"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 9 de marzo de 2015

Cuba-EE.UU: La piedra en el zapato

Escrito por Vladia Rubio / CubaSí
 
El doctor Jorge Hernández Martínez, director del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), opina sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

El doctor Jorge Hernández Martínez, director del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana, es una de las voces más autorizadas desde la academia para opinar sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

Entornando puertas del presente y del porvenir, en exclusiva para Cubasí, el también profesor-investigador titular, aclara dudas y explica.

CS: No pocos confunden el restablecimiento de relaciones diplomáticas con la normalización de relaciones entre Cuba y EE UU. ¿Podría abundar al respecto? A tenor con las normas de las relaciones internacionales, ¿cómo entender un restablecimiento de relaciones diplomáticas con un bloqueo de por medio?

JH: Desde luego, ahí radica una especie de limitación o contradicción inicial, si se quiere. El bloqueo, su persistencia como sistema de leyes, regulaciones y restricciones, viene a ser como la piedra en el zapato, impidiendo caminar con agilidad, avanzar más rápido.

Sin embargo, de lo que se está hablando es, precisamente, de un proceso de restablecimiento de las relaciones en el campo de la diplomacia; en otras palabras, de un mejoramiento de la interacción bilateral.

Este proceso tiene un gran valor desde el punto de vista simbólico, en tanto representa la posibilidad de salir del prolongado estancamiento entre Cuba y los Estados Unidos, pero a la vez, constituye en sí mismo un importante paso, como preámbulo hacia otros, eventualmente de mayor complejidad, profundidad, significación. En este sentido, el restablecimiento tiene un valor intrínseco, aún y cuando se demoren otros avances, aunque se mantenga el bloqueo por un tiempo.

Lo que indicaría la lógica, es que si los Estados Unidos tienen un real interés en el desarrollo del proceso -sus gobiernos, el actual, la segunda Administración demócrata de Obama o el que venga después, sea demócrata o republicano-, la permanencia del bloqueo iría en contra de la dinámica misma que ha llevado consigo el inicio del restablecimiento.

En rigor, estamos apenas comenzando, dialogando, intercambiando. Nuestro criterio es que estamos justamente en una etapa que apenas se inicia, y que, por tanto, está sujeta a fragilidad, por múltiples razones. Tenemos todo el derecho del mundo a dudar, sobre la base de lo que dice la historia, la práctica (que es el criterio de verdad), de la real voluntad política gubernamental norteamericana.

Hay que seguir con mucha atención los acontecimientos, se impone estar bien informado, evitar la tentación de especular. Lo que sí debe quedar claro es que la normalización es como la aspiración, el posible fin del camino. En nuestra opinión, las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos nunca han sido normales.

Lo que se está iniciando y en la perspectiva de seguir desplegándose en el corto y mediano plazos es el restablecimiento ya aludido, lo que permitirá, de mantenerse y profundizarse, un mejoramiento global del contexto bilateral. El tiempo dirá si las cosas avanzan, se estancan o retroceden, lo que no sería a causa de la responsable voluntad estatal, gubernamental y partidista cubana.

C.S: ¿De qué modo y en qué plazo podrían comenzar a percibir la población cubana y la norteamericana los primeros beneficios de una normalización de relaciones entre ambos gobiernos?

JH: El grado de conocimiento que existe en cada uno de los países sobre “el otro” es muy diferente. Cuba y los cubanos hemos aprendido mucho sobre los Estados Unidos, acerca de su historia, su surgimiento como nación, su gente, su idiosincrasia; también sobre el desarrollo del capitalismo y el imperialismo allí, sobre su expansión continental, sus prácticas de dominación a lo largo y ancho de todo el mundo, comenzando por México, su vecino sureño inmediato, al que despojaron de enormes y valiosos territorios.

Cuba no solamente ha conocido, a través de los textos y anécdotas, ese desempeño histórico, sino que ha sufrido, experimentado en carne propia las apetencias, excesos, invasiones, agresiones de los Estados Unidos. Con la Revolución, la población cubana se ha hecho muy culta, conocedora, instruida, ilustrada, educada.

No obstante, lo que sucede en los Estados Unidos con respecto a nuestro país es algo bien distinto. Es sabido que la banalidad, la frivolidad y la ignorancia son rasgos pudiera decirse que distintivos de la cultura nacional norteamericana. Esa sociedad se preocupa por cuestiones muy cercanas a la vida material, al consumismo.

En tanto la marca un sentido histórico de superioridad (racial, étnica, religiosa), el llamado american way of life o modo de vida estadounidense tiende a concederle poca, escasa, a veces hasta nula importancia a lo que está fuera de las fronteras de esa nación presuntamente elegida, imprescindible o necesaria, signada por el mito del Destino Manifiesto, como predestinada a jugar un papel mesiánico en el mundo, sin que nadie se lo pida. Eso condiciona las percepciones de ambos lados.

La población cubana será capaz de aquilatar, con mayor rapidez y objetividad, el significado de los cambios que puedan desplegarse. No quiere ello decir que determinados sectores (económicos, políticos, sociales) en los Estados unidos no conozcan de cerca las realidades y problemas de Cuba, pero no es así a nivel general o masivo en esa sociedad.

Como regla, la gente tiende a valorar los principales o inmediatos beneficios en el ámbito de su vida cotidiana, en lo que implique, pongamos por caso, para el turismo, para las relaciones comerciales, para los intercambios familiares, para los eventos culturales, deportivos.

¿En qué modo y en qué plazos? La respuesta a esta pregunta dependerá de la estabilidad general que exhiban los diálogos, es decir, del proceso de mejoramiento o de restablecimiento de las relaciones en sí mismo. Es bastante prematuro desarrollar ideas en cuanto a este punto.

CS: ¿Cuáles oportunidades y retos entrañaría para Cuba y para Estados Unidos la nueva etapa que se avecina para ambos?

J.H: Lo principal, a nuestro juicio, tiene que ver con lo que ya está ocurriendo. Cuba ha mantenido a lo largo de más de 50 años una línea de acción consecuente, no ha variado su política firme, de principios, estructurada alrededor de ejes como el respeto a la soberanía, la independencia, la seguridad nacionales, el ejercicio de su capacidad de autodeterminación, de su solidaridad internacional, la defensa de su integridad territorial.

De modo que se ha abierto una etapa que simboliza la victoria de los principios. Las oportunidades se relacionan con aquellos espacios que en todos los planos permitan a la Revolución Cubana avanzar en su proyecto de justicia social, de desarrollo económico, perfeccionando el modelo de socialismo que queremos, con vocación martiana y marxista.

Los retos se definen a partir del costo de los pasos que se den, o sea, de la transparencia y buena voluntad de la parte estadounidense. Muchos se inquietan por los riesgos que supone el incremento desmedido, por ejemplo, de la influencia ideológica y cultural de los Estados Unidos, del impacto que pueda tener su superioridad como imperialismo, como país altamente industrializado, de primer mundo, frente a la isla diminuta, subdesarrollada.

Para Estados unidos el proceso conlleva múltiples oportunidades, en todos los sentidos. Seguramente aprovecharán las circunstancias para tratar de mostrar al mundo su capacidad de influencia política, ideológica y cultural. El mayor desafío que enfrentan los Estados Unidos tiene que ver con la sobrevivencia del proyecto revolucionario cubano, es decir, con la medida en que Cuba consiga fortalecer su economía, avanzar hacia un socialismo próspero y sustentable en un mundo donde el capitalismo lleva la voz cantante a escala mundial.
 
CS: Sería esclarecedor que abundara en el concepto de sociedad civil cubana, atendiendo a que esta constituye uno de los centros de atención de Washington, según pronunciamientos de la propia Casa Blanca.

J.H: En realidad, cuando los gobiernos de los Estados Unidos han hablado, hablan, de la sociedad civil cubana, lo que tienen en mente es una visión reduccionista, manipuladora, en el sentido de que la consideran a partir de todo lo que está alejado del Estado, del gobierno. Asumen que la independencia con respecto al Estado es sinónimo de contraposición.

Sobre esa base es que han mirado a las instituciones no gubernamentales, a las formas de trabajo por cuenta propia, a las entidades religiosas, a las asociaciones profesionales, gremiales, comunitarias, barriales, juveniles, de género. Aspiran a convertir ese mosaico en un tejido contrarrevolucionario.

En ocasiones, la actividad subversiva de los Estados Unidos ha creado focos opositores en la sociedad civil, otras veces ha utilizado estructuras ya creadas, que no tenían tal connotación. Ese es un campo donde existe mucha heterogeneidad, no se pueden meter como podría decirse, en un mismo saco a las diversas expresiones de la sociedad civil cubana.

Con frecuencia, para los Estados Unidos, se consideraba que en Cuba ni existía una sociedad civil, se vulgarizaba el lugar y papel, por ejemplo, de la FMC, los CDR, la ANAP, la CTC e incluso, las entidades religiosas del mundo protestante, las organizaciones fraternales o logias, afirmándose que eran meros instrumentos del gobierno, como marionetas, sin vida propia.

Al mismo tiempo, se estimaba que la real sociedad civil era la conformada por la Iglesia Católica y los grupos contrarrevolucionarios. Eso ha variado, desde luego. Pero en el fondo, nuestro concepto es que en los Estados Unidos, al menos en determinados sectores, se mantiene la intención del “cambio de régimen”, que equivale a un diseño subversivo para derrocar la Revolución.

Y en este trayecto, apelan, como lo han hecho en otras experiencias (ayer en Nicaragua, hoy en Venezuela), al amparo de lo que denominan como “Proyecto Democracia”, a través de entidades como la NED y la USAID, entre otras, a la sociedad civil.

CS: Aun cuando se establezcan las relaciones diplomáticas y a posteriori se normalicen las relaciones con Estados Unidos, Cuba seguirá siendo por principios, y por lo recogido en la Constitución de la República, un país antiimperialista. ¿Cómo conjugar esas dos posturas?

JH: En buena medida hemos adelantado elementos de juicio que responden a esta interrogante. El antimperialismo es parte consustancial de la historia de Cuba, he ahí el basamento o soporte del discurso y del decurso de la Revolución, de su proyección exterior.

Del lado estadounidense, se halla la aspiración hegemónica, el afán por la dominación. De modo que se trata de dos países cuyas visiones no solamente son diferentes, sino contrapuestas y habrá que ver, pero en nuestra opinión, también son incompatibles.

El proyecto de los Estados unidos para Cuba es de dominación; y el que tiene nuestro país, para sí mismo y de cara al mundo, es de soberanía e independencia. Por eso consideramos que Raúl fue muy preciso cuando se refirió a la posibilidad de una convivencia civilizada, es decir, ponderando las profundas diferencias, que desde nuestra perspectiva, son bastante irreconciliables.

Eso no quiere decir que no se puedan articular posturas racionales, de mutuo beneficio, sin condicionamientos previos, en igualdad de condiciones. Veremos qué pasa en los próximos meses, en el transcurso de 2015 y en 2016, que es año de elecciones presidenciales en los Estados Unidos, proceso que subordina, altera o manipula todo lo demás.

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