DALIA GONZÁLEZ DELGADO
Entrevista a Ramón Sánchez-Parodi Montoto, primer jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, entre 1977 y 1989
Aunque se resiste a hablar sobre sí mismo, ha sido protagonista de momentos históricos. El autor del libro Cuba-USA. Diez tiempos de una relación, ha estudiado las relaciones entre ambos países no solo desde la teoría, sino desde su experiencia vital. Ramón Sánchez-Parodi Montoto participó en las conversaciones confidenciales entre ambos gobiernos en 1975, con vistas a una posible normalización, y luego en el proceso de negociaciones que dio lugar a la apertura de las Secciones de Intereses en cada país. Dirigió nuestra Sección de Intereses en Washington entre 1977 y 1989. Además, ocupó el cargo de viceministro de Relaciones Exteriores hasta 1994, y a partir de entonces se desempeñó como embajador en Brasil, hasta el año 2000.
Desde la dominación o la hostilidad, la relación con Estados Unidos ha influido en el país que somos. Hoy, cuando soñamos con uno aún mejor, el gobierno cubano ha reiterado su disposición de avanzar hacia una normalización de las relaciones bilaterales y establecer un diálogo serio, constructivo, en condiciones de igualdad y respeto a nuestra soberanía.
Granma conversó con Sánchez-Parodi para que nos contara, desde su visión, cómo sería una posible normalización de las relaciones, y cuándo hemos estado más cerca de lograrlo.
—Cuando se abrieron las Secciones de Intereses, ¿en qué momento estaban las relaciones entre Cuba y Estados Unidos?
—Desde la ruptura en enero de 1961, siempre hubo algún tipo de comunicación entre los gobiernos acerca de qué hacer con las relaciones, primero de una manera informal, y posteriormente formal.
En 1974 Henry Kissinger —secretario de Estado y asesor de Seguridad Na-cional— le mandó un mensaje a Fidel, aprovechando la visita de un grupo de norteamericanos que venían a entrevistarlo. La esencia de la carta era una frase: Cuba y Estados Unidos son países con regímenes político, económico y social diferentes, discrepan en la mayor parte de los asuntos fundamentales de carácter internacional, pero eso no es razón para una hostilidad perpetua. Un reconocimiento de que hay diferencias y eso no implica que no pueda haber una relación es, como diría El Padrino, una oferta que no se puede rechazar. El gobierno cubano respondió positivamente a la posibilidad de comenzar contactos, ya directos, que no habían existido hasta entonces.
El primer encuentro fue de media hora o 40 minutos, en una cafetería del aeropuerto de La Guardia en Nueva York, en enero de 1975.
—¿Sobre qué temas se habló en ese primer encuentro?
—Yo fui designado representante de Cu-ba, y Lawrence Eagleburger —secretario ad-junto personal de Kissinger— por Estados Unidos. Conversamos sobre asuntos generales, del interés en normalizar las relaciones. Lo más concreto fue por parte de Estados Unidos el anuncio de algunas medidas, entre ellas la autorización a subsidiarias norteamericanas en terceros países, como Argentina y Canadá, para vender a Cuba.
—¿Y eso sucedió?
—Sí. En el caso de Argentina comenzaron a entrar automóviles como los Ford. En el caso de Canadá concretamente se refería a una serie de empresas que tenían contratos con Cuba para venderle materiales de oficina. Otra medida fue eliminar las restricciones de movimiento al personal cubano de Naciones Unidas, que estaba limitado a un radio de 25 millas.
—¿En esas conversaciones qué pedía Estados Unidos a Cuba?
—Simplemente conversar. Las medidas se tomaron como gesto simbólico, y además para resolver problemas con los gobiernos de Argentina y Canadá. Des-pués se dio otra conversación en julio de 1975, en un hotel en Nueva York. Participaron Eagle-burger y William Ro-gers, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos. Por la parte cubana, Néstor García Iturbe —con-sejero de la misión de Cuba en la ONU— y yo.
En esa reunión se si-guió avanzando. El tema principal fue el hecho de que Estados Unidos favorecería la aprobación por la OEA de una resolución eliminando el carácter multilateral de las sanciones contra Cuba. Se decía que las sanciones contra Cuba de la OEA eran multilaterales, o sea, que todos los países tenían que acatarlas. A Estados Unidos no le convenía, al parecer, violar eso y tener conversaciones bilaterales con Cuba, por lo tanto también era una forma para evitarse un problema. A partir de ese momento, todos los países tenían el derecho de bilateralmente manejar sus relaciones con Cuba. Se habló de otros asuntos, pero eso fue lo más importante.
Quedamos en tener una nueva ronda de conversaciones en agosto. Pero más adelante el gobierno de Estados Unidos comunicó que no era posible continuar las negociaciones producto del apoyo de Cuba a la independencia de Puerto Rico. Usaron ese argumento.
—¿Fue un pretexto?
—Considero que sí, porque posteriormente comenzaron a ligar ese asunto con la presencia de tropas cubanas en África. Y ahí se paró la cosa. En mi opinión, el verdadero problema fue la campaña electoral (las elecciones generales serían en 1976). Había una confrontación dentro del Partido Republicano entre Ronald Rea-gan y Ford, y este no quería darle municiones para que lo atacara. La decisión entonces fue no seguir conversando con Cuba.
Pero después, casi al final de la campaña al año siguiente, los dos candidatos a presidente: Ford y James Carter, nos hicieron llegar mensajes donde expresaban que si ganaban las elecciones, reanudarían las conversaciones. En el caso de Carter, decía que no quería que esas conversaciones fueran confidenciales, sino públicas. Con su victoria vino su directiva presidencial sobre el proceso de normalización de las relaciones con Cuba, y eso incluía la apertura de las secciones de intereses.
—¿En el momento en que se abrieron las Secciones de Intereses, se pensaba que el diálogo avanzaría más, que se convertirían en embajadas?
—Sí. Tanto por parte de ellos como nuestra. Pero las circunstancias fueron siempre muy complejas y había muchos intereses contrarios.
El propio Reagan estuvo activo en promover acuerdos con Cuba, como los acuerdos migratorios del año 1984, que antes habían sido interrumpidos. Él no solo los promovió, sino que cuando se llegó a un memorando de entendimiento quien hizo el anuncio fue la Casa Blanca, no el Departamento de Estado, lo que le dio una jerarquía que no habían tenido antes. Eso demuestra que siempre ha habido un interés por su parte; incluso la instrucción presidencial de Carter de marzo de 1977 dice claramente ‘para normalizar las relaciones con Cuba’.
—¿Por qué no se llegó entonces a la normalización?
—Entre otras cosas había contradicciones en el interior del gobierno de Carter, que se expresaron en política exterior. No solo con relación a Cuba sino a Irán y la Unión Soviética. Al mismo tiempo, estaba el tema de África, donde teníamos intereses encontrados, y los procesos de insurrección armada en América Latina, especialmente en Nicaragua.
—¿El momento en que más cerca estuvimos de normalizar las relaciones fue con Carter?
—Claro, porque él fue quien tomó la decisión de normalizar las relaciones.
—¿No se ha vivido ningún momento similar después?
—No creo. Se pensó que con Barack Obama, pero él realmente desde que tuvo asegurada la nominación como candidato demócrata en el 2008 empezó a girar hacia el centro, a acercarse a posiciones conservadoras.
Obama nunca ha estado, en ningún sentido, en un camino de búsqueda de una normalización de relaciones. Su política es una versión light de la misma política de George W. Bush (hijo). No ha cambiado. Eso se liga con otras complicaciones que tiene Estados Unidos y que influyen especialmente en su política hacia América Latina. A estas alturas, las bases de la política norteamericana, los instrumentos de esa política en la región, reflejados en la idea del sistema interamericano, han volado en pedazos. Tienen que repensar cuál va a ser la política hacia Latinoamérica.
—Durante los años en los que usted estuvo al frente de la Sección de Intereses, ¿cuáles fueron los momentos más tensos de las relaciones?
—Desde el punto de vista de la hostilidad, los momentos más tensos indudablemente se produjeron a inicios del gobierno de Reagan. Entre otras cosas, por-que él tenía un proyecto para echar para atrás el proceso de normalización, como parte de su diseño de política exterior y todo lo que siguió como expresión de las ideas de la nueva derecha. Particularmente por una posición muy clara de Alexander Haig (secretario de Estado) de promover incluso un ataque militar contra Cuba; se lo propuso a Reagan.
—¿El ataque militar siempre se ha mantenido como una opción?
—Sí. La política de Estados Unidos hacia Cuba es una política de Estado.
Reagan actuó con más sensatez y rechazó esa propuesta de Haig. Yo diría que ese fue el momento de más tensión. Fidel me ha comentado que quizás una de las cosas que nos salvó de una confrontación militar fue el atentado que le hicieron a Reagan.
Hubo momentos de tensión también cuando los sucesos del Mariel, pero eso era más bien tensión política, y nosotros teníamos una capacidad de acción.
—Usted ha insistido en más de una ocasión en que la de Estados Unidos ha-cia Cuba es una política de Estado. ¿Entonces discrepa con quienes afirman que la política hacia Cuba está dirigida por el lobby cubanoamericano de Florida?
—Eso no tiene nada que ver. Le hemos hecho mucha propaganda. Pero eso está en contra de toda lógica y de la realidad. En primer lugar, el término cubanoamericano, es de las cosas que nosotros hacemos al usar los términos de Estados Unidos y los asumimos como verdades absolutas. Ese es un término del censo, que habla de grupos sociales, el cubano-americano es el que dice en su planilla del censo que es cubanoamericano. Pero qué tienen que ver Ted Cruz o Marco Rubio con Cuba.
Ahora bien, aun aceptando el término, ¿qué peso tienen en las elecciones? En los condados de Florida donde hay cubanoamericanos siempre han ganado los demócratas desde 1992, y casi siempre desde 1960 hasta la fecha.
—Hay algunos poderosos como Ileana Ros-Lehtinen…
—¿Pero ella qué hizo contra Cuba durante el tiempo que dirigió la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara? Cero.
Cuando los cubanos que controlaban la sociedad cubana, la política cubana, la economía, los negocios, todo en Cuba, estaban aquí, lo único que podían hacer era lo que les decían los yankis. Y ahora que no tienen nada en Cuba, y lo saben, qué hacen. Nosotros caemos muchas veces en la trampa de tomar como verdades los argumentos de Estados Unidos y sus explicaciones, cuando son falsas. Eso no quiere decir que el tema de la emigración cubana no sea importante para nosotros, y tenemos que resolverlo en función de nuestros intereses.
Cuando venía el Scarabeo (la plataforma petrolera), Ileana Ros-Lehtinen, Mario y Lincoln Díaz-Balart le mandaron una carta pública a Obama, argumentando que eso iba contra el bloqueo y los intereses norteamericanos, y conminaron al presidente a hacer algo. Obama no les hizo caso. Ellos no tienen fuerza, los usan.
—Para mantener la política de Estado…
—Y la política de Estado está clara. La proclamación presidencial estableciendo el bloqueo, la Ley Helms-Burton, la decisión de poner todo eso en el código federal, la OFAC (Oficina de Control de Activos Extranjeros) y las acciones contra Cuba, eso es política de Estado. Para cam-biarla tendría que haber una voluntad de los gobiernos y las instituciones, y les hace falta.
—¿Por qué les hace falta cambiarla?
—¿Cómo Estados Unidos va a resolver su política hacia América Latina sin re-solver sus relaciones con Cuba? Nosotros tenemos relaciones plenas con to-dos los países de América Latina y el Caribe, y hasta con Estados Unidos tenemos vínculos diplomáticos. Y fue la región donde Estados Unidos más avanzó en su política de aislamiento. Estos países no van a cambiar su política hacia Cuba. Ya dijeron que no habrá Cumbre de las Amé-ricas (que será en Panamá en el 2015) si Cuba no participa. ¿Qué hará Estados Unidos?
—¿Usted ve cerca el momento de normalización de las relaciones?
—Eso no existe así, y el levantamiento del bloqueo no es un decreto, es un proceso que puede llevar muchos años. Hay cosas que se hacen; por ejemplo la discusión ahora del tema del correo postal.
“Pero aun cuando se diga, se eliminó el bloqueo, en el mundo las relaciones están reguladas por la serie de acuerdos bilaterales o multilaterales, que habría que negociar entre Cuba y Estados Unidos. Por ejemplo, comunicaciones aéreas; qué pasa con Radio Martí; cómo será el tratamiento de los visados; los aranceles consulares; todo eso hay que negociarlo, y todo eso lleva largo rato, con los intereses nuestros y los de ellos.
Por supuesto, el día que Estados Unidos diga, eliminadas la Ley Torricelli, la Helms-Burton, dejo sin efecto la proclamación presidencial de Kennedy, ya eso tiene un impacto muy grande, inmenso.
Yo creo que con Obama no va a pasar, quizás suceda en los próximos mandatos presidenciales, sean republicanos o demócratas, porque es otro error nuestro pensar que es con los demócratas. Las conversaciones directas comenzaron con Nixon, y con Kissinger nada menos.
Creo que las condiciones están maduras, porque no aguantan más.
—Entonces aunque no suceda con Obama, ¿usted cree que después se avance hacia un acercamiento?
—De hecho se está avanzando algo. Y el tiempo político está a favor de que se elimine el bloqueo. Estados Unidos tiene una situación de crisis y como te decía, en Latinoamérica tiene que rediseñar su política, que no debe ser sobre la base del sistema interamericano. Además, 188 países votando para que se elimine el bloqueo, es un aislamiento total.
El objetivo de la política de Estados Unidos hacia Cuba es restaurar su dominación, y no se conforman con menos que eso.
Yo sí pienso que, si no en el próximo gobierno, quizás en el siguiente, debe haber una decisión sustancial hacia la normalización de las relaciones con Cuba. Lo más fácil, y lo que más obliga a cambiar, es que Estados Unidos diga que se elimina toda prohibición para que ciudadanos estadounidenses viajen a Cuba, eso obliga a transformar cosas del bloqueo.
—Estados Unidos y Cuba nunca han tenido una relación del todo normal. Hubo un largo periodo de dependencia, y luego una relación hostil o no relación. ¿Cómo sería entonces una relación normal?
—No es normal, lo que es una relación normal. Sería una relación beneficiosa para ambos países, pero tiene que estar exenta de todo intento de dominación; como la tenemos nosotros con montones de países y eso no significa que no pueda haber conflictos eventuales. Nuestro sistema político y económico no es obstáculo para tener relaciones normales con cualquiera.
—¿Y cree que en algún momento ellos renuncien a su intención de dominación?
—Si no renuncian a eso no habrá relación normal. Se les ha demostrado durante más de medio siglo que cualquier intento para restaurar esa dominación ha fracasado.
Desde la dominación o la hostilidad, la relación con Estados Unidos ha influido en el país que somos. Hoy, cuando soñamos con uno aún mejor, el gobierno cubano ha reiterado su disposición de avanzar hacia una normalización de las relaciones bilaterales y establecer un diálogo serio, constructivo, en condiciones de igualdad y respeto a nuestra soberanía.
Granma conversó con Sánchez-Parodi para que nos contara, desde su visión, cómo sería una posible normalización de las relaciones, y cuándo hemos estado más cerca de lograrlo.
—Cuando se abrieron las Secciones de Intereses, ¿en qué momento estaban las relaciones entre Cuba y Estados Unidos?
—Desde la ruptura en enero de 1961, siempre hubo algún tipo de comunicación entre los gobiernos acerca de qué hacer con las relaciones, primero de una manera informal, y posteriormente formal.
En 1974 Henry Kissinger —secretario de Estado y asesor de Seguridad Na-cional— le mandó un mensaje a Fidel, aprovechando la visita de un grupo de norteamericanos que venían a entrevistarlo. La esencia de la carta era una frase: Cuba y Estados Unidos son países con regímenes político, económico y social diferentes, discrepan en la mayor parte de los asuntos fundamentales de carácter internacional, pero eso no es razón para una hostilidad perpetua. Un reconocimiento de que hay diferencias y eso no implica que no pueda haber una relación es, como diría El Padrino, una oferta que no se puede rechazar. El gobierno cubano respondió positivamente a la posibilidad de comenzar contactos, ya directos, que no habían existido hasta entonces.
El primer encuentro fue de media hora o 40 minutos, en una cafetería del aeropuerto de La Guardia en Nueva York, en enero de 1975.
—¿Sobre qué temas se habló en ese primer encuentro?
—Yo fui designado representante de Cu-ba, y Lawrence Eagleburger —secretario ad-junto personal de Kissinger— por Estados Unidos. Conversamos sobre asuntos generales, del interés en normalizar las relaciones. Lo más concreto fue por parte de Estados Unidos el anuncio de algunas medidas, entre ellas la autorización a subsidiarias norteamericanas en terceros países, como Argentina y Canadá, para vender a Cuba.
—¿Y eso sucedió?
—Sí. En el caso de Argentina comenzaron a entrar automóviles como los Ford. En el caso de Canadá concretamente se refería a una serie de empresas que tenían contratos con Cuba para venderle materiales de oficina. Otra medida fue eliminar las restricciones de movimiento al personal cubano de Naciones Unidas, que estaba limitado a un radio de 25 millas.
—¿En esas conversaciones qué pedía Estados Unidos a Cuba?
—Simplemente conversar. Las medidas se tomaron como gesto simbólico, y además para resolver problemas con los gobiernos de Argentina y Canadá. Des-pués se dio otra conversación en julio de 1975, en un hotel en Nueva York. Participaron Eagle-burger y William Ro-gers, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos. Por la parte cubana, Néstor García Iturbe —con-sejero de la misión de Cuba en la ONU— y yo.
En esa reunión se si-guió avanzando. El tema principal fue el hecho de que Estados Unidos favorecería la aprobación por la OEA de una resolución eliminando el carácter multilateral de las sanciones contra Cuba. Se decía que las sanciones contra Cuba de la OEA eran multilaterales, o sea, que todos los países tenían que acatarlas. A Estados Unidos no le convenía, al parecer, violar eso y tener conversaciones bilaterales con Cuba, por lo tanto también era una forma para evitarse un problema. A partir de ese momento, todos los países tenían el derecho de bilateralmente manejar sus relaciones con Cuba. Se habló de otros asuntos, pero eso fue lo más importante.
Quedamos en tener una nueva ronda de conversaciones en agosto. Pero más adelante el gobierno de Estados Unidos comunicó que no era posible continuar las negociaciones producto del apoyo de Cuba a la independencia de Puerto Rico. Usaron ese argumento.
—¿Fue un pretexto?
—Considero que sí, porque posteriormente comenzaron a ligar ese asunto con la presencia de tropas cubanas en África. Y ahí se paró la cosa. En mi opinión, el verdadero problema fue la campaña electoral (las elecciones generales serían en 1976). Había una confrontación dentro del Partido Republicano entre Ronald Rea-gan y Ford, y este no quería darle municiones para que lo atacara. La decisión entonces fue no seguir conversando con Cuba.
Pero después, casi al final de la campaña al año siguiente, los dos candidatos a presidente: Ford y James Carter, nos hicieron llegar mensajes donde expresaban que si ganaban las elecciones, reanudarían las conversaciones. En el caso de Carter, decía que no quería que esas conversaciones fueran confidenciales, sino públicas. Con su victoria vino su directiva presidencial sobre el proceso de normalización de las relaciones con Cuba, y eso incluía la apertura de las secciones de intereses.
—¿En el momento en que se abrieron las Secciones de Intereses, se pensaba que el diálogo avanzaría más, que se convertirían en embajadas?
—Sí. Tanto por parte de ellos como nuestra. Pero las circunstancias fueron siempre muy complejas y había muchos intereses contrarios.
El propio Reagan estuvo activo en promover acuerdos con Cuba, como los acuerdos migratorios del año 1984, que antes habían sido interrumpidos. Él no solo los promovió, sino que cuando se llegó a un memorando de entendimiento quien hizo el anuncio fue la Casa Blanca, no el Departamento de Estado, lo que le dio una jerarquía que no habían tenido antes. Eso demuestra que siempre ha habido un interés por su parte; incluso la instrucción presidencial de Carter de marzo de 1977 dice claramente ‘para normalizar las relaciones con Cuba’.
—¿Por qué no se llegó entonces a la normalización?
—Entre otras cosas había contradicciones en el interior del gobierno de Carter, que se expresaron en política exterior. No solo con relación a Cuba sino a Irán y la Unión Soviética. Al mismo tiempo, estaba el tema de África, donde teníamos intereses encontrados, y los procesos de insurrección armada en América Latina, especialmente en Nicaragua.
—¿El momento en que más cerca estuvimos de normalizar las relaciones fue con Carter?
—Claro, porque él fue quien tomó la decisión de normalizar las relaciones.
—¿No se ha vivido ningún momento similar después?
—No creo. Se pensó que con Barack Obama, pero él realmente desde que tuvo asegurada la nominación como candidato demócrata en el 2008 empezó a girar hacia el centro, a acercarse a posiciones conservadoras.
Obama nunca ha estado, en ningún sentido, en un camino de búsqueda de una normalización de relaciones. Su política es una versión light de la misma política de George W. Bush (hijo). No ha cambiado. Eso se liga con otras complicaciones que tiene Estados Unidos y que influyen especialmente en su política hacia América Latina. A estas alturas, las bases de la política norteamericana, los instrumentos de esa política en la región, reflejados en la idea del sistema interamericano, han volado en pedazos. Tienen que repensar cuál va a ser la política hacia Latinoamérica.
—Durante los años en los que usted estuvo al frente de la Sección de Intereses, ¿cuáles fueron los momentos más tensos de las relaciones?
—Desde el punto de vista de la hostilidad, los momentos más tensos indudablemente se produjeron a inicios del gobierno de Reagan. Entre otras cosas, por-que él tenía un proyecto para echar para atrás el proceso de normalización, como parte de su diseño de política exterior y todo lo que siguió como expresión de las ideas de la nueva derecha. Particularmente por una posición muy clara de Alexander Haig (secretario de Estado) de promover incluso un ataque militar contra Cuba; se lo propuso a Reagan.
—¿El ataque militar siempre se ha mantenido como una opción?
—Sí. La política de Estados Unidos hacia Cuba es una política de Estado.
Reagan actuó con más sensatez y rechazó esa propuesta de Haig. Yo diría que ese fue el momento de más tensión. Fidel me ha comentado que quizás una de las cosas que nos salvó de una confrontación militar fue el atentado que le hicieron a Reagan.
Hubo momentos de tensión también cuando los sucesos del Mariel, pero eso era más bien tensión política, y nosotros teníamos una capacidad de acción.
—Usted ha insistido en más de una ocasión en que la de Estados Unidos ha-cia Cuba es una política de Estado. ¿Entonces discrepa con quienes afirman que la política hacia Cuba está dirigida por el lobby cubanoamericano de Florida?
—Eso no tiene nada que ver. Le hemos hecho mucha propaganda. Pero eso está en contra de toda lógica y de la realidad. En primer lugar, el término cubanoamericano, es de las cosas que nosotros hacemos al usar los términos de Estados Unidos y los asumimos como verdades absolutas. Ese es un término del censo, que habla de grupos sociales, el cubano-americano es el que dice en su planilla del censo que es cubanoamericano. Pero qué tienen que ver Ted Cruz o Marco Rubio con Cuba.
Ahora bien, aun aceptando el término, ¿qué peso tienen en las elecciones? En los condados de Florida donde hay cubanoamericanos siempre han ganado los demócratas desde 1992, y casi siempre desde 1960 hasta la fecha.
—Hay algunos poderosos como Ileana Ros-Lehtinen…
—¿Pero ella qué hizo contra Cuba durante el tiempo que dirigió la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara? Cero.
Cuando los cubanos que controlaban la sociedad cubana, la política cubana, la economía, los negocios, todo en Cuba, estaban aquí, lo único que podían hacer era lo que les decían los yankis. Y ahora que no tienen nada en Cuba, y lo saben, qué hacen. Nosotros caemos muchas veces en la trampa de tomar como verdades los argumentos de Estados Unidos y sus explicaciones, cuando son falsas. Eso no quiere decir que el tema de la emigración cubana no sea importante para nosotros, y tenemos que resolverlo en función de nuestros intereses.
Cuando venía el Scarabeo (la plataforma petrolera), Ileana Ros-Lehtinen, Mario y Lincoln Díaz-Balart le mandaron una carta pública a Obama, argumentando que eso iba contra el bloqueo y los intereses norteamericanos, y conminaron al presidente a hacer algo. Obama no les hizo caso. Ellos no tienen fuerza, los usan.
—Para mantener la política de Estado…
—Y la política de Estado está clara. La proclamación presidencial estableciendo el bloqueo, la Ley Helms-Burton, la decisión de poner todo eso en el código federal, la OFAC (Oficina de Control de Activos Extranjeros) y las acciones contra Cuba, eso es política de Estado. Para cam-biarla tendría que haber una voluntad de los gobiernos y las instituciones, y les hace falta.
—¿Por qué les hace falta cambiarla?
—¿Cómo Estados Unidos va a resolver su política hacia América Latina sin re-solver sus relaciones con Cuba? Nosotros tenemos relaciones plenas con to-dos los países de América Latina y el Caribe, y hasta con Estados Unidos tenemos vínculos diplomáticos. Y fue la región donde Estados Unidos más avanzó en su política de aislamiento. Estos países no van a cambiar su política hacia Cuba. Ya dijeron que no habrá Cumbre de las Amé-ricas (que será en Panamá en el 2015) si Cuba no participa. ¿Qué hará Estados Unidos?
—¿Usted ve cerca el momento de normalización de las relaciones?
—Eso no existe así, y el levantamiento del bloqueo no es un decreto, es un proceso que puede llevar muchos años. Hay cosas que se hacen; por ejemplo la discusión ahora del tema del correo postal.
“Pero aun cuando se diga, se eliminó el bloqueo, en el mundo las relaciones están reguladas por la serie de acuerdos bilaterales o multilaterales, que habría que negociar entre Cuba y Estados Unidos. Por ejemplo, comunicaciones aéreas; qué pasa con Radio Martí; cómo será el tratamiento de los visados; los aranceles consulares; todo eso hay que negociarlo, y todo eso lleva largo rato, con los intereses nuestros y los de ellos.
Por supuesto, el día que Estados Unidos diga, eliminadas la Ley Torricelli, la Helms-Burton, dejo sin efecto la proclamación presidencial de Kennedy, ya eso tiene un impacto muy grande, inmenso.
Yo creo que con Obama no va a pasar, quizás suceda en los próximos mandatos presidenciales, sean republicanos o demócratas, porque es otro error nuestro pensar que es con los demócratas. Las conversaciones directas comenzaron con Nixon, y con Kissinger nada menos.
Creo que las condiciones están maduras, porque no aguantan más.
—Entonces aunque no suceda con Obama, ¿usted cree que después se avance hacia un acercamiento?
—De hecho se está avanzando algo. Y el tiempo político está a favor de que se elimine el bloqueo. Estados Unidos tiene una situación de crisis y como te decía, en Latinoamérica tiene que rediseñar su política, que no debe ser sobre la base del sistema interamericano. Además, 188 países votando para que se elimine el bloqueo, es un aislamiento total.
El objetivo de la política de Estados Unidos hacia Cuba es restaurar su dominación, y no se conforman con menos que eso.
Yo sí pienso que, si no en el próximo gobierno, quizás en el siguiente, debe haber una decisión sustancial hacia la normalización de las relaciones con Cuba. Lo más fácil, y lo que más obliga a cambiar, es que Estados Unidos diga que se elimina toda prohibición para que ciudadanos estadounidenses viajen a Cuba, eso obliga a transformar cosas del bloqueo.
—Estados Unidos y Cuba nunca han tenido una relación del todo normal. Hubo un largo periodo de dependencia, y luego una relación hostil o no relación. ¿Cómo sería entonces una relación normal?
—No es normal, lo que es una relación normal. Sería una relación beneficiosa para ambos países, pero tiene que estar exenta de todo intento de dominación; como la tenemos nosotros con montones de países y eso no significa que no pueda haber conflictos eventuales. Nuestro sistema político y económico no es obstáculo para tener relaciones normales con cualquiera.
—¿Y cree que en algún momento ellos renuncien a su intención de dominación?
—Si no renuncian a eso no habrá relación normal. Se les ha demostrado durante más de medio siglo que cualquier intento para restaurar esa dominación ha fracasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar