"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

sábado, 1 de noviembre de 2014

Por qué los sirios apoyan a Bashar al Assad

La súbita reversión de Washington de su pretexto ‘guerra contra el terror’ para una intervención en Siria ha confundido al público occidental. Durante tres años han estado viendo historias de ‘intervención humanitaria’, que vertían menosprecio sobre la afirmación del Presidente de Siria de que estaba luchando contra terroristas financiados por países extranjeros. Ahora EEUU afirma estar liderando la lucha contra esos mismos terroristas.

¿Pero qué opinan los sirios, y por qué continúan apoyando a un hombre que según las potencias occidentales está constantemente atacando y aterrorizando a ‘su propio pueblo’? Para entender esto debemos considerar la enorme brecha entre la caricatura occidental de Bashar al Assad el ‘brutal dictador’ y la popular cosmopolita figura que es en Siria.

Si creyésemos la mayoría de las noticias occidentales pensaríamos que el Presidente Assad ha lanzado repetidos bombardeos indiscriminados contra zonas residenciales, incluyendo el gaseamiento de niños. También pensaríamos que dirige un ‘régimen alauita’, donde una minoría del 12% reprime a una mayoría musulmana sunita, aplastando una ‘revolución’ popular que sólo recientemente ha sido ‘secuestrada’ por extremistas.

El problema central con estas representaciones es la gran popularidad de Bashar en Siria. La popularidad de Bashar al Assad es real, aunque pueda existir el culto a la personalidad de los estados fuertes y descontento popular con la corrupción y el favoritismo. Su gran victoria en las primeras elecciones con varios candidatos en junio consternó a sus enemigos regionales: Israel, Arabia Saudí, Catar y Turquía; pero no detuvieron su agresión.

Los sirios ven en Bashar al garante de la tradición plural y nacionalista de su padre y al modernizador de las reformas políticas. Encuestas en Siria habían mostrado gran descontento con la corrupción y el favoritismo, y opiniones diversas sobre la economía pero a la vez habían mostrado gran satisfacción con la estabilidad, los derechos de la mujer y la independiente política exterior. Las manifestaciones pro-reformas políticas en 2011 – replicadas con manifestaciones pro-gubernamentales que rápidamente fueron eclipsadas con una insurrección violenta – no fueron necesariamente anti-Bashar.

Los Hermanos Musulmanes y otros grupos sectarios islamistas sí le odiaban, al igual que odiaban al estado secular. Pero incluso estos enemigos, en sus mejores momentos, reconocían la popularidad de Bashar al Assad. A finales de 2011 una encuesta del Doha Debates (creada por la monarquía catarí, uno de los principales patrocinadores de los Hermanos Musulmanes) mostró que el 55% de los sirios querían que Bashar se quedara.

Islamistas armados fueron más lejos. En 2012 Reuters, el Guardian y el Times Magazine reportaron a tres líderes del ‘Ejército Libre Sirio’ (ELS) en Aleppo diciendo que el Presidente de Siria tenía un ’70 %’ de apoyo; o que la población local ‘son todos leales al criminal Bashar, y nos delatan’; o que son ‘todos informantes… nos odian. Nos culpan de la destrucción’. La impopularidad, claro, es fatal en una revolución; aunque para un fanático religioso es sólo un inconveniente. Estos tres grupos del ELS eran islamistas en buenos términos con al Qaeda.

A pesar de estas revelaciones los medios occidentales siguieron utilizando como fuentes a los Hermanos Musulmanes, a fuentes alineadas con ellos, a ‘activistas’ y a ‘rebeldes moderados’. En particular, confiaban en Rami Abdul Rahman, que con sede en Reino Unido, se llama a sí mismo el ‘Observatorio Sirio de Derechos Humanos’. Estas fuentes mantenían vivo fuera de Siria a ‘El Monstruo Bashar’.

En el mito de ‘El Monstruo Bashar’ hay dos historias clave relacionadas entre sí: la historia de los ‘rebeldes moderados’ y la historia de ‘los lealistas de Assad’ o de ‘las fuerzas del régimen’ para describir a un gran y valeroso ejército nacional con inmenso apoyo popular. Para entender el mito es necesario hablar sobre el Ejército Árabe Sirio.

Con más de medio millón de soldados, el Ejército es tan grande que la mayoría de comunidades sirias tienen fuertes lazos familiares, incluyendo lazos con los caídos en la guerra. Regularmente se realizan ceremonias para las familias de los ‘mártires’, con miles de personas orgullosamente mostrando fotos de sus seres queridos. Además, la mayoría de los varios millones de sirios desplazados por la guerra no han salido del país sino que se han desplazado a zonas protegidas por el Ejército. Esto sería inexplicable si el Ejército estuviera realmente involucrado en ataques ‘indiscriminados’ a civiles. Un ejército represivo provoca miedo y odio, pero en Damasco se puede ver que la población no tiene miedo cuando pasa por alguno de los muchos puntos de control del ejército instalados para protección contra coches bomba de los ‘rebeldes’.

Los sirios saben que hubo abusos contra los manifestantes en 2011; también saben que el Presidente destituyó al Gobernador de Dara por este motivo. Saben que la insurrección armada no fue una consecuencia de las protestas sino que fue una insurrección sectaria que se puso a cubierto dentro de las manifestaciones. El dirigente saudita Anwar el-Eshki reconoció en la BBC que su país había proporcionado armas a islamistas en Dara, y sus ataques con francotiradores en azoteas se parecían mucho a la insurrección fallida de los Hermanos Musulmanes en Hama en 1982. Hafez al Assad aplastó esa revuelta en unas semanas. De ese incidente la inteligencia estadounidense dijo que las bajas fueron probablemente de ‘unos 2.000′ incluyendo ‘300 o 400′ miembros de la élite de la milicia de los Hermanos Musulmanes. Desde entonces la Hermandad y las fuentes occidentales han inflado los números, llamándolo una ‘masacre’. Islamistas armados haciéndose pasar por víctimas civiles tienen una larga historia en Siria.

Bastantes sirios me han criticado al Presidente Assad, pero no en el sentido de los medios occidentales. Me dicen que quieren que sea tan firme como su padre. Muchos en Siria le consideran demasiado blando, lo que le ha dado el sobrenombre de ‘Sr. Corazón Blando’. Soldados en Damasco me han dicho que hay una orden del Ejército por la que se debe hace un esfuerzo especial para capturar vivos a los combatientes sirios. Esto es causa de polémica, ya que muchos les consideran traidores, no menos culpables que los terroristas extranjeros.

¿Y qué hay de los ‘rebeldes moderados’? Antes del auge del ISIS, en 2011, la más grande brigada del ELS, Farouk, los originales ‘chicos de poster’ de la ‘Revolución Siria’, tomaron partes de la ciudad de Homs. Un informe de EEUU les denominaba ‘nacionalistas legítimos… devotos más que islamistas y no motivados por el sectarismo’. El International Crisis Group sugirió que Farouk podían ser ‘devotos’ más que islamistas. El Wall Street Journal también les llamó ‘sunitas devotos’ más que islamistas. La BBC les llamó ‘moderadamente islamistas’.

Todo esto era totalmente falso. Los sirios de Homs dijeron que la brigada Farouk entró en la ciudad con el eslogan genocida: ‘Alauitas a la tumba. Cristianos a Beirut’. Gritando ‘Alá es Grande’ volaron el hospital de Homs, porque había estado dando tratamiento a soldados. Las iglesias culparon a Farouk de la limpieza étnica de más de 50.000 cristianos de la ciudad, y de la imposición de un impuesto islámico. El periodista Radwan Mortada afirma que la mayoría de los miembros de Farouk eran salafistas sectarios, armados y financiados por Arabia Saudí. Más tarde gustosamente trabajaron junto a los diversos grupos de al Qaeda, y fueron los primeros en culpar al Ejército de sus propias atrocidades.

Consideremos algunas de las acusaciones clave contra el ejército Árabe Sirio. En mayo de 2012, días antes de una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU para debatir la posible intervención en Siria, hubo una terrible masacre de más de 100 habitantes en Houla. Los gobiernos occidentales inmediatamente culparon al Gobierno Sirio, que a su vez acusó a los terroristas financiados por países extranjeros. Los dirigentes occidentales al principio denunciaron bombardeos del Ejército, para cambiar su historia cuando se comprobó que la mayoría habían muerto por heridas de cuerpo a cuerpo. Un informe de la ONU (UNSMIS) fue archivado, mientras otro (CoI), vicepresidido por la diplomática estadounidense Karen Koning AbuZayd, culpó a ‘matones’ pro-gubernamentales que el informe dejó sin identificar. Tampoco mencionaba el móvil.

Aunque la massacre de Houla no resultó en una intervención del estilo de Libia, debido a la oposición de Rusia y China en la ONU, la polémica se desató sobre los autores de esta atrocidad. Periodistas alemanes y rusos, además de la Madre Superiora de un convento, consiguieron entrevistar a supervivientes que declararon que un gran escuadrón de Farouk, dirigido por Abdul Razzaq Tlass, había arrollado cinco pequeños puestos del ejército y masacrado a los habitantes del pueblo. La banda buscó familias pro-gubernamentales y alauitas, además de algunas familias sunitas que habían participado en las recientes elecciones.

Un año después un informe independiente detallado (por Correggia, Embid, Hauben y Larson) documentó cómo la segunda investigación de la ONU (CoI) fue manipulada. En lugar de visitar Siria consiguieron sus testigos a través de líderes y asociados de Farouk. Ignoraron una docena de testigos directos que contradecían la historia de los ‘rebeldes’. Resumiendo, intentaron enterrar un crimen real con perpetradores identificados y un móvil claro. Como escribió más tarde Adam Larson, la historia ‘oficial’ de la masacre de Houla demostró ser ‘en el mejor de los casos extremadamente ambigua y en el peor un crimen bastante obvio de los Contras patrocinados por EEUU’.

La masacre de falsa bandera de Houla estableció la matriz para una serie de similares acusaciones de masacres. Cuando 245 personas fueron asesinadas en Daraya (agosto 2012), reportes de los medios citando a ‘activistas opositores’ denunciaron que ‘el ejército de Assad ha cometido una masacre’. Esto fue contracedido por el periodista británico Robert Fisk, quien escribió que el ELS había masacrado a civiles secuestrados y a sodados fuera de servicio que habían tomado como rehenes, después de un intento fallido de intercambiarlos por prisioneros bajo custodia del ejército.

De igual forma, cuando 120 habitantes del pueblo de Aqrab fueron masacrados (diciembre 2013) el titular del New York Times fue ‘Miembros de una secta de Assad culpables de matanzas en Siria’. De hecho, como descubrió el periodista Alex Thompson, fueron las víctimas las que pertenecían a la comunidad alauita del Presidente. Quinientos alauitas habían sido retenidos por grupos del ELS durante nueve día antes de que en desbandada asesinaran a un cuarto de ellos. Sin embargo, sin una investigación detallada, cada acusación parecía aumentar los crímenes del Ejército Sirio, al menos para el público fuera de Siria.

Otra línea de ataque fue que había habido bombardeos ‘indiscriminados’ de zonas ‘rebeldes’, resultando en bajas civiles. La pregunta relevante era, ¿cómo desalojar grupos armados de centros urbanos? Los interesados pueden ver en detalle cómo se realizó la liberación de Qusayr, una ciudad cercana a la frontera libanesa que había sido tomada por Farouk y otros grupos salafistas, incluyendo a extranjeros. El Ejército había realizado ‘ataques quirúrgicos’, pero en mayo de 2013, después del fracaso de negociaciones, optaron por un ataque sin cuartel. Lanzaron folletos desde aviones, llamando a los civiles a evacuar. Grupos anti-gubernamentales impidieron a muchos dejar la cuidad, mientras un portavoz ‘activista’ declaró que no había ninguna salida segura para los civiles. En una crítica oportunista, el Departamento de Estado de EEUU expresó una gran preocupación por la distribución de estos folletos, declarando que ‘la orden de desplazamiento para la población civil’ demostraba ‘la brutalidad recurrente del régimen’.

En realidad, el 5 de junio, el Ejército apoyado por Hezbollah liberó Qusayr, conduciendo a los remanentes de la brigada Farouk del ELS y a sus socios de al Qaeda hacia Líbano. Esta operación es, al menos en principio, lo que se esperaría de cualquier ejército que enfrenta grupos terroristas incrustados en zonas civiles. En este punto la guerra empezó a virar decisivamente a favor de Siria.

Las acusaciones de ‘bombardeos indiscriminados’ son recurrentes. En un interrogatorio oportunista, el periodista británico John Snow exigió saber del Consejero Presidencial Sirio Dr Bouthaina Shaaban por qué el Ejército no había expulsado a ISIS de Aleppo. Unas cuantas preguntas después atacó al Ejército por sus bombardeos ‘indiscriminados’ de la misma ciudad. La verdad es que la mayoría de la lucha urbana en Siria la llevan a cabo las tropas en el terreno.

La atrocidad más politizada fue el ataque químico en agosto de 2013, en la región de Ghouta del Este, a las afuera de Damasco. Durante meses el Gobierno Sirio había estado denunciando ataques químicos terroristas y había invitado a inspectores de la ONU a Damasco. A la llegada de estos inspectores, grupos ‘rebeldes’ publicaron vídeos en Internet de niños asesinados, culpando al Gobierno Sirio de otra masacre. El gobierno de EEUU y el grupo Human Rights Watch con sede en Washington rápidamente estuvieron de acuerdo. La investigación de la ONU de los ataques químicos de los islamistas fue aparcada y la atención se trasladó a los niños gaseados. Los medios occidentales exigían una intervención. Una importante escalada en la guerra sólo fue detenida por la intervención de Rusia y su propuesta de que Siria eliminase su arsenal químico; un arsenal que Siria afirmaba nunca haber usado.

La saturación de noticias sobre el incidente en Ghouta hizo que muchos periodistas dieran por probada la culpabilidad del Gobierno Sirio. Sin embargo, esas afirmaciones eran sistemáticamente demolidas por una serie de reportes independientes. Muy poco después, un periodista con sede en Jordania informó que residentes de Ghoura culpaban al ‘Principe Saudita Bandar… de proporcionar armas químicas a grupos rebeldes afiliados a al Qaeda’.

Más tarde, un grupo sirio, liderado por la Madre Agnes Mariam, proporcionó un examen detallado de las pruebas de los vídeos, afirmando que los vídeos de la masacre precedieron al ataque y usaron imágenes ‘falsas’ y ‘fabricadas’. Informes detallados también llegaban de fuera de Siria. El veterano periodista estadounidense Seymour Hersh escribió que las pruebas de la inteligencia de EEUU habían sido fabricadas y ‘manipuladas… para justificar la intervención contra Assad’.

Un grupo de abogados y escritores turcos manifestaron que ‘la mayoría de los crímenes’ contra civiles sirios, incluido el ataque en Ghouta, fueron perpetrados por ‘fuerzas armadas rebeldes en Siria’. El grupo del ELS Liwa al Islam patrocinado por Arabia Saudí fue el responsable más probable del ataque químico en Ghouta. Un informe posterior de la ONU no adjudicó la culpabilidad pero sí confirmó que armas químicas habían sido utilizadas en Siria por lo menos cinco veces.

En tres ocasiones fueron utilizadas contra ‘soldados y civiles’. La conclusión clara fue que eran ataques anti-gubernamentales llevados a cabo por rebeldes. Los investigadores del MIT Lloyd y Postol concluyeron que el gas Sarin ‘era imposible que hubiese sido lanzado desde zonas controladas por el Gobierno Sirio’.

A pesar de todas las evidencias en estos informes, combinados, ni el Gobierno de EEUU ni Human Rights Watch se han retractado o disculpado por sus falsas acusaciones. Y es más, los gobiernos y los medios occidentales repiten estas afirmaciones como si fueran hechos, incluso a veces mintiendo sobre informes de la ONU para corroborar sus falsedades.

Cuando me reuní con el Presidente Assad, con un grupo de australianos, su actitud fue enteramente consistente con su imagen de un amable oculista anterior a 2011. Expresó una gran preocupación por el impacto en los niños de ser testigos de atrocidades terroristas mientras fanáticos gritan ‘Alá es Grande’. Ciertamente, este hombre no es un bruto, al contrario de Saddam Hussein o George W. Bush.

El factor clave en la supervivencia de Siria ha sido la cohesión, la determinación y el apoyo popular al Ejército. Los sirios saben que su Ejército representa la Siria plural y que éste ha estado luchando contra el terrorismo sectario patrocinado por países extranjeros. Este Ejército no se fracturó por diferencias sectarias, como los takfiris esperaban que sucediera, y las deserciones han sido mínimas, menos del 2%.

¿Ha cometido abusos el Ejército? Probablemente, pero principalmente contra los grupos armados. Hay algunas pruebas de ejecuciones de terroristas extranjeros. Ciertamente eso es un crimen, pero probablemente tiene un amplio apoyo popular en Siria, en estos momentos. La principal contención de estos abusos parece ser la orden al ejército del ‘Sr. Corazón Blando’ de salvar la vida de rebeldes sirios.

Sin embargo, a pesar de las repetidas declaraciones de islamistas sectarios y de sus patrocinadores occidentales, no hay pruebas convincentes de que el Ejército haya deliberadamente bombardeado y gaseado a civiles. Tampoco habría un móvil. Tampoco el comportamiento de la población en las calles corroboraría esas declaraciones. La mayoría de los sirios no culpan a su ejército de la violencia horrenda de esta guerra, sino que culpan a los terroristas patrocinados por países extranjeros.

Estos son los mismos terroristas patrocinados por los gobiernos de EEUU, Gran Bretaña y Francia, que se esconden detrás de la denominación mítica de ‘rebeldes moderados’ mientras recitan su catálogo de falsas acusaciones.

La alta participación (73%) en las elecciones presidenciales, a pesar de la guerra, fue al menos tan significativa como el alto porcentaje de los votos que recibió Bashar (88%). Incluso la BBC no pudo esconder las enormes multitudes que salieron a votar, en especial la que tomó al asalto la Embajada Siria en Beirut.

La participación en EEUU ni se le acerca; de hecho ningún líder occidental puede reivindicar un mandato tan democrático como el de este ‘dictador’. La magnitud de la victoria de Bashar pone en relieve la cruda realidad: nunca hubo una revuelta popular contra este hombre; y su popularidad ha aumentado.

Tim Anderson | Catedrático de Economía Política en la Universidad de Sidney. Ha investigado el conflicto sirio desde 2011 y visitó Siria en diciembre de 2013.

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