La Habana, 28 feb (PL) Con la realización en esta capital de la XVI edición del Festival del Habano, la vitolfilia cobra auge y proporciona hoy un panorama muy cultural de la agroindustria tabacalera cubana.
El habano, además de un cultivo, es cultura de la cual se nutren los cubanos. Un sentido de la estética, un lirismo particular escudado en historias que hacen de esta industria un tema "Noble".
Sus retoques de versos dictados al paso, entre proceso y proceso de producción, son además sortilegios de una filosofía del vivir de manera laboriosa, tal y como parecen dictarlo los múltiples diseños que abarca la vitolfilia del puro cubano: anillas, etiquetas y otras ilustraciones.
Alrededor de estas elaboraciones existe arte: los pintores
desgranan sus mejores ideas en las ilustraciones, que por otro lado acarician los músicos con sus piezas o los bailarines haciendo honores al tabaco.
Por ello cada anilla ilustra una intención, un deseo de perdurar, quizá más allá de los vericuetos comerciales, en los cuales se apoya el surgimiento de cada una de tales pequeñas figuras maestras.
Cada imagen es una propuesta, desde un militar de renombre hasta un patriota insigne, enredados entre los colores y el dorado que hace perdurar sus hechos de armas o sus virtudes más conocidas.
Así son las anillas de los puros, como un libro de cuentos en cada una de ellas, con un significado que puede estar muy relacionado con la consistencia del Habano, constituye toda una fiesta cubana, tanto para el fumador como para el simple curioso.
Las vitolas, como se nombra a esas figuras de papel, eran al principio simples, sobre todo en 1897, cuando se inicia una comunión a partir de tales relieves que daban brillo al puro.
Dicen que el primero en emplearlas fue Antón Bock, quien las imponía en su habanera fábrica El Aquila de Oro para evitar falsificaciones.
Por primera vez, sin embargo, fueron empleadas de una manera más intensa en la tabaquería La Eminencia, cuyo dueño era Ramón Allones en el año 1845, uno de los nombres memorables de puros.
En 1830 ya Bock, inmigrante europeo instalado en los Estados Unidos, había ordenado litografiar su firma en el papel para identificar sus puros exportables.
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