"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 1 de junio de 2014

Luis Suárez: “Cuba es una isla, no una ínsula”

Por Martín Granovsky

Vive, investiga y enseña en La Habana, donde integra el Comité Académico de la Maestría de las Relaciones Internacionales que dicta el Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, adscripto al Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Y al mismo tiempo el politólogo Luis Suárez Salazar disfruta no sólo de los intercambios en América latina (fue miembro directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y es un participante activo de sus encuentros), sino también de los Estados Unidos.

En Nueva York, Suárez Salazar participó de un seminario de puesta al día sobre Cuba organizado por Clacso y el observatorio latinoamericano de la New School. Después voló a Chicago para el congreso de Asociación de Estudios Latinoamericanos. Allí, en el espacio de Clacso, accedió a dialogar con Página/12 sobre lo que Cuba llama desde 2011 “actualización”, que es el cambio económico pero no sólo eso.

–En los últimos años los cubanos con los que uno puede hablar –funcionarios o investigadores, o alguna vez ciudadanos de a pie en La Habana– parecen conjeturales, cercanos a los escenarios de ensayo-error y esperanzados en que las transformaciones sociales salgan bien. Dicen mucho “creo” y “ojalá”.

–Realmente hoy en diferentes sectores de la sociedad cubana uno encuentra muchos márgenes de incertidumbre relacionados con el impacto de la actualización. En la vida cotidiana, en la familia… En todo.

–¿Por qué justo ahora?

–Porque es el momento en que la actualización está afrontando uno de sus temas más complejos, que es la eliminación de la doble dualidad monetaria. No es un acto simplemente administrativo. No es una decisión abstracta sobre si la economía se queda con el peso cubano convertible o con el no convertible. Tiene que ver con un hecho real, y si la estructura económica del país no puede sustentar la decisión, al final podrían reproducirse fenómenos ya ocurridos en otros países. Podría pasar que se cambia la moneda, pero la inflación te la devora y te va quitando los ceros. Por eso es mejor no simplificar la realidad.

–No es un juego de letras entre el peso cubano, el CUP, y el peso cubano convertible, el CUC.

–No. Al final del camino de la eliminación de la dualidad en lo económico y social el problema mayor es saber cuál va a ser el poder adquisitivo real de la moneda, sea cual fuere. Cuántos bienes y servicios puedo adquirir para satisfacer las necesidades básicas y esenciales. Eso les genera incertidumbre a muchas personas. Ya hay una especie de acostumbramiento a la dualidad monetaria. Las personas y las familias vienen estableciendo estrategias frente a esa realidad. Sin considerar el mercado negro, que es otro asunto, un cubano domina el panorama de cuatro mercados, incluyendo el de los cuentapropistas.

–Sea mala o buena para cada uno, ésa es la realidad de la costumbre cotidiana.

–Y a partir de allí puede haber un elemento de contradicción, porque todo proceso complejo genera contradicciones. Lo esencial, por supuesto, es que la economía tenga capacidad de sustentación. Que sectores claves como el alimentario no dependan tanto de las importaciones, porque además importarían inflación. Y que, a la vez, se realice con éxito el reordenamiento empresarial para la llamada empresa estatal socialista. Si no hay una medida única para evaluar la eficacia, todo se distorsiona. El sector estatal sigue siendo un componente enorme de la economía y funciona con más de una moneda.

–Pero el plan de actualización económica quiere reducir el peso del sector estatal de la economía.

–Sí, la apuesta es que el sector estatal mantenga un peso de sólo el 60 o el 70 por ciento. Cuba era una de las economías más estatalizadas de los procesos socialistas. Estaban fuera los pequeños agricultores y las cooperativas agrícolas. El Estado mantiene el control del comercio exterior.

–Los cubanos, funcionarios y no funcionarios, también parecen metidos de lleno en una dinámica que tendrá mucho de ensayo-error.

–No hay sólo incertidumbre. También cuentan los deseos y las expectativas. Aunque los lineamientos aprobados por el congreso del Partido Comunista plantearon un grupo grande de objetivos, quedaba claro que de hecho habría espacio para una cierta dosis de ensayo y error. También habría espacio para que surgieran nuevas demandas o exigencias que –aun cuando no hubiesen sido expresadas– habría que abordar. Como no soy adivino pero creo que la prospectiva sí es importante, para el análisis yo me muevo en una gama de escenarios. Pero en última instancia todo se moverá con tiempos políticos.

–¿Cuál es el peor escenario?

–Que el impacto de la actualización sea muy adverso, y eso con independencia de la voluntad colectiva. Si es muy adverso puede crear costos sociales y políticos que la sociedad no esté dispuesta a absorber.

–¿Hay otro escenario menos crítico?

–Bueno, el proceso de actualización se basa en una secuencia política. Deberá ir creando a cada momento los consensos políticos necesarios para avanzar. Sin consensos no se puede construir un 40 por ciento de la economía que no esté en manos del Estado.

–Eso supone el funcionamiento de nuevos actores. De nuevos sujetos que hoy ni siquiera existen.

–Más actores, sí, y sobre todo más actores convertidos en sujetos con capacidad de elaborar políticamente los consensos. Y a su vez sujetos capaces de servir como elemento de diálogo para permitir que las personas sean escuchadas.

–No hay un consenso único, de una vez y para siempre.

–No existen los consensos ad eternum. Y agrego algo más, por si la complejidad no bastara. Algo que en mi análisis tiene que ver con un hecho real y objetivo: en Cuba estamos en una transición generacional. En estos momentos todavía están actuando cinco generaciones políticas. No hablo de demografía. Hablo de una generación determinada como tal por el momento en que cada uno entró a la vida política. Una es la generación histórica.

–Esa primera generación sería, supongo, la que protagonizó la revolución.

–La misma. Tiene peso no sólo en el liderazgo, sino también en el conjunto de la sociedad cubana. Como fruto de la obra de la revolución se incrementó la esperanza de vida y hay mucha gente por encima de los 75 años políticamente activa, de lo nacional a lo comunitario. Mi padre tiene 90 y todavía está haciendo política.

–¿Qué hace?

–La emisora local de su pueblo le pide opiniones y él habla. También trabaja en el Consejo de Defensa de la Revolución dentro de la comunidad.

–¿Cuál es la segunda generación?

–La llamada generación guevarista. Es la mía. Los que entramos a la vida política en los primeros años posteriores al triunfo de la revolución. La primera tarea política que tuvo mi generación fue alfabetizar. Hablo de “generación guevarista” por la influencia que tuvieron en no- sotros la personalidad del Che, su pensamiento, sus ideas sobre el papel específico de la juventud, su concepción sobre el hombre nuevo… Sentimos que nos entregaba un proyecto de vida ético asociado al internacionalismo, a los valores morales, a pensar de manera distinta del marxismo.

–¿Tercera generación?

–La de la revolución institucionalizada. La que empieza a hacer política con la primera Constitución, en 1976, cuando también entrega el derecho de sufragio a los 16 años. Esa generación puso los sargentos y los soldados para Angola. Y empezaron a ser diputados, y fueron asumiendo responsabilidades sociales a veces a edades poco pensadas.

–Vamos a la cuarta generación.

–Después viene la generación del período especial. La que entró a la política cuando se estaba derrumbando todo. Se caían el campo socialista, los sueños, las ideas… Una etapa enormemente compleja. En ese período se de- sarticula algo: la idea de que con el estudio continuo y con el trabajo podía lograrse progreso material y social, ascenso social. Que se podía aspirar a mejores salarios y a otro nivel de vida, incluso en relación con tus padres. Se notó esa desarticulación cuando muchos graduados universitarios tuvieron que buscar otros empleos, distintos de los que querían ejercer cuando habían estudiado. O cuando muchos no terminaron sus carreras. Abandonaron más los varones que las mujeres, y eso se nota hoy en el mundo del Estado cubano.

–Las mujeres terminaron de calificarse en aquel momento y actualmente son funcionarias del Estado.

–Sí, a distintos niveles. Igual, con todos los derrumbes que sufrió y presenció, esa cuarta generación siguió participando de un milagro político. El milagro es que la Revolución Cubana haya seguido siendo sustentable. Yo hablo del heroísmo cotidiano de un pueblo, como sujeto colectivo.

–¿Quinta generación, profesor?

–La generación de la batalla de ideas, para usar una expresión que Fidel utiliza desde hace muchísimos años. La generación que entró a la vida política a comienzos del siglo XXI. Lo de Elián movilizó a muchos jóvenes, a muchos estudiantes.

–Claro, esa historia es exactamente del año 2000. Elián González tenía seis años y su madre lo sacó de Cuba en una balsa, pero ella murió en el camino y su padre, que había quedado en Cuba, reclamó la devolución del chico a los Estados Unidos.

–Fue una enorme batalla. Bien, vuelvo al comentario inicial sobre las generaciones y su actuación en la construcción de consensos políticos: esas cinco generaciones todavía estamos participando. Por el orden lógico natural de las cosas, una generación histórica está terminando su ciclo político y la generación guevarista está en un intermedio. No se nos mira como el relevo. Para mí, el peso mayor de la actualización va a recaer en las otras tres generaciones: la de la institucionalización, la del período especial y la nueva, que ya lleva como mínimo diez años haciendo política. Quienes estudian las juventudes cubanas plantean que hay una inversión de prioridades. Han descubierto que hoy están primero la formación profesional y la familia y recién después viene el proyecto social. Antes era al revés: el proyecto social venía primero. Pero no cerremos todo allí. La investigadora María Isabel Domínguez plantea que cuando se indaga por las identidades prepondera el sentido de pertenencia. Tienen identidad nacional: “Soy cubano”, dicen. Ojalá que se identificaran mejor como latinoamericanos nacidos en Cuba, pero ése es mi gusto, ¿no? Lo cierto es que antes de definirse como mujeres, campesinos o lo que fuera, señalan un territorio: Cuba. A veces hay desconfianza, pero no se tiene en cuenta que también esa generación participó de una discusión sobre los lineamientos de la que fueron parte siete millones de cubanos. Vuelvo al tema de los consensos. Cuando hablamos de un socialismo próspero y sustentable, ¿qué van a entender estas generaciones por prosperidad?

–¿Qué van a entender?

–Lo veremos. Insisto: no hablo con desconfianza, sino con la idea de que el futuro no está cerrado, entre otras cosas por el peso que tiene la participación. La participación es uno de los grandes consensos actuales de la sociedad cubana. En la primera elección popular –las elecciones generales de 2012/13–, un 85 por ciento de los ciudadanos ejercitó su derecho al voto. Y el voto es voluntario, lo cual implica que hay una gran masa de gente comprometida con el proceso de actualización. Así como hay población económicamente activa, hay población políticamente activa. Son cubanos que participan de distintas maneras y muchas veces desde muy jóvenes, en organizaciones estudiantiles. Yo tengo confianza en que el escenario más probable sea que la revolución siga contando con el consenso y con el tiempo necesario para redefinir el futuro. En esa lógica elevar el nivel de la participación y la calidad de ella es importante. En Cuba hay muchos canales de participación ciudadana. Votan los que tienen de 16 para arriba, pero no sólo se participa votando. Es necesario crear mecanismos institucionales para incrementar la participación en la toma de decisiones.

–Y en una dinámica de ensayo-error, ¿quién tendrá la legitimidad de señalar qué es error y qué no?

–La calificación de cuál es el error tiene que ser colectiva. Esto lleva anexo un mayor proceso de descentralización. Creo que a la planificación y al plan hay que mantenerlos. Pero esa planificación tiene que tener un nivel mayor de descentralización y un mayor nivel de democratización para el debate. Discutamos la participación de los trabajadores en las empresas estatales. No quitemos responsabilidad a los administradores, pero reactivemos el movimiento sindical. Que los estudiantes tengan mayor participación. En una sociedad compleja no pretenderás que todo se realice por grandes discusiones nacionales. No basta. Y tampoco buscarás que nada de lo que ocurra deje de interactuar con los tiempos políticos.

–Y está el mundo, que sigue andando.

–La revolución es lo que es hoy (tal vez no lo que hubiéramos querido, pero así es) porque forma parte de una revolución inconclusa, en proceso o en de-sarrollo, de América latina y del Caribe. Como hoy el entorno es favorable a Cuba, toda la actualización se va desarrollando dentro de un contexto favorable.

–¿Qué es exactamente lo favorable?

–Acciones como las del nuevo gobierno mexicano, de reestructurar la deuda. La transformación de Brasil en el primer inversor privado. El entorno global importa mucho. Evidentemente uno de los problemas permanentes planteados a lo largo de la nación cubana –ahora hablo de la historia de la nación y no de la historia de la revolución– es cómo interactuar entre una pequeña isla que primero quiso ser independiente y después quiso ser socialista frente a una potencia que tiene un proyecto radicalmente opuesto: la dependencia, e incluso en algún momento la anexión. Allí importan el nuevo papel de China, esta posición de Rusia en el mundo, la eventual ampliación del grupo Brics, de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. ¿Se sumarán la Argentina y otros países? Si ese grupo se amplía y profundiza su labor, mejor para Cuba. El país avanzó muchísimo en relación con América latina y el Caribe. Hoy mantiene dentro de la región las mejores relaciones históricas no sólo en la revolución, sino en toda su historia: Celac, Caricom, Alba, visita de Estado del presidente mexicano al comienzo del mandato. Cuba es una isla, pero no una ínsula. No vive en una campana neumática. Para mí es importante que cuando hablemos del futuro posible lo miremos asociado a los futuribles de lo que va a pasar en América latina, en el Caribe, en las relaciones de los Estados Unidos, en el mundo multipolar que se está construyendo, en la apuesta a una América latina unida y a un mundo multipolar. Ojalá logremos evitar que no se vuelvan a dar perniciosas reconcentraciones económicas que en un momento determinado puedan provocar trastornos políticos y sociales.


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