Era un miércoles febrero. Una visita acostumbrada a dos agros, el de 17 y K y el de 27 y A, ambos en Plaza de la Revolución, me causó una pésima sensación por lo que vi y oí en esos lugares.
Todo el problema es que había llegado o estaba por llegar la papa.
A mi mente acudieron precipitándose las mismas imágenes del pasado año, cuando comenzó la “venta libre” del tubérculo en placitas y mercados.
Parecía que el tiempo había retrocedido a igual fecha de 2014. Aquella vez presencié el mismo espectáculo y escuché iguales criterios, desgraciadamente.
Pensé —lo confieso— que los responsables de poner “la papa por la libre” se hicieran eco de lo que opinan fundamentalmente las personas de más edad, esos que desde que se quitó de la libreta esa vianda han olvidado su sabor.
Tenía la esperanza de que se rectificara esta medida que al parecer no es tiempo todavía para su aplicación.
Foto: AIN
También pensé y no quisiera equivocarme que se tendrían en cuenta las opiniones mayoritarias de la población sin posibilidades de marcar días antes en la cola; arriesgarse a los empujones de quienes siempre tienen los primeros puestos; no contestar para evitar un infarto a aquellos que aprovechan el río revuelto para gritar todo tipo de improperios contra una u otra medida que se aplique.
Escribo estas líneas no para actuar como francotirador contra alguna que otra decisión que, en mi opinión, puede provocar más daños que beneficios.
Lo hago como periodista y como ser humano. Como alguien que necesariamente tiene que ir a los agros y que, como a muchos, no le alcanza su salario para pagar las dichosas papas a 3 o 5 CUC la jabita en manos de revendedores estimulados por el relajo, el desorden y la falta de medidas para resolver un problema que bien podría hacerse con una necesaria rectificación.
No de subsidiarla como antes, pero SI de controlarla por una libreta convertida en mecanismo de seguridad para una gran parte de nuestra población cada vez más envejecida y afectada por los altos precios de muchos de estos alimentos agrícolas.
Si se rectifica algo que ha nacido torcido, quizás desaparezcan la imagen de una joven que “exigía” su prioridad en la cola por estar embarazada y que, luego de ser emplazada por otra mujer que al parecer la conocía, tuvo que descubrir la almohada que cubría su vientre, y todo para comprar unas papas por la libre.
Pido a quienes tienen que ver con la medida —y con su posible rectificación por supuesto— que hablen con las personas que van a los agros; que encuesten para ver cuántos de los cientos que se concentran durante todo un día para comprar la papa, dejaron a un lado sus puestos de trabajo o de estudio.
Indaguen sobre quienes han hecho de esa desgracia de la “papa por la libre” un verdadero negocio de revendedores a los que el egoísmo no les deja ver a la anciana o anciano que quisieran pero no pueden consumir el tubérculo, o porque no tienen forma de hacer esas colas o porque no tienen recursos para pagarlas a los revendedores.
Quizás saquemos la conclusión de que rectificar a tiempo siempre es válido.
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