Por AMADO DEL PINO
Cubacontemporanea
Cuando leo a los escritores que salieron de Cuba en los primeros años de la década de los sesenta aprecio una melancolía, un desarraigo que conmueve al tornarse discursivo y sobrecoge si se disimula o se arma de otras estrategias defensivas.
Un caso admirable es el del dramaturgo y ensayista Matías Montes Huidobro. Siempre digo que me llegué hasta un hotel de Madrid para intercambiar unos libros y salí, tres horas después, con dos amigos. Sí, porque Matías y su esposa, la también escritora Yara González Montes, son personas encantadoras.
Los varios libros de Montes Huidobro sobre la historia de la escena cubana están llenos de detalles que para los que hemos vivido más bien en Cuba resultan inmediatas y cosa del día.
Para el escritor de Sagua La Grande -que salió de nuestro país en 1962 y no ha vuelto- encontrar datos de puestas en escena, títulos y otros elementos de la frágil memoria teatral fue asunto de muchas pequeñas gestiones y concurso de amigos a lo largo y ancho del mundo.
En los tiempos de las redes sociales y otros regalos tecnológicos que hace un par de décadas resultaban impensables, la dinámica del emigrado o hasta del exiliado cambia con relación a la memoria.
Uno encuentra en Facebook a viejos amigos que viven en los más diversos lugares y se interesan por casi todo lo que procede de Cuba. Otros dicen que no les importa y atisban con disimulo, cierran un ojo, ponen cara de asco, pero las noticias, las imágenes, las sensaciones viajan tenazmente y llegan hasta los más reticentes destinatarios.
Conozco casos de colegas que ponen como pretexto para no ver páginas editadas en Cuba que bajan con dificultad. Muchas veces es cierto que son más lentas. Lo demás es asunto más complicado. En el subestimar o atacar sin leer casi todo lo que procede del país de origen se mezclan sentimientos muy diversos.
Han sido muchos años de ausencia, lejanía, intolerancia y otras lamentables presencias. La velocidad de las redes sociales no borrará las heridas, ni siquiera garantiza que cicatricen otras desgarraduras, pero facilita el diálogo, el conocimiento y que los cubanos de pensamiento, edades, vidas distintas nos miremos directamente a los ojos
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