"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 1 de junio de 2015

Paisaje de Tomás Sánchez


Paisaje -a secas- es el título por el que apostó Tomás Sánchez para su más reciente exposición, que puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes, sitio que lo acogió por última vez hace 30 años con la muestra Retrospectiva, que en su momento generó múltiples polémicas.

Ahora Tomás ha llegado a la XII Bienal de La Habana (estuvo también en la primera, en 1984) y lo hace con una impresionante selección (ocho obras, de gran formato) que demuestran -si hiciera falta- que la coherencia ha sido, quizás, uno de los horcones o signos que han regido su quehacer.

Es una exposición de factura exquisita en la que, una vez más, se pone de manifiesto eso que los entendidos llaman “oficio del pintor”, pero va más allá porque no es solo destreza, limpieza en el trazo, colocación del color y técnica aprendida -y aprehendida-, sino un derroche de conceptos: es obvio y marcado el interés de Tomás Sánchez (22 de mayo, 1948) por poner acentos en torno a la necesidad de cuidar el medio ambiente, el planeta, pero desde la más profunda convicción.


Tomás Sánchez. Hombre crucificado en el basurero. 1992La muestra abre con la pieza “Con la puerta abierta” (2015, acrílico sobre tela, 200 x 250 cm) y continúa con “Hombre crucificado en el basurero” (acrílico sobre tela, 120 x 150 cm), realizada en 1992 y seguida por “La batalla” (acrílico sobre tela, 200 x 250 cm), de 2015. Aquí hay un arco temporal de más de dos décadas y, a pesar del tiempo transcurrido entre una y otra obras, la preocupación es la misma y están tratadas con toda la paleta. Esta es una característica común de esta trilogía: el uso de toda la gama, pero siempre apastelada, rasgo que las distingue de las restantes.

“Orilla” (1996, acrílico sobre tela, 200 x 200 cm) precede a “Adoración” (2009 acrílico sobre tela, 200 x 250 cm), a mi juicio una de las piezas más conmovedoras de Paisaje: es la reverencia que todos le debemos a la naturaleza porque -como afirma Tomás en las palabras del catálogo-, “la pintura no es producto de la meditación, sino meditación en sí misma”… y el hombre como especie aún tiene mucho que meditar y, también, adorar.

En “Antagonismo” (2015, acrílico sobre tela, 200 x 250 cm) aparece en un primer plano una bolsa de nylon -común, negra, de esas que se emplean para colectar basura-, pero inmediatamente la sigue un bosque verde, frondoso… No solo es antagonismo sino, también, contradicción.


Tomás Sánchez. Aún el azul, 2015.“Aislado” (2015, acrílico sobre tela, 200 x 250 cm) es una obra muy delicada: rodeada de anchos márgenes blancos, blanquísimos, y en el medio -cual isla- un hombre rodeado de selva, de verdes. Algo curioso: todas las piezas están firmadas -como es común- en el borde inferior izquierdo, pero esta tiene la firma incluida en medio de ese breve paisaje. Creo que con ello Tomás está reafirmando no solo su origen isleño sino su sentido de pertenencia con Cuba. Concluye con “Entre silencios” (2015, acrílico sobre tela, 180 x 250 cm): una diminuta y larga franja de árboles, palmas, vegetación y, sobre ella y bajo ella, un gran espacio blanco, indicativo de un océano de pureza. “Entre silencios” nos convoca al retiro, a la reflexión, a esa paz que tanto necesita el mundo.

En una conversación sostenida con el artista hace ya más de un año le pregunté si se consideraba un creador que hacía total reverencia y culto al detalle. Esta fue su respuesta: “Sí, y es que disfruto haciendo detalles. Cuando estoy meditando en mi casa de Costa Rica, salgo al jardín y veo las montañas detrás, primero siento mi unidad con todo eso, y ocurre algo curioso: primero uno tiene que concentrarse en el detalle cuando lo quiere ver; pero en ese estado, de pronto, me descubro percibiéndolo todo a un tiempo. Las partes y el todo conforman una unidad, y lo que te rodea es como un gran encaje del cual eres parte. Cuando pinto siento la necesidad de expresar la diversidad. En muchas de mis pinturas vas a encontrar el contrapunteo entre los espacios en blanco -el lienzo absolutamente puro- y los densamente trabajados en todos sus detalles. La naturaleza me ha salvado de muchas maneras y mi obra se basa en eso, en la devoción que siento por ella”.

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