Por Paul krugman Premio Nobel Economia
A David Brooks le están tomando un poco el pelo por dar a entender, en una columna reciente de The New York Times, que los ricos deberían "respetar un código de decoro" y no vivir esa vida de derroches que pueden permitirse. No quiero sumarme a las burlas; en lugar de eso, quiero hablar un poco sobre la parte económica del hecho de alardear de la riqueza.
Lo primero que hay que decir es que esperar que los ricos no hagan ostentación de su riqueza es, por supuesto, poco realista. Si uno tiene la impresión de que en las décadas de 1950 y 1960 los ricos eran más comedidos, pues es porque eran mucho menos ricos, tanto en términos absolutos como relativos. La última vez que nuestra sociedad fue tan desigual como lo es hoy, las mansiones gigantes y los yates eran igual de ostentosos que ahora; por algo, Mark Twain llamó a aquella época la Edad Dorada.
A David Brooks le están tomando un poco el pelo por dar a entender, en una columna reciente de The New York Times, que los ricos deberían "respetar un código de decoro" y no vivir esa vida de derroches que pueden permitirse. No quiero sumarme a las burlas; en lugar de eso, quiero hablar un poco sobre la parte económica del hecho de alardear de la riqueza.
Lo primero que hay que decir es que esperar que los ricos no hagan ostentación de su riqueza es, por supuesto, poco realista. Si uno tiene la impresión de que en las décadas de 1950 y 1960 los ricos eran más comedidos, pues es porque eran mucho menos ricos, tanto en términos absolutos como relativos. La última vez que nuestra sociedad fue tan desigual como lo es hoy, las mansiones gigantes y los yates eran igual de ostentosos que ahora; por algo, Mark Twain llamó a aquella época la Edad Dorada.
Aparte de eso, hay muchos ricos para los que la gracia está precisamente en alardear. Vivir en una casa de 3.000 metros cuadrados no es mucho más agradable que vivir en una de 500. Yo creo que hay gente que de verdad puede apreciar una botella de vino de 350 dólares, pero la mayoría de las personas que compran algo así no se darían cuenta si la sustituyésemos por una botella de 20 dólares, o puede que incluso por una que esté de oferta en el supermercado del barrio. Incluso en el caso de la ropa buena, mucha de la satisfacción que obtiene de ella quien la lleva se debe al hecho de que otros no pueden permitírsela. Así que, en gran medida, se trata de exhibirse, algo que, naturalmente, podría haberles dicho el sociólogo y economista Thorstein Veblen.
Entonces, ¿por qué perseguir la exhibición de la riqueza, en vez de apropiarse de parte de los ingresos mediante impuestos? Se podría argumentar que los impuestos reducen los incentivos para hacerse rico; pero lo mismo podría decirse de las leyes sobre el lujo, que le quitarían cierto sentido al hecho de enriquecerse, al igual que lo haría un "código de decoro", que también le restaría diversión a la exhibición de la riqueza (que, en gran parte, es para lo que muchos quieren sus montañas de dinero).
Pero hay algo más. Si piensan que para la sociedad es malo que haya gente que alardee de su riqueza relativa, es que de hecho han aceptado la idea de que una gran riqueza impone efectos externos negativos al resto de la población (lo cual es un argumento a favor de los impuestos progresivos que va más allá de maximizar los ingresos).
Y una cosa más: piensen en lo que todo esto nos dice sobre el crecimiento económico. Tenemos una economía que se ha enriquecido considerablemente desde 1980, pero en la que una gran parte de los beneficios van a parar a gente con ingresos muy altos; gente para la que la utilidad marginal de un dólar de gasto no solo es baja, sino que proviene en gran medida de la competencia por el estatus, que es un juego que no aporta nada). De modo que una gran parte de nuestro crecimiento económico se ha malgastado sin más y solo ha servido para aumentar el ritmo de la febril competitividad de los más ricos.
Ha llegado el momento de poner rumbo a la oficina de manera decorosa, a pie y en transporte público, donde pienso regodearme de mi superioridad moral y mirar con desdén a quienes no han obtenido tantos reconocimientos académicos como yo. Un momento…
Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times.
Entonces, ¿por qué perseguir la exhibición de la riqueza, en vez de apropiarse de parte de los ingresos mediante impuestos? Se podría argumentar que los impuestos reducen los incentivos para hacerse rico; pero lo mismo podría decirse de las leyes sobre el lujo, que le quitarían cierto sentido al hecho de enriquecerse, al igual que lo haría un "código de decoro", que también le restaría diversión a la exhibición de la riqueza (que, en gran parte, es para lo que muchos quieren sus montañas de dinero).
Pero hay algo más. Si piensan que para la sociedad es malo que haya gente que alardee de su riqueza relativa, es que de hecho han aceptado la idea de que una gran riqueza impone efectos externos negativos al resto de la población (lo cual es un argumento a favor de los impuestos progresivos que va más allá de maximizar los ingresos).
Y una cosa más: piensen en lo que todo esto nos dice sobre el crecimiento económico. Tenemos una economía que se ha enriquecido considerablemente desde 1980, pero en la que una gran parte de los beneficios van a parar a gente con ingresos muy altos; gente para la que la utilidad marginal de un dólar de gasto no solo es baja, sino que proviene en gran medida de la competencia por el estatus, que es un juego que no aporta nada). De modo que una gran parte de nuestro crecimiento económico se ha malgastado sin más y solo ha servido para aumentar el ritmo de la febril competitividad de los más ricos.
Ha llegado el momento de poner rumbo a la oficina de manera decorosa, a pie y en transporte público, donde pienso regodearme de mi superioridad moral y mirar con desdén a quienes no han obtenido tantos reconocimientos académicos como yo. Un momento…
Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times.
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