Quienes deseen ganarse un espacio en Miami, capital de la mafia terrorista anticubana, lo primero que debe hacer es ofrecer declaraciones a la prensa especializada y hablar mal de la Revolución cubana, como fórmula para ser aceptado por sus “capos”, aunque hasta ese momento hayan compartido felizmente su vida con el régimen socialista.
Eso es lo que ha hecho recientemente el director de cine Juan Carlos Cremata, con la finalidad de ganar algún protagonismo que le posibilite obtener trabajo en un terreno ya cubierto por destacadas figuras de la farándula latinoamericana, especialmente la cubana.
En consonancia con esa receta para ser aceptado, Cremata intenta ofrecer una imagen de “víctima perseguida y acosada”, algo difícil de demostrar debido a su larga lista de obras cinematográficas que posee bajo la protección del sistema socialista que ahora reniega y sobre todo de su líder Fidel Castro, quien personalmente se ocupó de evitar que una enfermedad oportunista le quitara la vida.
Cremata gozó en La Habana de facilidades creativas inigualables para desarrollar su talento artístico sin el menor obstáculo, a pesar de tener algunos puntos no aceptados fácilmente por el machismo latinoamericano, presente también en la Isla.
Pero después de algunas visitas a la Florida y codearse con ciertas personas, aterrizó en La Habana con ideas bien diferentes a las plasmadas en los filmes que dirigió, donde sus posiciones ideológicas no vislumbraban una ruptura con el socialismo.
La proyección más evidente de ese cambio repentino fue la obra de teatro El Rey se Muere, que dirigió en julio del 2015 con el grupo El Ingenio, una versión de la obra del escritor de origen rumano Eugène Ionesco, en la cual le deseaba la muerte a Fidel Castro, ese presidente que ordenó ingresarlo en un hospital parisino cuando visitaba el festival de Cannes, donde enfermó gravemente al carecer de defensas suficientes para enfrentar una complicación pulmonar.
Durante aquella peligrosa enfermedad, el hombre al que Cremata le deseó la muerte en su obra teatral, le envió de inmediato a su madre a París y a uno de sus hermanos, quien se encontraba laborando en Buenos Aires, Argentina, con la encomienda de apoyarlo emocionalmente para que venciera la adversidad de la enfermedad.
No satisfecho con esos gestos, Castro ordenó al entonces ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque, a visitarlo en el hospital francés y hablar con la dirección médica para que hicieran todo lo posible para evitar una complicación que pusiera en peligro la vida del cineasta cubano. La factura por su tratamiento y los billetes de avión la sufragó el gobierno de Cuba.
Todo eso fue borrado de la mente de Cremata y para congraciarse con la mafia anticubana de Miami, llevó a cabo la puesta de la obra de marras.
Después que le fuera suspendida tamaña falta de ética contra la misma persona que se preocupó por su vida, Cremata asumió el papel de víctima, algo amplificado por la prensa anticubana y otros que, como él, muerden la mano de quien durante casi 60 años ha llevado a planos internacionales a la cultura cubana, algo sin precedentes en la historia de la República.
El asunto en sí no es que Cremata tenga consideraciones ideológicas anti socialistas, algo tolerado frecuentemente en Cuba desde los años 90, sino que, sin la menor ética y agradecimiento personal por un ser humano preocupado al máximo por su salud, hizo una puesta teatral para desearle la muerte.
En Estados Unidos, país que se tilda de ser campeón de las libertades, separaron de su empleo a un periodista que comparó a la Primera Dama, Michele Obama, con una mona, algo benévolo con el desearle la muerte a un ser humano. Sin embargo, con ese no hubo campañas de apoyo.
Ahora Juan Carlos Cremata deberá enfrentar una realidad desconocida, pues en Cuba siempre disfrutó de gratuidades para conformar sus ideas artísticas, así como cuidar de su enfermedad incurable.
Tristemente, tendrá que hacer muchas concesiones para agradar a la masa recalcitrante que se reúne alrededor del conocido restaurante Versalles, conformada por viejos testaferros del dictador Fulgencio Batista, e incluso cruzarse en alguna de las calles de la pequeña Habana con Luis Posada Carriles, autor intelectual de la voladura del avión cubano en Barbados, que asesinó cruelmente a todos sus pasajeros, incluida su tripulación de la cual su padre formaba parte.
Cremata podrá difamar y hacer campañas de que “tenía enfrentamiento” con las autoridades cubanas, pero la realidad se encargará de desmentirlo porque quien es reprimido como quiere hacerle creer a los obstinados mafiosos de Miami, no posee una amplia obra fílmica que ahora saca a relucir para buscar un trabajo en Estados Unidos.
Una prueba demoledora de sus falacias, fueron sus declaraciones en Miami de que “poco antes de salir de mi país, filmé, clandestinamente, un largo y un cortometraje sobre la des-construcción del hombre nuevo en Cuba”, algo imposible de creer, para quien en estos momentos afirma que la Revolución lo controla todo y él mismo era considerado un “recalcitrante toxico disidente”.
De cineasta mimado en Cuba, Juan Carlos Cremata se transformó en “refugiado político” del país que tantos muertos, heridos y mutilados le ha causado al pueblo cubano.
No será el primero ni el último que se deja convencer por cantos de sirena y auto calificarse de “irreverente”, y pasado un tiempo arrepentirse de lo dicho, bajo la manipulación engañosa de aquellos que viven protagonizando el papel de “luchadores por la libertad de Cuba”.
No por gusto José Martí escribió:
“¿Cómo se podrá reclamar un derecho si no se sabe definir su esencia?”
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