios que han perdido la cubierta es alarmante, e innumerable la de los inmuebles con grietas que se exhiben como heridas fatales. En medio de eso, algunos moradores de la zona han tratado de salvar lo salvable y, con los medios a su alcance y la inventiva propia, han deformado fachadas y estructuras, dándole a la zona una imagen de ciudad sin normas ni estilos que ha alcanzado también el punto de lo irreversible. ¿Y el Cerro, Centro Habana, Luyanó? Más de lo mismo.
Algo similar ocurre en ciudades del interior que he visitado en los últimos tiempos, entre las que está el caso doloroso de Matanzas, la llamada Atenas de Cuba, quizás ahora con más razón: las ruinas acechan varios de sus barrios históricos mientras las antes amables orillas de sus ríos hoy exhiben todos los niveles posibles del abandono. ¿Ha habido en todos estos años preocupación urbanística con ese entorno histórico que hizo de Matanzas la bella ciudad por la que a principios del siglo XIX se paseaban José María Heredia y los poetas que lo sucedieron? Salvo algunos edificios específicos, el resto parecer haber sido dejado a su suerte… o su mala suerte.
En cualquier caso, mirar hacia lo ya realizado en contra de la estructura urbana de las ciudades del país y tratar de enmendarlo es una labor necesaria, aunque ingente y difícil, y que en ocasiones, como he advertido, podrá entrañar grandes injusticias y problemas sociales. A la falta de control se ha unido a la falta de posibilidades que nos ha llevado al estado actual. Pero, en cualquier caso algo hay que hacer para enmendar lo enmendable y para evitar, sobre todo, que el mal hacer urbanístico y el libertinaje “estético” sigan avanzando como una plaga que convertirá a ciudades como La Habana no ya en una ciudad dotada de la belleza del estilo de las cosas que no tienen estilo, como dijera Alejo Carpentier, sino en un amasijo de improvisaciones y violaciones de las normas, capaces de terminar de convertirla en una ciudad sin identidad arquitectónica ni continuidad urbanística. (2014).
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