Economista y periodista cubano. Vicepresidente de Hermes Internacional y Presidente de su Comité de Ética y Participación.
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La Habana, 15/05/04.- ¿”Hijo de gato caza ratón”? Por estos días pienso mucho en ese refrán; inevitablemente lo asocio a que en alrededor de 3 meses mi hijo Miguel David deberá de graduarse como Ingeniero en Telecomunicaciones.
Su tesis de grado, a dos manos con un condiscípulo, forma parte de un empeño mayor en el que se encuentran involucrados dos profesores-investigadores de respetada ejecutoria, y varios diplomantes, todos los cuales aspiran a dotar a Cuba de nuevas capacidades en materia de comunicaciones. Van, como se dice, “a por lo alto”.
Quieren reírse del embargo-bloqueo de los Estados Unidos a Cuba; pero también hacer burla de propagandas baratas, como ésas que siempre hallan novedosos motivos para explicar por qué en la mayor de las Antillas aún no existe “Internet para todos”, no obstante una declarada voluntad política.
Quienes conocen sobre las vicisitudes del Internet en Cuba, saben: primero, “no había cable submarino”: ya lo hay; después, los obstáculos que “encuentra” el denominado “último kilómetro”; es decir, la mala calidad de las conexiones alámbricas entre las centrales telefónicas y los reales o potenciales usuarios directos, públicos o privados.
Como si no existiese Internet inalámbrica, como si el Metro de Moscú no suministrara esa conectividad, ¡gratuita, a nivel de vagón!, a lo largo y ancho de sus 325 kms. de rutas subterráneas.
Comunicar es un verbo que proviene del latín communicare, el cual significa “hacer partícipe a otro de lo que uno tiene”. Ante todo, del conocimiento.
“Información es poder”. Mi hijo y sus compañeros quieren a más cubanos accediendo a más información, lo cual significa que el simple ciudadano, por estar mejor informado, participe más del poder. Pretenden “empoderar”, verbo de moda, por el cual ya ciertos “protectores de la fe” arriman leña a la hoguera inquisidora, cada vez que el Presidente Obama habla sobre Cuba y lo pronuncia. Sólo que su intención es muy distinta a la del “mulato”, como escucho le nombran en la calle.
Para ellos, “empoderar” significa que desde el rincón más recóndito de este país un campesino pueda actuar como comentarista digital en un artículo del diario Granma, para dar “un par de clases” de agricultura y de economía agrícola a ciertos periodistas… y hasta a ciertos ministros; es también, ¿por qué no?, que desde un barrio marginal los electores repleten de correos electrónicos el buzón de su diputado al parlamento cubano, exigiéndole “presentarse y rendir cuentas”. Exacto: así mismo, desde una de esas comunidades que se muestran en el documental “Canción de Barrio”.
Escribo, desde luego, cual padre vanidoso. El “hijo del gato caza ratones”, y no va por casualidad el refrán: casi medio siglo atrás, “el gato” y varios de sus amigos recorrían el capitalino barrio de La Pera (Ensanche de La Habana), enredados en cables de líneas telefónicas y aisladores de porcelana. Los primeros ensayos del “proyecto” resultaron más que exitosos; la noticia, aunque subrepticia, voló de boca en boca entre los adolescentes del sitio donde El Plátano inició su leyenda.
“Corazones solitarios del Sargento Pimienta” – nadie mayor de 15 - instalaba antenas de factura artesanal; mediante éstas, los receptores de radio “de bombillos” adquirían insospechada sensibilidad. Las emisoras de Miami podían escucharse cual si transmitieran desde la Plaza de la Revolución; si el equipo captaba ondas cortas, la “cumbre”: BBC de Londres, sábados por la noche, “Ritmos”, Juan Peirano de conductor, y el último disco de The Beatles, a más o menos una semana de salir al mercado.
Desde Miami, por las llamadas “W”, no sólo los “chicos de Liverpool”. Por ahí “llegaban al barrio” desde Iron Butterfly hasta los que después fueron los grandes de la “Motown Generation”: Stevie Wonder, Marvin Gaye, Diana Ross and The Supremes, The Temptations, The Four Tops, The Jackson 5 y otros.
Callada, pero sostenidamente, las antenas de radio invadían las azoteas, para así burlar una censura radial y televisiva, capaz de llegar al ridículo de prohibir la difusión de toda música que fuese interpretada en inglés, ¡o hasta la de Silvio Rodríguez!
Aún me pregunto cuán oficial fue la censura de marras, sobre la cual hoy se teoriza o se historia en diversos foros, dedicados al análisis del llamado ¿quinquenio, “trinquenio” gris? Nadie parece querer responder a la interrogante. Quien de verdad, ¡pero de verdad!, pudiera hacerlo, cargó con el secreto para su tumba. Si quieren, lo maldicen: yo siempre respetaré su lealtad.
Tiempos románticos, aquellos: nadie pensó en cobrar un centavo por instalar las antenas, como ocurre ahora, por ejemplo, con la distribución ¿clandestina? del denominado “paquete” semanal. La única condición impuesta fue: “tantos metros de cable, tantos aisladores de porcelana; eso va por ti, lo demás por nosotros”.
Ahora, cuando mi hijo llega a mi casa para buscar en Internet información para su tesis, muchas preguntas le hago y muchas me hago: la principal es cómo otros de sus condiscípulos pueden acceder a aquello de lo cual dispone; él tiene la ventaja comparativa de un padre con acceso legal. No obstante, lo que más me place es ver cómo “el hijo del gato… caza ratón”.
Perdonen mis lectores si infrinjo la ética periodística; si aún por casualidad, incurro en conflicto de interés.
Escribo, lo sé, cual padre vanidoso.
(Reproducción libre siempre que se cite a la fuente)
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