Con el fin de seguir contribuyendo a la comprensión de la relación Estados Unidos-Cuba, Temassometió a un selecto grupo de investigadores de ambas orillas este breve cuestionario, dirigido a estimar los desafíos del 17D y sus posibles secuencias, a corto y mediano plazos. Se inicia la publicación de esta serie en Catalejo, el blog de Temas, el 5 de enero, vísperas del aniversario 54 de la ruptura de relaciones diplomáticas. Con la intención de ampliar su alcance internacional, el contenido de esta serie comenzará a editarse también en inglés en los próximos días.
William Leogrande
Profesor. American University, Washington DC.
¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?
La nueva relación entre Cuba y los Estados Unidos, anunciada por los presidentes Obama y Castro, representa una ruptura decisiva con el pasado. Desde 1959 (con excepción de los breves intentos por normalizar relaciones en los años 70), la política norteamericana se dirigió a forzar el cambio de régimen en Cuba mediante la coacción económica y, en ocasiones, incluso militar. El presidente Obama abandonó esta política y la sustituyó por el compromiso y la normalidad.
El paso decisivo hasta ahora es el acuerdo para establecer relaciones diplomáticas normales, no por el cambio en el funcionamiento de las dos misiones diplomáticas (secciones de intereses), sino porque simboliza un cambio más profundo en la política norteamericana.
Los próximos pasos incluyen establecer una serie de acuerdos bilaterales sobre cuestiones de interés mutuo (antidrogas, antiterrorismo, cooperación entre guardacostas, etc.), que estaban suspendidas por el impasse en torno a Alan Gross y los Cinco cubanos. A partir de aquí enfrentamos la difícil tarea de terminar el embargo, núcleo de la vieja política de coacción norteamericana. Este cambio requiere una nueva legislación; y será difícil, tanto por la resistencia de un Congreso republicano, como porque ambas partes deben alcanzar un acuerdo negociado sobre la compensación a las propiedades norteamericanas nacionalizadas y las reclamaciones cubanas por los daños causados por el embargo y la guerra secreta de la CIA. Finalmente, otras políticas norteamericanas que representan rezagos del pasado requerirían cambiarse: Radio y TV Martí, los programas de promoción de la democracia, el Programa de Visas Bajo Palabra para Profesionales de la Medicina, y la base naval de Guantánamo.
El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?
Cincuenta años de enfrentamientos han creado una profunda desconfianza en ambos lados, que tomará tiempo superar. A nivel interno en los Estados Unidos, la normalización de relaciones reducirá el poder político de los conservadores cubanoamericanos que han gozado del beneficio de la confrontación. Reforzará a los sectores moderados y progresistas de la comunidad cubanoamericana, que favorecen mejores relaciones y cuyas voces se han hecho sentir más en los años recientes. En Cuba, la amenaza planteada por los Estados Unidos ha fundamentado la lógica de un sistema político que, de arriba abajo, ha sido intolerante con el disentimiento e incluso receloso de la crítica patriótica. El resultado ha sido un inadecuado “falso consenso”, que dificulta un debate profundo de los problemas y entorpece sus soluciones.
Cuba ha tenido una mentalidad de fortaleza sitiada porque ha estado bajo asedio. Quizás la normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos conduzca hacia una normalización del debate político y la discrepancia en Cuba.
El mejor camino para estos cambios positivos de la política interna consiste en la interacción entre la gente común, la que en los años más recientes ha fomentado la escena política para los cambios en las relaciones de gobierno. Los dos gobiernos deberían mantenerse al margen de estas interacciones. En particular, el gobierno de los Estados Unidos debería dejar de intentar manipular la política interna cubana mediante programas encubiertos de promoción de la democracia. Estos programas deberían sustituirse por otros abiertos y transparentes, que apoyen las auténticas interacciones pueblo a pueblo. El gobierno cubano debería dejar de lado el recelo, y abrirse más a la expansión de los intercambios auténticos, incluso si estuvieran apoyados por el gobierno de los Estados Unidos.
¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?
Resulta evidente que una causa del cambio en la política norteamericana fue la presión de América Latina. La tensa relación entre los Estados Unidos y el resto del hemisferio en torno a la cuestión de Cuba amenazaba con afectar el proceso de la Cumbre y quizás incluso al sistema interamericano en su conjunto. Al cambiar la política hacia Cuba, Obama ha restaurado el prestigio norteamericano y su liderazgo en el hemisferio. La nueva relación entre Cuba y los Estados Unidos también puede acelerar la reintegración de Cuba a la comunidad interamericana, proceso ya muy avanzado, como han demostrado su papel en CELAC, ALBA y el CARICOM.
¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?
Las dos sociedades deben estar mejor preparadas para la nueva relación entre los dos gobiernos. En primer lugar, porque las sociedades nunca estuvieron tan separadas y hostiles entre sí como los gobiernos; y en segundo, porque ambas han interactuado entre sí durante los últimos años mucho más que los gobiernos. El peligro para Cuba consiste en la enorme desproporción de tamaño y poder entre los dos países. Con las relaciones normales, sobrevendrá un repunte del flujo de visitantes norteamericanos; y cuando se levante el embargo, una avalancha de comercio e inversión. Cuba hizo una revolución en 1959 para liberarse de la dominación norteamericana. ¿Se restablecería esta dominación mediante el “poder suave” (soft power), cuando las compuertas de los viajes, el comercio y la inversión se abran? La principal salvaguarda para la Isla radica en el intenso orgullo de los cubanos por su independencia, y su disposición para defenderla.
Como dijo el presidente Obama, los ciudadanos norteamericanos son a menudo sus mejores embajadores; pero, en ciertas circunstancias, también pueden ser “americanos feos”. Son bien conocidos los problemas sociales acarreados por el turismo, especialmente en los países pobres, y Cuba ha sufrido algunos de ellos. Existe el peligro de que, en su encuentro con la sociedad cubana, los visitantes ricos del norte se comporten con el paternalismo y la condescendencia que caracterizaron el patrón establecido antes de 1959. El bajo ingreso de muchos cubanos y la atracción que ejercen los dólares los pueden hacer vulnerables.
En última instancia, no obstante, confío en que el encuentro entre nuestras dos sociedades resulte exitoso. Los pueblos de los Estados Unidos y Cuba han estado separados durante medio siglo, pero a diferencia de sus gobiernos, nunca estuvieron divorciados. Para ellos, la reconciliación será fácil, y posiblemente, logren atraer consigo a sus dos gobiernos.
William Leogrande
Profesor. American University, Washington DC.
¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?
La nueva relación entre Cuba y los Estados Unidos, anunciada por los presidentes Obama y Castro, representa una ruptura decisiva con el pasado. Desde 1959 (con excepción de los breves intentos por normalizar relaciones en los años 70), la política norteamericana se dirigió a forzar el cambio de régimen en Cuba mediante la coacción económica y, en ocasiones, incluso militar. El presidente Obama abandonó esta política y la sustituyó por el compromiso y la normalidad.
El paso decisivo hasta ahora es el acuerdo para establecer relaciones diplomáticas normales, no por el cambio en el funcionamiento de las dos misiones diplomáticas (secciones de intereses), sino porque simboliza un cambio más profundo en la política norteamericana.
Los próximos pasos incluyen establecer una serie de acuerdos bilaterales sobre cuestiones de interés mutuo (antidrogas, antiterrorismo, cooperación entre guardacostas, etc.), que estaban suspendidas por el impasse en torno a Alan Gross y los Cinco cubanos. A partir de aquí enfrentamos la difícil tarea de terminar el embargo, núcleo de la vieja política de coacción norteamericana. Este cambio requiere una nueva legislación; y será difícil, tanto por la resistencia de un Congreso republicano, como porque ambas partes deben alcanzar un acuerdo negociado sobre la compensación a las propiedades norteamericanas nacionalizadas y las reclamaciones cubanas por los daños causados por el embargo y la guerra secreta de la CIA. Finalmente, otras políticas norteamericanas que representan rezagos del pasado requerirían cambiarse: Radio y TV Martí, los programas de promoción de la democracia, el Programa de Visas Bajo Palabra para Profesionales de la Medicina, y la base naval de Guantánamo.
El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?
Cincuenta años de enfrentamientos han creado una profunda desconfianza en ambos lados, que tomará tiempo superar. A nivel interno en los Estados Unidos, la normalización de relaciones reducirá el poder político de los conservadores cubanoamericanos que han gozado del beneficio de la confrontación. Reforzará a los sectores moderados y progresistas de la comunidad cubanoamericana, que favorecen mejores relaciones y cuyas voces se han hecho sentir más en los años recientes. En Cuba, la amenaza planteada por los Estados Unidos ha fundamentado la lógica de un sistema político que, de arriba abajo, ha sido intolerante con el disentimiento e incluso receloso de la crítica patriótica. El resultado ha sido un inadecuado “falso consenso”, que dificulta un debate profundo de los problemas y entorpece sus soluciones.
Cuba ha tenido una mentalidad de fortaleza sitiada porque ha estado bajo asedio. Quizás la normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos conduzca hacia una normalización del debate político y la discrepancia en Cuba.
El mejor camino para estos cambios positivos de la política interna consiste en la interacción entre la gente común, la que en los años más recientes ha fomentado la escena política para los cambios en las relaciones de gobierno. Los dos gobiernos deberían mantenerse al margen de estas interacciones. En particular, el gobierno de los Estados Unidos debería dejar de intentar manipular la política interna cubana mediante programas encubiertos de promoción de la democracia. Estos programas deberían sustituirse por otros abiertos y transparentes, que apoyen las auténticas interacciones pueblo a pueblo. El gobierno cubano debería dejar de lado el recelo, y abrirse más a la expansión de los intercambios auténticos, incluso si estuvieran apoyados por el gobierno de los Estados Unidos.
¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?
Resulta evidente que una causa del cambio en la política norteamericana fue la presión de América Latina. La tensa relación entre los Estados Unidos y el resto del hemisferio en torno a la cuestión de Cuba amenazaba con afectar el proceso de la Cumbre y quizás incluso al sistema interamericano en su conjunto. Al cambiar la política hacia Cuba, Obama ha restaurado el prestigio norteamericano y su liderazgo en el hemisferio. La nueva relación entre Cuba y los Estados Unidos también puede acelerar la reintegración de Cuba a la comunidad interamericana, proceso ya muy avanzado, como han demostrado su papel en CELAC, ALBA y el CARICOM.
¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?
Las dos sociedades deben estar mejor preparadas para la nueva relación entre los dos gobiernos. En primer lugar, porque las sociedades nunca estuvieron tan separadas y hostiles entre sí como los gobiernos; y en segundo, porque ambas han interactuado entre sí durante los últimos años mucho más que los gobiernos. El peligro para Cuba consiste en la enorme desproporción de tamaño y poder entre los dos países. Con las relaciones normales, sobrevendrá un repunte del flujo de visitantes norteamericanos; y cuando se levante el embargo, una avalancha de comercio e inversión. Cuba hizo una revolución en 1959 para liberarse de la dominación norteamericana. ¿Se restablecería esta dominación mediante el “poder suave” (soft power), cuando las compuertas de los viajes, el comercio y la inversión se abran? La principal salvaguarda para la Isla radica en el intenso orgullo de los cubanos por su independencia, y su disposición para defenderla.
Como dijo el presidente Obama, los ciudadanos norteamericanos son a menudo sus mejores embajadores; pero, en ciertas circunstancias, también pueden ser “americanos feos”. Son bien conocidos los problemas sociales acarreados por el turismo, especialmente en los países pobres, y Cuba ha sufrido algunos de ellos. Existe el peligro de que, en su encuentro con la sociedad cubana, los visitantes ricos del norte se comporten con el paternalismo y la condescendencia que caracterizaron el patrón establecido antes de 1959. El bajo ingreso de muchos cubanos y la atracción que ejercen los dólares los pueden hacer vulnerables.
En última instancia, no obstante, confío en que el encuentro entre nuestras dos sociedades resulte exitoso. Los pueblos de los Estados Unidos y Cuba han estado separados durante medio siglo, pero a diferencia de sus gobiernos, nunca estuvieron divorciados. Para ellos, la reconciliación será fácil, y posiblemente, logren atraer consigo a sus dos gobiernos.
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