El escritor Leonardo Padura, una de las figuras más prominentes de la
literatura cubana contemporánea, llegó este domingo a Miami para
cumplir un programa de presentaciones en instituciones académicas y
culturales de Estados Unidos.
Padura, hoy por hoy el escritor cubano vivo más aclamado y vendido
internacionalmente, hablará este martes sobre su más reciente novela, Herejes (2013),
durante una conferencia en la Universidad Internacional de la Florida
(FIU) y el jueves asistirá a una presentación de sus libros, organizada
por Books & Books en la Iglesia Congregacional de Coral Gables. Herejes,
una parábola sobre la libertad inspirada en la historia de una familia
judía, recorre desde la Holanda de Rembrandt, en pleno siglo XVII, hasta
La Habana de nuestros días.
La gira estadounidense lo llevará también a instituciones de Nueva York y Chicago, donde lanzará la edición en inglés de El hombre que amaba a los perros
(2009), una desgarradora exploración tras los pasos en Cuba de Ramón
Mercader, el asesino de Trotski, con el trasfondo de las utopías
fracasadas del siglo XX. La novela ha sido traducida a 10 idiomas y
tiene ya vendidos sus derechos para cine.
Cronista agudo y controversial de la realidad cubana, en esta entrevista con Diario las Américas
Padura aborda los retos de su creación literaria y sus preocupaciones
sobre el futuro de la isla donde ha decidido permanecer, en la misma
casa del barrio habanero de Mantilla que lo vio nacer hace 58 años.
Totalitarismo y herejía
El tema del totalitarismo y la utopía fracasada en El hombre que amaba a los perros,
y ahora el tema de la libertad como condición humana en Herejes, han
ocupado tus preocupaciones literarias en los últimos años. ¿No son
asuntos demasiado provocadores en la realidad cubana del presente?
Desde los años 90, cuando escribí las novelas de “Las cuatro
estaciones” con mi personaje de Mario Conde, esos dos grandes y
complicados temas venían dándome vueltas en la cabeza, pues el
totalitarismo y la falta de capacidad para ejercer la libertad
individual son asuntos que han estado muy presentes en mi vida. En una
novela como Máscaras ya se perfilan esos asuntos, y en La novela de mi vida
están muy presentes, tanto en los momentos históricos como
contemporáneos de la novela. Pero siento que he crecido como escritor a
medida que he ido escribiendo, me he hecho más responsable, más
ambicioso. Y como persona me he hecho más escéptico a la vez que más
analítico.
Por otro lado, he cobrado conciencia de que la literatura debe tener
siempre una vocación más universalista que localista. De ahí ese interés
en asuntos que me tocan a mí, a mi generación, a mi país, pero que de
muchas formas nos atañen a todos. El totalitarismo es una actitud eterna
de las formas de poder, que puede llegar a ser, digamos, un
totalitarismo más total en determinadas sociedades y sistemas. Y la
libertad individual es una condición o necesidad por la cual debemos
luchar todos los días en todas las sociedades, incluso en las que han
proclamado ser más libres y abiertas. Pero, por supuesto, todas esas
lecturas que hago de realidades universales parten de mi experiencia
cubana y, literariamente, salen y llegan a Cuba, como es evidente para
cualquiera que haya leído mis novelas.
Muchos de tus lectores o seguidores de tu literatura en el
exterior se cuestionan que tus libros y tu obra estén aceptados con
normalidad dentro de la vida cultural cubana y que incluso hayas
recibido el Premio Nacional de Literatura el pasado año. ¿Qué ha
cambiado para hacer posible tu permanencia funcional dentro de la vida
cultural cubana, sin los exabruptos oficiales que hubieran provocado tus
libros en años anteriores?
Creo sinceramente que las cosas en Cuba cambiaron a partir de los
años 90. Ya una vez dije que la crisis del período especial, esos años
terribles en los que ni siquiera teníamos comida y electricidad,
tuvieron también sus aristas positivas, y una de ellas fue que se
abriera una distancia entre el Estado y los artistas, un hiato que los
creadores aprovecharon como un espacio de libertad que no existía en las
décadas anteriores. Por decir algo así –que es un hecho-, por poco me
come un escritor cubano que vive fuera, diciendo que yo edulcoraba el
período especial y todo lo que nos ocurrió en esos años –que, por
cierto, tú y yo vivimos juntos en La Habana, comiendo mucho espagueti…
A lo importante: ese espacio de libertad no fue un regalo, fue un logro, que costó mucho sudor, sangre y lágrimas. Mi novela Pasado perfecto (1991) demoró cuatro años en salir en Cuba; Máscaras
(1997) fue criticada como una obra complaciente con el “mercado”… pero
yo insistí y cada vez más fui buscando fondo, bajando hasta los fosos de
la sociedad y sus problemas, sin convertir mis novelas en documentos
políticos, aunque sin eludir las lecturas políticas que se puedan hacer,
no solo sobre temas como la libertad y el totalitarismo, sino muchos
más, como la pérdida de valores y esperanzas, el drama del exilio, la
presencia del oportunismo como forma de vida y la traición como actitud…
¿Has temido a represalias?
He hecho ese trabajo desde mi narrativa, pero también desde mi
periodismo, y te miento si te digo que por momentos no tuve miedo.
Cuando terminé La novela de mi vida (2002) pensé que había traspasado ciertos límites de permisibilidad, pero me lancé. Igual con La neblina del ayer (2005), mucho más con El hombre que amaba a los perros.
Pero el problema no es sentir miedo, es normal y humano en una sociedad
como la cubana, con la experiencia adquirida de lo que pasó con tantos
escritores cubanos en el pasado, con lo que me ocurrió a mí mismo en
determinados momentos… El problema, o la solución del problema, es
imponerse al miedo. Y es lo que he hecho.
En esa combinación de factores –una sociedad con una política
cultural más permisiva y con una actitud de mi parte más empeñada en
romper límites- mis libros se han ido publicando en Cuba, todos, a lo
largo de estos años. Y la respuesta que he tenido por parte de mis
colegas y de los lectores me ha dado la razón y me ha impulsado a
seguir. Por supuesto, todo eso ha sido fruto del trabajo, el
empecinamiento, la responsabilidad que tú sabes que me acompañan en cada
acto de mi vida, incluido el más importante: escribir.
Los lectores cubanos
¿Cuál es tu relación con los lectores cubanos de dentro de la
isla? ¿Qué resonancia te han dejado tus dos últimas novelas en relación
con el público cubano?
Al salir en España El hombre que amaba a los perros mucha
gente les pidió a amigos y parientes fuera de Cuba que les mandaran el
libro. No que les mandaran jabones o un par de zapatos: que les mandaran
mi libro. Y la gente empezó a leerlo y comentarlo. Luego, cuando salió
la edición cubana a principios de 2010, por poco hay muertos en la Feria
del Libro el día de la presentación, pues había más gente para comprar
la novela que libros físicos… Y de mucha, mucha gente tuve una respuesta
que me llegó por vía verbal, telefónica, electrónica… Y la mayoría me
decía algo que ha sido el mayor elogio que he recibido: me agradecían
que hubiera escrito esa novela. Me lo agradecían por lo que decía y,
sobre todo, por lo que decía que tenía relación con ellos y hasta
entonces no sabían o no habían podido saber por falta de información
asequible.
Esa relación con los lectores es muy satisfactoria y es la mejor
respuesta a lo que ha sido mi propósito todos estos años: que mis
primeros lectores sean los cubanos. Por eso, aunque edite mis libros en
España y luego se traduzcan a 20 idiomas, lo más importante para mí es
que ese libro llegue a los lectores cubanos, y me esfuerzo en
conseguirlo, hablando con los editores, pidiéndole a mis agentes un
permiso para publicar en Cuba sin cobrar derechos, haciendo
presentaciones en las que he tenido que firmar 800 libros en dos horas…
Creo que solo ese hecho vale los sacrificios e incertidumbres que he
debido afrontar en el acto de la escritura, y hasta los insultos que me
dedican sistemáticamente los fundamentalistas de dentro y de fuera, que
no pueden aceptar que mis libros me hayan valido el premio Roger
Caillois, por ejemplo, y que a la vez sus presentaciones sean actos
multitudinarios en un país donde cada vez a la gente le importa menos el
espíritu, agobiados como están por los problemas cotidianos de la vida,
de la supervivencia material.
Un futuro impredecible
Además de la creación literaria y cinematográfica, mantienes un
compromiso con el periodismo sobre asuntos álgidos de la realidad
cubana. ¿Qué te motiva a hacerlo? ¿Una necesidad profesional o una
motivación por canalizar las opiniones que no caben en la literatura?
Las dos cosas. Fui, soy y seré periodista, y le realidad me llama, es
como un imán y me encanta descubrirla, opinar sobre ella. Y no siempre
lo que uno ve u oye es material literario, o al menos no lo es de
inmediato, y el periodismo me ayuda a reflejarlo y fijarlo. Desde hace
casi 20 años no pertenezco a la plantilla de ninguna publicación cubana,
pero me he mantenido activo colaborando con la agencia IPS, tanto para
su oficina cubana como para la central en Roma, y además colaboro con
frecuencia con periódicos y revistas de España, Italia, Brasil y otros
países. Hacer periodismo me complementa, como escritor y como ciudadano.
Además, uno de mis orgullos es que mi periodismo muchas veces ha
vencido la barrera de lo contingente y por eso tengo reunidos seis,
siete libros de periodismo, incluso algunos de ellos, que fueron
preparados en los años 80, todavía hoy se reeditan, como es el caso de El viaje más largo (1994).
En esos artículos hay una visión aguda de las circunstancias en
que se producen (o no se producen) las transformaciones emprendidas por
el gobierno cubano. Tienes confianza en que los cambios emprendidos
generen un país más plural, menos caótico económicamente y en camino a
la normalidad de la que has hablado en otras ocasiones?
Pocas cosas son más difíciles que hacer predicciones sobre el futuro
de Cuba. El futuro de Cuba es impredecible. Si en 1988 hubiéramos
intentado dibujar el panorama de 1993-94, no habríamos podido. Y si en
2006, cuando Fidel Castro se enfermó, hubiéramos intentado imaginar cómo
sería 2014, tampoco habríamos acertado. Hay muchos artículos y libros
que han lanzado especulaciones que no se han cumplido, por lo tanto, no
me atrevo.
Mira, hace unos meses yo mismo pensaba que el modelo en marcha con la
“actualización del modelo económico cubano” tenía un carácter realista y
pragmático. Pero cuando a principios de este año se publicó la lista de
precios de los autos que el Estado vendería para acabar con la
especulación y dar oportunidad a los que vivimos en Cuba de tener un
carro más o menos moderno, me vi ante una decisión irrealista y
descabellada. Y lo que me preocupó entonces no fue tanto el hecho de que
se tarifaran los autos a precios insólitos: lo alarmante es que las
altas esferas de varios ministerios y del gobierno juntaran sus talentos
para decidir algo que no es solo un disparate económico –nadie, por
desesperado que esté o por mucho dinero que tenga se compra un Peugeot
de 50 mil en 250 mil-, sino una burla a cientos, miles de cubanos que
con su esfuerzo reunieron el dinero necesario para comprarse un carrito…
cubanos que en su mayoría son los que aportan más dinero a la economía
cubana, más que todos los burócratas que se exprimieron el cerebro para
lograr ese disparate… Con esos tiros, ¿cómo voy a atreverme a hacer de
pitoniso?
Enajenación y violencia
¿Cuáles son las preocupaciones de la gente de a pie en la Cuba actual? ¿Y cuáles son las tuyas sobre el futuro del país?
La gente tiene una preocupación fundamental: la supervivencia. En un
país donde el Estado emplea alrededor del 80% de los trabajadores, y
esos trabajadores no pueden vivir con su salario, ¿cuál otra va a ser su
preocupación? Yo siento que los niveles de interés ciudadano han
decaído en todos los sentidos y la causa está en ese problema de
resolver el día a día. En Cuba, además, la gente no lee periódicos, no
piensa demasiado, no procesa, cada cual vive en su pequeñita nube
oscura. Y han aumentado en consecuencia los niveles de enajenación,
violencia, pillería… la búsqueda diaria del resolver.
Tú has hablado antes de pérdida de valores entre tus compatriotas…
A mí particularmente me preocupa esa falta de perspectivas de muchas
gentes, la pérdida de solidaridad que veo en la actitud de las personas,
el hecho de que los cubanos no puedan participar del juego económico
efectivo del país, salvo como mano de obra o como pequeños, pequeñísimos
empresarios, y que el Estado y un posible capital extranjero inversor
sigan siendo los únicos con posibilidades de tener ganancias.
Cuando esas ganancias se reparten, es cierto que se revierten (las
del Estado) en gastos de salud, educación, etc, pero también es cierto
que los pequeños empresarios y trabajadores independientes aportan
cifras cada vez más significativas a los fondos de ese Estado a través
del fisco, y que cada ciudadano que compra una botella de aceite –con
dinero ganado o recibido de un familiar en el extranjero- está también
pagando un alto tributo por ese producto… o sea, que la salud, la
educación, los asilos de ancianos los pagamos todos, aunque a veces se
quiera hacer pensar que es solo el Estado y el Gobierno quienes lo
hacen.
Obligados a creer
¿Cómo definirías la juventud cubana de hoy? ¿Qué la caracteriza a diferencia de tus (nuestros) años juveniles?
Comparar las actitudes de los jóvenes en dos épocas diversas suele
provocar equívocos, sobre todo cuando quien hace el balance ya no es
joven. Nuestros padres decían cosas de nosotros que no nos gustaban, y
que podían ser injustas, y seguramente nosotros diremos cosas de los
jóvenes que llevan la marca de nuestros deseos y no de los suyos… Pero
puedo recordar, por ejemplo, que en nosotros, los que nacimos en los 50 y
principios de los 60 había un nivel de inocencia y credulidad (en todos
los sentidos) que hoy no existe, aun cuando ahora se vean más
crucifijos y collares de santería en los cuellos de los jóvenes. Los
tiempos son diversos, el país es distinto, y a nosotros nos obligaron a
creer, pero hoy la mayoría no cree en nada, porque el mejor ejemplo para
no creer lo dan los miembros de nuestra generación, con la suma de
fracasos y frustraciones que llevan encima.
Nosotros creímos, y mucho, en la superación personal, y el resultado
fue que muchísimos terminamos siendo graduados universitarios, porque
pensábamos que el ascenso social estaba ligado al ascenso intelectual,
profesional. Hoy muchos jóvenes en Cuba saben que haciendo trampas,
manejando un “almendrón”, vendiendo tomates –y robándole a todos los
clientes- se vive mejor que siendo maestro, o incluso médico, para no
decirte que mucho mejor que siendo un humanista.
La sociedad cambió y las estrategias de éxito también lo hicieron.
¿Cómo alguien puede tener un celular, en Cuba, que le cuesta 100 pesos
mensuales si trabajando gana 400 o 500 pesos? ¿Qué aspiraciones puede
tener el joven de 18 años que vende tomates frente a mi casa y cada
cinco libras que dice vender, en realidad entrega cuatro y gana 6 pesos
en esa operación… que cuando se multiplica por, digamos, 60 libras –tres
cajas de tomate- significa que ganó, solo robando, casi cien pesos…
mientras un médico gana 600 al mes? Todo eso ha provocado, creo, un
vacío sentimental, ideológico, humano y la sociedad, lejos de ser mejor
–para lo que se trabajó por años- es más despiadada y benévola con los
más listos y no con los más capacitados…
Una cultura común
Regularmente has hecho presentaciones de tus libros en Estados
Unidos y Puerto Rico, pero Miami era, contradictoriamente, una
asignatura pendiente, incluyendo la Feria del Libro. ¿Qué expectativas
te traen ahora a Miami?
Por años, por diversas razones, no he podido estar en la Feria del
Libro. Unas veces por temas de trabajo, otras por el visado, y esa
posibilidad se ha ido posponiendo. Además, Miami no me resultaba un
lugar acogedor en el sentido de que no tenía el menor deseo de que
alguien, con todo su derecho pero con todo su extremismo, me lanzara
algún ataque simplemente por el hecho de venir de Cuba, de haber
decidido, libre y soberanamente, seguir viviendo y trabajando en Cuba.
Pero sé que en Miami tengo una gran cantidad de lectores –no solo mis
muchos amigos que viven en la ciudad-, y de alguna forma tenía un
compromiso con ellos, y por eso acepté la invitación para hacer esta
conferencia y presentación, pues saqué la cuenta de que son más
importantes esos lectores y mis amigos que algún intolerante que quiera
identificarme con lo que yo no represento.
Espero que sean actos esencialmente culturales, que resulten
dinámicos, motivadores, en un propósito que creo que une o interesa a
mucha gente de uno y otro lado del Estrecho de La Florida: el
acercamiento humano entre personas que pertenecemos a la misma cultura y
nacionalidad, que hemos estado distanciados por la geografía y en casos
por la política, pero que tenemos más cosas en común que diferencias…
Yo en Miami me siento muy a gusto con mis amigos, con colegas de
profesión, y siempre recordaré la cariñosa acogida que me dio Carlos
Victoria en 1999.
Un hombre muy empecinado
No puedo terminar esta entrevista sin hablar de uno de tus temas
recurrentes, el béisbol. ¿Qué pasa con la pelota cubana y como viste la
participación de Villa Clara en la Serie del Caribe? ¿Cómo llevarla a
los planos competitivos de épocas anteriores?
¡Coño, ahora me vas a tener hablando dos días…! No, seré sintético y
categórico: la pelota va mal porque la política que se ha seguido con el
deporte se desfasó y hoy no se puede pretender que los jugadores tengan
las mismas motivaciones que hace 30, 40 años… La pelota cubana no será
estelar hasta tanto todos sus muchos peloteros estelares puedan reunirse
y competir bajo la misma bandera. Y eso lo sabe hasta Mourinho, que no
debe haber visto jamás un juego de pelota…
¿Cuál es la mejor definición de Leonardo Padura en camino hacia los 60?
Sigo siendo un trabajador obsesivo que no me creo cuentos. Sé que
escribir es un acto difícil, desgarrador, lacerante, y que cuando has
escrito mucho, incluso cuando te han dicho que lo has hecho muy bien,
eso no quiere decir nada respecto al trabajo que viene en el futuro.
Cada novela es un reto, y como un reto me las planteo. En ese sentido
soy un luchador.
También soy un empecinado que sigue viviendo en la misma casa de
Mantilla donde nací en 1955, porque es el lugar del mundo donde mejor me
siento y soy lo que soy y a la vez lo que siempre fui: el hijo de
Nardo, mi difunto padre, y de Alicia, mi madre que gracias a todo lo que
hay por allá arriba (o no) sigue conmigo. Sigo siendo fiel a mis
principios, aunque a veces algunos de ellos cambien un poco, porque nada
que esté vivo puede ser inmutable: y mis principios tienen que ver con
la lealtad, la fraternidad, la amistad como un gran valor de la vida, la
literatura como fuente de satisfacción. Sigo siendo el enamorado de
Lucía, mi esposa, aunque haga ahorita 40 años que andamos juntos y hasta
revueltos…
Y definitivamente, soy un hombre que ama a los perros y no me
conformo con tener en mi buró las fotos de Chorizo y Natalia, también
quiero tener algún sato dando vueltas por la casa y esperándome con
alegría cuando regreso de la calle. Con eso, a los casi 60 años, me
siento satisfecho, de verdad que sí.
Actividades de Leonardo Padura en Miami:
Martes 18 de febrero, 3:30 pm, conferencia “La libertad como herejía”,
18 de febrero, 3:30 pm, Middle Ballroom, Graham Center, FIU, 11200 SW, 8
St, Miami/ Jueves 20 de febrero, 7:30 pm, presentación de la novela Herejes y firma de libros en la Iglesia Congregacional, 3010 De Soto Blvd., Coral Gables.
*Publicado en Diario las Américas
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