"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 9 de noviembre de 2014

EE UU: Obama pierde el Congreso y el Senado. Dossier

EE.UU.: Por qué han perdido los demócratas

Harold Meyerson

Cuando un partido pierde tan catastróficamente como perdieron los demócratas el pasado martes, algo hay muy gordo que ha ido muy mal. Los demócratas no pueden echarle la culpa del reventón al síndrome de los seis años o a la baja partición mediada la legislatura, a la negatividad republicana o a la presidencia de Barack Obama, demasiado distante para saber imponerse. Lo que fundamentalmente aflige a los demócratas es, más bien, el mismo achaque que afecta a los partidos en el poder a lo largo y ancho de las economías avanzadas, y a los partidos de centro-izquierda en particular: su incapacidad de repartir una prosperidad que se comparta ampliamente, tal y como solían hacer.

La fobia al Ébola y al Estado Islámico seguramente no ayudaron, pero la inquietud abrumadora que los demócratas no lograron afrontar fue la economía. En las encuestas a la salida de los colegios electorales, el 45% de los encuestados citó a la economía como preocupación principal — bastante por delante de la atención sanitaria, que quedó clasificada en segundo lugar, con un 25%, por no mencionar la política exterior, que figuró con un 13%.

En cuanto se ahonda un poco, sin embargo, en los temores económicos públicos, se puede llegar a concluir de que los demócratas debían haber tenido una buena noche electoral. El 63% de los encuestados respondió a los encuestadores que el sistema económico norteamericano favorece generalmente a los opulentos, mientras que un 32% afirmó que es justo para con la mayoría. Y una ola de propuestas electorales para aumentar los mínimos salariales en ciudades o estados quedó aprobada allí donde se les presentó a los electores, desde el San Francisco arraigadamente demócrata a Nebraska, Dakota del Sur, Arkansas y Alaska, sólidamente republicanos.  

Pero los demócratas fueron singularmente incapaces de sacarle partido a esos sentimientos indiscutiblemente populistas. No importa su fracaso a la hora de ganar en estados republicanos o conservar el Senado. Fueron incapaces de movilizar a sus propios votantes o persuadir a los hasta ahora persuadibles, en bastiones demócratas tales como Maryland, Massachusetts e Illinois, donde perdieron las elecciones para gobernador. Hasta en la república popular de Vermont, el gobernador titular demócrata ganó por tan estrecho margen que la carrera tendrá que decidirla su legislativo (como exigen las leyes de Vermont cuando ningún candidato a gobernador sobrepasa el 50%). Si se mantienen los actuales márgenes, no habrá más que 18 gobernadores demócratas en enero, y sólo 8 en los 31 estados que no bordean el Atlántico o el Pacífico.

El veredicto de este martes deja claro que los demócratas no pueden ganar sólo a base de demografía. Los republicanos no lograron mejorar su pésimo desempeño entre los votantes latinos y afroamericanos, ni entre los jóvenes, pero la escasa participación de estos grupos contribuyó a la caída de los demócratas en los estados que les son fieles. . Los votantes entre 18 y 29 años sólo supusieron un 13% del electorado, por comparación con un 19%  en 2012. Los latinos favorecieron a los demócratas en  un 62% frente a un 36%, pero constituyeron sólo un 8% de los votantes, el mismo nivel que en 2010, pese a ser una porción creciente de la población. El electorado del martes tendió a ser blanco y anciano, que es como decir republicano.

Sin embargo, los mismos factores que rebajaron la participación de la base demócrata le costaron al partido votos entre los blancos: la incapacidad del gobierno de remediar, o encarar incluso, la movilidad a la baja de la mayoría de los norteamericanos. Los demócratas que promocionaron el crecimiento económico del país lo hicieron por su cuenta y riesgo: cuando el 95% del crecimiento de las rentas desde que terminó la recesión va al 1% más opulento, tal como ha documentado el profesor Emmanuel Saez, los votantes contemplan los informes sobre una recuperación como noticias de un lugar distante. Aunque fueran los republicanos los que bloquearan los esfuerzos de los demócratas por elevar el salario federal o autorizar infraestructuras generadoras de empleo, o hacer disminuir la deuda de los estudiantes, fueron los demócratas — el partido que se percibe generalmente al mando del gobierno —los que pagaron el precio de esa incapacidad de actuar del gobierno.  

Pues con la excepción de la senadora Elizabeth Warren (demócrata por Massachusetts), que no ha tenido en absoluto pelos en la lengua para pedir que se reduzcan los poderes de Wall Street, los demócratas han tenido muy pero que muy poquito que decir acerca de cómo volver a crear el tipo de prosperidad compartida que surgió con el New Deal. El capitalismo regulado y más equitativo de mediados del siglo XX se ha metamorfoseado en un sistema bastante más duro, tal como declararon los norteamericanos a los encuestadores a la salida de los colegios electorales, y los demócratas, cuya tarjeta de visita solía consistir en su capacidad de fomentar la buena economía, están perdidos respecto a cómo proceder. Como sus colegas de los partidos de centro-izquierda en Europa, han ideado políticas nacionales que apuntalaron el poder y los ingresos de la mayoría de los ciudadanos. Pero la globalización, la tecnología, la financiarización y la erosión del poder de los trabajadores han socavado esas políticas y han fracturado sus electorados.

Los demócratas no pueden fiarse simplemente de su superioridad demográfica y su ventaja en cuestiones culturales para ganar la Casa Blanca en 2016, y mucho menos para recuperar el Congreso. Necesitan llegar hasta donde no han llegado antes  — a  incrementar el poder e ingresos de los trabajadores en las empresas, por ejemplo— si lo que desean es crear un programa económico lo suficientemente creíble como para volver a ganarse al país.

Harold Meyerson es un veterano periodista estadounidense, director ejecutivo de la revista The American Prospect y columnista de The Washington Post.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

The Washington Post, 6 de noviembre de 2014



No fue una victoria del Partido Republicano, fue una derrota demócrata

Dave Lindorff

El esclerótico Partido Demócrata fue derrotado una vez más ayer: los republicanos superaron las expectativas y parecen haber obtenido al menos siete escaños más en el Senado que los demócratas, dándoles el control de las dos cámaras del Congreso.

La culpa de este varapalo recae en el presidente Obama, y se la merece. Básicamente, su presidencia ha sido una larga cadena de decepciones y traiciones a quienes le votaron "con la esperanza de un cambio". Obama ha cedido o comprometido prácticamente cada promesa progresista de sus dos campañas.

Como especialista en derecho constitucional, había prometido restaurar el respeto presidencial a la ley, y en su lugar ha trampeado con todas las leyes imaginables, negándose a enjuiciar a los criminales de guerra de la administración Bush / Cheney, la CIA y los militares, negándose a procesar al FBI por violar la Ley Patriota, negándose a enjuiciar a los banqueros cuyos crímenes han hundido a los EE.UU. y la economía mundial y paralizado a los EE.UU. durante seis años.

Obama ha dirigido la administración más secreta de la historia, incluso utilizando la Ley de Espionaje de 1917 contra filtraciones y denunciantes, y amenazando a los periodistas con la cárcel por la publicación de esas filtraciones. Bajo su supervisión el Departamento de Seguridad Nacional orquestó también en secreto la represión a nivel nacional del movimiento Occupy por parte de los departamentos de policía locales, mientras que la Casa Blanca, a la vez, predicaba sobre la inviolabilidad del derecho a protestar. (la Oficina de Evaluación de Amenazas del Departamento de Seguridad Nacional calificó a esta publicación –Counterpounch- de "amenaza" por la publicación de un artículo que denunciaba su papel: una denuncia que ahora exhibimos con orgullo en nuestra cabecera).

A pesar de reivindicar haber sido un "organizador comunitario", Obama dejó colgado al movimiento sindical que había apoyado su campaña a la presidencia, se negó a luchar por la reforma, prometida y desesperadamente necesaria, de la Ley Nacional de Relaciones Laborales que habría puesto fin al interminable y fácilmente demorable proceso de requerir una votación secreta para constituir un sindicato, volviendo al viejo sistema de conseguir la mayoría de las firmas de los trabajadores.

Sobre el cambio climático, que en su día había calificado de problema central de nuestro tiempo, su administración en realidad trabajó activamente por detrás, con la ayuda de la Agencia de Seguridad Nacional, para subvertir los esfuerzos de los dirigentes internacionales para llegar a un consenso internacional sobre qué hacer en 2009 en Dinamarca. Esta traición de Obama ayudó a que el mundo se siga deslizando hacia un armagedón climático.

Después de prometer poner fin a las guerras en Irak y Afganistán, Obama descartó la retirada completa de las fuerzas estadounidenses de Irak, lo que a provocado el caos y, en última instancia, la catástrofe actual en un país que está siendo destruido por la invasión de los ex líderes militares baazistas marginados por la invasión y ocupación de Bush / Cheney. También a expandido la guerra en Afganistán, arrastrando un conflicto de 13 años que ya es el más largo de la historia de Estados Unidos. Y después de gastar cientos de miles de millones de dólares en una guerra sin sentido y matar a miles de afganos, con bajas de soldados estadounidenses también, ha dejado un país en ruinas que volverá a caer bajo control de los talibanes, probablemente, pocos meses después de que salga el último soldado estadounidense en el último transporte de tropas .

No es de extrañar, por tanto, la rabia ciudadana el día de las elecciones.

Mientras tanto, los demócratas en el Congreso tampoco lo han hecho mejor. Los representantes demócratas, miembros de un partido tan dependiente de los intereses empresariales como los republicanos, defienden los intereses de sus votantes de manera muy parecida a como lo hacen los miembros de la Asamblea Popular Nacional de China.
El Congreso es un club de millonarios, y sus miembros son tanto republicanos como demócratas.

La derrota electoral de los demócratas no implica un mandato a favor de la ideología republicana. Lejos de ello. Es un repudio de los demócratas.

Estaba en un spa la víspera de las elecciones, después de un par de días terribles, y el entierro de un amigo que murió después de un caso brutal y fulminante de mesotelioma (una enfermedad que es puramente el resultado de décadas de codicia y malas prácticas criminales de la industria del asbesto americano). Le dije a otra persona sentado allí en el agua burbujeante que era una buena noche para celebrar. Me miró y respondió, "¿es usted también republicano?"

"¡Oh, no!", le dije. "Pero estoy celebrando la derrota de Tom Corbett". Corbett es el gobernador republicano ultraconservador de Pennsylvania, que en sus cuatro años de gobierno consiguió indignar a la mayoría de la gente de su estado, incluidos los republicanos, recortando el gasto en educación, invirtiendo dinero del estado en el lucrativo y abultado sistema penitenciario, y desatascando cualquier obstáculo legislativo que impidiese el desarrollo de la industria delfracking en el estado, mientras que atacaba a los enseñantes, últimamente orquestando un ataque de la llamada Comisión para la Reforma Escolar que ha estado gestionando el quebrado sistema escolar público de Filadelfia y denunciado el convenio colectivo de 15.000 profesores, para arrebatarles su plan de salud y sus puestos de trabajo. Ha sido derrotado por un 12% por un demócrata novato, Tom Wolf, siendo el primer gobernador de Pennsylvania desde 1968 que no ha sido reelegido para un segundo mandato.

Mi interlocutor me miró, sacudiendo la cabeza con tristeza y dijo: "Bueno, no quiero que mis impuestos suben más".

Le dije: "Yo tampoco quiero que mis impuestos aumenten, pero sabes, no me importa pagar impuestos para escuelas y carreteras, que es para lo que se utilizan la mayor parte de nuestros impuestos estatales y locales. Me importa, eso si, pagar 1 billón cada año para mantener el ejercito de los Estados Unidos, lo que es simplemente ridículo y una completa pérdida de dinero".

Pensó un minuto, y me respondió: "Bueno, en eso estoy de acuerdo contigo".

¡Increíble! Mi interlocutor se considera un republicano, y seguramente votó por el candidato republicano en su distrito del Congreso, pero nadie -incluyendo a los demócratas y sin duda el candidato demócrata en su distrito-  dice que los EE.UU. tienen que dejar de gastar tanto dinero en guerras o preparándose para ellas.

Si lo hubieran dicho, podrían haber ganado el voto de este tipo - y el mío también.

Le dije: "El problema de este país es que el sistema político es completamente corrupto. No tenemos una democracia. Tenemos una democracia de cartón piedra, un fraude donde todo el poder reside en la gente que tiene el dinero: los banqueros, los grandes ejecutivos de las empresas.

Una vez más, dijo, "Bueno, tienes razón".

Si los demócratas hubieran hablado de estas cosas en la campaña, y si actuasen en consecuencia cuando son elegidos al Congreso, las elecciones del martes hubieran sido muy distintas. Pero seamos sinceros: el Partido Demócrata está tan lejos de cuando defendía la regulación de los bancos y la reducción del presupuesto militar, que nunca va a suceder.

Pero espera. El Partido Demócrata nunca ha defendido reducir el presupuesto militar desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

No es de extrañar que el martes fuese un desastre para los demócratas. Se merecían el castigo que consiguieron.
¿Despertarán los estadounidenses de su letargo y echarán a todos ellos - republicanos y demócratas - de Washington y de los 50 parlamentos estatales?

Es difícil imaginar que pueda ocurrir.

El senador Bernie Sanders (I-VT), probablemente el miembro más progresista del Senado de Estados Unidos, y posiblemente de todo el Congreso, declaró en Democracy Now! que los EE.UU. están a punto de convertirse en una oligarquía, como Rusia o Ucrania. Creo que se equivoca. Ya lo somos.

Basta mirar el mercado de valores, que subió medio punto hoy al conocer el resultado de las elecciones.

Dave Lindorff es miembro fundador del periódico digital ThisCantBeHappening!, y co-autor de Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion (AK Press).

¿Qué podemos esperar de un Congreso controlado por los republicanos?
Shamus Cooke
Con el tiempo este cansado juego se agotará en sí. A pesar de los miles de millones de dólares, las elecciones en los Estados Unidos son acontecimientos sin vida. Una predecible alternancia de demócrata a republicano y viceversa, sin que los votantes tengan otra opción que castigar al partido en el poder eligiendo el partido rechazado anteriormente. Esta interminable dinámica irracional es la base del sistema electoral de Estados Unidos.
La fuerza motriz que empuja esta lógica es el dinero, miles de millones cada ciclo. El 1% más rico utilizó cerca de $ 4 mil millones para influir en los votantes y pagar por adelantado los favores políticos de los candidatos ganadores.
Las elecciones en Estados Unidos se han convertido en campañas de relaciones públicas corporativas, con las empresas repartiendo dinero por igual a ambos partidos. Esta compra electoral bipartidista garantiza que, aparte de un par de temas sociales debatidos apasionadamente, el programa económico favorece coherentemente al 1%.
Por ello los votantes siempre castigan al partido en el poder. El partido en el poder se gana el odio de los votantes de clase trabajadora demostrando su amor por las empresas y los multimillonarios. La economía - y específicamente los puestos de trabajo - han sido siempre una prioridad para los votantes, pero los políticos utilizan la economía para enriquecer aún más a los ricos, que con Obama han recibido el 95% de la riqueza creada desde que es presidente. Una desigualdad tan descarada no sucede por casualidad, es una política, y ningún político se queja de ello.
Durante los "acalorados" debates de las elecciones de mitad de legislatura, prácticamente no hubo discusión sobre la economía. Los dos partidos no tienen nada que debatir acerca de este tema: están en total acuerdo. Lo mismo puede decirse de la política exterior y de los $ 700.000 millones de dólares anuales gastados en el ejército.
Ninguno de los partidos se queja de que los contribuyentes estadounidenses han gastado, según un estudio serio, $ 4-6 billones de dólares en las guerras en curso en Afganistán e Irak. El consenso bipartidista impide que el tema contamine la campaña electoral, garantizando al mismo tiempo que esa demencial y totalmente inútil política de guerra continue.
La mayoría de los estadounidenses entienden que la política en Estados Unidos equivale a corrupción legalizada. Y en consecuencia, el número de votantes alcanzó un nuevo mínimo histórico del 38%. Pero incluso esta cifra es altamente engañosa. No cuesta mucho imaginar cual hubiera sido el resultado si las elecciones legislativas nacionales se hubieran votado por separado, en lugar de conjuntamente con las elecciones estatales e iniciativas electorales locales que de verdad preocupan a los votantes: la participación electoral se hubiera desplomado por debajo del 20% o menos, y difícilmente se podrían calificar de "democráticas" unas elecciones así. La popularidad del Congreso de Estados Unidos se sitúa en torno al 10%, lo que significa que el 90% de la población cree que es una institución ajena, que esta al servicio de los intereses parasitarios de los super-ricos.
El dinero que ha comprado las elecciones de Estados Unidos todavía provoca bastante enfrentamiento entre los demócratas y los republicanos, que tienen sus propios intereses individuales que proteger. Esto se debe a que los ganadores de las elecciones recompensan a sus militantes de partido con cargos en el gobierno y a sus donantes con legislación favorable a sus intereses económicos. Y después de “cumplir” aprobando esas leyes, el político es recompensado con la reelección.
Por ejemplo, cuando el político acaba por ser odiado por todos, excepto por los ricos, estos inyectan millones en su campaña de reelección. Y si el político termina por perder, su lealtad es recompensada y se le contrata como "consultor" empresarial con un sueldo millonario para ejercer de lobbysta glamoroso.
¿Qué podemos esperar del nuevo Congreso controlado por los republicanos? Mucha gente probablemente se sorprenderá del alto nivel de cooperación entre Obama y los republicanos, que tienen mucho en común. Lo más probable es que se alcance un rápido consenso bipartidista para continuar y expandir las guerras en Medio Oriente, con el insano objetivo final de derrocar a los gobiernos de Siria e Irán.
Se forjará un nuevo consenso en torno a la economía de Estados Unidos, ya que ambos partidos "trabajan juntos" para reducir el impuesto de sociedades en los Estados Unidos y dar nuevos "incentivos" a las empresas y los inversores ricos para invertir su dinero en algo productivo que no sea especular en Wall Street.
Obama y los republicanos seguirán trabajando en su agenda para la educación pública bipartidista, que pretende privatizar las escuelas públicas a través de escuelas concertadas, una idea propuesta inicialmente por la administración Reagan.
Y aunque los republicanos se quejan del Obamacare, están de acuerdo con su caracteristica central, que "el mercado" debe determinar quién obtiene atención sanitaria y de qué calidad, sobre la base de lo que puede pagar. Los republicanos es posible que se quejen sobre tal o cual aspecto del Obamacare que quieren eliminar, pero su lógica central es bipartidista.
Irónicamente, mientras Obama sigue actuando a favor de los muy ricos, el Congreso controlado por los republicanos dará al presidente la oportunidad de recuperar su popularidad perdida entre los demócratas. Los republicanos son propensos a utilizar su control de la Cámara y el Senado para presentar legislación que apacigüe a su base fundamentalista cristiana, ya en relación al aborto, los inmigrantes o los homosexuales, etc.
Obama tendrá entonces la oportunidad de actuar como un "progresista" utilizando su poder de veto. Después de no hacer nada a favor de los trabajadores durante sus seis años como presidente, Obama puede convertirse de nuevo en un "héroe" con un par de temas sociales, justo a tiempo para movilizar a los votantes demócratas antes de las elecciones de 2016, que volverán a ser "las más importantes de nuestra vida".
Las venas del cuerpo político de los Estados Unidos están tan obstruidas con dinero en efectivo que es casi imposible limpiarlas. Muchos activistas progresistas están exigiendo la derogación de la decisión “Ciudadanos Unidos” de la Corte Suprema, que abrió la compuerta al flujo de dinero de las empresas en las elecciones. Pero en realidad esa compuerta ya estaba abierta, “Ciudadanos Unidos” simplemente legalizó lo que estaba sucediendo a cientos de niveles. La acumulación masiva de dinero va a encontrar su cauce en la política, de una manera u otra.
Los sindicatos juegan un desafortunado papel a la hora de apuntalar esta dinámica bipartidista de cáncer empresarial, ya que los sindicatos otorgan una legitimidad inmerecida a este proceso financiando a los Demócratas y alentando a sus millones de afiliados a participar en la campaña y votar por un partido que es tan responsable como los republicanos en atacar a los trabajadores, sindicalizados o no. durante los últimos 30 años.
Los terceros partidos no surgen del aire. Son construidos por organizaciones con recursos y afiliados, como los sindicatos y otras grandes organizaciones comunitarias. Los diversos fracasos a la hora de crear un tercer partido en los EE.UU. se pueden atribuir a la falta de compromiso de una gran organización nacional de la clase obrera.
Un partido obrero financiado y co-organizado por los sindicatos tendría la capacidad de romper el bipartidismo. Un partido así no puede competir con el dinero de Wall Street, pero puede utilizar sus recursos y sus miembros para movilizar al electorado en general entorno a una plataforma progresista de creación de empleo verde para combatir el cambio climático, aumentar el salario mínimo hasta $ 15 la hora, e incrementar la fiscalidad de las grandes empresas con fuertes beneficios para pagar mejores escuelas y otros programas sociales vitales. Tales reivindicaciones tendrían eco en todo el país dado el panorama político, en el que las aspiraciones de los trabajadores se ignoran por completo.
Shamus Cooke es un trabajador social, sindicalista y periodista de Workers Action(www.workerscompass.org).

Traducción para www.sinpermiso.info: Enrique García
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