El lunes 6 de abril, por la noche, después de asistir en el teatro Jorge Eliécer Gaitán, al pre-estreno del excelente documental de Diego García, Fragmentos clan-destinos, en su versión medio-metraje, me di cuenta de los esfuerzos institucionales que, a través del arte, se vienen haciendo, de parte de la Alcaldía Mayor de Bogotá, para convertir a esta capital no solo en una ciudad de convivencia en paz, más humana para sus habitantes, sino también en una ciudad que ofrece oportunidades, desde la educación artística, a quienes nunca la tendrían si no es por la intervención del Estado local. Y si digo ‘me di cuenta’, es porque CLAN (Centro Local de Artes para la Niñez y la Juventud) no ha tenido la cobertura mediática que permita conocer a la ciudadanía un programa de educación artística como este que tiene una profunda y liberadora incidencia social.
Este documental de García se independiza de lo que es un encargo administrativo para entregarnos una historia testimonial, contada desde el punto de vista de los jóvenes participantes del programa CLAN, sobre la incidencia del aprendizaje artístico en la cotidianidad de sus vidas, en la transformación de sus espíritus. El programa CLAN, según datos del IDARTES, ha atendido a 39.000 niños, jóvenes y adultos; ha vinculado a 55 colegios y a 750 artistas formadores al programa. Lo más importante, siguiendo la línea narrativa del documental, es la manera cómo la educación en el arte transforma el presente vivencial de los niños y jóvenes que son parte del programa y también la perspectiva que se les abre en medio de las dificultades sociales de su diario vivir. Asimismo, el documental incluye en la narración el ambiente familiar de cada uno de los protagonistas y da testimonio de cómo ese ambiente también se ve iluminado por los aspectos positivos de la educación artística que los jóvenes reciben en un ambiente que es escolarizado pero no se piense que por ello es menos libre.
La presentación del documental de García se dio en el marco de la Cumbre Mundial del Arte y la Cultura para la Paz y nos permite apreciar, de manera práctica, cómo el arte y la educación artística contribuyen a construir un espíritu ciudadano para la convivencia en paz. Vistas las cosas sin apasionamientos partidistas, la multiplicación de ese tipo de programas en los territorios es una opción, de las tantas posibles, para que el arte sea un instrumento de la paz durante el pos-conflicto en Colombia. Ya sabemos que el arte por sí solo no soluciona los problemas sociales, ni tampoco es su función, pero ni el arte ni el artista son neutros ni estética, ni ética, ni políticamente. Por tanto, la instrumentalización del arte como elemento educativo en la formación ciudadana para la convivencia en paz resulta una opción válida para una sociedad desgarrada por la violencia.
Sé, de antemano, que para ciertos sectores académicos e intelectuales, maravillados por la existencia del arte como una entelequia que existe para sí y en sí mismo, la instrumentalización pedagógica del arte resulta una herejía estética. No obstante, habría que recordar que ni siquiera la música sacra se escapa de su instrumentalización ideológica y política aunque ahora suene como arte puro y hasta los ateos se emocionen en Semana Santa asistiendo a la presentación de las misas de Mozart. El arte, para escándalo de puristas y neutrales, es también un instrumento de liberación del ser humano.
La versión mediometraje del documental Fragmentos clan-destinos tiene la fuerza de la voz de los jóvenes insertos en CLAN, un programa local de educación artística, y es ejemplo de una narrativa cinematográfica capaz de dar testimonio de la transformación vital, por causa del arte, que experimentan unos jóvenes de sectores sociales de bajos recursos económicos. Fragmentos clan-destinos, de Diego García, es un emocionante documental que, al mismo tiempo, nos entrega un testimonio cargado de esperanza y nos ofrece, desde la experiencia vital, una revalorización de la función social del arte.
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