Es probable que la política monetaria no sea uno de los temas principales de la campaña de 2016, pero debería serlo. Al fin y al cabo, es tremendamente importante, y tanto las bases republicanas como muchos políticos destacados tienen opiniones muy firmes sobre la Reserva Federal y su conducta. Y quien acabe siendo candidato a la presidencia sin duda tendrá que refrendar lo que diga su partido.
Por eso sí es importante que el consenso al que está llegando el Partido Republicano en asuntos monetarios sea una locura: una absoluta locura basada en teorías conspiratorias.
Ahora mismo, la manifestación más evidente de la locura monetaria es la campaña “Auditemos la Reserva Federal” del senador Rand Paul. A Paul le gusta advertir que los esfuerzos de la Reserva por impulsar la economía podrían llevarnos a una hiperinflación; le encanta hablar de las carretillas de dinero que la gente acarreaba en la Alemania de Weimar. Pero lleva diciendo eso desde 2009, y sigue sin pasar. Así que ahora tiene una nueva cantinela: la Reserva es un banco excesivamente apalancado, como lo era Lehman Brothers, y podría sufrir una desastrosa quiebra de la confianza en cualquier momento.
Esta historia tiene tantos fallos en tantos sentidos que a los periodistas les cuesta mantenerse al tanto, pero limitémonos a apuntar que los “valores pasivos” de la Reserva Federal son dinero en metálico, y quienes poseen ese dinero tienen la opción de convertirlo en, bueno, dinero en metálico. No, la Reserva no puede ser víctima del pánico bancario. ¿Pero se está condenando a Paul al ostracismo por esas opiniones? En absoluto.
Tenemos, por ejemplo, el artículo de opinión escrito en 2010 por el representante Paul Ryan, que sigue siendo de hecho el líder intelectual del Partido Republicano, y John Taylor, el economista monetario favorito del partido. La política de la Reserva Federal, afirmaban, “se parece muchísimo a un intento de sacar de apuros a la política fiscal, y esos intentos ponen en tela de juicio la independencia de la Reserva”. Y esa frase se parece muchísimo a la afirmación de que Bernanke y sus compañeros estaban traicionando su confianza a fin de ayudar al Gobierno de Obama, afirmación sobre la que no se tiene la más mínima prueba.Es más, aunque puede que Paul sea ahora mismo la imagen publicitaria de las ideas monetarias descabelladas, no es el único, ni mucho menos. Se ha escrito mucho sobre la carta abierta de 2010 que dirigieron algunos republicanos destacados a Ben Bernanke, por entonces presidente de la Reserva Federal, exigiéndole que cejase en sus intentos de apuntalar la economía y advirtiéndole de que esos esfuerzos nos conducirían a la inflación y a la “degradación de la moneda”. Pero no se ha escrito tanto sobre el viraje simultáneo de algunas figuras aparentemente respetables hacia las teorías conspiratorias.
Ah, y supongan ustedes que se creen que la actuación de la Reserva Federal contribuyó realmente a evitar lo que, de otro modo, habría sido una crisis fiscal. ¿Se supone que eso es algo malo?
Puede que piensen que al menos algunos de los actuales aspirantes a presidente se mantienen alejados de esas fuentes propensas a las acusaciones descabelladas y a las teorías conspiratorias, pero no estén tan seguros. Jeb Bush parece estar recibiendo su programa económico, tal cual, del Proyecto Crecimiento 4% del Instituto George W. Bush. Y la directora de ese proyecto, Amity Shlaes, es una destacada “escéptica de la inflación”, alguien que afirma que el Gobierno está subestimando enormemente la verdadera tasa de inflación.
De modo que nadie escapa a la locura monetaria en el Partido Republicano actual. ¿Pero por qué? No cabe duda de que los intereses de clase tienen algo que ver (los ricos tienden a ser prestamistas más que prestatarios, y las políticas deflacionistas los benefician, al menos en términos relativos). Pero también sospecho que los conservadores tienen un gran problema psicológico con los sistemas monetarios modernos.
El dinero moderno —consistente en trozos de papel, o su equivalente digital, emitidos por la Reserva Federal, no creados por los heroicos esfuerzos de los emprendedores— es una afrenta contra esa visión del mundo. Ryan ha declarado públicamente que sus ideas sobre la política monetaria provienen de un discurso que da uno de los personajes ficticios de Ayn Rand. Y lo que afirma ese ponente es que el dinero es “la base de una existencia moral. Los destructores se apoderan del oro y entregan a sus propietarios un montón de papeles falsos (...) El papel es un cheque extendido por saqueadores legales”.Verán, desde el punto de vista conservador, los mercados no solo son una forma útil de organizar la economía, son una estructura moral: a la gente se le paga lo que merece y lo que un producto cuesta es lo que de verdad vale para la sociedad. Se podría decir que, para quien de verdad cree en el mercado libre, conocer el precio de algo equivale a conocer el valor de algo.
Cuando uno comprende que esto es lo que piensan en realidad muchos conservadores, todo encaja. Por supuesto que predicen que la expansión monetaria conduce al desastre, sean cuales sean las circunstancias. Por supuesto que se aferran a sus opiniones, por muy erradas que hayan sido sus predicciones en el pasado. Por supuesto que se apresuran a acusar a la Reserva Federal de tener motivaciones perversas. Desde su punto de vista, la política monetaria no es en realidad una cuestión técnica, una cuestión de ver qué funciona; es un asunto teológico: imprimir dinero es una maldad.
Así que, como he dicho, la política monetaria debería ser un asunto importante en 2016. Porque hay una probabilidad bastante alta de que alguien que toma sus ideas económicas monetarias de Ayn Rand, o que en cualquier caso siente la necesidad de adherirse a esas opiniones, acabe nombrando al próximo director de la Reserva Federal.
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2015.
Traducción de News Clips.
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