Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton’s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank.
NUEVA YORK – El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial están en vísperas de celebrar sus reuniones anuales, pero la gran noticia con respecto a la gobernanza de la economía mundial no surgirá en Washington D.C. durante los próximos días. De hecho, se la conoció el mes pasado, cuando el Reino Unido, Alemania, Francia e Italia se unieron a más de otros treinta países, y se convirtieron en miembros fundadores del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII). El BAII con 50 mil millones de dólares estadounidenses, fue puesto en marcha por China y ayudará a satisfacer las enormes necesidades de infraestructura de Asia, mismas que van mucho más allá de la capacidad que tienen los mecanismos institucionales de financiación de hoy en día.
Uno pensaría que la puesta en marcha del BAII, y la decisión de tantísimos gobiernos de brindarle su apoyo, sería un motivo de regocijo universal. Y sí lo fue para el FMI, el Banco Mundial, y para muchos otros. Pero, desconcertantemente, la decisión que tomaron los países ricos de Europa al unirse a esta institución provocó la ira de las autoridades estadounidenses. De hecho, una fuente estadounidense no identificada acusó al Reino Unido de “la constantemente acomodación” de la China. Secretamente, Estados Unidos presiona a los países alrededor del mundo para que se mantengan alejados.
De hecho, la oposición de Estados Unidos al BAII es incompatible con sus prioridades económicas declaradas en Asia. Lamentablemente, este parece ser otro caso de inseguridad estadounidense sobre su influencia mundial, misma que prevalece sobre su retórica idealista – esta vez posiblemente socavando una importante oportunidad para fortalecer las economías en desarrollo de Asia.
La propia China es un testimonio de la medida en la que la inversión en infraestructura puede contribuir al desarrollo. El mes pasado visité zonas de este país que anteriormente eran remotas, y que ahora son prósperas por la conectividad que proviene de dichas inversiones – y, consiguientemente, ahora son zonas que gozan de flujos más libres de personas, bienes e ideas.
El BAII traería beneficios similares a otras partes de Asia, lo que profundiza la ironía de la oposición estadounidense. La administración del presidente Barack Obama defiende las virtudes del comercio; pero, en los países en desarrollo, la falta de infraestructura es una barrera mucho más grave para el comercio, en comparación con la barrera de los aranceles.
Existe una importante ventaja adicional a nivel mundial que brinda un fondo como el BAII: en este momento, el mundo sufre de una demanda agregada insuficiente. Los mercados financieros han demostrado su desigualdad en la tarea de reciclar los ahorros; es decir, fallan al momento de desplazar los ahorros desde lugares donde los ingresos exceden el consumo hacia lugares donde se necesita inversión.
Cuando era presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke describió erróneamente este problema, ya que lo calificó como una “sobreabundancia de ahorro mundial”. Pero, en un mundo que tiene enormes necesidades de infraestructura, el problema no es un excedente de ahorros o una deficiencia de buenas oportunidades de inversión. El problema es un sistema financiero que ha sido sobresaliente en lo que respecta a permitir la manipulación del mercado, la especulación y el uso de información privilegiada, pero ha fracasado en su tarea fundamental: la intermediación del ahorro y las inversiones en una escala mundial. Por eso, el BAII podría brindar un impulso pequeño, pero muy necesario, a la demanda agregada mundial.
Así que debemos acoger con satisfacción la iniciativa de China por multilateralizar el flujo de fondos. De hecho, esta iniciativa replica la política estadounidense en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando se fundó el Banco Mundial con la misión de multilateralizar fondos de desarrollo, mismos que de manera abrumadora provenían de EE.UU. (Esta iniciativa también ayudó a crear un grupo de primera clase de empleados públicos y profesionales del desarrollo).
La ayuda del Banco Mundial estuvo a veces sobrecargada por ideología dominante; por ejemplo, por las políticas de libre mercado del Consenso de Washington impuestas a los receptores; fueron estas políticas las que en los hechos condujeron a la desindustrialización y a la reducción del ingreso en el África subsahariana. No obstante, la ayuda estadounidense, al haber sido multilateralizada, fue – en general – mucho más eficaz de lo que hubiera sido en el caso contrario. Si estos recursos se habrían canalizado a través de la propia agencia de ayuda de Estados Unidos, la formulación de políticas hubiese estado sujeta a los vaivenes antojadizos causados por las distintas reflexiones sobre el desarrollo (o por la ausencia de reflexión) de una y otra administración.
De manera similar, los nuevos intentos de multilateralizar las corrientes de ayuda (incluyendo la puesta en marcha del Nuevo Banco de Desarrollo por parte de los países BRICS, en julio pasado) probablemente vayan a contribuir significativamente al desarrollo mundial. Hace algunos años, el Banco Asiático de Desarrollo, defendió las virtudes del pluralismo competitivo. El BAII ofrece la oportunidad de probar dicha idea en el propio ámbito de la financiación del desarrollo.
Quizás la oposición de Estados Unidos al BAII es un ejemplo de un fenómeno económico que he observado a menudo: las empresas quieren una mayor competencia en todas partes excepto en su propia industria. Esta posición ya ha cobrado un precio muy alto: si hubiera habido un mercado de ideas más competitivo, puede que el defectuoso Consenso de Washington nunca hubiese llegado a ser un consenso.
La oposición estadounidense al BAII sí tiene precedentes; de hecho, es similar a la exitosa oposición de Estados Unidos a la generosa Nueva Iniciativa Miyazawa de Japón de finales de la década de 1990, que ofreció 80 mil millones de dólares estadounidenses para ayudar a los países durante la crisis de Asia oriental. En aquel entonces, como ahora, EE.UU. no ofreció una fuente alternativa de financiación. Simplemente quería hegemonía. En un mundo cada vez más multi polar, quiso permanecer como el G-1. La falta de dinero, combinada con la insistencia de Estados Unidos en ideas erróneas sobre cómo responder a la crisis, provocó que dicha crisis fuese mucho más profunda y más larga de lo que debería haber sido.
Dicho esto, la oposición estadounidense al BAII es más difícil de entender, ya que las políticas de infraestructuras están mucho menos sujetas a la influencia de la ideología y de los intereses particulares en comparación con otras áreas de formulación de políticas, como aquellas dominadas por EE.UU. en el Banco Mundial. Además, es más probable que se aborden de manera más eficaz las necesidades de salvaguardas ambientales y sociales en inversiones de infraestructura que se realizan dentro de un marco multilateral.
Se debe felicitar al Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, y a los otros que han decidido unirse al BAII. Se tiene la esperanza de que otros países, tanto en Europa como en Asia, se vayan a unir también, ayudando de dicha manera a cumplir el gran deseo de que las mejoras de infraestructura puedan elevar los niveles de vida en otras partes de la región, como ya lo han hecho en China.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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