Por Pavel Escudero
Crueldad, sadismo y una frialdad muy difícil de comprender son los atributos encontrados en los soldados que, a las órdenes de Adolf Hitler, jugaron con la vida de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, esos adjetivos no alcanzan a la hora de definir a símbolos nazis como Amon Göth, un capitán de las SS que cada día practicaba puntería con los prisioneros del campo de concentración que dirigía, o Ilse Koch, acusada de fabricar lámparas con la piel de decenas de judíos.
En un intento de luchar contra el olvido del horror, el historiador y periodista español Jesús Hernández publicó el libro Bestias nazis. Los verdugos de las SS, para revelar las crueles prácticas llevadas a cabo por cinco de los oficiales más sanguinarios del nazismo durante el Holocausto.
Uno de los capitanes de la muerte era Amon Göth, comandante del campo de concentración de Plaszow, en Polonia, que fue retratado por Spielberg en la película La lista de Schindler. Nació en 1908 y a los 23 años se convirtió en miembro de las SS.
Según el diario ABC, la primera oportunidad para demostrar su crueldad le llegó cuando tenía poco más de 30 años y recibió la orden de destruir el barrio judío que los alemanes habían creado en Cracovia. Corría 1943 cuando acabó en plena calle con la vida de más de 2.000 personas en tan sólo dos días y envió a campos de concentración y exterminio a otras 10.000.
Sin embargo, se haría desgraciadamente famoso por dirigir con puño de hierro Plaszow durante más de dos años. Allí se ganó el apodo de “verdugo” ya que, entre otras cosas, gozaba golpeando a mujeres hasta la muerte o asesinando, al azar, a diferentes reos sólo por diversión.
También estaba Oskar Dirlewanger. “Nacido en la ciudad bávara de Wurzburgo en 1895, luchó en la Primera Guerra Mundial, en la que fue herido y condecorado. Tras la guerra, Dirlewanger se doctoró en Ciencias Políticas y en 1923 se afilió al partido nazi”, contó Hernández en el artículo de ABC.
“Aunque trabajaba como maestro, su vida era muy desordenada; dado a la bebida y a los escándalos públicos, acabó condenado por violar a una menor en 1934 y reincidió en cuanto salió en libertad. Sus contactos en las SS lo rescataron y fue enviado a España a luchar en la Legión Cóndor. En 1939 alcanzó una posición destacada en las SS, lo que le permitió continuar impunemente con sus tropelías”, explicó el historiador.
“En 1940 se le encargó la creación de un batallón formado por cazadores furtivos convictos. La unidad acabó aceptando delincuentes acusados de delitos graves y, en 1941, fue empleada en Rusia para luchar contra los partisanos y dar rienda suelta a sus impulsos criminales”, describió Hernández.
Y agregó: “El batallón fue enviado a la región de la ciudad polaca de Lublin, que fue convertida en escenario de saqueos, incendios, asesinatos, violaciones y atrocidades sin límite. Los hombres de Dirlewanger también serían empleados en la represión del levantamiento de Varsovia en 1944, donde cometieron aun mayores excesos, como la irrupción en un hospital en donde los pacientes fueron acribillados en sus camas y las enfermeras violadas y asesinadas”.
“Al acabar la guerra, Dirlewanger fue capturado por los franceses, quienes lo entregaron a unos soldados polacos para que se tomasen cumplida venganza. Al parecer, éstos lo torturaron durante varios días y acabaron con su vida en torno al 4 de junio de 1945″, sentenció el experto.
Otro caso es el sanguinario Josef Mengele, un cruel doctor nazi cuyos sádicos experimentos lo convirtieron en el terror de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz. Solía asesinar a parejas de gemelos de corta edad creyendo que, con sus cuerpos, podría descubrir el secreto de la clonación humana. A pesar de todo, Mengele no llegó a pagar por sus crímenes y murió en extrañas circunstancias tras escapar de los Aliados.
Pero la crueldad desmesurada de los nazis no fue una práctica exclusiva del género masculino. Y es imposible no estremecerse ante los actos realizados por Ilse Köhler. Nacida en 1906, quedó fascinada ante los hombres uniformados de las SS, por lo que no dudó en solicitar el carnet del NSDAP. Pelirroja de ojos verdes, se casó a los 31 años con Karl Koch, comandante del recién construido campo de concentración de Buchenwald. Por ello, decidió habitar una de las casas cercanas a la prisión.
Allí, Ilse gozaba dando largos paseos montada a su caballo y exhibiendo su sensualidad ante los presos. Sin embargo, no dudaba en acabar cruelmente con la vida de aquellos que alzaran la vista para mirarla. Fue acusada de asesinar y despellejar los cadáveres de cientos de presos para fabricar objetos cotidianos como libretas o pantallas para lámparas.
Por último, el caso de Irma Grese, la “Bella Bestia”. Nacida en 1923, abandonó los estudios y se fue a trabajar en una granja y en una tienda. Fue enfermera en un hospital de las SS, en donde se vio imbuida de la ideología nazi y pasó al campo de concentración de Ravensbrück como guardiana y luego fue destinada a Auschwitz-Birkenau.
“Pese a su juventud, apenas 20 años, acumuló poder rápidamente y tuvo a su cargo a más de treinta mil prisioneras. Con ellas cometería todo tipo de excesos, combinando violencia y un erotismo perverso. A las más jóvenes, las azotaba en los pechos hasta descarnarlos, o bien las convertía en amantes suyas para enviarlas después a la cámara de gas. A las embarazadas, les ataba las piernas juntas en el parto y asistía a su muerte, visiblemente excitada”, señaló Hernández.
Finalmente, las crueles prácticas de Irma se encontraron con la justicia aliada, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. “En 1945 regresó a Ravensbrück y de ahí pasó al campo de Bergen-Belsen. Fue capturada por los británicos y sometida a juicio, en donde se mostró como una nazi fanática”, aseveró el periodista.
“Su atractivo físico, que contrastaba con la fealdad de las otras guardianas acusadas, la llevó a ser bautizada por la prensa sensacionalista como la ‘Bella Bestia’. Grese eludió cualquier responsabilidad en los crímenes de los que se la acusaba y aseguró que se había limitado a cumplir con su obligación. Fue sentenciada a muerte y ejecutada en la horca el 13 de diciembre de 1945. Sus últimas palabras al verdugo fueron ‘¡Schnell!’ (¡Rápido!)”, contó el escritor español.
Crueldad, sadismo y una frialdad muy difícil de comprender son los atributos encontrados en los soldados que, a las órdenes de Adolf Hitler, jugaron con la vida de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, esos adjetivos no alcanzan a la hora de definir a símbolos nazis como Amon Göth, un capitán de las SS que cada día practicaba puntería con los prisioneros del campo de concentración que dirigía, o Ilse Koch, acusada de fabricar lámparas con la piel de decenas de judíos.
En un intento de luchar contra el olvido del horror, el historiador y periodista español Jesús Hernández publicó el libro Bestias nazis. Los verdugos de las SS, para revelar las crueles prácticas llevadas a cabo por cinco de los oficiales más sanguinarios del nazismo durante el Holocausto.
Uno de los capitanes de la muerte era Amon Göth, comandante del campo de concentración de Plaszow, en Polonia, que fue retratado por Spielberg en la película La lista de Schindler. Nació en 1908 y a los 23 años se convirtió en miembro de las SS.
Según el diario ABC, la primera oportunidad para demostrar su crueldad le llegó cuando tenía poco más de 30 años y recibió la orden de destruir el barrio judío que los alemanes habían creado en Cracovia. Corría 1943 cuando acabó en plena calle con la vida de más de 2.000 personas en tan sólo dos días y envió a campos de concentración y exterminio a otras 10.000.
Sin embargo, se haría desgraciadamente famoso por dirigir con puño de hierro Plaszow durante más de dos años. Allí se ganó el apodo de “verdugo” ya que, entre otras cosas, gozaba golpeando a mujeres hasta la muerte o asesinando, al azar, a diferentes reos sólo por diversión.
También estaba Oskar Dirlewanger. “Nacido en la ciudad bávara de Wurzburgo en 1895, luchó en la Primera Guerra Mundial, en la que fue herido y condecorado. Tras la guerra, Dirlewanger se doctoró en Ciencias Políticas y en 1923 se afilió al partido nazi”, contó Hernández en el artículo de ABC.
“Aunque trabajaba como maestro, su vida era muy desordenada; dado a la bebida y a los escándalos públicos, acabó condenado por violar a una menor en 1934 y reincidió en cuanto salió en libertad. Sus contactos en las SS lo rescataron y fue enviado a España a luchar en la Legión Cóndor. En 1939 alcanzó una posición destacada en las SS, lo que le permitió continuar impunemente con sus tropelías”, explicó el historiador.
“En 1940 se le encargó la creación de un batallón formado por cazadores furtivos convictos. La unidad acabó aceptando delincuentes acusados de delitos graves y, en 1941, fue empleada en Rusia para luchar contra los partisanos y dar rienda suelta a sus impulsos criminales”, describió Hernández.
Y agregó: “El batallón fue enviado a la región de la ciudad polaca de Lublin, que fue convertida en escenario de saqueos, incendios, asesinatos, violaciones y atrocidades sin límite. Los hombres de Dirlewanger también serían empleados en la represión del levantamiento de Varsovia en 1944, donde cometieron aun mayores excesos, como la irrupción en un hospital en donde los pacientes fueron acribillados en sus camas y las enfermeras violadas y asesinadas”.
“Al acabar la guerra, Dirlewanger fue capturado por los franceses, quienes lo entregaron a unos soldados polacos para que se tomasen cumplida venganza. Al parecer, éstos lo torturaron durante varios días y acabaron con su vida en torno al 4 de junio de 1945″, sentenció el experto.
Otro caso es el sanguinario Josef Mengele, un cruel doctor nazi cuyos sádicos experimentos lo convirtieron en el terror de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz. Solía asesinar a parejas de gemelos de corta edad creyendo que, con sus cuerpos, podría descubrir el secreto de la clonación humana. A pesar de todo, Mengele no llegó a pagar por sus crímenes y murió en extrañas circunstancias tras escapar de los Aliados.
Pero la crueldad desmesurada de los nazis no fue una práctica exclusiva del género masculino. Y es imposible no estremecerse ante los actos realizados por Ilse Köhler. Nacida en 1906, quedó fascinada ante los hombres uniformados de las SS, por lo que no dudó en solicitar el carnet del NSDAP. Pelirroja de ojos verdes, se casó a los 31 años con Karl Koch, comandante del recién construido campo de concentración de Buchenwald. Por ello, decidió habitar una de las casas cercanas a la prisión.
Allí, Ilse gozaba dando largos paseos montada a su caballo y exhibiendo su sensualidad ante los presos. Sin embargo, no dudaba en acabar cruelmente con la vida de aquellos que alzaran la vista para mirarla. Fue acusada de asesinar y despellejar los cadáveres de cientos de presos para fabricar objetos cotidianos como libretas o pantallas para lámparas.
Por último, el caso de Irma Grese, la “Bella Bestia”. Nacida en 1923, abandonó los estudios y se fue a trabajar en una granja y en una tienda. Fue enfermera en un hospital de las SS, en donde se vio imbuida de la ideología nazi y pasó al campo de concentración de Ravensbrück como guardiana y luego fue destinada a Auschwitz-Birkenau.
“Pese a su juventud, apenas 20 años, acumuló poder rápidamente y tuvo a su cargo a más de treinta mil prisioneras. Con ellas cometería todo tipo de excesos, combinando violencia y un erotismo perverso. A las más jóvenes, las azotaba en los pechos hasta descarnarlos, o bien las convertía en amantes suyas para enviarlas después a la cámara de gas. A las embarazadas, les ataba las piernas juntas en el parto y asistía a su muerte, visiblemente excitada”, señaló Hernández.
Finalmente, las crueles prácticas de Irma se encontraron con la justicia aliada, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. “En 1945 regresó a Ravensbrück y de ahí pasó al campo de Bergen-Belsen. Fue capturada por los británicos y sometida a juicio, en donde se mostró como una nazi fanática”, aseveró el periodista.
“Su atractivo físico, que contrastaba con la fealdad de las otras guardianas acusadas, la llevó a ser bautizada por la prensa sensacionalista como la ‘Bella Bestia’. Grese eludió cualquier responsabilidad en los crímenes de los que se la acusaba y aseguró que se había limitado a cumplir con su obligación. Fue sentenciada a muerte y ejecutada en la horca el 13 de diciembre de 1945. Sus últimas palabras al verdugo fueron ‘¡Schnell!’ (¡Rápido!)”, contó el escritor español.
Por último, Hernández consideró que el personaje más sádico entre las filas de Hitler fue Martin Sommer, un ayudante de Karl Koch en Buchenwald. “Las torturas que practicaba con los prisioneros no serían superadas por el peor asesino en serie. Incluso disponía de una especie de cascanueces con el que reventaba el cráneo de los desgraciados que caían en sus manos”, explicó.
“También podía introducir los testículos del prisionero alternativamente en agua hirviendo y helada hasta que se deshacían. Los que estaban en las celdas debían permanecer de pie todo el día sin moverse, si no querían ser apalizados. También podía entrar y matarlos a golpes con una barra de hierro. Igualmente, a Sommer le gustaba asesinar por la noche a un prisionero con una inyección letal, colocarlo debajo de su cama y dormir tranquilamente. Sería difícil encontrar un criminal nazi peor que él”, concluyó el autor del libro Bestias nazis.
Crueldad, sadismo y una frialdad muy difícil de comprender son los atributos encontrados en los soldados que, a las órdenes de Adolf Hitler, jugaron con la vida de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, esos adjetivos no alcanzan a la hora de definir a símbolos nazis como Amon Göth, un capitán de las SS que cada día practicaba puntería con los prisioneros del campo de concentración que dirigía, o Ilse Koch, acusada de fabricar lámparas con la piel de decenas de judíos.
En un intento de luchar contra el olvido del horror, el historiador y periodista español Jesús Hernández publicó el libro Bestias nazis. Los verdugos de las SS, para revelar las crueles prácticas llevadas a cabo por cinco de los oficiales más sanguinarios del nazismo durante el Holocausto.
Uno de los capitanes de la muerte era Amon Göth, comandante del campo de concentración de Plaszow, en Polonia, que fue retratado por Spielberg en la película La lista de Schindler. Nació en 1908 y a los 23 años se convirtió en miembro de las SS.
Según el diario ABC, la primera oportunidad para demostrar su crueldad le llegó cuando tenía poco más de 30 años y recibió la orden de destruir el barrio judío que los alemanes habían creado en Cracovia. Corría 1943 cuando acabó en plena calle con la vida de más de 2.000 personas en tan sólo dos días y envió a campos de concentración y exterminio a otras 10.000.
Sin embargo, se haría desgraciadamente famoso por dirigir con puño de hierro Plaszow durante más de dos años. Allí se ganó el apodo de “verdugo” ya que, entre otras cosas, gozaba golpeando a mujeres hasta la muerte o asesinando, al azar, a diferentes reos sólo por diversión.
También estaba Oskar Dirlewanger. “Nacido en la ciudad bávara de Wurzburgo en 1895, luchó en la Primera Guerra Mundial, en la que fue herido y condecorado. Tras la guerra, Dirlewanger se doctoró en Ciencias Políticas y en 1923 se afilió al partido nazi”, contó Hernández en el artículo de ABC.
“Aunque trabajaba como maestro, su vida era muy desordenada; dado a la bebida y a los escándalos públicos, acabó condenado por violar a una menor en 1934 y reincidió en cuanto salió en libertad. Sus contactos en las SS lo rescataron y fue enviado a España a luchar en la Legión Cóndor. En 1939 alcanzó una posición destacada en las SS, lo que le permitió continuar impunemente con sus tropelías”, explicó el historiador.
“En 1940 se le encargó la creación de un batallón formado por cazadores furtivos convictos. La unidad acabó aceptando delincuentes acusados de delitos graves y, en 1941, fue empleada en Rusia para luchar contra los partisanos y dar rienda suelta a sus impulsos criminales”, describió Hernández.
Y agregó: “El batallón fue enviado a la región de la ciudad polaca de Lublin, que fue convertida en escenario de saqueos, incendios, asesinatos, violaciones y atrocidades sin límite. Los hombres de Dirlewanger también serían empleados en la represión del levantamiento de Varsovia en 1944, donde cometieron aun mayores excesos, como la irrupción en un hospital en donde los pacientes fueron acribillados en sus camas y las enfermeras violadas y asesinadas”.
“Al acabar la guerra, Dirlewanger fue capturado por los franceses, quienes lo entregaron a unos soldados polacos para que se tomasen cumplida venganza. Al parecer, éstos lo torturaron durante varios días y acabaron con su vida en torno al 4 de junio de 1945″, sentenció el experto.
Otro caso es el sanguinario Josef Mengele, un cruel doctor nazi cuyos sádicos experimentos lo convirtieron en el terror de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz. Solía asesinar a parejas de gemelos de corta edad creyendo que, con sus cuerpos, podría descubrir el secreto de la clonación humana. A pesar de todo, Mengele no llegó a pagar por sus crímenes y murió en extrañas circunstancias tras escapar de los Aliados.
Pero la crueldad desmesurada de los nazis no fue una práctica exclusiva del género masculino. Y es imposible no estremecerse ante los actos realizados por Ilse Köhler. Nacida en 1906, quedó fascinada ante los hombres uniformados de las SS, por lo que no dudó en solicitar el carnet del NSDAP. Pelirroja de ojos verdes, se casó a los 31 años con Karl Koch, comandante del recién construido campo de concentración de Buchenwald. Por ello, decidió habitar una de las casas cercanas a la prisión.
Allí, Ilse gozaba dando largos paseos montada a su caballo y exhibiendo su sensualidad ante los presos. Sin embargo, no dudaba en acabar cruelmente con la vida de aquellos que alzaran la vista para mirarla. Fue acusada de asesinar y despellejar los cadáveres de cientos de presos para fabricar objetos cotidianos como libretas o pantallas para lámparas.
Por último, el caso de Irma Grese, la “Bella Bestia”. Nacida en 1923, abandonó los estudios y se fue a trabajar en una granja y en una tienda. Fue enfermera en un hospital de las SS, en donde se vio imbuida de la ideología nazi y pasó al campo de concentración de Ravensbrück como guardiana y luego fue destinada a Auschwitz-Birkenau.
“Pese a su juventud, apenas 20 años, acumuló poder rápidamente y tuvo a su cargo a más de treinta mil prisioneras. Con ellas cometería todo tipo de excesos, combinando violencia y un erotismo perverso. A las más jóvenes, las azotaba en los pechos hasta descarnarlos, o bien las convertía en amantes suyas para enviarlas después a la cámara de gas. A las embarazadas, les ataba las piernas juntas en el parto y asistía a su muerte, visiblemente excitada”, señaló Hernández.
Finalmente, las crueles prácticas de Irma se encontraron con la justicia aliada, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. “En 1945 regresó a Ravensbrück y de ahí pasó al campo de Bergen-Belsen. Fue capturada por los británicos y sometida a juicio, en donde se mostró como una nazi fanática”, aseveró el periodista.
“Su atractivo físico, que contrastaba con la fealdad de las otras guardianas acusadas, la llevó a ser bautizada por la prensa sensacionalista como la ‘Bella Bestia’. Grese eludió cualquier responsabilidad en los crímenes de los que se la acusaba y aseguró que se había limitado a cumplir con su obligación. Fue sentenciada a muerte y ejecutada en la horca el 13 de diciembre de 1945. Sus últimas palabras al verdugo fueron ‘¡Schnell!’ (¡Rápido!)”, contó el escritor español.
Crueldad, sadismo y una frialdad muy difícil de comprender son los atributos encontrados en los soldados que, a las órdenes de Adolf Hitler, jugaron con la vida de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, esos adjetivos no alcanzan a la hora de definir a símbolos nazis como Amon Göth, un capitán de las SS que cada día practicaba puntería con los prisioneros del campo de concentración que dirigía, o Ilse Koch, acusada de fabricar lámparas con la piel de decenas de judíos.
En un intento de luchar contra el olvido del horror, el historiador y periodista español Jesús Hernández publicó el libro Bestias nazis. Los verdugos de las SS, para revelar las crueles prácticas llevadas a cabo por cinco de los oficiales más sanguinarios del nazismo durante el Holocausto.
Uno de los capitanes de la muerte era Amon Göth, comandante del campo de concentración de Plaszow, en Polonia, que fue retratado por Spielberg en la película La lista de Schindler. Nació en 1908 y a los 23 años se convirtió en miembro de las SS.
Según el diario ABC, la primera oportunidad para demostrar su crueldad le llegó cuando tenía poco más de 30 años y recibió la orden de destruir el barrio judío que los alemanes habían creado en Cracovia. Corría 1943 cuando acabó en plena calle con la vida de más de 2.000 personas en tan sólo dos días y envió a campos de concentración y exterminio a otras 10.000.
Sin embargo, se haría desgraciadamente famoso por dirigir con puño de hierro Plaszow durante más de dos años. Allí se ganó el apodo de “verdugo” ya que, entre otras cosas, gozaba golpeando a mujeres hasta la muerte o asesinando, al azar, a diferentes reos sólo por diversión.
También estaba Oskar Dirlewanger. “Nacido en la ciudad bávara de Wurzburgo en 1895, luchó en la Primera Guerra Mundial, en la que fue herido y condecorado. Tras la guerra, Dirlewanger se doctoró en Ciencias Políticas y en 1923 se afilió al partido nazi”, contó Hernández en el artículo de ABC.
“Aunque trabajaba como maestro, su vida era muy desordenada; dado a la bebida y a los escándalos públicos, acabó condenado por violar a una menor en 1934 y reincidió en cuanto salió en libertad. Sus contactos en las SS lo rescataron y fue enviado a España a luchar en la Legión Cóndor. En 1939 alcanzó una posición destacada en las SS, lo que le permitió continuar impunemente con sus tropelías”, explicó el historiador.
“En 1940 se le encargó la creación de un batallón formado por cazadores furtivos convictos. La unidad acabó aceptando delincuentes acusados de delitos graves y, en 1941, fue empleada en Rusia para luchar contra los partisanos y dar rienda suelta a sus impulsos criminales”, describió Hernández.
Y agregó: “El batallón fue enviado a la región de la ciudad polaca de Lublin, que fue convertida en escenario de saqueos, incendios, asesinatos, violaciones y atrocidades sin límite. Los hombres de Dirlewanger también serían empleados en la represión del levantamiento de Varsovia en 1944, donde cometieron aun mayores excesos, como la irrupción en un hospital en donde los pacientes fueron acribillados en sus camas y las enfermeras violadas y asesinadas”.
“Al acabar la guerra, Dirlewanger fue capturado por los franceses, quienes lo entregaron a unos soldados polacos para que se tomasen cumplida venganza. Al parecer, éstos lo torturaron durante varios días y acabaron con su vida en torno al 4 de junio de 1945″, sentenció el experto.
Otro caso es el sanguinario Josef Mengele, un cruel doctor nazi cuyos sádicos experimentos lo convirtieron en el terror de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz. Solía asesinar a parejas de gemelos de corta edad creyendo que, con sus cuerpos, podría descubrir el secreto de la clonación humana. A pesar de todo, Mengele no llegó a pagar por sus crímenes y murió en extrañas circunstancias tras escapar de los Aliados.
Pero la crueldad desmesurada de los nazis no fue una práctica exclusiva del género masculino. Y es imposible no estremecerse ante los actos realizados por Ilse Köhler. Nacida en 1906, quedó fascinada ante los hombres uniformados de las SS, por lo que no dudó en solicitar el carnet del NSDAP. Pelirroja de ojos verdes, se casó a los 31 años con Karl Koch, comandante del recién construido campo de concentración de Buchenwald. Por ello, decidió habitar una de las casas cercanas a la prisión.
Allí, Ilse gozaba dando largos paseos montada a su caballo y exhibiendo su sensualidad ante los presos. Sin embargo, no dudaba en acabar cruelmente con la vida de aquellos que alzaran la vista para mirarla. Fue acusada de asesinar y despellejar los cadáveres de cientos de presos para fabricar objetos cotidianos como libretas o pantallas para lámparas.
Por último, el caso de Irma Grese, la “Bella Bestia”. Nacida en 1923, abandonó los estudios y se fue a trabajar en una granja y en una tienda. Fue enfermera en un hospital de las SS, en donde se vio imbuida de la ideología nazi y pasó al campo de concentración de Ravensbrück como guardiana y luego fue destinada a Auschwitz-Birkenau.
“Pese a su juventud, apenas 20 años, acumuló poder rápidamente y tuvo a su cargo a más de treinta mil prisioneras. Con ellas cometería todo tipo de excesos, combinando violencia y un erotismo perverso. A las más jóvenes, las azotaba en los pechos hasta descarnarlos, o bien las convertía en amantes suyas para enviarlas después a la cámara de gas. A las embarazadas, les ataba las piernas juntas en el parto y asistía a su muerte, visiblemente excitada”, señaló Hernández.
Finalmente, las crueles prácticas de Irma se encontraron con la justicia aliada, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. “En 1945 regresó a Ravensbrück y de ahí pasó al campo de Bergen-Belsen. Fue capturada por los británicos y sometida a juicio, en donde se mostró como una nazi fanática”, aseveró el periodista.
“Su atractivo físico, que contrastaba con la fealdad de las otras guardianas acusadas, la llevó a ser bautizada por la prensa sensacionalista como la ‘Bella Bestia’. Grese eludió cualquier responsabilidad en los crímenes de los que se la acusaba y aseguró que se había limitado a cumplir con su obligación. Fue sentenciada a muerte y ejecutada en la horca el 13 de diciembre de 1945. Sus últimas palabras al verdugo fueron ‘¡Schnell!’ (¡Rápido!)”, contó el escritor español.
Por último, Hernández consideró que el personaje más sádico entre las filas de Hitler fue Martin Sommer, un ayudante de Karl Koch en Buchenwald. “Las torturas que practicaba con los prisioneros no serían superadas por el peor asesino en serie. Incluso disponía de una especie de cascanueces con el que reventaba el cráneo de los desgraciados que caían en sus manos”, explicó.
“También podía introducir los testículos del prisionero alternativamente en agua hirviendo y helada hasta que se deshacían. Los que estaban en las celdas debían permanecer de pie todo el día sin moverse, si no querían ser apalizados. También podía entrar y matarlos a golpes con una barra de hierro. Igualmente, a Sommer le gustaba asesinar por la noche a un prisionero con una inyección letal, colocarlo debajo de su cama y dormir tranquilamente. Sería difícil encontrar un criminal nazi peor que él”, concluyó el autor del libro Bestias nazis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar