Escrito por Lianne Fonseca Diéguez Sábado, 21 de Febrero de 2015 05:36
“Inicié fumándola. Al principio no me gustaba mucho, pero poco a poco aprendí y más tarde me dediqué a venderla. Me gustaba, buscaba dinero fácil. Eso camina en los barrios, en todo Holguín”.
“Tenía como 15 años cuando empecé a consumirla. Casi todo el que llega al tráfico de drogas es porque empezó consumiéndola. Te va gustando por sus efectos y luego es muy difícil dar marcha atrás. Yo no tengo riquezas en mi casa, trabajé toda la vida para mantenerme el vicio”.
“Empecé por mala “juntamenta” y cuando me di cuenta ya estaba “enganchao”. El que se meta en droga lo que hace es perder la vida. No puede hacer una familia. Quisiera salir pa´ la calle y poder criar a mi niña y quitarme del mundo malo ese”.
“Si hay un negocio peligroso, ese es la droga. Está quien te la quiere quitar, el otro quiere darte una puñalá o se “enguaran” tres o cuatro para caerte a golpe. Se corre mucho riesgo. Hay que estar “arrestao” a que te maten”.
Un mundo demasiado putrefacto habitaron Miguel, Alberto y Yánder, a quienes el embullo los lanzó a la droga que, después de quemarle la vida, les “regaló” un pasaporte a la cárcel. Avezados en el mundo del “narco”, estos internos del Centro Penitenciario el Yayal, formaron parte, más de una vez, de la maquinaria que mueve a la marihuana por Holguín.
No obstante el enfrentamiento que en la provincia se realiza para prevenir y reducir el tráfico de drogas y su negativo impacto, algunos individuos se convierten en productores de marihuana y extienden así un negocio muy lucrativo, conformado por cinco eslabones: cosecheros, traficantes, compradores-vendedores, expendedores y consumidores.
Durante el 2014, los órganos especializados del Ministerio del Interior, en conjunto con otros organismos de la Administración Central del Estado, descubrieron 25 cultivos de Cannabis Índica -marihuana-, en los cuales se ocuparon más de 4 mil plantas y unas mil semillas. Aunque el municipio cabecera resultó el más afectado, se encontraron plantaciones en ocho territorios más.
Investigaciones realizadas corroboraron que las producciones obtenidas se destinan fundamentalmente para el consumo en la cabecera provincial, donde el principal mercado los constituyen jóvenes sin vínculo laboral y visitantes asiduos de centros nocturnos del casco histórico, residentes por lo general en los repartos Pueblo Nuevo, Alex Urquiola, 26 de Julio y Alcides Pino, y quienes adquieren los cigarrillos a 50 pesos.
Como resultado del enfrentamiento se procesaron 14 personas, de las cuales el 57 por ciento no sobrepasaban los 40 años de edad y la mayoría, aunque poseían antecedentes penales, por primera vez se involucraban en acciones de este tipo. Recibieron sanciones de entre cuatro y siete años de privación de libertad, con excepción de un caso, del municipio de Frank País, condenado a cinco años de limitación de libertad por problemas de salud.
Como medidas colaterales se confiscaron tres fincas particulares y una perteneciente a la CCS Toni Alomá, de Banes, se cancelaron dos terrenos en usufructo y se aplicaron amonestaciones a dos trabajadores de fincas estatales en las que se detectaron sembrados.
Según datos ofrecidos por el Minint, del total de hechos, nueve afectaron tierras del sector estatal y el resto se encontraron en patios de domicilios y fincas particulares, lo que evidencia las deficiencias en la supervisión de las tierras por parte de las administraciones competentes y el limitado accionar en la comunidad sobre las personas con antecedentes de este tipo.
Vergonzoso resulta que quienes deberían hacer producir la tierra, se involucren en la siembra de marihuana y perciban altas sumas de dinero con un producto que tantos perjuicios causa socialmente. Su modus operandi consiste en enmascarar el cultivo dentro de otras plantaciones de follaje parecido, como la yuca, o en el centro de cañaverales donde se hace un redondel y se siembra.
Regularmente los autores de estos sembrados o “cortes” de marihuana son cooperativistas, trabajadores agrícolas o forestales, desocupados e individuos que viven en la ciudad y se trasladan periódicamente para atender el cultivo.
Cuando un campesino establece viveros y plantaciones dentro de sus tierras, escoge aquellos sitios de enmascaramiento natural y de reducida extensión. Una siembra mediana tiene como promedio entre 300 y 400 plantas. En los alrededores del cultivo siembran bejucos y enredaderas, o instalan trampas de cordel o alambre fino atados a pequeñas estacas, que entierran a baja altura de la tierra.
Aun cuando descubrir los cultivos es complicado, la Delegación Provincial de la Agricultura y la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) deben redoblar los esfuerzos en la prevención, de manera que, como se expresa popularmente, no “se tire el machete después que pase el majá”. Emilio Ramírez, presidente provincial de la ANAP, plantea que “cada cierto tiempo se visitan las fincas de varios productores y se inspecciona si tienen o no marihuana, pero en ocasiones esta labor no se realiza con la necesaria profundidad”.
Los ojos de la provincia, sin embargo, no pueden quedarse en las plantaciones. El entramado social que propicia el consumo de marihuana u otros estupefacientes debe ser observado a fondo, para reducir así las causas del consumo, tarea que requiere de un mayor apoyo institucional y comunitario. Preocupa la tolerancia instaurada en ciertos barrios y centros recreativos en los que el silencio de muchos alimenta a una cadena delictiva que devora sutilmente a la sociedad.
Natalia Friman, médico psiquiatra de El Cocal, Comunidad Terapéutica Internacional para el Tratamiento de las Adiciones, manifiesta que prevenir la drogadicción es una faena altamente compleja, pero absolutamente necesaria, en la cual el mayor peso lo tiene la familia.
Advierte que la marihuana distorsiona la conciencia, tiene una alta actividad psicotizante, ayuda a que afloren manifestaciones de esquizofrenia y es muy nociva en el desarrollo de un joven, por el daño familiar, social, físico y espiritual que produce. “La droga no es un punto de referencia para transitar por la alegría, es un punto de referencia para acabar con la alegría”.
Por su parte, el profesor y psicólogo Jorge Ruiz Diego, del mismo centro, manifiesta que en las instituciones educacionales se potencia la instrucción en detrimento de la educación, lo que impide que se forme en las nuevas generaciones una verdadera conciencia del daño que provocan las drogas.
A esto se suman los prejuicios que obstaculizan la plena reinserción social de los condenados por droga, que al salir de la prisión no son atraídos de la mejor forma por las diferentes organizaciones de masas y, marginados de cierta manera, tienen altas posibilidades de recaer.
Del modus operandi para “sumar” marihuana ya sabemos, ahora nos falta aprender, desde la conciencia, el modo de restarla, dividirla y multiplicarla por cero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar