Por Jesus Arboleya
LA HABANA. En los días previos a las elecciones parciales recién finalizadas, se desató una ofensiva mediática encaminada a solicitar al presidente Barack Obama un cambio de la política hacia Cuba. Resulta obvio que los impulsores de esta campaña estaban en condiciones de prever que los resultados de estos comicios se traducirían en una victoria republicana, tal como acaba de ocurrir. Se impone entonces la pregunta:
¿Cómo puede influir el triunfo republicano en esta dinámica?
Desde mi punto de vista bastante poco. Antes de perder la mayoría en el senado, todo el mundo sabía que el Presidente no podía contar con el Congreso para modificar su política hacia Cuba, por lo que los reclamos estaban dirigidos a que hiciera uso de sus facultades ejecutivas, cosa que con seguridad continuará ocurriendo en el futuro inmediato.
Incluso, como han señalado Álvaro Fernández y otros comentaristas, las cosas pudieran facilitársele, debido al debilitamiento de las presiones dentro de su propio partido, dada la sustitución del demócrata Bob Menéndez como presidente de la comisión de relaciones exteriores del senado.
Ahora sus enemigos principales serán los republicanos, pero esa será una constante en todas las acciones de su gobierno. Por lo que el tema de Cuba se inserta en la polarización política que ha caracterizado el gobierno de Obama y todo dependerá de su voluntad para actuar en este escenario.
Hace rato que Obama debe haberse olvidado de su pretensión de convertirse en el “Presidente de todos los norteamericanos” y de buscar un acomodo con los republicanos. Ahora sus opciones son más drásticas: o se decide a actuar a contrapelo de sus contrarios, con las implicaciones políticas que esto tiene, o se subordina a sus designios y se convierte en un “peso muerto” en la política del país, como auguran algunos analistas.
Los niveles de impopularidad del Presidente son considerados como responsables del desastre electoral sufrido por los demócratas. Es cierto que esto ocurre de manera bastante regular en los segundos mandatos presidenciales, pero en el caso de Obama tiene otras connotaciones, debido al impacto social que tuvo su elección.
Hay que ver entonces si, consciente de esta responsabilidad histórica, Obama tiene la disposición de revertir esta situación y presentar batalla al menos en los campos que deciden su posible “legado”, los cuales, por cierto, no parecen que sean muchos.
Dentro de esta lógica es que adquiere cierta relevancia el tema cubano. Digo “cierta”, porque frente a los enormes problemas internos y externos que debe encarar la política norteamericana, el tema de Cuba reviste una importancia menor. Sin embargo, tiene un valor simbólico que supera sus connotaciones reales y puede servir al Presidente para mejorar una imagen muy dañada por la falta de determinación mostrada en muchos casos.
En verdad no sería una decisión tan difícil porque incluso sectores republicanos apoyarían estos cambios; porque sería bien recibida por la comunidad internacional, especialmente en América Latina, donde en abril del próximo año tiene que enfrentar la Cumbre de las Américas con la presencia cubana, y porque tendría un impacto particular en el estado de la Florida con vista a las elecciones de 2016, algo que constituye una prioridad de su partido.
Según encuestas realizadas a pie de urna, los cubanoamericanos apoyaron mayoritariamente al aspirante demócrata por la gobernación Charlie Crist (50-46), lo que confirma una tendencia que ya se expresó en las elecciones presidenciales pasadas. La mayor parte de los analistas lo achaca a las diferencias de los contendientes respecto al tema cubano. Incluso Scott descendió 20 puntos porcentuales respecto a las elecciones de 2010 en este segmento del electorado y perdió en todos los condados con alta concentración de cubanoamericanos, lo que también pudiera ser un indicador que favorece a los demócratas de cara a las elecciones de 2016.
Aunque una victoria de Charlie Crist hubiese contribuido a impulsar un cambio de la política hacia Cuba, su derrota no altera sustancialmente la ecuación previa a las elecciones y lo mismo ocurre en el caso de Joe García. En definitiva, los opositores son los mismos que existen ahora y dudosamente aumentarán sustancialmente su influencia debido a la victoria republicana.
Más importante aún, el reciente triunfo republicano no modifica los factores objetivos que hoy día justifican la crítica a la política de Estados Unidos hacia Cuba. Se trata de una política agotada, incapaz de satisfacer los objetivos para la cual fue diseñada, contraproducente para los propios intereses norteamericanos y rechazada por la mayor parte de la opinión pública estadounidense, incluyendo a los cubanoamericanos. Tampoco altera el hecho de que Obama es el presidente que mejores condiciones ha tenido para cambiarla y, probablemente, al que más le convenga hacerlo.
Tal como se titulaba una vieja novela radial cubana: “el destino está en sus manos”.
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