Las llamadas tiendas recaudadoras de divisas –tenemos las TRD, las Panamericanas y alguna cadena más– se abrieron a los consumidores cuando en los años noventa se produjo la despenalización de la tenencia de dólares y, lo que había sido delito, mudó al privilegio de acceder a productos retirados del consumo de los cubanos sin dólares. Entonces compraban allí los emigrantes cubanos que ahora venían de visita, los cubanos de la isla que recibían remesas en divisas y, claro, los turistas.
En un momento dado los precios en esas tiendas fueron triplicados o casi triplicados: el litro de aceite de soya que en el cualquier comercio del mundo costaba 80 centavos de dólar, esas tiendan lo vendían a 2 dólares cuarenta. La justificación era que ese fuerte impuesto, permitía adquirir el pollo que se vendía a la población a precio subsidiado.
Hace mucho tiempo que los consumidores de esas tiendas cambiaron. Al ama de casa cubana no le alcanza el aceite y todos los meses tiene que separar al menos 75 cup de su salario o del de su marido, para comprar los 3 cuc que le permitirán comprar el litro de aceite que necesita la familia. Es ella la que esta subsidiando el pollo que se come.
Con otros productos la situación es mucho más grave. Un refrigerador es un artículo de primera necesidad. Yo pude comprar –hace doce años– un LG que entonces me costó 500 cuc, que tuve y pude entonces que pagar al contado, porque nuestras tiendas en divisas desaparecieron las que se llamaban ventas a crédito. Nunca las han tenido.
Yo soy doctor en ciencias filológicas, profesor titular y consultante en la Universidad de la Habana. Tengo 45 años de antigüedad: gano mensualmente 1, 050 pesos, que no es un salario bajo. Pero para haber pagado aquel refrigerador al contado, debí previamente haber guardado mi salario íntegro durante un año. ¿Para qué iba a comprar el refrigerador si no podía pagar la electricidad ni comprar alimentos? Por eso, he llegado a la conclusión de que esas tiendas no están destinadas a venderme a mí ni a ningún trabajador cubano que trabaje para el estado socialista.
Otra cosa más sencilla. Hace unos once años el Consejo de dirección del Ministerio de Educación Superior me compró, como estímulo, un automóvil VW de uso, para sustituir el Moskovich que tenía, y que me había otorgado la asamblea de trabajadores de mi Facultad, veinte años antes. Desde agosto del año pasado, las tiendas cubanas de piezas automotrices, los cupet, no han vendido las baterías de 55 amperes que usan los carros de los médicos, profesores, profesionales, internacionalistas, deportistas destacados: desde el mes de diciembre empezaron a vender baterías de 95 amperes, que solo caben en los viejos carros americanos de nuestros cuentapropistas y que se venden a 181 cuc. No tengo nada en contra de que vendan estas pero, ¿por qué no traen las pequeñas, las que usamos los que trabajamos para el estado, a pesar de que las venden a un claro sobreprecio?
Estoy convencido de que, si se hurgara en el manejo de esos comercios, iba a aparecer un montón de cosas turbias.
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