Por Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University
NUEVA YORK – Escribir el resumen de cada uno de los años transcurridos durante el medio decenio que comenzó a partir de la erupción de la crisis financiera mundial en 2008 ha resultado –y sigue resultando– deprimente. Sí, nos libramos de una Gran Depresión II, pero sólo para acabar en un gran malestar, con ingresos apenas en aumento para una gran proporción de los ciudadanos de las economías avanzadas. En 2014 podemos esperar más de lo mismo.
En los Estados Unidos, ha continuado la dismunición, al parecer inexorable, de la media de los ingresos; en el caso de los trabajadores masculinos, han bajado hasta niveles inferiores a los alcanzados hace más de 40 años. En 2013, ha acabado la doble recesión de Europa, pero nadie puede afirmar responsablemente que tras ella haya habido una recuperación. Más del 50 por ciento de los jóvenes de España y Grecia siguen desempleados. Según el Fondo Monetario Internacional, España seguirá padeciendo en los años futuros un desempleo superior al 25 por ciento.
El autentico peligro para Europa es el de que se instale una sensación de complacencia. Durante el transcurso de este año, hemos podido notar que en la zona del euro se aminoraba el ritmo de las reformas institucionales decisivas. Por ejemplo, la unión monetaria requiere una unión bancaria real –incluida no sólo una supervisión común, sino también el seguro común de depósitos y un mecanismo común de resolución– y unos eurobonos –o algún medio similar para la mutualización– de la deuda. La zona del euro no está más próxima a adoptar esa medida que hace un año.
También hemos notado un compromiso renovado con las políticas de austeridad que provocaron la doble recesión de Europa. El continuo estancamiento de Europa ya es grave, pero sigue existiendo un riesgo importante de otra crisis en otro país más de la zona del euro, si no el próximo año, en un futuro no demasiado lejano.
La situación es sólo ligeramente mejor en los Estados Unidos, donde una divisoria económica en aumento –con mayor desigualdad que en ningún otro país avanzado– ha ido acompañada de una profunda polarización política. Hemos de esperar que los lunáticos del Partido Republicano que forzaron un cierre del gobierno y llevaron al país al borde de la suspensión de pagos decidan no repetir semejante hazaña.
Pero, aun cuando lo hagan, la probable contracción que causará la siguiente ronda de austeridad, que ya ha costado entre uno y dos puntos porcentuales del crecimiento del PIB en 2013, significa que éste seguirá siendo anémico, apenas suficiente con miras a crear puestos de trabajo para quienes entran por primera vez en el mercado laboral. Un dinámico Silicon Valley en el que reina la elusión fiscal y un sector próspero de los hidrocarburos no son suficientes para compensar el peso de la austeridad.
Así, pues, si bien puede haber alguna reducción de las compras de activos a largo plazo por la Reserva Federal (la llamada relajación cuantitativa o RC), hasta 2015, como muy pronto, no se espera una modificación de los bajísimos tipos de interés.
No sería sensato poner fin ahora a los tipos de interés bajos, aunque es probable que la RC haya beneficiado sólo ligeramente a la economía de los EE.UU. y puede haber aumentado los riesgos en el extranjero. Los temblores en los mercados financieros mundiales por los debates habidos en 2013 sobre la eliminación progresiva de la RC han puesto de relieve el grado de interdependencia de la economía mundial.
Así como la introducción de la RC impulsó la apreciación de la divisa, el anuncio de su posible fin desencadenó la depreciación. Lo bueno fue que la mayoría de los países en ascenso fuertes habían acumulado grandes reservas de divisas y tenían unas economías lo bastante sólidas para resistir el golpe.
Aun así, la desaceleración del crecimiento en las economías en ascenso fue decepcionante... tanto más cuanto que es probable que continúe a lo largo de 2014. Cada uno de los países produjo su propio relato: por ejemplo, se atribuyó la contracción de la India a los problemas políticos en Nueva Delhi y a la preocupación del banco central por la estabilidad de los precios (aunque apenas había razones para creer que un aumento de los tipos de interés pudiera influir en gran medida en el precio de las cebollas y los demás artículos subyacentes a la inflación india).
Los disturbios sociales en el Brasil revelaron con claridad que, pese a los notables avances logrados en la reducción de la pobreza y la desigualdad en el último decenio, al país le queda aún mucho por hacer para lograr una prosperidad ampliamente compartida. Al mismo tiempo, la ola de protestas reveló la influencia política en aumento de la clase media en desarrollo del país.
La desaceleración del crecimiento de China tuvo repercusiones importantes en los precios de los productos básicos y, por tanto, en los exportadores de ellos en todo el mundo, pero hay que ponerla en perspectiva: incluso su menor tasa de crecimiento es la envidia del resto del mundo y sus medidas para hacer más sostenible su crecimiento, aunque en un nivel algo menor, serán a largo plazo beneficiosas para ella y para el mundo.
Como en años anteriores, el problema fundamental que ha perseguido a la economía mundial en 2013 ha seguido siendo una falta de demanda agregada. Eso no significa, naturalmente, que deje de haber necesidades reales... de infraestucturas, por poner un solo ejemplo, o, más ampliamente, de reequipamiento de todas las economías para afrontar las amenazas del cambio climático, pero no parece que el sistema financiero privado del mundo pueda reciclar los superávits planetarios con miras a satisfacer dichas necesidades y la ideología preváleciente nos impide pensar en la posibilidad de que se adopten disposiciones substitutivas.
Tenemos una economía mundial de mercado que no funciona. Tenemos necesidades no atendidas y recursos infrautilizados. El sistema no está produciendo beneficios para grandes segmentos de nuestras sociedades y la perspectiva de mejoras importantes en 2014 –o en un futuro previsible– no parece realista. No parece que el sistema político tenga capacidad para introducir, en los niveles nacional y mundial, las reformas que podrían crear perspectivas para un futuro mejor.
Tal vez la economía mundial obtenga unos resultados un poco mejores en 2014 que en 2013 o tal vez no. Vistos en el marco más amplio de la continuación del gran malestar, se llegará a considerar los dos años como una época de oportunidades perdidas.
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