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La economía no pertenece al dominio de las ciencias puras. No construye modelos abstractos de asociación universal, aptos para promover panglosianamente «el mejor de los mundos posibles». La economía forma parte del más contaminado y contaminante mundo de las Ciencias Sociales. Su diseño está en función de un proyecto social, inseparable de definiciones políticas sustantivas. La revelación de la estrecha interdependencia entre los factores económicos, políticos y sociales fue una de las contribuciones esenciales de Carlos Marx al desmontar los rasgos del desarrollo capitalista en franca ruptura con el liberalismo dominante de su tiempo.
Casi cinco décadas han transcurrido desde que los «Chicago boys» comenzaran a difundir su doctrina de neoliberalismo milagrero, asociada a la indispensable terapia de shock. Los resultados saltan a la vista. Aplicado a la América Latina, el experimento requirió el baño de sangre impuesto por las dictaduras que tuvieron su paradigma en el tristemente célebre Pinochet y convirtieron la violación sistemática de los derechos humanos en política de Estado con el sacrificio de una generación entera, mientras se agigantaba la brecha social. Antes de asesinarlo, destrozaron las manos de Víctor Jara para que no siguiera floreciendo el canto popular, porque también la cultura debe someterse a los dictados del poder económico.
El dinero no tiene olor aunque se alimente de la sangre de los de abajo y allí el capitalismo corporativo carece de ética.
Al servicio de las grandes corporaciones, la doctrina neoliberal ha promulgado el desmantelamiento de las instituciones forjadas por la democracia burguesa en su fase de ascenso. Así, se anula la capacidad del Estado para lidiar con los conflictos de clase, se adelgaza la capacidad de los sindicatos para defender las conquistas obreras, se desacreditan la política y sus voceros, la identidad de los partidos se reduce a nombres privados de una real plataforma programática.
La acción de los «Chicago boys» junto a la dictadura de Pinochet es, quizá, una de las que ha alcanzado mayor resonancia pública. Pero no se trata del único caso. La instrumentalización de la crisis con el propósito de afianzar el dominio del capital financiero y fracturar las bases de un sistema jurídico conquistado a través de una lucha secular, marcó el derrumbe socialista en la Europa del Este y estremece ahora mismo los fundamentos de la Unión Europea. En todas partes, ha implementado la represión de las fuerzas populares y ha anulado la capacidad de resistencia de los sindicatos. Ante ese espectáculo, no puedo menos que recordar algunos dibujos de mi padre, pertenecientes a la serie Nuestro Tiempo, concebidos entre la euforia de los años en que los Frentes Populares intentaban detener el avance del fascismo.
En la actualidad, la alegre kermesse del capital financiero se reafirma con la tercermundización de la periferia del Viejo Continente. Implacable e inmisericorde, volatiliza la seguridad social de los ancianos, margina a los jóvenes y distribuye cesantías. Bajos los efectos de la terapia de shock, anonadadas por la fuerza arrasadora de lo que parece un destino, las masas desorganizadas y carentes de programa, aletean como mariposas ante un foco luminoso.
La manipulación intencionada de las crisis se sustenta en la capacidad persuasiva de los consorcios mediáticos. Al modo de flautistas de Hamelin, construyen imágenes seductoras, engañosamente despojadas de ideología. En verdad, quienes proclamaron la muerte de las ideologías, estaban edificando sobre esas cenizas su propia retórica. Un pensamiento teórico sofisticado, concebido en centros universitarios prestigiosos, consagrado con la entrega de premios Nobel, se traduce en recetas codificadas para circuitos académicos de segundo y tercer orden, pasa a la prensa para su difusión por analistas de poca monta. Convertido en dogma, el recetario se despliega hasta integrar el consenso trasmutado en sentido común. El necesario desmantelamiento del Estado a favor de la desregulación de los movimientos del gran capital, la apertura de las economías a los tratados de libre comercio aparecen hoy como moneda corriente en órganos de opinión de variadas tendencias. Quienes oponen algún reparo, víctimas de un habilidoso acto de prestidigitación, aparecen como dinosaurios conservadores, mientras las ideas de derecha reciben la calificación de progresistas. Entre tanto fuego de artificio, pocos recuerdan la necesidad de protección ante la amenaza del paro laboral y las crisis agrarias producidas en América Latina, tierra de hombres de maíz, por la irrupción de la trasnacional Monsanto. Madre reverenciada de la cultura occidental, Grecia sucumbe hoy ante las exigencias del FMI y de la Unión Europea, encadenada como lo está al peso de una deuda acrecentada por los rejuegos de una política monetarista que maneja las tasas de interés en beneficio de los dueños del poder hegemónico.
Sísifo seguirá cargando su roca mientras Prometeo, portador del fuego liberador, no logre romper sus cadenas. Continuación de la política por otros medios, la guerra y la represión apuntan hacia la línea dura para la aplicación de estas políticas. Desde la última confrontación mundial, no ha habido paz verdadera en el planeta. Hay otras vías más sutiles. Una de ellas se vale de la corrupción de los políticos, electos para dar cumplimiento a un programa y ejecutores luego de uno bien diferente. Otras, combinan los efectos devastadores de las políticas de shock con la hipótesis hedonista generalizada a través de los medios audiovisuales, cada vez más invasivos gracias al empleo de las nuevas tecnologías. Sorda ante los rumores de la calle y el latir de la vida, la humanidad anda a tientas, sincronizada a sus audífonos. Sobre estas bases, atrapados a un presente sin ayer y sin mañana, se instauran expectativas de vida y de felicidad ajenos al contexto y a las posibilidades al alcance de cada quien. De tal manera, lo hermoso, lo deslumbrante de la existencia se nos escapa entre los dedos. «Avive el seso y despierte contemplando cuán pronto se va la vida y se viene la muerte, tan callando», decía el clásico.
Se trata, en efecto, de avivar el seso, sobre todo la zona frontal, desarrollada por nuestra especie durante millones de años, zona donde se preservan la conciencia y los valores, muro de contención frente a aquella otra, depósito de los instintos primarios. La doctrina de los «Chicago boys» implica una filosofía de la vida y una ideología. De ellas emanan valores derivados de una concepción del éxito. Al modo darwinista, exalta a los triunfadores y condena a los perdedores, materia desechable conformada por ancianos y minusválidos, por hombres y mujeres carentes de las agallas requeridas para desplazar a otros y unirse al carro victorioso. La economía no pertenece al ámbito de las Ciencias Exactas. Entronca sustancialmente con las Ciencias Sociales. Sus logros no pueden erigirse sobre la sangre de las víctimas. Tienen que articularse con un proyecto integral de desarrollo humano.
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