El Ministerio de la Agricultura busca incrementar las producciones de frijol con el propósito de cubrir las demandas de la población y bajar los altos precios del alimento en los mercados de oferta y demanda.
La productora Iraida Semino recolecta habichuelas (Phaseolus vulgaris) en la finca La Maravilla perteneciente a la Cooperativa de Créditos y Servicios Fortalecida Roberto Negrín González, en Punta Brava, en el municipio de La Lisa, en la periferia de la capital de Cuba. Foto: Jorge Luis Baños/IPS
LA HABANA, (IPS) – “Hay que tener buenas y variadas semillas para probar cuál se adapta mejor en cada suelo”, asegura el productor Rubén Torres, que en su finca en el centro de Cuba obtiene de forma orgánica cada año alrededor de 1,6 toneladas de frijoles entre otros alimentos.
La importancia que atribuye el campesino, de 71 años, a la semilla para que el agro logre cubrir la demanda local de la legumbre coincide con la valoración de investigadores consultados por IPS, que proponen incentivar el mejoramiento genético y la explotación en los campos de otros tipos de leguminosas.
Después de dos décadas de selección, Torres cultiva para vender cuatro variedades de frijol negro, otras tantas de rojo y una de blanco. “Y tengo en varios surcos otros ocho cultivares (variedades) para el consumo familiar y la realización de investigaciones científicas”, detalló a IPS.
Enclavada en una zona ganadera en la periferia de la ciudad de Santa Clara, a 268 kilómetros al este de La Habana, la parcela de Torres resulta singular porque destina la mayoría de sus 17 hectáreas al cultivo de frijol y arroz, los dos rubros básicos en la dieta de los 11,2 millones de habitantes de esta nación del Caribe insular.
Baños de Marrero, como se llama la finca familiar, está cubierta además por aguacateros, cocoteros y sembradíos de maíz y tomates. Otros espacios son cubiertos por semilleros y algunos grandes repositorios urgidos de reparación, donde Torres produce 20 toneladas de fertilizante ecológico a partir del humus de lombriz.
“Los campesinos van a sembrar y muchas veces no tienen semilla. Por eso siempre regalo de las mías a quien las necesita. Sin una semilla de calidad, no se triunfa”, afirmó este participante en el Programa de Innovación Agropecuaria Local (PIAL), que desde 2000 promueve el empoderamiento campesino en 45 de los 168 municipios del país.
A su juicio, “existe una empresa estatal que vende semillas pero para obtener buenas de verdad debe garantizarlas el propio campesino”.
Con apoyo de la cooperación suiza y la coordinación del estatal Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas, el PIAL comenzó enseñándoles a familias campesinas del occidente cubano a obtener y seleccionar sus propias semillas y se expandió hasta promover hoy la participación femenina y juvenil en la rama agropecuaria.
“Realmente sin semillas de alta calidad, no se pueden lograr avances en la productividad”, indicó a IPS el agrónomo Tomás Shagarodsky, sobre un aspecto clave para elevar los rendimientos del frijol, el tipo de legumbre que más se cosecha en Cuba aunque existe potencial para producir muchas más.
Tomás Shagarodsky, investigador del Instituto de Investigaciones en Agricultura Tropical “Alejandro de Humboldt”, subraya que Cuba puede y requiere producir más variedades de legumbres además de frijoles y garbanzos.Foto: Jorge Luis Baños/IPS
Como parte de las reformas en la agricultura, el sector incentivó en 2008 el cultivo del frijol en busca de incrementar la superficie dedicada a su explotación en las diversas formas productivas, que son granjas estatales, cooperativas y pequeños productores privados.
Entre 2009 y 2014, el país sembró como promedio 126.650 hectáreas anuales de la leguminosa, en las que obtuvo un promedio de 118.830 toneladas. En el pasado reciente como 1996, los campos frijoleros cubrían apenas 38.000 hectáreas y rendían 9.000 toneladas al año.
América Latina, la potencia frijolera
Cultivados en todo el planeta, los países de América Latina cubren más de 45 por ciento de la producción mundial, según datos de la FAO.
El azote de la sequía en los últimos años afecta los rendimientos de las cosechas frijoleras, que son un productos básico de la economía y dieta campesina en la región.
Estudios arqueológicos revelan que el fríjol es originario del continente americano, con evidencias que datan de 5000 a 8000 años. México y Perú se disputan ser el lugar de origen de esta legumbre.
Ahora, el Grupo Agroindustrial de Granos, perteneciente al Ministerio de la Agricultura, persigue incrementar anualmente entre 15 y 20 por ciento las producciones de frijol, en busca de cubrir las demandas de la población y bajar los altos precios del alimento en los mercados de oferta y demanda.
“Cuba tiene hoy cultivos extensivos de frijol pero no alcanza sus potenciales de rendimiento”, explicó Shagarodsky.
Para lograr mejores cosechas, precisó que el rubro debe solucionar “problemas estructurales” como escasez de recursos, mano de obra, equipamiento y trabas a las fuerzas productivas, y otros más complejos relacionados con el cambio climático y la poca disponibilidad de agua.
En ese sentido, el agrónomo e investigador del estatal Instituto de Investigaciones en Agricultura Tropical “Alejandro de Humboldt” (Inifat), que continúa la labor de la primera institución científica de la agricultura cubana, remarcó una debilidad sobre la que se habla poco.
“Hacen falta profesionales jóvenes dedicados al mejoramiento”, apuntó, en la sede patrimonial del Inifat, ubicada en el asentamiento de la periferia capitalina de Santiago de las Vegas.
“Se ha reducido la base de mejora porque los mejoradores que hacían estos trabajos se han jubilado, otros han muerto o se han ido”, lamentó Shagarodsky, entre las paredes despintadas y bajo los techos deteriorados del centro. “Hay que cambiar eso y brindar salarios más atractivos”, propuso.
En colecciones vivas y cámaras refrigeradas, el Inifat conserva la mayor cantidad de los recursos genéticos de Cuba. En su banco de germoplasma guarda 3.250 accesiones de las 18.433 custodiadas en toda la red nacional de instituciones con esta misión. Las leguminosas constituyen 46 por ciento de los recursos preservados por el Inifat.
Semillas de diferentes variedades de frijol son conservadas en el banco de germoplasma del Instituto de Investigaciones de Agricultura Tropical, en Cuba, al igual que de otras leguminosas. Foto: Jorge Luis Baños/IPS
La entidad resguarda 1.465 variedades de leguminosas, entre otras de frijol, gandul (Cajanus cajan), maní, garbanzo, soya, lenteja, guisantes y habichuelas (Phaseolus vulgaris), conocidas también como vainitas o chauchas.
Por la relevancia de su trabajo, el Inifat fue la sede escogida en diciembre para cerrar en este país caribeño las actividades por el Año Internacional de las Legumbres, como fue declarado 2016 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Theodor Friedrich, el representante en Cuba de la FAO, remarcó en ese encuentro que las legumbres tributan en dos sentidos a la seguridad alimentaria: tienen alto valor proteico y abonan de manera natural los suelos con nitrógeno.
Recordó, además, que “la siembra de leguminosas es la única forma de darle este elemento al suelo (nitrógeno) sin acudir al abono. Y tienen importantes propiedades nutricionales”, como cero colesterol y gluten, alto contenido de hierro, cinc y de nutrientes.
Por esas y otras razones, la FAO apoya su cultivo en las provincias occidentales de Pinar del Río y Artemisa, en un proyecto que hasta 2018 pretende fortalecer las capacidades locales para producir de forma sostenible granos básicos biofortificados y adaptados al cambio climático, entre ellos varios tipos de legumbres.
“Nosotros comemos todos los tipos, desde frijoles hasta garbanzos y lentejas. Para el niño son muy importantes porque pertenecen a las llamadas proteínas vegetales”, contó a IPS la trabajadora por cuenta propia Misalis Cobo, que vive sola con su hijo de seis años, en el municipio capitalino de Cerro.
“Consumimos los frijoles de la cuota (cartilla de racionamiento) y las otras las compro en los mercados y las tiendas”, detalló la mujer de 37 años. “Yo puedo afrontar esas compras aunque son caras porque me rinden mucho. Somos solo el niño y yo. Pero para las familias grandes y con bajos recursos resultan caros”, valoró.
Cada persona recibe una pequeña cuota mensual del grano a precios subsidiados por la cartilla de racionamiento, pero para poner la mesa durante todo el mes las familias deben comprar más frijoles y otras legumbres en los mercados agropecuarios estatales, privados y tiendas de alimentos importados.
Los precios oscilan entre 0,50 centavos de dólar hasta 1,20 dólares por medio kilogramo de legumbres, en un país donde el salario promedio equivale a 23 dólares mensuales en el sector estatal, el gran empleador cubano.
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