Por Lucia Lopez Coll IPS
Laurent Cantet filma guión de Leonardo Padura.
Desde la alto de esta azotea habanera se divisa el mar y la hermosa caída de la tarde como si fuera la más típica postal turística. A lo lejos, la conocida farola de El Morro interrumpe la línea del horizonte y el tiempo parece deleitarse con la dulce calma de la brisa vespertina. Pero con sólo bajar la vista el paisaje se transforma radicalmente. Entonces se distinguen los edificios semiderruidos, las precarias viviendas levantadas en las azoteas, tanques donde se guarda el agua siempre escasa y jaulas para criar pollos o palomas. Desechos y basura acumulada. Promiscuidad y ruinas.
En la azotea más cercana cuatro personas, tres hombres y una mujer, cantan y bailan al son de una popular balada de dos décadas atrás, hasta que una voz invisible grita “cooorten” y la acción se detiene. Un hombre alto, el pelo ya blanco, se acerca al grupo y les habla con acento extranjero. Aquí, en la calle Vapor, en el populoso barrio capitalino Centro Habana, el reconocido director francés Laurent Cantet filma un largometraje de ficción -totalmente cubano aunque de producción francesa-, que tiene como título provisional (con pinta de definitivo) Regreso a Ítaca.
La génesis de esta película hay que buscarla algunos años atrás, quizá en el momento en que Laurent Cantet leyó la traducción al francés de La novela de mi vida, del escritor cubano Leonardo Padura. Así conoció al grupo de viejos amigos creados por el novelista, esos amigos que celebraban su reencuentro en una azotea similar a esta y repasaban sus vidas en busca de las razones que habían torcido sus destinos de forma insospechada.
La génesis devino embrión unos años después, cuando por esos misterios del azar le propusieron a Cantet dirigir uno de los cortos de ficción que integrarían el largometraje Siete días en La Habana en el cual también participaría como guionista Leonardo Padura. El director galo recordó entonces el interés que le había despertado La novela de mi vida y dijo que sí, que se apuntaba, con una condición: quería trabajar con el escritor cubano cuya obra ya admiraba profundamente.
A petición del propio Cantet, Padura escribió un guión, inspirado en el episodio de su novela donde se reúnen los viejos amigos, aunque con personajes nuevos y trama diferente. Se hicieron las pruebas de casting, se escogieron los actores y el realizador marchó a Canadá a terminar el rodaje de su película Foxfire. Un día, mientras repasaba en su computadora las pruebas realizadas con los actores cubanos, sintió que los veinte minutos que le correspondían en el proyecto de Siete días en La Habana eran insuficientes para contar todo el dolor, la desilusión, la esperanza y el amor que bullía en aquella historia. Fue así que decidió escribir un nuevo argumento para el corto de Siete días…, convenció a la casa productora Full House de reservar la tertulia de los amigos para un futuro largometraje y le propuso a Padura escribir el guión que estaban pidiendo a gritos sus personajes.
En la noche, El Malecón habanero parece un portal a cielo abierto donde la gente se sienta a conversar, escuchar música o practicar otras actividades menos inocentes. Ahora hay cinco actores en el plató y ya no bailan ni cantan, sino parecen discutir con pasión y un rencor acumulado durante demasiado tiempo. A la luz de las lámparas se distingue a Tania, Aldo, Rafa, Amadeo, y el último en llegar, Eddy. En realidad ellos son Isabel Santos, Pedro Julio Díaz, Fernando Echevarría, Néstor Jiménez y Jorge Perugorría. Casi todos son de la misma edad y, de una forma u otra, la historia que están representando es también la de su propia generación, con toda la carga de logros y esperanzas, pérdidas y frustraciones que les ha tocado vivir. Una historia generacional y nacional que no ha sido contada con tanta profundidad y desgarramiento por el cine cubano.
Cuando le preguntan a Padura responde que escribir para el cine no le atrae demasiado. Prefiere hacer literatura. Pero agrega que trabajar con Laurent Cantet es un privilegio, todo un lujo. No sólo por haber dirigido películas como la notable Entre les murs, merecedora de la Palma de Oro en Cannes en el año 2008, o la inquietante El empleo del tiempo, sino también por ser una persona sensible y que, a diferencia de otros directores, siempre está dispuesto a escuchar tu opinión. Al mismo tiempo, tiene una idea muy precisa de lo que le interesa decir y cómo hacerlo.
Aunque en muchas ocasiones el director francés ha escogido actores no profesionales para trabajar en sus películas y es capaz de encarar sus proyectos como una especie de work in progress, abierto a los posibles aportes de su equipo, él mismo se prepara rigurosamente para cada uno de ellos. De hecho, comenzó a estudiar y practicar español desde que se presentó la posibilidad de rodar en Cuba, aunque ello ha representado un doble esfuerzo. Ahora, a pesar del cansancio acumulado por las noches de rodaje, Cantet se muestra entusiasmado con la historia y el trabajo de los actores, a los cuales les permite cierta libertad de improvisación.
En cuanto al guión, ha resultado un reto difícil en muchos sentidos. En primer lugar, la acción se desarrolla prácticamente en tiempo real, durante la tarde-noche de un solo día y en una misma locación: una azotea de Centro Habana donde se han habilitado diversos espacios y desde la cual se divisa el mar y parte de La Habana. Con abundantes referencias a sucesos ocurridos en el pasado pero sin utilizar el recurso del flash back, toda la tensión dramática se sustenta en los conflictos e historias individuales de los personajes, muchos de cuyos sueños y esperanzas parecen haber fracasado. El regreso de uno de ellos del exilio provoca la celebración del reencuentro pero también sacará a la luz viejos rencores y grandes frustraciones. ¿Realmente tenemos el control de nuestras vidas o ellas son el resultado de decisiones ajenas? ¿Cuánto somos capaces de arriesgar en nombre del amor o la amistad? ¿Alguna vez seremos capaces de enfrentar nuestros miedos…? No importa que la historia ocurra en Cuba, hay en ella una lectura universal que cualquier espectador en cualquier parte del mundo será capaz de entender porque en última instancia reflejan conflictos que forman parte de la esencia humana.
La luz del amanecer anuncia el final de la noche. La voz de corte pone fin al trabajo y los actores, ojerosos a pesar del maquillaje, se toman un tiempo para abandonar sus personajes y regresar a la realidad. Los técnicos empiezan a recoger los equipos mientras Cantet fuma un último cigarro, intentando calmar la excitación que siempre le provoca el rodaje. Mañana la normalidad volverá a la azotea de este humilde barrio de Centro Habana donde seguramente la gente recordará por mucho tiempo que un director francés quiso contar los conflictos de gentes como ellos. Quizá un vano intento de retornar a Ítaca, no solo la patria física, sino también esa ilusión del lugar amable y conocido al que nunca renunciaremos y nos reclama un regreso… quién sabe si para bien o para mal. (2014)
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