Creado el Viernes, 27 Noviembre 2015 08:05 | Por Evelyn Corbillón Díaz
“(…) Cuando se muere en brazos de la patria agradecida
La muerte acaba, la prisión se rompe;
Empieza, al fin, con el morir, la vida (…)”
José Martí. Poema A mis hermanos
“(…) Cuando se muere en brazos de la patria agradecida
La muerte acaba, la prisión se rompe;
Empieza, al fin, con el morir, la vida (…)”
José Martí. Poema A mis hermanos
Quizás la historia de Cuba recoja en sus páginas pocas injusticias de tamaña magnitud como el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina, el 27 de noviembre de 1871, a manos del colonialismo español que subyugaba a la Isla, y tras un proceso judicial plagado de arbitrariedades y acusaciones absurdas.
La supuesta profanación de la tumba del periodista peninsular Gonzalo de Castañón, en el Cementerio de Espada, devino motivo para el arresto de 45 educandos de primer año de la carrera de medicina, de la Universidad de La Habana, quienes el 23 de noviembre visitaron el camposanto y allí condujeron el carro fúnebre y uno de ellos, arrancó una flor.
De los alumnos apresados, unos pocos fueron liberados de los cargos, 31 permanecieron en prisión durante diversos periodos y ocho, condenados a muerte, tres de los cuales se seleccionaron al azar.
Pese a que la “falta” cometida era de carácter civil, un consejo de guerra de campaña los sentenció, gracias a las órdenes del general de división Romualdo Crespo, segundo al mando en el país y máxima figura ante la ausencia momentánea del Conde de Balmaseda, capitán general de la Isla.
Alonso Álvarez de la Campa, Anacleto Bermúdez y González de Piñera, Eladio González Toledo, José de Marcos Medina, Augusto de la Torre Madrigal, Ángel Laborde Perera, Carlos Verdugo Martínez y Juan Pascual Rodríguez Pérez, resultaron culpables por un tribunal conformado en su gran mayoría por españoles.
Dos años después de los asesinatos, Fernando de Castañón, hijo menor del periodista, llegó a La Habana y visitó el sepulcro de su padre, lugar en el cual declaró que no había sido dañado.
Barbarie versus dignidad
El gran pecado de querer a su patria, constituyó a juicio de los estudiantes la razón de su destino fatídico, y así lo expresaron en las breves líneas escritas a sus familiares y amigos poco antes del fusilamiento.
Conducidos hacia la explanada de La Punta, frente al Castillo de los Tres Reyes del Morro, atados de manos, de rodillas y con vendas en los ojos, los jóvenes recibieron la muerte, para acrecentar la humillación a las víctimas del odio hispano.
De dos en dos, a las cuatro y 20 de la tarde, se escucharon los disparos de la ejecución en los alrededores del sitio habanero, responsables de la caída de quienes estaban en la flor de sus vidas.
Ante la indignación por el suceso, el capitán de la región de Oriente Federico Capdevila, jefe de los abogados defensores, rompió su espada y se degradó en público, hecho considerado como un acto de alta traición al ejército colonial.Su homólogo, Nicolás Estévanez, reaccionó de manera similar al escuchar las ráfagas coloniales.
Un lugar conocido como San Antonio Chiquito albergó los cadáveres, escoltados por una compañía del Cuerpo de Voluntarios, y en una fosa con dimensiones de dos metros y medio de ancho, dos de largo e igual cantidad en profundidad, los arrojaron.
A los familiares se les negó otorgarle cristiana sepultura y en ese sitio yacieron cerca de 16 años, hasta que el nueve de marzo de 1887 Fermín Valdés Domínguez, condiscípulo de los ocho, exhumó los restos y dirigió las obras para erigir un monumento en honor a su memoria, inaugurado en 1890 y como resultado de una recaudación de fondos.
Enclavado dentro de un parque de la plaza de La Punta, el templete de estilo griego rodea el sector de la pared que atestiguó el fusilamiento de los estudiantes y conserva las huellas de las balas.
Valdés Domínguez escribió tiempo después: "Icé, con mis manos la bandera que, al lado del pedazo de pared de La Punta, dice al mundo que allí está algo de nuestro corazón, que aquella sangre allí derramada hace de aquel lugar, altar donde nuestro amor a la nacionalidad nos tiene siempre de pie y dispuestos a lo que el deber nos mande hacer en honra de ella."
A 144 años del crimen, miles de jóvenes marcharán como es costumbre, desde la colina universitaria hasta la explanada que presenció los decesos aquel 27 de noviembre, en recordación a tan vil acto que cercenó los sueños de los estudiantes de convertirse en médicos.
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