Por Leonardo Padura
Cada 17 de diciembre, los cubanos celebran el día de San Lázaro, un misionero católico canonizado cuya imagen es la de un anciano leproso que, apoyado en muletas, avanza seguido por perros que le lamen las llagas. Pero desde la época de la colonia, por alguna asociación mística, San Lázaro fue identificado por los esclavos africanos de origen yoruba con Babalú Ayé y se convirtió en una de las deidades mayores del panteón afrocubano... Lo que distingue a San Lázaro- Babalú entre otros santos y orishas es su poder como sanador de enfermedades y su fama de milagrero. Por ello, los creyentes cubanos suelen hacerle promesas que entrañan en ocasiones duros sacrificios, para que su mediación divina traiga mejoras a sus vidas o las de sus seres queridos, y no solo en cuestiones de salud. La noche del 16, vísperas del día de San Lázaro, millares de creyentes peregrinan, muchas veces en penitencia, hacia el santuario del santo-orisha milagroso, ubicado en la localidad de El Rincón, al sur de La Habana, donde también, desde hace décadas, funciona el principal leprosorio del país.
A diferencia de otros 17 de diciembre, el de este año 2014 ha cobrado, súbitamente, un peso histórico para todos los cubanos, creyentes o no. Porque ha ocurrido algo muy cercano a un milagro (y para algunos sencillamente un milagro): hemos visto, hemos oído, cómo un presidente cubano y un presidente norteamericano anunciaban al mundo que sus dos países restablecerían relaciones diplomáticas luego de más de 50 años de hostilidad, desencuentros, ofensas, sanciones, incluso agresiones.
Apenas escuché la noticia, bajé a la casa de mi madre que, justo en esos momentos, hablaba por teléfono con mi hermano menor que, como tantos otros cubanos, reside en Miami, en su caso desde hace 15 años. Le pedí entonces a mi madre que me escuchara y, cuando oyó lo que a mí me había conmovido, ella se puso una mano en el pecho y exclamó "¡Gracias, San Lázaro milagroso!", y nos dijo a mi hermano y a mí que, a sus 86 años, ya ella estaba segura de que nunca oiría una noticia así... Y al colgar el teléfono, fue y le encendió una vela a su San Lázaro, el que está en el pequeño altar doméstico de la habitación que compartió 60 años con mi padre, donde concibió y fuimos criados sus tres hijos, bajo la mirada adolorida del santo milagrero y de la cubanísima virgen de la Caridad del Cobre.
Como mi madre, como mi esposa, como yo, muchos cubanos recibimos la noticia casi como si se tratase de una revelación. Asombrados, aturdidos, alegres, como recién despertados de un sueño que se había convertido en una interminable pesadilla... Porque el diferendo ya histórico —y queremos creer que en fase de superación— entre Cuba y Estados Unidos ha marcado la vida de tres generaciones de cubanos y ha dejado en todos nosotros alguna huella más o menos dolorosa, incluso trágica en ocasiones.
Pero desde ahora tenemos una nueva esperanza: los gobiernos de Cuba y Estados Unidos se disponen a dialogar, incluso ya han dialogado, y no es para nada un gesto menor que el primer paso hacia la superación de distancias y resquemores se haya concretado en un intercambio de prisioneros, no solo por lo que de simbólico tal evento pueda tener, sino por el esencial sentido humanitario que el acto encierra, por lo que significa para esas personas y sus familias, por lo que implica como voluntad política por una parte y la otra.
Sobre esa base concreta y la decisión de abrir relaciones diplomáticas, se impone ahora construir puentes de entendimiento rotos por demasiados años. Desde las políticas internas hasta las externas, pasando por la retórica, muchas cosas deben modificarse, deben mejorarse, incluso fabricarse en un mundo que es diferente. Y ello solo podrá ocurrir si impera el respeto y la civilidad, aun por encima de las grandes diferencias políticas que encarnan los dos países, reconocidas por sus presidentes, pero a la vez consideradas como condiciones con las cuales se debe lidiar en pos del entendimiento mayor.
En palabras del presidente Raúl Castro: el respeto y el arte de avanzar de forma civilizada con nuestras diferencias.
Este acuerdo es una victoria de la razón y la conciliación que tanto necesita el mundo y un acto de valentía por parte de los dos gobiernos. En el caso de Cuba, luego de haber resistido la presión política y económica del país más poderoso del mundo, que no resulta poca cosa. Para Estados Unidos, en especial para su actual Gobierno, es un gesto importante entender el fracaso de una política y pasar sobre él, superando la que quizás era la última página de la Guerra Fría, y dando un paso de acercamiento a los países de una región, Latinoamérica, que es hoy demasiado diferente a la de 1961, cuando las relaciones con Cuba se quebraron drásticamente y el país fue sometido a un férreo aislamiento que hoy ya no existe. En palabras del presidente Obama: se trata de cambiar la historia por lo que es lo correcto, lo mejor para Cuba, Estados Unidos y el resto del mundo. Así, de cara a una nueva Cumbre de las Américas que presagiaba ser tormentosa por la posible participación cubana en contra de la voluntad norteamericana, las aguas toman otro nivel y se concretará como un regreso necesario de la isla a un foro del cual nunca debió haber sido excluida.
A nivel económico, las primeras medidas tomados por el presidente Obama parecen ser el principio del fin del bloqueo/embargo. La prometida eliminación de determinadas restricciones financieras, incluso de carácter extraterritorial, liquida de un golpe uno de los escollos más pesados con que ha debido lidiar la economía cubana y abre incluso la perspectiva para un aumento de la presencia del capital foráneo que tanto necesita la isla para mejorar su infraestructura y sus condiciones productivas, afectadas por largos años de crisis y falta de recursos.
Y para los cubanos de a pie... puede significar mucho. El solo hecho de sentir que bajan las tensiones entre las que hemos vivido por más de cinco décadas, que las familias estarán más cerca, que el enemigo ideológico al menos deja de ser el enemigo hostil, constituye una ganancia inestimable. A nivel económico y social se producirán otras transformaciones que se asentarán con el paso del tiempo y el ritmo de la recuperación del entendimiento y la profundidad de sus consecuencias. De momento, el aumento del flujo de visitantes norteamericanos a la isla y el incremento permitido de las remesas ayudará a mejorar la vida cotidiana de muchas personas, de un modo u otro.
Desde ayer estamos —y creo que todos los cubanos lo sentimos— en el comienzo de una nueva época. Una época que necesariamente tendrá que ser mejor, en todos los sentidos, en todas las esferas de la vida económica, social y civil de los cubanos, en una época que necesariamente ha de ser de transformaciones y diálogo, que ya es de transformaciones y diálogo... Y es que luego de tantos años de crisis, carencias, sacrificios, achacables o no al embargo, algo mejor nos tenía que ocurrir, porque creo que nos lo merecemos.
Aunque haya sido obra de un milagro. Por eso, este 17 de diciembre creo que se le encendieron muchas más velas a San Lázaro.
Leonardo Padura, escritor y periodista cubano, galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2012. Sus novelas han sido traducidas a más de 15 idiomas, y su obra El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y a su asesino, el militante estalinista catalán Ramón Mercader. Su más reciente novela es Herejes.
Cada 17 de diciembre, los cubanos celebran el día de San Lázaro, un misionero católico canonizado cuya imagen es la de un anciano leproso que, apoyado en muletas, avanza seguido por perros que le lamen las llagas. Pero desde la época de la colonia, por alguna asociación mística, San Lázaro fue identificado por los esclavos africanos de origen yoruba con Babalú Ayé y se convirtió en una de las deidades mayores del panteón afrocubano... Lo que distingue a San Lázaro- Babalú entre otros santos y orishas es su poder como sanador de enfermedades y su fama de milagrero. Por ello, los creyentes cubanos suelen hacerle promesas que entrañan en ocasiones duros sacrificios, para que su mediación divina traiga mejoras a sus vidas o las de sus seres queridos, y no solo en cuestiones de salud. La noche del 16, vísperas del día de San Lázaro, millares de creyentes peregrinan, muchas veces en penitencia, hacia el santuario del santo-orisha milagroso, ubicado en la localidad de El Rincón, al sur de La Habana, donde también, desde hace décadas, funciona el principal leprosorio del país.
A diferencia de otros 17 de diciembre, el de este año 2014 ha cobrado, súbitamente, un peso histórico para todos los cubanos, creyentes o no. Porque ha ocurrido algo muy cercano a un milagro (y para algunos sencillamente un milagro): hemos visto, hemos oído, cómo un presidente cubano y un presidente norteamericano anunciaban al mundo que sus dos países restablecerían relaciones diplomáticas luego de más de 50 años de hostilidad, desencuentros, ofensas, sanciones, incluso agresiones.
Apenas escuché la noticia, bajé a la casa de mi madre que, justo en esos momentos, hablaba por teléfono con mi hermano menor que, como tantos otros cubanos, reside en Miami, en su caso desde hace 15 años. Le pedí entonces a mi madre que me escuchara y, cuando oyó lo que a mí me había conmovido, ella se puso una mano en el pecho y exclamó "¡Gracias, San Lázaro milagroso!", y nos dijo a mi hermano y a mí que, a sus 86 años, ya ella estaba segura de que nunca oiría una noticia así... Y al colgar el teléfono, fue y le encendió una vela a su San Lázaro, el que está en el pequeño altar doméstico de la habitación que compartió 60 años con mi padre, donde concibió y fuimos criados sus tres hijos, bajo la mirada adolorida del santo milagrero y de la cubanísima virgen de la Caridad del Cobre.
Como mi madre, como mi esposa, como yo, muchos cubanos recibimos la noticia casi como si se tratase de una revelación. Asombrados, aturdidos, alegres, como recién despertados de un sueño que se había convertido en una interminable pesadilla... Porque el diferendo ya histórico —y queremos creer que en fase de superación— entre Cuba y Estados Unidos ha marcado la vida de tres generaciones de cubanos y ha dejado en todos nosotros alguna huella más o menos dolorosa, incluso trágica en ocasiones.
Pero desde ahora tenemos una nueva esperanza: los gobiernos de Cuba y Estados Unidos se disponen a dialogar, incluso ya han dialogado, y no es para nada un gesto menor que el primer paso hacia la superación de distancias y resquemores se haya concretado en un intercambio de prisioneros, no solo por lo que de simbólico tal evento pueda tener, sino por el esencial sentido humanitario que el acto encierra, por lo que significa para esas personas y sus familias, por lo que implica como voluntad política por una parte y la otra.
Sobre esa base concreta y la decisión de abrir relaciones diplomáticas, se impone ahora construir puentes de entendimiento rotos por demasiados años. Desde las políticas internas hasta las externas, pasando por la retórica, muchas cosas deben modificarse, deben mejorarse, incluso fabricarse en un mundo que es diferente. Y ello solo podrá ocurrir si impera el respeto y la civilidad, aun por encima de las grandes diferencias políticas que encarnan los dos países, reconocidas por sus presidentes, pero a la vez consideradas como condiciones con las cuales se debe lidiar en pos del entendimiento mayor.
En palabras del presidente Raúl Castro: el respeto y el arte de avanzar de forma civilizada con nuestras diferencias.
Este acuerdo es una victoria de la razón y la conciliación que tanto necesita el mundo y un acto de valentía por parte de los dos gobiernos. En el caso de Cuba, luego de haber resistido la presión política y económica del país más poderoso del mundo, que no resulta poca cosa. Para Estados Unidos, en especial para su actual Gobierno, es un gesto importante entender el fracaso de una política y pasar sobre él, superando la que quizás era la última página de la Guerra Fría, y dando un paso de acercamiento a los países de una región, Latinoamérica, que es hoy demasiado diferente a la de 1961, cuando las relaciones con Cuba se quebraron drásticamente y el país fue sometido a un férreo aislamiento que hoy ya no existe. En palabras del presidente Obama: se trata de cambiar la historia por lo que es lo correcto, lo mejor para Cuba, Estados Unidos y el resto del mundo. Así, de cara a una nueva Cumbre de las Américas que presagiaba ser tormentosa por la posible participación cubana en contra de la voluntad norteamericana, las aguas toman otro nivel y se concretará como un regreso necesario de la isla a un foro del cual nunca debió haber sido excluida.
A nivel económico, las primeras medidas tomados por el presidente Obama parecen ser el principio del fin del bloqueo/embargo. La prometida eliminación de determinadas restricciones financieras, incluso de carácter extraterritorial, liquida de un golpe uno de los escollos más pesados con que ha debido lidiar la economía cubana y abre incluso la perspectiva para un aumento de la presencia del capital foráneo que tanto necesita la isla para mejorar su infraestructura y sus condiciones productivas, afectadas por largos años de crisis y falta de recursos.
Y para los cubanos de a pie... puede significar mucho. El solo hecho de sentir que bajan las tensiones entre las que hemos vivido por más de cinco décadas, que las familias estarán más cerca, que el enemigo ideológico al menos deja de ser el enemigo hostil, constituye una ganancia inestimable. A nivel económico y social se producirán otras transformaciones que se asentarán con el paso del tiempo y el ritmo de la recuperación del entendimiento y la profundidad de sus consecuencias. De momento, el aumento del flujo de visitantes norteamericanos a la isla y el incremento permitido de las remesas ayudará a mejorar la vida cotidiana de muchas personas, de un modo u otro.
Desde ayer estamos —y creo que todos los cubanos lo sentimos— en el comienzo de una nueva época. Una época que necesariamente tendrá que ser mejor, en todos los sentidos, en todas las esferas de la vida económica, social y civil de los cubanos, en una época que necesariamente ha de ser de transformaciones y diálogo, que ya es de transformaciones y diálogo... Y es que luego de tantos años de crisis, carencias, sacrificios, achacables o no al embargo, algo mejor nos tenía que ocurrir, porque creo que nos lo merecemos.
Aunque haya sido obra de un milagro. Por eso, este 17 de diciembre creo que se le encendieron muchas más velas a San Lázaro.
Leonardo Padura, escritor y periodista cubano, galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2012. Sus novelas han sido traducidas a más de 15 idiomas, y su obra El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y a su asesino, el militante estalinista catalán Ramón Mercader. Su más reciente novela es Herejes.
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